El viernes 16 de junio del 2006 cerca de catorce mil personas, entre estudiantes, profesores, empleados, egresados, habitantes y autoridades civiles de Medellín, rodearon la Ciudad Universitaria en un gigantesco abrazo para rechazar las amenazas difundidas por las Autodefensas de la Universidad de Antioquia (Audea) a través de un correo electrónico masivo.
El mensaje, que llegó a los correos institucionales de la Universidad a principios de mayo de ese año, revivió el temor sobre futuras acciones que violentaran la Universidad o a sus miembros. Sin embargo, también avivó el sentimiento de rechazo de la comunidad universitaria hacia todo tipo de violencia contra la institución.
“Cuando llegaron las amenazas había inquietud porque nosotros veníamos de más de un año de persecuciones y de amenazas, algunas muy violentas”, recuerda Adrián Vásquez, líder estudiantil de aquella época y egresado del Instituto de Filosofía de la Universidad. “Para nosotros la preocupación era la violencia del paraestado frente a las organizaciones y dirigentes estudiantiles”, explica.
En principio, el mensaje del correo masivo amenazó a 15 miembros de la comunidad universitaria, entre profesores y estudiantes. Aunque a los pocos días otros más fueron agregados a esa lista, lo que hizo que el número de amenazados aumentara a 23. “El miedo estaba ahí. Era muy real. El antecedente era que esos manes amenazaban y luego ejecutaban”, recuerda Leider Perdomo, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, que en esos años era estudiante de esa misma facultad.
Además de las amenazas, explica Perdomo, la Universidad enfrentaba en ese momento un ambiente de inestabilidad a raíz de la muerte de las estudiantes Paula Ospina y Magaly Betancur, que murieron pocos días después de que quedaran heridas en una explosión, el 10 de febrero del 2005, durante un enfrentamiento entre estudiantes y la policía en la Ciudad Universitaria. Desde entonces esa fecha es recordada entre los universitarios como el 10F.
Cuando se difundieron las amenazas “había un contexto muy complicado en el que la gente se sentía insegura. No había muchos líderes estudiantiles y se vivía una inestabilidad política al interior de la Universidad”, cuenta Alejandro Sierra, quien ahora es docente universitario y era estudiante de Historia de la Universidad en el 2006. Sierra fundó a principios de los años 2000 la Corporación Comité Universitario de Derechos Humanos Gustavo Marulanda, e impulsó una colecta de fondos para ayudar a los estudiantes capturados luego de la explosión en que murieron Paula y Magaly.
Fue en medio de este ambiente de inestabilidad, marcado por iniciativas estudiantiles de resistencia, que las directivas de la Alma Máter crearon campañas institucionales para rechazar la violencia y fortalecer el sentido de pertenencia a la Universidad. Así nació la jornada Abracemos la Universidad, que era la culminación de una estrategia de comunicaciones institucional cuyo fin consistía en rechazar las amenazas y, de paso, promover valores institucionales como la fraternidad, la solidaridad, el respeto, la vida y la libertad.
“Hubo un llamado de cohesión muy abierto a la sociedad, donde todos los sectores participaron. Fue un llamado de la Universidad a decir: esto es un patrimonio de todos y lo tenemos que defender. Una de las primeras defensas fundamentales fue la vida”, recuerda Gisela Posada, la jefe de Relaciones Públicas de la Universidad en ese momento y quien actualmente trabaja como líder del programa Cultura Centro de la Universidad.
El abrazo fue una acción promovida y organizada por Gisela y su equipo. Empezó a las tres y media de la tarde con las notas del himno de la Universidad, que fue la señal para que en varias porterías del campus las personas se tomaran de las manos y comenzaran a rodear el perímetro universitario. El acto terminó con un evento cultural en la plazoleta central, junto a la fuente de la Ciudad Universitaria, en el que hubo intervenciones artísticas de estudiantes, acciones simbólicas y discursos de apoyo a la Universidad.
Aunque el abrazo tuvo un gran respaldo universitario y proyectó un espíritu unánime contra la violencia, algunos estudiantes de la Universidad adoptaron posturas críticas frente a él, pues lo consideraban una acción para acallar al movimiento estudiantil. “Fue una forma de blindarse ante la violencia, pero en ese momento lo vimos como una manera de acallar la lucha que estábamos dando por los presos políticos”, recuerda el profesor Perdomo en relación con las 14 personas que fueron capturadas por los hechos del 10F.
Uno de los discursos críticos de aquellos días era el que reivindicaba todas las expresiones de la protesta social dentro de la Universidad. Sobre eso, Adrián Vásquez recuerda que la negociación previa del movimiento estudiantil con la Rectoría para organizar el abrazo y escribir el Manifiesto para que la universidad viva —que luego fue firmado por el Consejo Académico y la Asamblea General de Estudiantes— “implicaba rechazar todas las violencias, incluso la capucha”, y ese era un punto conflictivo para algunos grupos del movimiento estudiantil.
Pero “la situación llegó a tal punto que en ese abrazo estuvo el alcalde [Sergio Fajardo]. ¡Pero por eso ganamos! ¡Por eso no nos tocaron a un solo estudiante! Tener rodeada la Universidad con todos los estamentos, con los profesores, con la administración, con toda la ciudadanía, con la Alcaldía, fue el mejor muro que pudimos poner”, dice Adrián Vásquez.
Trece años después del abrazo que rodeó la universidad en noviembre del 2006, algunos universitarios de la época, como Perdomo, reconocen que, en retrospectiva, “tácticamente no estaba mal. El abrazo se trató de sumar y no de reducirnos”. Por su cuenta, Adrián Vásquez cree que con el abrazo la Universidad actuó con “una respuesta desde la conciencia”, como si fuera un cuerpo que se abrazaba para expulsar el miedo. El abrazo, admite Gisela Posada, “quizá no atemorizó a los asesinos, pero por lo menos los hizo detener sus intenciones”.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
es un contenido producido por el
Proyecto Hacemos Memoria