Por Elizabeth Otálvaro
Hacemos Memoria entrevistó a la periodista Elizabeth Aristizábal y conversó con ella sobre sobre la relación entre el humor y el conflicto armado en Colombia
Para resolver cuál es el aporte de la caricatura al proceso de transición que vive el país y, a su vez, su contribución a la memoria histórica, Hacemos Memoria convocó a Elizabeth Aristizábal, periodista de la Universidad de Antioquia y actualmente estudiante de la Maestría en Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ella ha tenido como objeto de estudio la caricatura y en razón de su pasión por esta expresión artística responde a dos preguntas fundamentales sobre el binomio humor-conflicto armado.
¿Cuál es el aporte del humor, expresado en la caricatura, en un contexto de negociación y de transición de la guerra a la paz, como el que actualmente vive Colombia?
El humor tiene dos funciones básicas de acuerdo a dos académicos que se propusieron estudiarlo: el psicoanalista Sigmund Freud y el filósofo Henri Bergson.
Freud considera que el chiste tiene una relación, por decirlo en palabras sencillas, catártica con el inconsciente, permitiendo, por ejemplo, que el individuo obtenga el placer de libertad al decir humorísticamente algo que no podría decirse porque resulta ofensivo o rompe las reglas de autoridad y cortesía que hay en la sociedad.
Según Bergson, el humor sirve para castigar mediante la burla el comportamiento que se sale de las normas sociales. En ese sentido, el humor tiene la función de ejercer un control social que permite que quienes conforman una sociedad se sientan obligados –so pena de asumir el escarnio público– de seguir patrones de comportamiento aceptados.
Retomando a estos dos estudiosos, el humor es en la prensa un elemento de liberación de la autocensura del periodista, editor, director, columnista o caricaturista frente a lo que no debe decir pero dice. Al mismo tiempo, con el humor se habla desde un sistema de valores y creencias que castiga mediante la burla el comportamiento de un político, un gobernante, una empresa o una institución. Con la liberación de la autocensura se cumple lo dicho por Freud y con el ejercicio del escarnio público, lo dicho por Bergson.
Lo especial de la caricatura está en su capacidad de síntesis y en el interés que despierta en el lector de periódicos. Pero hay que decir que la caricatura no es igual a independencia, verdad u otra fórmula mágica que nos muestre la realidad de lo acontecido. La caricatura puede ser de corte editorialista o tipo columna de opinión. Lo cierto es que la caricatura está revertida de cierta impunidad para sortear la censura social o política, que no la exime de responsabilidad ni garantiza la integridad física y mental del caricaturista. Basta recordar el atentado del 7 de enero de 2015 a la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
Entonces, en el contexto actual, la caricatura llama la atención sobre un hecho, aprueba o desaprueba una acción del gobierno, de las Farc o de los opositores al actual proceso de negociación, y es el lector, que se ve representado allí, quien multiplica la imagen, reafirma su percepción sobre los hechos o la modifica. En ese sentido, la caricatura política puede tener el mismo valor para la opinión pública que el comentario de un líder de opinión.
¿Cómo aportan estos documentos a la construcción de memoria histórica?
De doble manera: la caricatura se refiere en ocasiones ha hechos del pasado que nos hacen rememorar y pensar que algo así no puede volver a suceder y, por otro lado, documenta el día a día de procesos históricos como son, en los recientes diez años, el proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia y los diálogos de La Habana entre el gobierno y las Farc.
En estos escenarios se reproducen dibujos que se vuelven símbolos de la historia política o social colombiana. Es el caso del elefante que Osuna dibujó para representar la respuesta del presidente Ernesto Samper sobre el proceso ocho mil. O figuras que sintetizan prácticas comunes en la política colombiana como el mico en las decisiones del Congreso y Temis la dama de la justicia que ha sido coja, ciega, sorda y muda.
En conclusión, la buena caricatura es aquella que no solo nos hace reír en un primer instante sino que, sin irte muy lejos, te lleve a la reflexión. No basta con dedicarle quince segundos a la imagen. La disposición de su lector debe ser la disposición de quien va a leer una novela. Hay que entender los personajes, el rol que cumplen, por qué aparecen determinados objetos, los colores, el gesto y el diálogo. Hay que sentir aprecio o enojo por el personaje. Por último, la caricatura, la buena caricatura, obliga al lector a leer las noticias, a conocer el hecho para sentirse indignado, feliz o acongojado, y pasar así de la carcajada a la comprensión de temas tan delicados como son los diálogos de La Habana, el proceso de restitución de tierras o las contradicciones en los líderes políticos.
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