Miles de personas acompañaron el sepelio de Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda

En la tarde del 26 de agosto de 1987, los cuerpos de Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda, médicos salubristas y profesores de la Universidad de Antioquia, asesinados el día anterior, fueron despedidos por familiares, compañeros, personalidades públicas y miles de ciudadanos, en una caravana que avanzó desde el edificio San Ignacio, en el centro de Medellín, hasta el cementerio Campos de Paz, en el suroccidente de la ciudad, donde Betancur iba a ser enterrado. Abad fue dirigido a la iglesia Santa Teresita, en Laureles. 

Ambos fueron baleados el 25 de agosto, cuando asistían al velorio de Luis Felipe Vélez Herrera, presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia (Adida), asesinado ese mismo día, en la mañana, en la sede de esa organización, ubicada en el centro de Medellín. Cecilia Alzate, viuda de Betancur, cuenta que su esposo y Abad llegaron a Adida después de las cinco de la tarde para participar de la marcha en honor a Vélez, que terminaría en el Estadio. Al llegar, dos sicarios les dispararon. Abad murió a la entrada del edificio, pero a Betancur lo persiguieron hasta el lugar donde estaba ubicada la cocina de la organización y allí fue asesinado. 

Héctor Abad Gómez era el presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos de Antioquia y Leonardo Betancur Taborda era miembro activo de esa misma agrupación. Ambos se destacaban por su trabajo como médicos y por su relación con comunidades vulnerables que padecían por la falta de condiciones de salubridad y de servicios públicos esenciales en sus asentamientos. 

Además, durante 1987 lideraron el rechazo a los asesinatos de estudiantes, profesores, líderes de organizaciones sociales y defensores de derechos humanos que se hicieron constantes ese año. El 13 de agosto, poco antes de su asesinato, ambos encabezaron la llamada marcha de los claveles rojos, en la que cerca de tres mil personas rechazaron la violencia que en ese momento se enfilaba, en particular, contra personas vinculadas con la Universidad. En esa manifestación estuvo junto a ellos Pedro Luis Valencia Giraldo, senador por la Unión Patriótica y también médico salubrista de la Universidad. Valencia fue asesinado la mañana siguiente. Los asesinos chocaron un carro contra la puerta de su casa, entraron y lo ametrallaron frente a su hija.

Otra persona que los acompañaba en el rechazo a esos asesinatos era Carlos Gaviria Díaz, para entonces profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Era amigo de Abad desde que coincidieron como directivos de la Asociación de Profesores de la Universidad en la década de 1970. También había recibido amenazas y se salvó del atentado en el que murieron sus compañeros porque llegó unos minutos después.

María Cristina Gómez, esposa de Gaviria, quien luego sería magistrado de la Corte Constitucional, dirigente político y candidato presidencial, recuerda que desde temprano hubo mucha gente haciendo fila para despedir a Abad y Betancur. Eran tantas las personas que quienes llegaban a los féretros pasaban por un costado y no se detenían para permitir que otros pudieran acercarse. Ignacio Sánchez, quien en esa época era estudiante de Comunicación Social Periodismo en la Universidad y en la actualidad es profesor de la Facultad de Educación, recuerda que en particular esas dos muertes significaron “un dolor de ciudad”.

Al mediodía los cuerpos fueron llevados al edificio San Ignacio, donde está ubicado el Paraninfo de la Universidad, para celebrar un velorio convocado por el movimiento estudiantil y la Asociación de Profesores. Después de las cuatro de la tarde, el cuerpo de Abad fue llevado hasta la iglesia Santa Teresita, en Laureles, y el de Betancur, directamente hacia Campos de Paz. Ambos estaban acompañados por tantas personas que “el jefe de tránsito, Luis Carlos Díaz Mora, se coordinó con 200 guardas para el desfile que paralizó la ciudad por varios minutos”, dice una nota del periódico El Colombiano del 27 de agosto.

En la marcha, una de las arengas decía: “Grupo Amor por Medellín, con su amor a la puta mierda”. Se referían al grupo paramilitar que, se rumoraba entonces, estaría detrás de los asesinatos. 20 años después se conocería la confesión de Carlos Castaño, ratificada luego por el extraditado Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna, según la cual ese exterminio fue ordenado por paramilitares al servicio del propio Carlos Castaño y de su hermano Fidel. Sin embargo, el caso sigue sin un fallo judicial pese a que en el 2014 fue declarado delito de lesa humanidad.

Cecilia Alzate, la viuda de Betancur, recuerda que su familia sintió miedo durante el sepelio y que otras personas estaban en riesgo, pero “Leonardo tenía derecho a que le manifestaran el afecto y nosotros también”, dice. En Campos de Paz son recordados los discursos del escritor Manuel Mejía Vallejo y del propio Carlos Gaviria Díaz. 

María Cristina Gómez cuenta que a pesar de que por temor la familia le insistió a Gaviria que no hablara en el sepelio, él se negó y lo asumió como un compromiso. “Héctor Abad era un hombre bueno y eso ya no lo tolera nuestra patria. Cuál patria, si no la tenemos”, dijo Gaviria en su discurso. Además, también llamó a la resistencia en la lucha por los derechos humanos: “El mejor homenaje que hoy podemos rendir a nuestros compañeros muertos es decirles que la bandera no será arriada ni un instante”.

50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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