El Museo necesita una política ciudadana, más que de gobierno: Carlos Uribe

El Concejo de Medellín debería blindar al Museo Casa de la Memoria asignándole un presupuesto permanente que garantice su labor y le permita expandir sus acciones en la ciudad y el departamento, expresó Uribe. Cuarta entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.

 

Por Yhobán Camilo Hernández Cifuentes

Carlos Uribe Uribe fue le primer director del Museo Casa de la Memoria de Medellín. Estuvo en el cargo entre diciembre de 2012 y octubre de 2013.

El Museo Casa de la Memoria de Medellín “no solo tiene la posibilidad de generar un proyecto potente de memoria pública en la ciudad, en cuanto a lo museológico, lo comunicacional, lo social y lo educativo, sino que también se puede convertir en un referente internacional como lugar de memoria ejemplar”, expresó Carlos Uribe, director de esta entidad entre diciembre de 2012 y octubre de 2013. Sin embargo, agregó, el Museo adolece de un presupuesto digno y permanente que le brinde garantías para consolidar su equipo de trabajo, mantener sus procesos en el tiempo, construir su segunda etapa y proyectar acciones de reparación simbólica a futuro.

Sobre las incertidumbres y los desafíos que aún enfrenta esta entidad, Hacemos Memoria conversó con Uribe, quien fue el primer director de este proyecto de ciudad y quien a su salida le presentó una carta de renuncia al alcalde, Aníbal Gaviria, en la cual expuso la falta de voluntad política de la administración para sacar adelante este lugar de memoria que, entre otras cosas, sufrió en ese periodo una reducción del equipo de trabajo, el cual pasó de 21 colaboradores en enero a “cuatro guerreras colaboradoras” en junio, según describió el mismo Uribe en el documento. Ver: Piden compromiso con el Museo Casa de la Memoria

 

¿Cuáles fueron los principales logros que tuvo el Museo Casa de la Memoria en el periodo en que usted fue director?

A mí me correspondió recibir el edificio aún en obra. La gestión mía fue acondicionarlo para que fuera habitable en el sentido de tener espacios comunes y técnicos adecuados, oficinas con conexión a Internet, iluminación, automatización y, poco a poco, dotarlo de mobiliario y dispositivos museográficos.

Seguidamente, a través de la Secretaría de Cultura logramos gestionar el recurso para la museografía de la Sala Central, que es la sala permanente que tiene en este momento  y el Recinto de la Memoria que es el “santuario” que hace honor a muchas de la víctimas del conflicto armado, en un espacio con atmósfera oscura dotado de pantallas con sus fotografías que se encienden y desaparecen ante los ojos del visitante. Ahí es donde realmente se le dio habitabilidad al Museo para poder abrirlo al público. Se hicieron exposiciones temporales y actividades con víctimas, se generó, de alguna manera, un lugar de encuentro bajo el concepto de «casa» más que de museo, aunque se trabajó en ambos sentidos: una casa que alberga a las víctimas y a las organizaciones de derechos humanos para que tuvieran un lugar de encuentro, de reflexión y de propuestas. Y un museo con contenidos que sirvieran como plataforma formativa y de pensamiento para que las nuevas generaciones, los públicos propios y extranjeros, puedan tener una noción de cuál ha sido la historia del conflicto armado en Colombia y, particularmente, cómo Antioquia y Medellín, han vivido todas las variables de ese conflicto, desde la formación de los grupos armados y las milicias, el protagonismo de las fuerzas armadas, hasta la arremetida del paramilitarismo y el narcotráfico.

¿Con qué dificultades se encontró usted en la dirección?

Me encontré con todas. Hubo una presión muy fuerte de parte de las secretarías de la Alcaldía, de la misma oficina del Alcalde, de organizaciones de cooperación internacional, de dependencias de la Presidencia de la República que presionaban al Museo a dar resultados inmediatos y en ese momento, al menos en mi dirección, este espacio no estaba en condiciones de brindar un servicio con todas las garantías de funcionamiento, de hecho no estaba abierto aún, nosotros realizábamos acciones con las organizaciones de víctimas por fuera del Museo.

Digamos que sí, tuve muchas dificultades, entre esas que me recortaron el equipo, yo solo trabajé con cuatro personas, todos de cargos directivos, pero no había personas, por ejemplo, que cumplieran con los servicios generales, con los talleres, con los procesos de base del Museo. Esto hizo mucho más complejo el proceso, pero ante las dificultades la creatividad, con lo cual logramos darle dinámica y presencia en sus exteriores con el Jardín Memorial, el Bosque de la Esperanza y con la instalación del busto de Mahatma Gandhi como referente de la No Violencia.

¿Cuáles son las dificultades o desafíos que aún enfrenta el Museo?

Yo pienso que el Museo se ha sostenido mal que bien y con controversias, por su puesto. Pero debería tener un apoyo estatal más fijo, pese a que se ha hecho mucha gestión con el Concejo de Medellín para que lo blinde y tenga un presupuesto permanente no solo para su funcionamiento sino también para la inversión.

Pero vemos que se quedó estancada la etapa dos del Museo, que es la continuación del edificio, porque lo que hoy día se puede visitar es lo que logramos concebir durante mi dirección, más algunos aportes que le han hecho las posteriores direcciones. Básicamente lo que se hizo en 2013 es lo que está allí: el recorrido museográfico de la sala permanente sobre el conflicto, el espacio ritual de memoria al fondo y el Jardín Memorial que está en el exterior. Sin embargo, esto tenía una continuidad museológica que proponía unos espacios de reflexión y de respuestas socioculturales para la construcción del ciudadano y de lo colectivo a futuro, orientados más hacia la paz, hacia cómo entendernos mejor en el posconflicto. Ese espacio, una sala infantil, una sala temporal y oficinas que debería tener el Museo, no los tiene porque ni el gobierno de Aníbal Gaviria ni el de Federico Gutiérrez los construyeron, y esta administración de Daniel Quintero, en la situación que está la ciudad por la pandemia COVID-19, que es a todas luces extraordinaria e impredecible, es posible que ya no realice la etapa dos del Museo.

De manera que el edificio del Museo estaba concebido integralmente para tener dos etapas, pero lastimosamente eso se quedó al margen, cuando tener esta integralidad le garantizaría a cualquier ciudadano o visitante, y a las mismas personas que trabajan allí, la posibilidad no solo de cuestionarse si no salir más  fortalecidos con preguntas acerca de su misión en la sociedad, a partir de unos contenidos y narrativas que se proponían museológicamente.

Yo pienso que algunas administraciones le han dado todo el oxígeno necesario al Museo mientras otras lo han interrumpido, como está pasando ahora. Por eso se requiere que este establecimiento tenga un presupuesto permanente que le permita mantener su acción interna, expandirla a organizaciones de memoria y derechos humanos que están realizando trabajo en los barrios de la ciudad y también, de alguna manera, tener injerencia en otros lugares y museos de memoria que hay en Antioquia, como en los casos de Granada, San Carlos, Mutatá, donde se está haciendo un trabajo interesante. Tener un presupuesto para esto garantizaría la posibilidad de llegar y tener un contacto más permanente con otras organizaciones para aportarles recursos e insumos que les permitan desarrollar talleres, actividades de resistencia o reparación, conversatorios y nuevos proyectos de memoria.

Hace un mes el alcalde Daniel Quintero le pidió la renuncia a Cathalina Sánchez, quien se venía desempeñando como directora del Museo, ¿qué opinión le merece este cambio?

Esa fue una decisión nefasta porque Cathalina Sánchez venía cumpliendo un trabajo muy valioso. Ella relevó a Adriana Valderrama, cuya gestión tuvo muchos altibajos. Pero Cathalina supo entender la coyuntura y desarrolló un proyecto muy cercano a las organizaciones de víctimas, siguió dándole importancia al tema de la proyección de los estímulos que, de alguna manera, le generan alternativas a las organizaciones que trabajan en los lugares de memoria de los barrios y las comunas. De hecho ella fue una persona muy bien calificada en el proceso de empalme de la Alcaldía, pero luego las presiones políticas, o a la politiquería misma, generaron que se pidiera su cargo.

Estas situaciones no garantizan una buena continuidad de la labor que desarrollan los directores o los líderes de los proyectos culturales y museológicos de la ciudad. Lo que necesitamos es que los gobiernos entiendan que los proyectos culturales y museográficos no deben someterse a los tiempos políticos, que no son un programa de gobierno, son proyectos de ciudad que necesitan continuidad, conservar buenos directores, buenos profesionales en los equipos de trabajo, a los que se les valoren sus experiencias y conocimientos adquiridos, para que garanticen procesos y no solo acciones coyunturales y episódicas que no le aportan mucho al proyecto de memoria de la ciudad. El proyecto de memoria de la ciudad necesita continuidad, y creo que Cathalina era una persona que venía de la academia que lo estaba haciendo bien.

En su historia, el Museo Casa de la Memoria tuvo su nacimiento, al ser nombrado yo como primer director, cuando se habilitó para el público, aunque yo tampoco estuve mucho tiempo, no duré realmente un año, ahí hubo un corte en la continuidad. Luego vino Lucía González que fue muy buena directora, hacía parte del grupo político del alcalde, estuvo durante más de cuatro años y eso garantizó muchas cosas. Después hubo un altibajo con la llegada de Adriana Valderrama. Aunque ella venía de la academia, tenía una maestría y un acercamiento a procesos de reinserción política en el caso de Irlanda, se enfocó demasiado en los contenidos museográficos, se acercó mucho a lo artístico, pero se alejó de las víctimas, y en esto hay que mantener un equilibrio, no se debe ir demasiado hacia un extremo y dejar el enfoque hacía las víctimas, porque ellas deben tener el apoyo de trabajadores sociales, psicólogos, pedagogos, artistas, personas de la academia, para que así se garanticen las medidas de reparación y se potencie el proyecto de comunicación pública de memoria de la ciudad. Y en el último periodo vino Cathalina  que fue muy clara en sus objetivos y llevó al Museo a unos estándares importantes de aceptabilidad por parte de las organizaciones de víctimas, derechos humanos y del sector cultural, y a una buena aceptación en su proyección académica. No obstante, el que el Museo Casa de la Memoria no haya quedado incluido en el actual Plan de Desarrollo de la ciudad, lo resume todo.

¿Cómo cree que debería elegirse y nombrarse el director o directora del Museo?

Hay que cambiar la manía de nombrar a dedo. Desde el año 2012 el Museo Casa de la Memoria tiene un consejo directivo constituido no solo por el Alcalde, quien lo encabeza, y por las secretarías de Educación, Gobierno y Cultura, sino también por organizaciones sociales como la Corporación Región, por Proantioquia, por la academia y por las organizaciones de víctimas y derechos humanos. Es importante consultar con ellos, enviar una terna para que los integrantes de ese consejo tomen una decisión de quién es la persona más idónea para sacar adelante un proyecto como éste.

A su juicio, ¿qué desafíos enfrentará el nuevo director del Museo? 

Tendrá que darle al Museo toda la calidad que necesita en su enfoque para que pueda alcanzar las metas y proyecciones que requiere un museo de memoria como el de Medellín, que es un referente en Colombia y Latinoamérica.

El Museo Casa de la Memoria de Medellín no solo tiene la posibilidad de generar un proyecto de memoria pública en la ciudad, en cuanto a lo museológico, lo comunicacional, lo social y lo educativo, sino que también puede ser un referente internacional, porque al Museo lo visita público de fuera del país y porque su particularidad es que habla de un conflicto armado que sigue activo; es un museo que creó un guión museológico en medio de un conflicto abierto, no de un conflicto cerrado como ocurrió con otros museos de Suramérica o Europa.

¿Qué hacer para que el Museo no dependa de los manejos que quieran darle los gobernantes de turno y que, por el contrario, pueda consolidarse como un proyecto de ciudad cuyos planes, programas y proyectos sean sostenibles en el tiempo?

Se requiere que el Concejo de Medellín lo adopte como un proyecto que hace parte de la Ley de Víctimas por medio del cual la ciudad quiere garantizarles a las víctimas de los diferentes grupos del conflicto armado, como del narcotráfico mismo, la posibilidad de tener un lugar en el que se aprecien los procesos históricos de una forma plural y se generen espacios de construcción de un sujeto y de una colectividad que actúen consecuentemente hacia un proceso de reparación activa y crítica en el marco del postconflicto. Si el Concejo les da esas directrices a los diferentes gobiernos y le garantiza al Museo un presupuesto permanente con el cual pueda actuar, pues se puede lograr una expansión y proyección no solo del edificio mismo sino también de las acciones hacia los barrios de la ciudad y otras regiones del departamento.

¿Cree que existe el riesgo de que bajo alguna administración o gobierno local el Museo pueda sufrir un giro en su enfoque de memoria? Algo similar a lo que ha venido pasando con el Centro Nacional de Memoria Histórica

Claro, estamos en un terreno bastante sinuoso y complejo que ha venido pasando con los gobiernos de derecha, específicamente en Colombia con el gobierno del presidente Iván Duque, relacionado con el cambio de los liderazgos de proyectos claves en cuanto al manejo y salvaguarda de la historia y la memoria del país como el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional y el caso del Centro Nacional de Memoria Histórica. Eso podría pasar en otros entes territoriales, esperemos que no. Es un peligro que está latente y sería nefasto en el enfoque de una narrativa más plural.

Aquí lo importante es la pluralidad de enfoque, la convivencia y connivencia de todos los actores, para que tanto académicos como organizaciones de víctimas, comunitarias y de derechos humanos puedan también aportar su testimonio e interpretaciones como memoria en la construcción de una narrativa más inclusiva. Esa narrativa más holística, más plural, más participativa y horizontal, es la que los lugares, museos y casas de la memoria deben tener en la construcción de una nueva realidad y de los procesos históricos que se han vivido.

 


El Museo Casa de la Memoria aún no está terminado: Cathalina Sánchez

Museo Casa de la Memoria de Medellín. Foto: cortesía del museo.

 

La construcción de la segunda etapa del Museo y la asignación de un presupuesto que le garantice estabilidad, son las dos principales deudas que tiene Medellín con este lugar de memoria. Primera entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.

 

 


Vamos a discutir el objeto social y la misión del Museo: Jairo Herrán Vargas

 

 

Para el nuevo director, la entidad necesita mecanismos de autofinanciación para que no siga “atenida” al presupuesto de la Alcaldía, pero debe mantener  la línea política que marque el alcalde. Quinta entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.