En el Patio del Olvido del Cementerio Central de Palmira, bajo la sombra de un guásimo, la UBPD ha recuperado 99 cuerpos, mientras los hallazgos fortuitos y los osarios insuficientes revelan el reto de encontrar a las 676 personas que aún reposan allí.
Por Fabián Uribe Betancur
Foto de portada: UBPD
En un rincón silencioso del Cementerio Católico Central de Palmira, se distribuyen 89 cruces blancas que guardan un peso que la tierra ya no puede ocultar: al menos 676 personas víctimas del conflicto armado reposan allí, esperando volver a tener un nombre.
Desde finales de 2023, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) ha caminado entre tumbas y registros, en el que ha documentado y descubierto el suelo que revela sus secretos a cuentagotas. Hallazgos fortuitos de restos en las columnas del camposanto y la falta de osarios ya no alcanzan para tanto dolor acumulado. Cada fragmento de hueso expuesto no solo habla de una vida ausente, sino también de la magnitud de una tarea urgente: encontrar, identificar y devolver memoria a quienes la violencia quiso borrar.
Entre la remoción lenta y constante de la tierra, el golpeteo rítmico de las picas y el vaivén de las palas, en septiembre del presente año se marcó un nuevo capítulo en la búsqueda de personas dadas por desaparecidas en este cementerio. En la cruz 22, un equipo de investigadores forenses volvió a abrir la tierra, guiado por pesquisas y solicitudes de búsqueda que señalaban este lugar como posible punto de hallazgo. De las capas de suelo removido, emergieron 9 cuerpos más, silenciosos testigos de una historia aún sin nombre. Con este hallazgo, ya son en total 99 los cuerpos recuperados.
La búsqueda
En las afueras de Palmira, a unos treinta kilómetros de Cali (Valle del Cauca), se levanta el Cementerio Católico Central, un lugar que guarda dos mundos distintos. El primero es el convencional, donde los vivos rinden homenaje a sus muertos entre flores, fotografías, placas relucientes y pequeñas estructuras en forma de casas que resguardan las tumbas como si aún ofrecieran techo y cobijo. El segundo comienza al cruzar la calle que conduce a la antigua estación del ferrocarril. Allí está el Patio del Olvido: un amplio terreno amarillento, custodiado por nueve árboles, donde las lápidas se apoyan directamente sobre la tierra y los osarios se desdibujan en los muros blancos y rojo intenso de los ladrillos crudos.

En este lugar, donde el tiempo parece estar suspendido, los nombres amenazan con desvanecerse como polvo en el viento. En un rincón se extiende un lote de 800 metros cuadrados custodiado por un frondoso guásimo y mallas de metal. En esa sombra reposan 89 cruces: cada una marca el rastro silente de una vida arrebatada por el conflicto armado, mientras en las paredes, osarios recién pintados de blanco cuelgan inscripciones que apenas dicen “CNI”, cadáver no identificado, o “Prohibido exhumar o alterar”. Son advertencias silenciosas que protegen restos aún sin nombre, cuerpos que esperan recuperar las señas y ser devueltos a sus familiares.
Desde finales de 2023, la UBPD, en coordinación con la Corporación Humanitaria Reencuentros —liderada por firmantes de paz—, han emprendido una investigación humanitaria que tiene como propósito rescatar del olvido los cuerpos y las memorias de quienes perdieron la vida durante el conflicto armado en el Valle del Cauca.
La intervención forense al Cementerio de Palmira surgió a raíz de una investigación conjunta enfocada en hallar el paradero de un excombatiente de la antigua Compañía Móvil Gabriel Galvis de las FARC-EP, grupo que tuvo presencia en el sur del Valle del Cauca y el norte del Cauca. Esta investigación hace parte de los sitios de interés forense del Plan Regional de Búsqueda Área Metropolitana de Cali, que comprende los municipios de Candelaria, Dagua, Jamundí, Palmira, Cali, Puerto Tejada y Villa Rica.
El excombatiente, conocido en la antigua estructura como “Esteban” y llamado en la vida civil Alejandro Girón García, falleció el 20 de enero de 2012 durante un enfrentamiento armado en el municipio de Florida, también Valle del Cauca. Su cuerpo fue retirado de la zona de combate por el Ejército y, sin nombre o familiar que lo reclamara, terminó inhumado bajo la sombra del guásimo.
Según Daniel Felipe Guerra, antropólogo e investigador de la UBPD, la solicitud de búsqueda realizada por la familia de Girón dio inicio a un proceso de caracterización del cementerio, con el propósito de explorar si en ese lugar podrían encontrarse otras personas desaparecidas. “Este proceso abarcó diversas dimensiones, como la documental, la poblacional, la histórica y la física, articulándose con la información recopilada y el trabajo de archivo llevado a cabo de manera minuciosa junto a la Unidad Básica de Palmira del Instituto de Medicina Legal”, recuerda con lenguaje técnico el profesional.
Este análisis permitió la identificación de 89 cruces, cada una de ellas son una marca de la posible ubicación de estructuras óseas. Desde 1982, según datos de la UBPD, en este sector del cementerio fueron inhumadas personas no identificadas o no reclamadas, cuyos nombres se perdieron en el tiempo. Solo en este sector descansan 676 cuerpos, cada uno con su historia silenciada.
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En mayo de 2024, la UBPD intervino el lote para recuperar las estructuras óseas de Alejandro Girón García, “Esteban”, quien fue hallado entre nueve cuerpos apilados junto al guásimo. Tras este proceso, y en colaboración con la Corporación Humanitaria Reencuentros, la entidad humanitaria y extrajudicial realizó un análisis que evidenció la falta de osarios y de las medidas de resguardo de estos restos.
Fue así como los comparecientes de las extintas FARC-EP y de la Fuerza Pública decidieron trabajar de la mano en la adecuación del sitio y en la construcción de más de 600 osarios, bajo la iniciativa piloto “Nos juntamos para encontrarles”, que forma parte de un TOAR —trabajos, obras y actividades con contenido reparador— en beneficio de las víctimas del conflicto armado.

El cementerio, cubierto de polvo y silencio, se revela como un archivo vivo de tragedias y de esperas, un espacio donde la memoria del conflicto se entrelaza con la paciencia de quienes buscan. Marcela Rodríguez Guzmán, abogada e investigadora de la UBPD, explica que la pesquisa se ha centrado en los hechos posteriores a 2007, ya que con la implementación del Sirdec —Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres— existe una información más organizada, lo que permite no solo incrementar el número de hallazgos, sino también ser más precisos a la hora de la identificación de los sitios de interés forense.
Para los años anteriores al periodo periodizado, los investigadores se sumergirán en los archivos, en el que revisarán minuciosamente las actas de antropología, documentos en los que quedaron anotados los rasgos físicos de quienes fueron hallados sin nombre: la estatura, la edad aproximada, alguna cicatriz, una huella mínima que aún puede hablar.
Estos documentos serán constatados con los protocolos de necropsia, redactados por los médicos de la época, donde se detallan causas de muerte, heridas y fragmentos de historias que nunca llegaron a contarse. Al entrelazar estos dos escritos, el científico y el clínico, se espera que emerjan coincidencias, como hilos que conducen a un rostro. “Sin embargo, el paso del tiempo ha hecho que los cuerpos pierdan muchas de sus características antropológicas, dejando solo los restos óseos. La otra vía de identificación será mediante análisis genético”, dice Rodríguez Guzmán.
Por su parte, el antropólogo Guerra relata que, en febrero de 2025, el equipo forense de la UBPD realizó un análisis del suelo para comprender su relación con los focos de inhumación. Este trabajo, cuidadosamente documentado, se construyó a partir de la información proporcionada por el cementerio, actas de Medicina Legal, las víctimas y los sepultureros. “En este proceso se utilizaron un georradar y un resistivímetro, instrumentos que miden la resistividad eléctrica del terreno para identificar posibles focos de inhumación”, dice. Agrega que se intervinieron tres zonas del lote, en las que se hallaron 77 cuerpos.
Hallazgo en las columnas
A un costado del lote, mientras los comparecientes de las extintas FARC-EP y de la Fuerza Pública, entre picos y palas levantaban osarios y desmontaban los viejos muros de ladrillo crudo del cementerio, las paredes comenzaron a ceder secretos. Entre el polvo y el esfuerzo, un hallazgo fortuito detuvo por un instante las labores: en doce columnas del camposanto yacían estructuras óseas que no debían estar allí, fragmentos de historias atrapadas en el silencio del tiempo.
Según la investigadora Rodríguez, algunas de estas estructuras se encontraban en contenedores y otras estaban dispersas, y señala que la UBPD está al frente de las investigaciones que permitan determinar por qué reposaban en las columnas del cementerio y no en los osarios individuales. “El número mínimo de individuos encontrados por columna es de 16, y, considerando las 12 columnas, esto representa un universo bastante amplio”, dice.
Guerra también detalla que se está avanzando en investigaciones, ya que la administración del cementerio desconocía que allí estuvieran dispuestas estas estructuras óseas. “Se estima que corresponden a inhumaciones realizadas aproximadamente entre 1985 y 2000”, afirma el antropólogo forense.
Él explica que la estimación se basa en la correlación con restos de basura, prendas y otros objetos asociados a la disposición de los restos, lo que permite determinar la temporalidad en que ella ocurrió.

María Victoria Rodríguez Vázquez, coordinadora territorial de la UBPD en el Valle del Cauca, comenta que para la recuperación de las estructuras óseas fueron necesarios tres equipos forenses que pertenecen a diferentes zonas del país; los cuerpos fueron catalogados y ubicados en osarios del cementerio. “Nosotros llevaremos a cabo un proceso de verificación y organización, y, a medida que avancemos, se determinará cómo se articulará el trabajo con el de la Fiscalía. En la medida en que identifiquemos si se trata de cuerpos de nuestro interés”, detalla en referencia a que la entidad se centra en los de personas desaparecidas en el contexto del conflicto armado.
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Entre las hipótesis de la investigación se contempla que en el cementerio se habrían hecho traslados internos sin control, relacionados con la venta de osarios. También se han encontrado inhumaciones en bolsas o con huesos mezclados, así como entierros de personas con signos de violencia sin que se hiciera un registro particular y ordenado por la ley. Además, se hallaron columnas selladas con cemento que podrían indicar el ocultamiento de restos óseos. En suma, un número indeterminado de estos restos óseos podrían corresponder a personas dadas por desaparecidas en el contexto del conflicto armado.
La abogada Rodríguez Guzmán detalla que en el cementerio de Palmira existen varios retos, entre ellos la necesidad de contar con vigilancia para proteger las estructuras óseas y de aumentar el número de osarios, debido a que el universo de víctimas en este municipio y en los que comprenden el área metropolitana de Cali es amplio. “Necesitamos más repositorios donde poder clasificarlos y custodiarlos de manera digna, pero también ordenada, para poder localizarlos posteriormente”, dice.
Para el año 2026, la UBPD proyecta dar un paso más allá: emprender un proceso de sistematización y cruce de información que permita vincular las características físicas de los cuerpos recuperados con los registros y documentos de la Unidad Básica de Medicina Legal de Palmira. Paralelamente, se prevé intervenir cruces individuales que cuenten con orientaciones de identidad, con la esperanza de devolverles el nombre y la historia a quienes fueron encontrados en el Patio del Olvido.

