Héctor Abad Gómez, el salubrista y defensor de los derechos humanos asesinado el 25 de agosto de 1987, dejó en artículos de prensa su pensamiento sobre la violencia y la búsqueda de la paz en la sociedad colombiana. Publicamos dos de sus columnas, en voz y texto.
Por Luz Adriana Ruiz Marín
La violencia fue otra de las preocupaciones de Héctor Abad Gómez, quien atribuía sus causas a las condiciones de pobreza y desigualdad que se fueron agudizando en el mundo. Como su preocupación por la calidad del agua, su interés por desentrañar las causas que motivaban la violencia en los pueblos tenía relación con los periodos de violencia que habían cobrado la vida de varios de sus amigos, familiares o conocidos.
En noviembre de 1962 durante el Primer Congreso Colombiano de Salud Pública presentó la ponencia “Necesidad de estudios epidemiológicos sobre la violencia en Colombia”. Durante su intervención definió la epidemiología, el concepto de violencia y explicó por qué debía ser considerada como un problema que concierne a la medicina. Con sus palabras cuestionó el papel de la salud pública en Colombia y de quienes la ejercían, presentando estadísticas de morbilidad y mortalidad para referirse a los retos que desde esta rama del conocimiento enfrentaban sus profesionales. “Hay que hacer todo lo posible por evitar las cinco mil muertes anuales por violencia, las cinco mil por hambre, las 18 756 por diarreas y enteritis, las seis mil seiscientas por bronconeumonía, las nueve mil por enfermedades del corazón, las siete mil por cáncer, las siete mil setecientas por bronquitis, las ocho mil por neumonía y tuberculosis, a partes iguales, las cuatro mil doscientas por tosferina y las tres mil quinientas por parásitos intestinales, pero es mucho más importante saber qué vamos a hacer con las cuatrocientas mil personas nuevas que quedan vivas, año por año. Como parte de su argumentación mostró el análisis de las tasas de violencia en Colombia durante el periodo 1938 a 1960, presentándose en ese primer año un total de 1280 muertes por homicidio, contra 4799 en 1960. Evidenciándose un aumento de 6,5 en la tasa de homicidios por cada 100 000 habitantes, pasando de 8,1 en 1938 a 14,6 en 1960.
Según el profesor Abad los médicos debían estudiar las causas posibles de la muerte, sean violentas o no, para la ciencia no debería ser más importante una muerte que otra, y por eso afirmaba que con este estudio pretendía analizar algunos factores epidemiológicos para cuantificar y analizar el fenómeno de la violencia en Colombia, en busca de obtener algunas conclusiones claras y proponer prácticas de solución.
Su línea de investigación sobre la violencia fue clara y abrió el camino para que se desarrollaran otros estudios en el país, particularmente desde la Universidad de Antioquia. Su propuesta fue visionaria y se constituye como uno de sus principales aportes a la salud pública en Colombia.
Mientras la violencia se recrudecía en el país la preocupación de Héctor Abad Gómez empezó a orientarse en la defensa de quienes eran víctimas de formas de violencia como: el secuestro, la extorsión, las desapariciones. Su preocupación fue convirtiéndose en un reclamo, en una constante pregunta: ¿Hasta cuándo?
En sus columnas de opinión o en sus intervenciones a través de los medios de comunicación hizo evidente que era hora de replantear la fórmula de combatir violencia con más violencia, que era la que siempre se había usado en el país. Sería por eso que no encontró eco con sus propuestas, porque además de estudiarla quería contribuir a disminuir la tasa de muertes violentas, vinieran de donde vinieran, y hablaba de justicia social y de educación como pasos necesarios en la búsqueda de nuevas alternativas.
La violencia
Por Héctor Abad Gómez
No es cierto que la violencia haya existido desde que el mundo es mundo. Por más de setenta mil años, antes de la revolución agrícola, los hombres (Homo sapiens sapiens) vivieron cazando y pescando; matando animales, es cierto, pero no matándose entre sí. Fue sólo cuando algunos delimitaron un territorio “propio” y se asentaron en él, cuando surgió lo que todavía llamamos “civilización” y algunos grupos humanos empezaron a organizar ejércitos, para conquistar más territorio, “territorio de otros”. Así comenzó la violencia organizada.
“Enseñar a hombres a que maten a otros hombres” —lo dijo Jorge Luis Borges— “es el mayor crimen que hasta hoy ha producido la humanidad”.
Tal crimen se ha venido cometiendo durante los últimos diez mil años de la historia humana, una “historia” que empezó hace dos mil quinientos milenios, con el Homo erectus, en el África oriental.
No es cierto tampoco que durante toda la era posterior a la Revolución Agrícola nos hayamos estado matando todo el tiempo. En distintas épocas y en distintos lugares, los hombres son o no violentos, no por naturaleza, sino de acuerdo con las circunstancias en las cuales les toca vivir. Aquí mismo en Colombia ha habido épocas durante las cuales nuestros índices de homicidios, por cien mil habitantes y por año, han sido más bajos, por ejemplo, que los actuales de los Estados Unidos de América.
La violencia es sólo un síntoma de males sociales profundos, tales como la injusticia, la pobreza, la mala distribución de las riquezas, la ignorancia o el fanatismo.
Tratar de acabar la violencia con “otra violencia” es como pretender curar una enfermedad con otra enfermedad. Eso es lo que hemos venido haciendo —sin éxito, por supuesto— durante los casi doscientos años de historia colombiana.
Por fortuna, el gobierno actual parece que está tratando de emprender otro camino, más lógico, más racional: atacar con vigor y eficiencia las causas profundas de estos males: el desempleo, la pobreza absoluta, la miseria, el hambre.
Si los principales recursos del país: humanos, materiales, financieros, económicos, espirituales, se vuelcan todos a favorecer a esos seis millones de colombianos, a ese 25% de compatriotas, que según nuestro actual Presidente viven en la “pobreza absoluta”, si empezamos siquiera a tener algún éxito en esa dura lucha, mejores días estarán por venir.
Si todas las llamadas “fuerzas vivas de la nación”: El gobierno, la industria, los gremios, la iglesia, los sindicatos, las universidades, los intelectuales, los periodistas, contribuimos en todas las formas que nos sea posible para ese gran propósito nacional, no habrá duda de que alcanzaremos éxito. Y esta será la única, la única forma de que no tengamos que seguir lamentando la violencia que nos abruma, que nos angustia, que nos hace a veces desesperar de lo que puede hacerse aquí y ahora.
Porque no es matando guerrilleros, o policías, o soldados, como parecen creer algunos, como vamos a salvar a Colombia. Es matando el hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político o ideológico, como se puede mejorar este país.
El Mundo (Medellín), 12 de octubre de 1986, p. 3A.
¿Hasta cuándo este desangre diario?
Por Héctor Abad Gómez
El programa del partido que hoy tiene plena responsabilidad de gobierno, de acuerdo con una publicación de mayo del año pasado, dice lo siguiente: “La actual crisis del país es económica, social e institucional y está caracterizada por una generalizada depresión de la economía, el desempleo de un millón doscientas mil personas, el alto costo de la vida y una faltante de financiación para el presupuesto nacional de doscientos mil millones de pesos. Además, desastre de las principales empresas de servicios públicos, altos impuestos y deterioro de las condiciones sociales de los sectores populares. A todo esto se agrega la caída de la inversión privada, la ineficiencia del Estado, la inseguridad, el narcotráfico, la desmoralización, la criminalidad, el deterioro de la salud, la subversión, la extrema desigualdad en los ingresos de los colombianos, la violencia, la desesperanza y la frustración”.
Una política de paz debe basarse en las siguientes acciones: a) Incorporar a la competencia democrática a los grupos subversivos y abrirles la posibilidad de asumir responsabilidades en la sociedad y el Estado, b) transformar las obsoletas estructuras sociales y erradicar la pobreza absoluta, c) exigir interlocutores representativos que se comprometan a proscribir el terrorismo, el secuestro y la extorsión, d) Mantener una política de orden público dentro de un estricto respeto a los derechos humanos”.
Estos son puntos claves del programa de paz del actual gobierno.
El Comité de Defensa de los Derechos Humanos, regional de Antioquia, no es un organismo partidista. Está compuesto por personas pertenecientes a distintas vertientes políticas, empeñadas solamente en velar porque en este Departamento se cumpla el Artículo 3º de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 y firmada por Colombia, que a la letra dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.
¡Qué lejos estamos en Antioquia de que esto se cumpla! No hay mañana, ni tarde, ni noche, ni día alguno, durante el cual este mandamiento universal no sea aquí violado. Campesinos, obreros, estudiantes, trabajadores, jueces, periodistas, políticos, concejales, padres y madres de familias, jóvenes, niños, ancianos, soldados, policías, comerciantes, desempleados, ganaderos, bananeros, arrieros, enfermeras, médicos, abogados, oficiales, suboficiales, religiosos, comunistas, liberales, conservadores, sin partido, nadie se salva de caer bajo las balas asesinas.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo este desangre diario, cotidiano, rutinario, macabro? Hasta que todas las fuerzas sociales digan no. Hasta que todos nos unamos para rechazar el crimen, la violencia y la muerte. Hasta que entendamos que la vida es el más fundamental y elemental de todos los derechos humanos, y que la constante violación de este derecho no puede seguir tolerándose impunemente, calladamente, resignadamente.
Debemos decir ¡basta! Debemos decir: no más atropellos a la vida humana, a la integridad de las personas, a su derecho a vivir sin temor, en paz y armonía.
Naturalmente que no defendemos la vida por sí misma. Por el contrario, defendemos una vida digna de vivirse. Una vida que cumpla el postulado del artículo 250 de la misma Declaración Universal que dice lo siguiente:
Toda persona tiene derecho a una vida adecuada que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene así mismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
Esto, por desgracia, tampoco se cumple ni en nuestro Departamento ni en nuestro país. Afirmamos y reiteramos que sin justicia social no puede ni debe haber paz. Sin embargo, consideramos que ni la justicia ni la paz deban conseguirse por medio de la violencia. La violencia es un síntoma de profundos males sociales. Los males de la injusticia, de la pobreza, del odio del fanatismo, de la indiferencia, del irrespeto por la vida humana. Son estos males los que hay que combatir. Es a estos males a los que hay que vencer. Tenemos que analizar las causas de esta violencia, de este irrespeto por la vida, para que podamos comenzar a aplicar los remedios. Repudiamos toda violencia, pero particularmente, la violencia oficial, el terrorismo de Estado. Porque, como dice la Biblia, “si la sal se corrompe” todo estará perdido.
Queremos la paz, necesitamos la paz, pero sabemos muy bien que sólo cuando haya justicia habrá paz.
El Mundo (Medellín), 19 de abril de 1987, p. 3A. Palabras como Presidente del Comité de Defensa de Derechos Humanos de Antioquia, en la inauguración del Foro por el Derecho a la Vida (10 de abril de 1987).
Leer más en la línea de tiempo 50 años de violencia y resistencia en la Universidad de Antioquia
Luz Adriana Ruiz Marín es comunicadora social y periodista, y magíster en Historia por la Universidad de Antioquia. Ha sido investigadora en torno a la vida y obra de Héctor Abad Gómez; su tesis de maestría se tituló «La medicina social de Héctor Abad Gómez. 1944-1964». En 2016, el Fondo Editorial Unaula publicó el libro Periodista con licencia médica. Selección de artículos de prensa, del que fue compiladora.

