En La Ceja, 43 víctimas del conflicto armado recibieron cartas de indemnización. Entre ellas, Luz Alba Cárdenas, quien, tras el desplazamiento y la desaparición de su hermano Saúl, mantiene viva la memoria y la esperanza de reparación.
Por Emmanuel Zapata Bedoya
Foto: archivo particular
El pasado 6 de agosto, el Teatro Municipal Juan de Dios Aranzazu de La Ceja abrió sus puertas para un acto de reconocimiento a las víctimas del conflicto armado. En un ambiente cercano y respetuoso, la Unidad para las Víctimas, junto con las administraciones de La Ceja y El Retiro, entregó 43 cartas de indemnización administrativa.
Más allá de lo económico, que alcanzó cerca de 400 millones de pesos, la entrega buscó aportar a la reparación integral y a la reconstrucción de la vida de quienes han cargado con el peso de la violencia armada en el país.
De las personas reparadas, 37 pertenecen a La Ceja y 6 a El Retiro. Una de ellas es Luz Alba Cárdenas Cardona, mujer de 79 años residente del corregimiento San José de La Ceja, quien fue reconocida como víctima de desplazamiento forzado. “Yo cuento mi historia como recordando, para que la memoria de mi vida y la de mi familia nunca se olvide. Es una lucha constante. Hoy me repararon a mí, pero sé que todavía hay muchas familias que esperan este importante momento. También hay que entender que, incluso después de recibir una reparación, el camino hacia la sanación completa es largo y difícil”.
Su vida está intrínsecamente ligada a varios momentos: desde su niñez en una vereda de Sonsón, que también se llamaba San José, su familia tuvo que abandonar la finca donde su padre trabajaba como mayordomo cuando personas desconocidas y armadas les pidieron el terreno.
“Nos vinimos de Sonsón cuando a mi papá le pidieron la finca. Cuando uno está de agregado y le piden la finca, se tiene que ir de ahí, más cuando suena a amenaza. Y mi papá se tuvo que dispersar y buscar dónde trabajar y vivir con nosotros. Después, nos fuimos a vivir por la represa de La Fe, cerca de El Retiro, en una hacienda muy grande, gigante, que se llamaba Fizebad. Eso ya lo parcelaron, pero primero era toda una hacienda hasta arriba, al voltear la montaña”, contó Luz Alba al recordar su infancia y la vida en familia.
De Fizebad se fueron a vivir a San José, el único corregimiento de La Ceja, en 1991. Allí su papá, Alfonso de Jesús Cárdenas, compró una finca y “dejamos de ser arrimados. Eso era un sueño para nosotros. Al principio se veía como un tierrero, pero luego mi viejo le echó mano y se convirtió en un palacio”, detalló Luz Alba.
Lo que nadie predecía ni tenía en mente era cómo le podía cambiar la vida a ella y a sus ocho hermanos. Ni plegarias ni oraciones detuvieron la llegada del conflicto armado a San José, en La Ceja. Ni rezos ni peticiones a ningún santo sirvieron para evitar la desaparición de Saúl, uno de los hermanos de Luz Alba.
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Ella relata con dolor que los paramilitares, que vestían camuflado similar al Ejército y estaban fuertemente armados, llegaron a su finca gritando el nombre de su hermano: “¡Saúl! ¡Saúl!”, vociferaban. Su padre, intentando entender lo que pasaba, se acercó a los armados, pero lo amenazaron. “Mi papá salió de la finca corriendo a preguntar qué pasaba y esos muchachos le pusieron un fusil en la garganta. Mi viejo empezó a temblar y lo hicieron devolver. Le dijeron que si hacía algo serían dos los muertos”, contó Luz Alba con la voz temblorosa.
Eran las once de la mañana del 26 de diciembre de 2003 cuando Saúl, quien además había sido diagnosticado con esquizofrenia, fue sacado de su casa por grupos armados. “Él tenía problemas mentales, y ese día se lo llevaron. La gente cuenta que lo torturaron y le negaban agua cuando tenía sed en medio de un calor infernal, pero eso a mí no me consta”, dijo al recordar a su hermano.

La desaparición de Saúl pudo haber estado ligada a dos razones, según Luz Alba: por un lado, en medio de una crisis de su enfermedad, Saúl cortó una mata de plátano de la finca del vecino, Ignacio. Ella sospecha que él pudo haber señalado la finca a los paramilitares, quizás con cierta ira por el actuar de Saúl, hecho que Luz Alba califica como una “ironía de la vida, pues Ignacio sabía la condición de mi hermano. No pudo haberlo hecho intencional”.
Por otro lado, Saúl solía pararse en las esquinas de la finca a gritar en contra de los grupos armados. “Yo siento que esa era la forma que él tenía para denunciar o soltar el dolor que sentía cuando se enteraba de que los paramilitares asesinaban a alguno de sus amigos. Gritaba con muchas fuerzas: Paracos hijueputas, por qué matan gente inocente”, explicó Luz Alba.
Y aunque la razón no es clara y ella aún no conoce lo que realmente sucedió con Saúl, Luz Alba denunció e hizo innumerables trámites ante la Fiscalía para encontrar a su hermano. Y sin entender cómo, ocho años después, el 20 de septiembre de 2011, los restos de Saúl fueron encontrados. Solo hasta el 21 de junio de 2013, en una ceremonia en el Bunker de la Fiscalía en Medellín, le fueron entregados.
“El día que fue desaparecido Saúl iba con un busito de manguita larga y cuello redondo, como color terracota o color zapote, algo así; y un pantalón negro con bolsillos casi que por la parte de la rodilla. Yo le agradezco a Dios, porque gracias a la Fiscalía encontraron a mi hermano”, contó.
Ella no olvida el día que su hermano regresó en un cofrecito de madera: “Vi el interior y estaban los huesitos ya muy desechitos, pero el cráneo no lo vi. Lo que también vi fue la bala… la bala sí estaba. Con esa lo habían matado. Entonces cuando uno va asimilando todo eso, van pasando las cosas. Yo digo: cómo será la tortura que le hicieron a mi hermano, sin cráneo ni nada. ¿El cráneo dónde lo dejaron? No sé, aún no sé”.
La desaparición de Saúl marcó un antes y un después en la vida de toda su familia. Su ausencia hizo que su padre, Alfonso de Jesús, “muriera de tristeza”, como ella misma lo describe. Algunos de sus hermanos también fallecieron “por no saber lidiar con el vacío que él nos dejó. Mi hermano Moisés y Aracelly murieron de cáncer y Nelson por una neumonía”.
A pesar de todo eso, ella se niega a deprimirse y se impulsa con la compañía de su lora, Niña, que su hermano Moisés le regaló en 2007 con la convicción de que sería su “motor de vida”, y así lo ha sido.

La reparación administrativa que recibió Luz Alba Cárdenas no es por la desaparición de su hermano Saúl sino por el desplazamiento que sufrieron en la vereda San José de Sonsón. Sin embargo, ella considera que la entrega de la indemnización por desplazamiento es un hito importante en su vida, pero su corazón sigue clamando por la justicia plena y la reparación por la desaparición de Saúl. “Uno como humano siente dolor, ¿no? Rabia, impotencia. Aunque ese dinero no me va a devolver a mi hermanito, yo sigo esperando esa reparación. Es lo menos que puede hacer el Estado con nosotros las víctimas», reflexionó.
Sin embargo, el proceso de reparación por la desaparición de Saúl se ha complicado debido a que una vecina se hizo pasar por la compañera permanente de su hermano, a pesar de que él era soltero, y presentó la documentación requerida para dicho proceso. Luz Alba, al enterarse de ese hecho, denunció la situación, lo que ha detenido el avance del proceso de indemnización por esta causa.
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Luz Alba tiene la intención de compartir la indemnización recibida por desplazamiento con su hermana Rosa, su única hermana con vida. Además, busca remodelar la casa y cambiar parte del techo que, por antiguo, se está cayendo.
“Sé que esto no me va a regresar a mi familia ni la felicidad que sentía cuando estábamos todos reunidos, pero sí espero compartirlo con mi hermana Rosa y arreglando el techo de mi finca, que en algún momento fue un palacio y que, gracias al conflicto, se empezó a caer también de tristeza”, dijo. Ella cuenta su historia desde el desplazamiento hasta la desaparición con la esperanza de que el horror no se repita en ningún lugar.

