Rafael Rodríguez, “Raro”, es un artista plástico de Samaná, Caldas, que fue el único civil que atestiguó en este abril de 2024 la intervención del cementerio San Agustín por parte de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). El objetivo de la entidad con aquella labor era hallar a posibles desaparecidos del conflicto armado; el de Rafael, al estar presente, crear un testimonio para la memoria nacional. 

Por Pompilio Peña Montoya
Fotos: cortesía «Raro»

El artista Rafael Rodríguez Rueda no estaba preparado para ver por dentro el osario mayor del cementerio San Agustín de Samaná, Caldas: un arrume de huesos, polvo y telas raídas en una fosa oscura. En ese espacio, los forenses de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se interesaban en los restos de posibles víctimas de desaparición forzada provenientes de la región.   

El testigo que los acompañaba, también con guantes, tapabocas y traje de bioseguridad, registraba con su mirada y sus bocetos el procedimiento legal del Grupo de Apoyo Técnico de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP, para realizar una acuarela cada día, durante 17 jornadas, y procurar de ese modo que de la oscuridad brotara el arte.  

Cuando Rafael recuerda la visión del osario, con los despojos de al menos quinientas personas, afirma haberse sentido intimidado y sorprendido ante lo que queda después de la vida. Frente a esos primeros embates de la realidad humana, buscó fortaleza en su familia, en su propio padre, y al invocarlo logró concentrarse de nuevo en su propósito: dibujar el testimonio de la esperanza recogida entre la muerte.  

La presencia de su padre, Carlos Alberto Rodríguez Clavijo, no estaba lejos de él. Lo sepultaron allí, en el cementerio San Agustín en 1995, cuando fue asesinado por las FARC en el parque de Samaná. Rafael tenía diez meses de nacido. Dos años después, la tragedia familiar se ampliaría con el asesinato de un tío, Juvenal Rueda, quien llegó a ser alcalde del municipio.  

Estas historias las conoció después Rafael con más detalle, luego de que él mismo en el 2011, a los 17 años, recibiera amenazas por su liderazgo juvenil en Samaná. Fue entonces cuando su familia decidió enviarlo a estudiar a Manizales, la capital de Caldas. 

Guerra en el paraíso 

Los primeros días de observación del procedimiento forense fueron complejos, por no decir que difíciles. Rafael cuenta que cuando comenzó a ver la extracción de centenares de huesos, sintió la pena y la esperanza de las familias que llevan hasta dos décadas en busca de sus seres queridos. “¡Qué paradojas las de la vida!”, pensó Rafael, cuyo nombre artístico es “Raro”. La paradoja, dice ahora, es que la vida en el paraíso, en ese pueblo de montañas imponentes y aguas cristalinas, pueda atraer tanto mal.  

Mientras pintaba, Rafael se dedicó a averiguar con los peritos el paso a paso de aquella operación forense, oficial. Se acercaba a la mesa donde reposaban los huesos extraídos y clasificados, miraba salir y entrar del osario a los expertos, y por largos minutos se quedaba estudiando los detalles de cráneos y vértebras. Rafael quería ser preciso con los colores, con los trazos, con los personajes, las perspectivas y los puntos de fuga. Este análisis minucioso lo perturbaba, pero sabía que era necesario, si quería dejar un testimonio artístico para su pueblo.  

Samaná fue y es un territorio codiciado por grupos ilegales debido a su riqueza natural, hídrica y mineral, y a su ubicación estratégica en el Magdalena caldense, en todo el corazón del país. Dominar este pedazo de paraíso, hoy con 28 mil habitantes, era tener asegurado los caminos por donde se transportaba la producción generada por al menos 700 hectáreas de coca en la época de mayor auge, entre el 2000 y el 2003.  

Durante los primeros diez días de trabajo en el osario, Rafael permaneció en el cementerio cumpliendo un horario de dos a cinco de la tarde. A veces se le hizo insoportable el olor de los restos, hasta que creyó acostumbrarse. Vio costillas, pelvis, fémures, clavículas y cráneos, algunos con muestras fehacientes de violencia: reventados por algún proyectil. Entonces como artista comprendió que los huesos guardan su propia memoria, una que no habla, velada bajo el lenguaje de los estigmas: golpes, disparos, fracturas, quemaduras y laceraciones, a veces ocultos por delgados jirones de tejidos, ligamentos y tendones. 

Las cifras del conflicto 

En silencio, mientras realizaba sus bocetos, Rafael repasaba los datos que él mismo investigó para conocer por qué su pueblo se convirtió en el escenario de una guerra entre el Frente 47 de las FARC, el bloque Magdalena Medio de las Autodefensas Unidas de Colombia y las Fuerzas Militares.  

Para el 2005, el 80% de los habitantes de Samaná se habían desplazado, sobre todo campesinos cultivadores de café, caña de azúcar y mata de coca.  

Rafael recuerda que, por aquellos años y siendo él apenas un niño, labriegos de los corregimientos de Florencia, Encimadas, Dulce Nombre, Los Pomos, Rancho Largo y Berlín llegaban al casco urbano y ocupaban los salones y las canchas de los colegios. Había necesidad de huir. El campo era tierra de nadie, y los caminos servían de vertedero de cuerpos para el escarnio público.  

Uno de los hechos que más desplazados ocasionó fue una amenaza de las FARC emitida el 11 de noviembre del 2005, cuando hicieron circular la advertencia de que se iban a intensificar las confrontaciones con el Ejército y los paramilitares, por lo que no respondían si alguien caía muerto.  Al menos 2 mil campesinos, con pocos enseres, algunas gallinas y cerdos, llegaron en chivas o camiones de escalera a la cabecera municipal. Entre los guerrilleros detrás de las intimidaciones estuvo Elda Neyis Mosquera, alias Karina, quien se entregó a las autoridades en el año 2008.  Según datos de la Unidad para las Víctimas, en el periodo 2000-2005, al menos 25 mil campesinos se vieron obligados a salir de sus tierras en Samaná.  

Cuando se cumplieron las 17 jornadas de trabajo en el cementerio San Agustín, un forense del Grupo de Apoyo Técnico de la JEP le informó a Rafael que, en total, de las 171 806 estructuras óseas extraídas y clasificadas del osario, 42 cráneos —de 42 personas—  serían remitidos a Medicina Legal para su identificación. Los resultados de los estudios que se les practiquen a estos cráneos serán cotejados con datos del Banco de Perfiles Genéticos de Personas Desaparecidas (BPGD), con el fin de hallar a sus familiares. 

La intervención realizada en el osario del cementerio de Samaná respondió a una medida cautelar ordenada por la Sección de Ausencia de Reconocimiento de Verdad (SARV) de la JEP para los cementerios de Samaná, Norcasia y Victoria, municipios del Magdalena Medio caldense.  

La carrera del artista 

Como producto de las visitas diarias al cementerio, el artista plástico Rafael Rodríguez logró completar 17 acuarelas que muestran las fases de reconocimiento de cuerpos. Estas serán expuestas en agosto en la sede de la JEP en Bogotá.  

“Raro” estudió Artes Plásticas en la Universidad de Caldas, en Manizales. Hoy recuerda que en uno de los cursos iniciales hizo una pintura de su pueblo, Samaná, y cuando quiso explicarla a sus compañeros, se le quebró la voz. Se dio cuenta en ese año 2015 de que había estado negando su pasado, su origen y su vínculo de amor y reproche con su tierra natal.  

Fue entonces cuando decidió volver a Samaná y darse a la tarea de indagar por cómo se había desarrollado allí el conflicto armado. Investigó el caso de su padre y el de las familias que, como la suya, habían sido víctimas de la violencia política de la región y el país.  

Estuvo fuera de las aulas durante diez meses, pero en ese tiempo pudo profundizar en cuestiones que lo inquietaban. “Durante la investigación me pregunté cómo iba a vincular el arte y el conflicto. Comencé a buscar referentes de artistas destacados y su forma de abordar la violencia. Así di con Doris Salcedo, toda una inspiración para mí. De ella escuché: ‘Yo convivo con las comunidades para poder sacar mis obras de arte, y esa es mi razón como artista’. Conocí la obra de Érika Diettes, la del colectivo Magdalenas por el Cauca, la de Óscar Muñoz y la del fotógrafo Jesús Abad Colorado”, cuenta “Raro”. 

De vuelta a la universidad en el 2016, consolidó una obra con el performance “No más silencio”, en el cual pinta el rostro de su padre mientras va narrando cómo vivieron el conflicto en Samaná. Gracias a esta obra, Rafael fue invitado a viajar a España con el fin de participar en dos congresos internacionales sobre memoria y resistencia, eventos organizados por la Universidad a Distancia de Madrid y la Universidad Complutense de Madrid.  

De regreso a Samaná, “Raro” se trazó otro objetivo: retratar a 45 víctimas del conflicto, habitantes de su pueblo. Con esta colección de pinturas, que donó al Museo Galería de la Memoria de Samaná, se graduó de la universidad. Semanas después le encargaron ser el administrador de la Casa de la Cultura municipal. 

Su obra ha ido tomando relevancia en el departamento de Caldas. Sus cuadros pueden verse en galerías y museos. En el 2023 lo invitaron a exponer en Armenia junto a otros reconocidos artistas del país, como los que le han servido de inspiración. 

Hoy las acuarelas que “Raro” realizó en medio de la intervención al cementerio San Agustín están siendo exhibidas en Samaná, con el apoyo de la Fundación para el Desarrollo Comunitario de Samaná, Fundecus.