Más de 650 capturados y 40 heridos, entre militares, policías y estudiantes, fue el resultado de un enfrentamiento ocurrido durante la noche del 20 de abril de 1971 en la Universidad de Antioquia, después de una asamblea general, en el Sexto Encuentro Nacional Estudiantil. El joven reportero Carlos Uribe de los Ríos fue enviado por su periódico a cubrir esa noticia; hoy, más de cincuenta años después, el profesor y periodista recordó aquel año de 1971 y aquellos sucesos, en un «ejercicio casi arqueológico», como parte de la memoria de la violencia en la Universidad de Antioquia.
Por Carlos Uribe de los Ríos*
Foto: archivo prensa de El Colombiano
Yo había llegado dos meses antes a El Colombiano como redactor de comentarios editoriales y redactor general. Aprendiz juicioso en manos de Darío Arizmendi, en aquel entonces jefe de redacción recién desempacado de Navarra, España, donde había ido a estudiar gracias a su hermano Octavio, político conservador comprometido con el Opus Dei.
Las tareas se asignaban según la urgencia, debido a que la vida de la ciudad estaba centrada en esos días en las protestas de estudiantes de la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional de Medellín y algunos colegios oficiales. El enfrentamiento se daba por el cogobierno en las universidades públicas, es decir, acabar con los consejos superiores tal como estaban integrados, conformados por los gobernadores, representantes del Ministerio de Educación, de la Iglesia, de los empresarios y de los profesores, y llegar a un equipo conformado por profesores y estudiantes. Los rectores solo tendrían voz.
Me asignaron un cubrimiento de lo que pasaba alrededor de los cientos de alumnos de la U. de A. y algunos otros, detenidos en el coliseo cubierto. Pero lo duro era la historia escabrosa de lo sucedido la noche anterior en el campus de la de Antioquia, bajo la rectoría autoritaria del médico salubrista Luis Fernando Duque Ramírez, cuando cientos de soldados y policías se habían tomado la sede -relativamente nueva- de la universidad y habían repartido gases lacrimógenos, culata y bolillo a diestra y siniestra, para reducir a los también cientos de estudiantes que se refugiaron entre los edificios después del toque de queda.
El gobierno de Misael Pastrana Borrero, uno de los más desastrosos para el país en la segunda mitad del siglo XX, había expedido el Decreto 580 de 1971 para declarar la suspensión de las actividades en las universidades públicas y además se apeló al toque de queda como recurso “perfecto” para enfrentar el caos en las principales ciudades a causa del levantamiento de los estudiantes en contra de las políticas educativas del mandatario y en favor del cogobierno en las universidades públicas.
Ir al coliseo a observar la situación y tratar de conversar con algunos estudiantes y con las autoridades a cargo, era el objetivo. Pero no dejaban pasar y, menos, entrar al recinto. Solo se escuchaba desde afuera el ruido sordo de gritos y conversaciones y órdenes y respuestas incomprensibles. Fui entonces a otros sitios. Los campus universitarios de las públicas estaban cerrados y acordonados por militares. La ciudad parecía pasmada aunque el ritmo de las cosas trataba de aparentar normalidad. Pero había convocatorias a marchas y acciones repentinas para pintar muros y gritar consignas en distintos lugares, a horas desconocidas. Grupos pequeños de estudiantes se reunían de repente en sitios clave del centro para gritar consignas contra el Gobierno y en favor de sus causas.
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En El Colombiano la situación era tensa. La sede del periódico quedaba entonces en Bolívar con Juanambú, donde hoy existe un edificio que fue transformado en un comercio de minilocales en pasillos estrechos. El muro exterior, terminado en piedra bogotana, era presa continua de brigadas de muchachos que pintaban consignas contra el diario conservador y el Gobierno. La respuesta del periódico era pintar cuanto antes, sin dar espacio a los grafitis, pero cada que el muro estaba reluciente llegaban los estudiantes a escribir sus consignas y mentarnos la madre. Las puertas de El Colombiano en esos días estaban custodiadas por militares, y la entrada era difícil.
Los testimonios de estudiantes y testigos que pude recoger, más los relatos de algunos conocidos en la U. de A., se referían todos al terror de la noche anterior en la universidad, cuando cientos de estudiantes y algunos profesores se quedaron atrapados entre el toque de queda y la presión de los pelotones de policías y soldados que barrían el campus en busca de revoltosos, que para el efecto eran todos los que estaban allí: hombres y mujeres, profesores y profesoras, empleados y empleadas. Los encuentros eran brutales y muchos fueron arrastrados del cabello, o de pies y manos hasta los camiones oficiales. Mientras otros uniformados se dedicaban a destruir puertas y desbaratar salones y pulverizar laboratorios, en el afán de hallar maleantes escondidos o caletas de bombas molotov u otros explosivos. Piso por piso los edificios de la sede de la U. de A. fueron asaltados a bolillo y los estudiantes detenidos a golpes y llevados como se pudiera al coliseo. A algunos los arrojaron desde segundos o terceros pisos, sin clemencia. A otros los golpearon hasta la fractura o reventarles la cabeza. Muertos y heridos. La mayoría entre los estudiantes y la minoría entre policías y soldados.
La ciudad estaba temerosa, pausada, lenta. La ansiedad iba de punta a punta. Las gentes sabían ya, por la radio, que el estado de sitio era un recurso que le permitía al Gobierno suspender todas las garantías de los ciudadanos y apelar a la fuerza sin miramientos.
Muchos de los detalles de esa noche pavorosa se ocultaron entre los tachones de los editores. Los estudiantes colombianos terminaron por hacer respetar sus puntos en las mesas de conversación que tuvieron que disponer las autoridades. Todo el 71 estuvo convulso.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.
*Escritor. Fue periodista y editor en los periódicos El Tiempo, El Mundo y El Colombiano; y en las revistas Credencial y HoyXHoy. Además fue profesor de periodismo y director del periódico De La Urbe, de la Universidad de Antioquia.