Memento mori, la película que narra la historia de los NN escogidos en Puerto Berrío, Antioquia, llega a las salas de cine colombianas, luego de haber sido presentada en festivales y muestras nacionales e internacionales; incluso en el municipio que la originó y donde se rodó. Allí, en mayo del 2023, realizamos una entrevista con el director de cine Fernando López Cardona, para conocer más de su concepción narrativa, la producción a orillas del río Magdalena y el trabajo con los actores y habitantes, protagonistas de la trama.
Por Margarita Isaza Velásquez
Foto: Fernando López Cardona
El 21 de mayo del 2023, conversamos con Fernando López Cardona, director de cine, sobre su largometraje Memento mori, que por primera vez esa noche los niños, jóvenes y viejos de Puerto Berrío, en el Magdalena Medio antioqueño, pudieron ver a la sombra de los árboles del parque y al pie de la locomotora 50, en el contexto del Magdalena Fest. La función fue un acontecimiento en el municipio, pues algunos de los habitantes del pueblo habían actuado en la película e, incluso, la historia completa estaba basada en hechos reales y significativos del pasado reciente del municipio ribereño.
La ficción detrás del tema de los NN escogidos en el cementerio fue observada con atención por decenas de personas, quienes no paraban de señalar en la pantalla gigante a alguien o algo que reconocían y les sacaba, o una sonrisa, o un gesto de dolor. Algunos se preocuparon por los niños presentes, pues la trama en sí misma y ciertas escenas pueden considerarse de cruda violencia o que ameritarían madura reflexión. No obstante, en aquella función festiva, el público todo estuvo atento a los detalles y presto a la conversación motivada por la historia que la película cuenta: cómo lidiaron los porteños con la desaparición de sus familiares en medio de la guerra y cómo acogieron en su comunidad a los cuerpos de asesinados que les entregaba el río Magdalena.
Memento mori llega en este momento a las salas de cine en todo el país. En Medellín, el jueves 14 de marzo hay una charla entre el director Fernando López y la periodista Patricia Nieto, autora de Los escogidos —acerca del mismo tema— y directora de la Unidad Hacemos Memoria, en el Centro Colombo Americano. El viernes 15 de marzo, en el MAMM, previo a la función de la película, el cineasta conversará con la excoordinadora de la Comisión de la Verdad en Antioquia, Marta Villa.
A continuación presentamos la entrevista realizada en el Magdalena Fest a Fernando López, director de Memento mori, que en el 2023 obtuvo el premio a mejor película en el 14 Festival de Cine Latino e Ibérico en Yale, New Haven (Estados Unidos), y la mención de honor en fotografía en el Festival de Cine de Lima (Perú).
Hablemos de la historia de la película. ¿Cómo fue su idea para llegar a ella? ¿Cuándo empezó a buscar a la gente, a los actores?
El origen de cualquier película no tiene mucha explicación. Depende de cuando uno se encuentra historias, o cuando uno quiere contar algo. En el caso de mi película, siempre lo relaciono con algo que me pasó. Yo estaba rodando un documental en un proyecto que nada tenía que ver con el tema de los escogidos, y me topé con un camarógrafo que estaba haciendo un documental con Juan Manuel Echavarría, Réquiem NN, y me contó esa historia como una anécdota: la historia de una gente que adoptaba muertos y les ponía nombres y los veía como si fueran sus familiares, y eso inmediatamente me golpeó, me fascinó como historia y me intrigó muchísimo. Ese fue quizás el punto de partida, hace más de diez años. Y comencé a indagar en internet, a conocer lo poco que se había publicado; ya estaba el libro de Patricia Nieto, Los escogidos, y esa misma semana lo compré. Quedé todavía más envenenado con la historia.
Entonces me acerqué al pueblo, a Puerto Berrío, como un forastero. Yo soy de Cali, vivo en Bogotá, soy colombiano, y en teoría estaría acostumbrado a temas o historias tan duras como esta, pero llegué acá temeroso por el orden público, y bueno, fue relativamente fácil hacer amigos o conocer personas que estaban relacionadas con ese fenómeno: el animero, algunos adoptantes… Fue fácil hablar del tema. En ese momento creo que ya habían pasado los años más duros de ese fenómeno; que fueron a comienzos de los 2000 y hasta el 2007 más o menos. Aun así se conservaban algunas tumbas marcadas. Y había visto la obra de Juan Manuel Echavarría, el libro de Patricia Nieto, los reportajes que se habían publicado. Era un tema que era muy exótico en la prensa, pero yo sabía que había algo más fuerte de fondo, y fue cuando me acerqué a la gente cuando tuve claro que ahí había una historia como para una película.
Decía que llegué como un forastero y así fue como hice una primera versión de guion: alguien que llega acá y se entera del fenómeno, y el pueblo lo transforma. Era un buen guion, pero un poco lejano, más espectador. Pasó algo con ese proyecto, que igual nos ganamos un fondo para rodarlo, pero hubo dificultades con la producción y no se pudo rodar. Yo alcancé a venir a Puerto Berrío, a hacer preproducción, a meterme más al pueblo. Ese proyecto terminó. Y luego, tiempo después, lo retomé, partí de cero, pero ya había leído más material, porque la historia de los escogidos no es solamente la idea de alguien que adopta un muerto o que suple su duelo adoptando a alguien que puede ser su hijo o su familiar; la historia se fue convirtiendo en algo más profundo alrededor de los temas de la muerte, el duelo, la convivencia con la muerte en una región como Puerto Berrío. Esta es una historia muy compleja, de sincretismo, de lo religioso y lo pagano. Y me fui metiendo en ese mundo más esotérico si se puede decir.
¿Qué tan presente quedó el tema del conflicto armado en el fenómeno que retrata la película?
Yo no quería meterme muy de lleno. Está ahí, está presente. Hablar de conflicto armado es hablar de víctimas y de personas que están en medio de una guerra que no les toca o que no les interesa, pero que de todas maneras les afecta. Entonces no quise como meterme del todo con el asunto de los grupos armados, porque uno termina sin querer como tomando partido o del lado de alguien. Fui cuidadoso en el guion. Quería que se sintiera la guerra, una atmósfera del Puerto Berrío de principios del 2000, que me cuentan que era una ciudad bastante hosca, de escaramuzas de los actores armados, de connivencia del Ejército con paramilitares, con muertes, desapariciones, cuerpos en el río. Quería que todo eso estuviera presente y también la sensación de temor que tenía la gente, pero no quería hablar en concreto de los hechos de la guerra. Los actores armados, por ejemplo, están presentes en la película, pero no son protagonistas.
Yo soy comunicador social – periodista, y si bien nunca he practicado el periodismo en un medio, mi formación y mi tendencia es siempre a relatar hechos históricos o que han ocurrido en la realidad. Lo que he hecho en películas está siempre anclado en la realidad. Me sirvieron mucho los reporteros de guerra, los fotógrafos, porque quería recrear algunos fenómenos similares a los escogidos de Puerto Berrío, paralelos quizás, que habían ocurrido en México, en Perú… Y me encontré con un libro muy valioso: Cuerpos sin duelo, de Ileana Diéguez, que recoge varios trabajos literarios y artísticos que dan cuenta de cómo todo ese horror que han vivido muchos pueblos de América Latina ha sido reinterpretado y generan unas imágenes y experiencias interesantes. El libro me ayudó mucho a tejer la historia en términos visuales. Fue muy inspirador.
Al final la película creo que terminó siendo un ensayo ficcionado sobre varios temas que tienen que ver y están sucediendo en Puerto Berrío. Tomo entonces los escogidos, el papel clave del animero, que si bien es un personaje de la cultura popular en muchas regiones de Antioquia, con la guerra tomó otra relevancia. Esta película es una obsesión de diez años de estar elaborando, pensando, y el hecho de que se rodara aquí en Puerto Berrío y que mucha gente interviniera, hizo que despertara mucho interés.
¿Cómo los veía a ustedes la gente de acá, de Puerto Berrío? ¿A los habitantes les gustó la propuesta de hacer una película? El ver las cámaras, un rodaje, eso no es algo cotidiano en un municipio como este…
Yo creo que a la gente le gustó. Guardamos el respeto de no sentir que estábamos acá como usando a Puerto Berrío como una locación, sino alimentándonos de lo que ellos contaban. Los actores principales son de acá. Es una película que tiene texto, mucho discurso literario, y pues era necesario tener actores profesionales; pero en los roles secundarios sí tuvimos actores de acá. Vino alguien de casting y empezó a llamar a la gente que le parecía interesante para hacer pruebas. Eso fue algo chévere.
Hicimos cinco semanas de rodaje, entre finales de agosto y todo septiembre del 2021, ya al final de la pandemia. Había que usar mascarillas. El pueblo estaba muy deprimido económicamente, porque muchos habitantes viven del rebusque y la informalidad, así que creo que ese rodaje fue un pequeño oasis para todos los que pudieron trabajar. En fotografía, arte, casting, producción, había muchas personas de acá.
¿Cómo le fue a la película en el Festival Internacional de Cine de Cartagena?
¡Bien! El enfoque que tiene el festival, de buscar películas que tengan representación de la realidad colombiana, y el tema de la memoria, todo esto ayudó. La película es muy colombiana en la narrativa, en el tema, en la propuesta que queda. Yo creo que es lo que deja la guerra, las heridas que están en la gente y que cada quien decide cómo valorarlas. Todo esto se me cruzó por la mente cuando el director del festival, Felipe Aljure, me dijo que querían abrir el FICCI con mi película, porque sentían que era lo más representativo de las colombianas, para la identidad del festival. Y eso fue una suerte, porque no hemos podido mostrarla en festivales afuera; eso es muy complicado. En la evaluación de los jurados siempre va a rondas finales, hay una muy buena valoración, pero es una pelea muy difícil. Entonces bueno, tuvo su función especial delante de un público. Para mí este de Puerto Berrío es el segundo gran estreno. También tuvo una función especial en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, en Bogotá, que es un lugar muy bello y muy simbólico. Fue muy grato que esta película se proyectara allí y que la gente que había, muchos de sectores de derechos humanos o que trabajan el conflicto, la tomaron a bien.
Estamos esperando para estrenarla afuera, y luego la volveremos a mostrar en el país. Siento que el hecho de que la gente la vea y pueda discutirla le da sentido a la película.
Cuéntenos un poco de la escogencia de los actores naturales, que son habitantes de Puerto Berrío.
Si yo hubiera tenido de pronto un presupuesto amplio y tal vez el tiempo de haber buscado todo en actores naturales, hubiera sido genial. El tener actores naturales en este tipo de película le da un valor agregado al trabajo. Yo lo hice porque me tocaba, quería trabajar con el animero real, pero era muy complicado formarlo; y si hubiera tenido más tiempo de rodaje, de pronto me lanzo a hacerlo.
Es muy difícil trabajar el texto cinematográfico con los actores. Es difícil lograr esto. Así que los personajes más complejos, que tienen diálogos más profundos, eran para actores profesionales y con ellos trabajar en el acento y demás. En tanto los personajes más pequeños sí son actores naturales, gente de Puerto Berrío a la que le gustó la propuesta y estaba dispuesta a trabajar en su personaje. Eso les da una musicalidad y unos matices muy bonitos a los personajes.
A estos actores les tocó vivir lo que pasó. El de la funeraria, por ejemplo, en sus trabajos ha tenido mucho contacto con el conflicto. Conoce la región, conoce lo que ha pasado. Es gente que reconoce la historia propia, y pues eso es difícil de lograr con un actor profesional venido de Bogotá.
En medio del rodaje, ¿les pasó alguna cosa quizás esotérica o sobrenatural, teniendo en cuenta ese mundo sincrético que hace parte de Memento mori?
Al final de la película, el animero, que debe hacer un viaje por el Magdalena Medio, llega a una gran casona donde el Moro, que es un personaje que es un poco la representación del mal, del patrón de la región; es una especie de demonio. Y esa casa fue la última locación que encontramos. Teníamos una mansión bellísima en Cimitarra, pero no pudimos negociarla. Entonces nos tocó buscar otra casa, ya en las dos últimas semanas, y apareció una muy rara que literalmente se la había tragado la manigua. Y la historia de esa casa es que era de Salvatore Mancuso, pero originalmente de una familia muy rica de aquí del Magdalena Medio; por allá en los ochenta, Mancuso la compró, y la gente decía que esa casa era el “apretadero” de él; que la usaba como una especie de prisión, tenía como celdas. Yo me imagino, porque nadie me quiso contar qué era, que allá llevaban gente para torturarla.
Cuando llegamos la casa estaba llena de mierda de murciélago. Tenía culebras, bichos. Se la había tragado la manigua. Y como en términos de arte no había que hacerle muchos arreglos, nos decidimos por ella. Ahí rodamos dos días. Era una atmósfera muy pesada, muy cargada. Y estábamos rodando una tortura, un asesinato con una hoguera, y la casa comenzó a traquear. El techo comenzó a crujir. Todos nos miramos asustados. Y en una de las escenas, en que a un tipo lo están ahorcando, se cayó el techo, y nosotros estábamos rodando ahí en la mañana. Se desfondó, nos asustamos mucho. Seguimos, terminamos el rodaje. Pero para mí fue muy raro que pasara eso en ese momento, en lo que estábamos haciendo. Me atrevo a decir que la casa nos estaba hablando. Había una energía rara. Eran las escenas más duras al final del rodaje.