Julián Andrés Orrego Álvarez, estudiante de la Universidad de Antioquia, murió el 2 de diciembre de 2019 tras la detonación accidental de explosivos en medio de una jornada de protesta. Lo que siguió no fue solo el duelo de su comunidad, sino una disputa por el sentido de su muerte y por la forma en que contamos la historia de quienes protestan.
Por Esteban Quintero Nanclares y María Isabel Franco Gómez*
Foto de portada: Fabián Uribe Betancur
La tarde del 2 de diciembre de 2019 parecía transcurrir como cualquier otra en los alrededores de la Universidad de Antioquia, donde pancartas, murales y reuniones espontáneas ya formaban parte del paisaje desde el estallido del Paro Nacional. Pero ese día ocurrió algo que aún resuena en el recuerdo de muchos: la muerte de Julián Andrés Orrego Álvarez, un joven estudiante de 21 años, comprometido con su comunidad, que perdió la vida al detonar accidentalmente explosivos que llevaba consigo durante una jornada de disturbios.
Su muerte no solo estremeció a su familia y amigos, también polarizó las opiniones en redes sociales, motivó pronunciamientos institucionales y reabrió una herida conocida. ¿Qué lugar ocupan los jóvenes en un país que responde a la protesta con estigmatización o represión? ¿Qué narrativas construimos sobre ellos cuando mueren? ¿Quién era Julián, más allá del titular de un noticiero?
Donde había sueños: la historia de un joven llamado Julián
Julián Andrés Orrego no era un desconocido para su comunidad. Nacido y criado en la vereda La Loma, en el corregimiento de San Cristóbal, en Medellín, era estudiante de Licenciatura en Educación Física en la Universidad de Antioquia, se desempeñaba como entrenador de niños en la organización AsoDIM, en el estadio Atanasio Girardot, y era arquero en un equipo local.
Santiago Muñoz, líder del grupo juvenil El Chai —espacio en el que Julián participaba activamente— lo recordaba como un joven alegre, solidario y muy comprometido con su comunidad. Según un artículo de El Tiempo titulado ¿Quién era el joven que falleció porque se le explotó una papa bomba?, publicado el 3 de diciembre de 2019, Julián no sólo se vinculaba a las actividades lúdicas y culturales del barrio, sino que además tenía un profundo interés por la educación. Soñaba con graduarse y convertirse en profesor de Educación Física, y hablaba con frecuencia de su deseo de aportar a la comunidad desde el deporte y la pedagogía.
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Sus amigos lo describen como un lector inquieto, amante del fútbol, la música, la política y la poesía. Le gustaba escribir y conversar. Era un joven crítico, reflexivo, pero no violento. “Lo que más valoramos son sus buenos actos, su liderazgo y su energía. Pedimos respeto en este difícil momento, porque lo que se perdió fue una vida”, escribieron sus amigos en Facebook tras conocerse la noticia de su fallecimiento.
El estallido: una muerte en el corazón de la protesta
Ese lunes, como otros días de 2019, la Universidad de Antioquia era escenario de asambleas, protestas y creación colectiva en el marco del Paro Nacional. El país vivía un momento de efervescencia social: el descontento frente al gobierno de Iván Duque, el asesinato de líderes sociales y el reciente caso de Dilan Cruz —asesinado por el Escuadrones Móviles Antidisturbios de la Policía Nacional (ESMAD), en Bogotá, durante una protesta pacífica— alimentaban la rabia y la movilización.
Hacia las 2:30 de la tarde, un grupo de encapuchados del movimiento Jaime Bateman Cayón apareció por primera vez ese día en la universidad y bloqueó la calle Barranquilla. En medio del intento de detener a un motociclista que se negaba a frenar, ocurrió el accidente. Julián, uno de los manifestantes, cayó. La detonación fue inmediata. Los explosivos artesanales que llevaba consigo le provocaron heridas graves. Fue trasladado de urgencia al Hospital San Vicente Fundación, donde falleció poco después de una cirugía.
Las autoridades, en voz del entonces secretario de Seguridad de Medellín, Andrés Tobón, confirmaron la versión del accidente. Tanto la Policía como varios medios de comunicación lo identificaron rápidamente como encapuchado y lo vincularon a un grupo que consideraban “violento”.
Las reacciones: entre el dolor y la condena
La Universidad de Antioquia reaccionó con un comunicado que apelaba al respeto, la reflexión y la defensa de la vida. En palabras del rector John Jairo Arboleda Céspedes:
Frente a este lamentable suceso, reiteramos sin titubeos ni juzgamientos uno de nuestros principios fundamentales: ser una universidad con un profundo sentido humanístico y humanitario. Este principio sostiene nuestra convicción de que la vida es un valor sagrado.
El martes se llevó a cabo una velatón en la calle Barranquilla, donde estudiantes, amigos y ciudadanos encendieron velas por Julián. Fue un acto de duelo colectivo, pero también de resistencia: allí se exigió respeto por su memoria, justicia y una reflexión sobre lo ocurrido.
En la red social X, por otro lado, el tono fue más polarizado. Mientras algunos lamentaban su muerte y pedían comprensión por el contexto social, otros lo acusaban de “terrorista” o “vándalo”. Comentarios como “él mismo se lo buscó” o “eso pasa por jugar con pólvora” contrastaban con mensajes como el de la activista Pato Marinera, quien lamentó el hecho como una tragedia de fondo social. En su cuenta de Facebook escribió:
Para mí Julián fue un sembrador de sueños, era un futbolista, era hijo, hermano, nieto, estudiante de licenciatura en Educación Física de la UdeA, pero lo más importante y por lo cual lo recordamos la mayoría era integrante de la Loma Joven.
El contexto: un país que explota por dentro
Para comprender lo que ocurrió con Julián no basta con mirar el momento del accidente. Es necesario situarlo dentro del contexto del Paro Nacional de 2019. Desde el 21 de noviembre, Colombia vivió una de las movilizaciones sociales más importantes en décadas. Las marchas, cacerolazos y actos simbólicos se multiplicaron por todo el país.
El descontento se centraba en varios puntos: las reformas propuestas por el gobierno Duque, la implementación parcial del Acuerdo de Paz con las FARC, la violencia sistemática contra líderes sociales y el uso excesivo de la fuerza por parte del Estado. En ese clima de tensión, las universidades públicas y privadas se convirtieron en centros neurálgicos de organización y denuncia.
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La Universidad de Antioquia, con su historia de movilización y pensamiento crítico, no fue la excepción, en especial porque también ha sido blanco frecuente de estigmatización. “¿Son las universidades semilleros de terroristas?”, preguntó de forma alarmista el usuario Víctor Trujillo en su cuenta de X. La pregunta no solo es ofensiva, sino también peligrosa: borra los matices, desconoce las trayectorias individuales y legitima la represión como respuesta automática.
Más allá del encapuchado: ¿Quién cuenta la historia?
La figura del encapuchado suele ser presentada como símbolo del caos. Pero detrás de la capucha, muchas veces hay jóvenes con historias como la de Julián. Jóvenes que no encuentran espacios seguros de expresión política, que crecen en barrios estigmatizados, que sienten frustración, impotencia y una necesidad de hacer algo, aun cuando no siempre elijan los medios adecuados.
El fotógrafo Jesús Abad Colorado, egresado de la Universidad de Antioquia, dijo en su red social X:
La muerte de Julián Andrés Orrego, estudiante de mi @UdeA es una tragedia que nunca más debería repetirse. Duele hasta el alma su juventud y sueños destruidos. Nuestras universidades deben ser espacios creativos de palabras y esperanza, no de violencia. ¿Hasta cuándo? Basta ya!.
Julián no era un símbolo, era una persona. Y su historia merece ser contada con todos sus matices. ¿Cómo hablar de Julián sin encasillarlo? ¿Cómo hablar de Julián sin caer en la idea de justificar lo injustificable?
La vida que se apagó entre una explosión y la rabia
A más de cinco años de su muerte, la figura de Julián Orrego sigue siendo incómoda para algunos sectores. Su nombre no aparece en placas ni monumentos, pero su recuerdo persiste en su comunidad, en los amigos que aún lo nombran, en los niños a los que alguna vez entrenó y en una universidad que continúa debatiendo el papel del estudiantado en la protesta social.
Su muerte deja preguntas sin respuesta: ¿Estamos escuchando a nuestros jóvenes? ¿Es la violencia la única forma que les queda para ser visibles? ¿Qué responsabilidad tienen el Estado, los medios de comunicación y las universidades en evitar tragedias como esta? Porque, más allá del debate político, lo cierto es que un muchacho no volvió a casa ese día. Y ese vacío debería dolernos a todos.
*Esteban Quintero Nanclares, estudiante de séptimo semestre de Sociología en la Universidad de Antioquia. Tengo 29 años y, desde mi formación académica, he comprendido que la Sociología no es solo una disciplina, sino una herramienta para leer críticamente la realidad que habitamos.
María Isabel Franco Gómez, estudiante de sexto semestre de Sociología en la Universidad de Antioquia. Tengo 27 años. Mis intereses académicos se orientan hacia una mirada crítica e intelectual que busca comprender las relaciones entre poder, espacio y subjetividad en los contextos sociales contemporáneos.
** Este artículo es resultado del curso Violencias y resistencias en la Universidad de Antioquia: una mirada desde adentro, ofrecido por Hacemos Memoria en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.

