Después de 32 años de la desaparición de Luis Fernando Lalinde, crimen perpetuado por la Patrulla Militar Nº 22 del Batallón Ayacucho de Manizales, su madre Fabiola Lalinde se reunió con el general Alberto Mejía. Para esta defensora de Derechos Humanos fue “una conversación amable” y no un acto de perdón privado como lo registraron algunos medios de comunicación.
Por Juan Camilo Castañeda Arboleda
El pasado 12 de octubre Fabiola Lalide se reunió con el general Alberto Mejía. Ella le contó cómo desapareció su hijo Luis Fernando y él reconoció que su lucha es un ejemplo de resistencia. “Fue un encuentro humano, una conversación, pero no fue una acto de perdón como tal”, asegura Fabiola.
Esta reunión trae a su memoria una conversación que sostuvo 32 años antes con Nelson Mejía Henao, padre del general Alberto Mejía, en el Ministerio de Defensa en Bogotá. Ocurrió en noviembre de 1984, un mes después de la desaparición de Luis Fernando. Fabiola acudió donde Mejía Henao, quien también era general del Ejército, para obtener información sobre el paradero de su hijo, pero la respuesta que encontró no alivió su angustia: le pidió que regresara a la casa, que estuviera tranquila y esperara noticias de las Fuerzas Militares.
Fabiola, en cambio, asumió una posición activa en la búsqueda de Luis Fernando y emprendió un viaje por Manizales y Pereira para encontrar respuestas en juzgados y en batallones militares.
Desde que se supo del encuentro, Fabiola ha recibido mensajes en su correo electrónico de personas que escriben desde Francia, Argentina, España y distintas regiones de Colombia. Su teléfono no ha parado de sonar. Los textos y las voces aluden a la noticia que publicó el periódico El Espectador: el Ejército, a través del general Alberto Mejía, le pidió perdón por la desaparición y asesinato de su hijo Luis Fernando Lalinde.
El General Mejía llegó a Medellín el miércoles 12 de octubre a las once de la mañana, tres horas después de lo previsto por dificultades en los aeropuertos de Bogotá y Medellín. Fabiola Lalinde ve en ese hecho un gesto noble del militar, pues el motivo principal de la visita del Comandante General del Ejército, según le contaron, era conversar con ella y ante los inconvenientes él pudo haberse quedo en la capital y enviar una excusa.
Una de las salas del Museo Casa de la Memoria tiene por nombre Fabiolita. En ese lugar, después de que el General recorrió las exposiciones del Museo, se dio el encuentro. A ella la acompañaban Adriana, su hija, y Liliana Uribe, abogada que lleva el caso penal por la desaparición y asesinato del hijo mayor de Fabiola; y el general Mejía estaba acompañado por otros militares. “Él fue muy decente conmigo, me respetó, me dijo que era una súper mamá y que se lo iba a contar a su esposa”, cuenta Fabiola.
Proceso de búsqueda
Luis Fernando Lalinde Lalinde salió de su casa en el barrio Laureles el martes 2 de octubre de 1984. “Me dejó razón –cuenta Fabiola– de que si no llegaba al otro día, lo buscáramos”. Su destino era el municipio de Jardín, Antioquia, donde intentaría socorrer a un combatiente del Epl que resultó herido en un combate. Los hechos ocurrieron en medio de la negociación que sostenían grupos guerrilleros con el gobierno de Belisario Betancur, el cese al fuego bilateral que habían pactado se rompió y se presentaron varios enfrentamientos.
A los dos días de la desaparición de Luis Fernando, Fabiola emprendió la búsqueda en compañía de sus otros tres hijos: Adriana, Mauricio y Jorge Iván. Encontraron aliados en las organizaciones de Derechos Humanos y en las organizaciones no gubernamentales. Héctor Abad Gómez, quien era el presidente del Comité de Derechos Humanos, fue una de las personas que los orientó en la búsqueda, difundió en los medios de comunicación los hechos y en junio de 1985 denunció el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
La versión del Ejército aseguraba que en los días que desapareció Luis Fernando se presentaron varios enfrentamientos con la guerrilla del Epl en el municipio Jardín. Afirmaron que en los hechos murieron varios integrantes de ese grupo armado y que, probablemente, Luis Fernando estaba enterrado en una fosa común. Le habían disparado por un intento de fuga. Su cuerpo fue catalogado como NN, bajo el alias de “Jacinto”.
Por la presión que ejercieron la OEA y las organizaciones no gubernamentales, Fabiola logró que el juez de la Octava Brigada del Ejército, que llevaba el caso penal por la desaparición, realizara la exhumación del cuerpo de alias Jacinto en abril de 1992. Encontraron la camisa que vestía Luis Fernando y algunos de sus huesos, pero con estos no era posible realizar la identificación. En mayo de ese mismo año, en una segunda exhumación, encontraron el cráneo y 69 huesos más. Pero sus restos solo fueron entregados cuatro años después, en noviembre de 1996, año en que fue completamente identificado.
El reconocimiento del cuerpo y la realización de la autopsia, permitió esclarecer que Luis Fernando, antes de ser asesinado, fue torturado. Argumento que desmiente la versión del Ejército y que permite esclarecer la verdad. Por este hecho, en septiembre de 1988, la CIDH emitió la Resolución N° 24/87, en la cual declaró como responsable al Estado colombiano.
En el año 2000, el Juzgado Administrativo de Antioquia emitió una sentencia para la reparación moral de la familia Lalinde Lalinde. Fabiola recibió la suma de 39 millones de pesos y a cada uno de sus hijos le entregaron 7 millones.
En 2001, Fabiola le exigió al Estado colombiano una reparación directa. Interpuso, entonces, una demanda en el Consejo de Estado. “Yo no demandé pensando en la reparación material, lo que quería era ponerlos a escribir el nombre de Luis Fernando Lalinde, pues a él lo enterraron como un NN, lo llamaron alias Jacinto”, asegura Fabiola.
Al mismo tiempo, a través de la Comisión Colombiana de Juristas, presentó ante la CIDH una demanda al Estado colombiano por no garantizar un proceso penal que permitiera investigar y sancionar a los responsables de la detención y posterior ejecución extrajudicial de Luis Fernando Lalinde.
Este proceso concluyó en julio de 2013, cuando la CIDH aceptó la admisibilidad del proceso. Fabiola considera que gracias a este pronunciamiento el Consejo de Estado emitió el fallo de reparación directa en octubre del mismo año.
La sentencia del Consejo de Estado le ordenó al Ejército indemnizar a Fabiola y construir un monumento a la memoria de Luis Fernando Lalinde en la vereda El Verdún de Jardín, Antioquia; le exige a la Fiscalía y a la Procuraduría reabrir las investigaciones penales y disciplinarios; y pide la realización de un documental que estará a cargo del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Otro logro de la Operación Cirirí
En la fotografía que acompaña la noticia de El Espectador, el general Alberto Mejía encabeza la mesa; a la derecha, con un saco gris, está Fabiola. En la imagen también aparecen Adriana Lalinde y Liliana Uribe. En segundo plano hay dos hombres que registran con sus cámaras el encuentro: uno vestido de civil y el otro con el uniforme del Ejército.
El hombre de civil hace parte del equipo de producción que realiza el documental ordenado por el Consejo de Estado. El encuentro fue concertado justamente por los realizadores con el fin de registrar el diálogo entre Fabiola y el Comandante General del Ejército.
Fabiola le leyó al general una carta que escribió hace un año, en la que cuenta lo doloroso que es para una madre la desaparición de un hijo y en la que manifiesta la necesidad de parar la guerra para que la historia de Luis Fernando no se repita. Asegura que el general Mejía escuchó con atención cada una de sus palabras y el relato de su historia personal. “En 32 años, desde la desaparición de mi hijo, nunca había tenido una charla tan amena con un militar”, asegura Fabiola.
Aunque siente que el encuentro no puede ser considerado como un acto oficial de perdón, está segura de que el diálogo con el general Mejía es un paso más para lograr justicia en el caso de su hijo Luis Fernando.
Para Fabiola la conversación con el general Mejía es un triunfo más de la operación Cirirí, una estrategia que se inventó para buscar a su hijo y que gracias a su “insistencia, persistencia e incomodidad” le sigue dando resultados 32 años después.