En este relato autobiográfico, una víctima sobreviviente del genocidio de la Unión Patriótica en Colombia narra su historia de vida y la relación de la violencia política con su discapacidad. Este texto fue escrito para el informe sobre discapacidad y conflicto armado que será entregado a la Comisión de la Verdad.

El informe es elaborado por el Movimiento Social de Discapacidad Colombia (Mosodic), el Grupo de Trabajo de Clacso Estudios Críticos en Discapacidad y el Grupo Unipluriversidad de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia.

 

Fotografía: Proyecto Arte para Reconstruir de la Fundación Prolongar con el apoyo de USAID. Fotógrafos Santiago Vallejo/Federico Mejía

Soy Marta Ramírez*, mujer con discapacidad visual, sobreviviente del genocidio de la Unión Patriótica (UP), que se realizó en los años 80 y 90 del siglo XX y en el que tuvimos más de cinco mil asesinatos y más de tres mil desapariciones. Soy víctima del conflicto armado en Colombia. Mi esposo fue desaparecido en diciembre de 1986 a causa de mi activismo político y desde entonces no he sabido qué pasó con él. Yo tenía 24 años cuando quedé sola con mis cuatro hijos (tres hombres y una mujer), mi mamá y un hermano, situación que cambió mi vida y mi liderazgo, ya que mi esposo sostenía económicamente a la familia mientras yo lideraba procesos sociales y comunales. Durante años recibí amenazas de manera permanente, las cuales me obligaron a esconderme, por lo que solo hasta 2016 fui reconocida como víctima luego de declarar mi situación ante el Estado Colombiano.

 

Resurgiendo desde las cenizas en medio de mi nueva realidad

Yo viví en el Barrio Policarpa, localidad Antonio Nariño en la ciudad de Bogotá. Desde el año 1984 recibí amenazas y seguimientos en mi contra. Eran constantes. Muchísimos comunicados amenazantes llegaron a mi casa. A la salida de mi vivienda y del trabajo de mi esposo, frecuentemente, había hombres y vehículos observándonos. Ellos nos estaban haciendo seguimiento, como también lo hacían en las casas de otros compañeros, los cuales fueron desaparecidos y asesinados. Un carro en particular continuamente estaba frente a nuestra casa. En muchas ocasiones denunciamos la presencia de este vehículo ante las autoridades y ante el mismo Partido Comunista de Colombia. Así fue como llegó el momento, en diciembre de 1986,  en que mi esposo salió para su trabajo y nunca volvió. Llamaban y me decían que lo tenían, que no fuera a llamar a nadie, porque ellos necesitaban venir por mí, y si no hacía caso vendrían también por mis hijos y los mataban. Me atrevo a decir por qué fue desaparecido: por lograr cogerme de alguna manera a mí, desaparecerme o acabar con mi vida. Las amenazas que llegaron después fueron muchas, pero recibí un apoyo grandísimo de mis otros compañeros de la UP. La familia materna nunca me apoyó, tal vez porque ellos eran cristianos y siempre he tenido otra forma de pensar que difiere con sus creencias. Y con la familia paterna nunca compartí. De hecho, no la conozco. Para mí, contar esto es algo muy complicado y duro.

Desde 1984 hasta la noche del 25 de diciembre de 1986 viví días muy difíciles. Esa noche de diciembre, intentaron desaparecerme en Ciudad Berna, ubicada al lado del barrio Policarpa.. Yo estaba entregando volantes cerca del CAI de Antonio Nariño y, cuando me di cuenta, estaba rodeada por varias motos conducidas por personas que cubrían sus rostros con pasamontañas. Le alcancé avisar a un niño de 11 años que estaba en el lugar. Le pedí que fuera corriendo y avisara que algo malo sucedería. Afortunadamente pudo avisar que me iban a desaparecer o matar. Minutos después llegó la gente del barrio, como siempre fue en su historia: unida y solidaria.  Mis vecinos lograron rescatarme. Siempre pensé que ese niño fue un ángel, me salvó.

Estuve militando en la UP desde el año 1980 hasta 2010 y también en el Partido Comunista. Ingresé al Partido Comunista exactamente en 1980, a la edad de 17 años. Nosotros promovíamos la ideología del Partido para fortalecer también a la UP. Asimismo hacíamos invasiones de terreno en varias localidades de Bogotá con la finalidad de entregar lotes a familias, no solo del Partido, sino a las que necesitaban el derecho a la tierra que después se convertiría en sus hogares. Todo este trabajo lo hicimos con la Central  Nacional Provivienda del Partido Comunista, ubicada en el Barrio Policarpa, en Bogotá, Tercera Sur con 10.

 

Una invasión que se convirtió en mi esperanza

Luego de la desaparición de mi esposo, varios compañeros y yo nos organizamos para hacer una toma de terreno en la localidad Usaquén. Me ayudaron a instalarme en un lote en el que vivían ocho personas, donde finalmente viví durante 24 años. Recibí un lote de 60 metros cuadrados. Construimos con nuestras manos una casita muy artesanal, de tela asfáltica. Allí me tocó luchar con mi hermano, mi madre y mis cuatro hijos, todos pequeños, el mayor tenía seis años y la bebe ocho meses. Durante esa década trabajé con las comunidades: era la única mujer lideresa de aquella zona que fue transformándose en el barrio Chaparral de Usaquén en Bogotá, donde desde el 25 de mayo de 1985, gracias a la Central Nacional Provivienda, habíamos logramos constituir 134 casas.

Tras construir mi casa en Chaparral me puse a buscar trabajo y fui contratada por Tempus, una empresa de limpieza, en Los Álamos, Bogotá. No duré mucho, solamente 3 meses, porque me ponían a planchar hasta tarde y luego tenía que ir hasta Usaquén. Me tocaba caminar desde la Calle 167 hasta la Calle 187 con carrera 4, caminaba todos los días unas 2 horas, de noche, porque solo había un bus y no hacía la ruta completa. El invierno era muy fuerte y, finalmente, me enfermé.

Busqué otros trabajos hasta que llegué a Hilacol, ahí trabajé hasta 1989. Era la empresa de los almacenes de azúcar, azuquitar y besito de coco. Mientras trabajaba, mi madre cuidaba a mis hijos, sufriendo las intemperies durante el invierno en nuestra casita con tela negra, en la que vivimos durante 3 años en las peores condiciones humanas. En esa época, en Bogotá llovía con granizo. Después de mucho trabajo, logramos comprar unas tablas de madera negra donde venían las partes de los carros para ensamblar y comenzamos el montaje de un apartamento. Yo fui de las últimas en construir dos pisos, pero lo logramos. Tuve que hacer jornadas dobles de trabajo para poder lograr darles estudio a mis hijos. Afortunadamente en este momento todos son profesionales. Luego, se me acabó mi trabajo en Hilacol y para sobrevivir pedí dinero prestado por muchos años. Hasta que llegó el momento que debía más de 50 millones y vendí mi casa en chaparral. Actualmente pago arriendo y vivo con mi madre.

 

Las desapariciones y asesinatos le causan problemas a la mente y al corazón

La desaparición de mi esposo me ha causado un desgaste emocional reflejado en mi salud mental y transformado en una discapacidad psicosocial. A veces me dan crisis emocionales, de tristeza y de dolor, precisamente por tantas cosas desagradables que han pasado en mi vida. Cuando voy  por la calle, siento  que alguien me persigue. Nunca más volví a dormir bien, de hecho estoy medicada desde hace 11 años, con Amitriptilina, usada para tratar los síntomas de la depresión. Este fármaco pertenece a una clase de medicamentos llamados antidepresivos tricíclicos. Estas discapacidades psicosociales no están establecidas y certificadas en el sistema de salud colombiano. Ha sido una situación supremamente complicada y dura en mi vida, porque he tenido que sobrevivir con mis hijos y con el dolor de la desaparición de mi esposo.

Además de la discapacidad psicosocial también vivo con baja visión. Las personas con esta discapacidad no podemos movilizarnos de la misma manera que lo hacen quienes pueden ver perfectamente. Prácticamente somos ciegos, tenemos que pedir apoyo todo el tiempo para que nos ayuden a tomar un bus o a pasar una calle en la noche. Es completamente difícil que cada uno de los que tenemos baja visión podamos andar en la calle, con todas las barreras y los peligros que hay en nuestra ciudad.

De tanto en tanto, por todas las situaciones vividas, de somatizar tantas cosas, he llegado a tener un problema cardiovascular, manifestado desde el año 2008. Se me somatizó cuando comencé a trabajar en atención a víctimas del conflicto armado en Bogotá entre 2008 y 2016. A veces siento que somaticé este tipo de problemas, por conocer o presenciar los asesinatos y desapariciones de muchísimos compañeros que vi morir de la Unión Patriótica. Tuvieron que hacerme una cirugía de corazón abierto en el año 2009. Una vez me recuperé continué como gestora social. Aún sigo ayudando a mi localidad de Usaquén y colaborando con todas las personas que me piden la ayuda como lideresa para los procesos comunitarios.

 

Finalmente, nunca se pudo…

Al ser víctima del conflicto armado todavía busco a mi esposo en las calles. Todo sería menos duro si de pronto hubiera tenido la oportunidad de saber qué pasó con él, incluso de haberlo visto muerto. Pero nunca supe más de él. Todo el tiempo que salgo a la calle me parece que esa persona es la que está al frente. En todas partes se me presenta, en todas partes tengo esa imagen, porque finalmente nunca pude hacer el duelo.

Mis hijos también han tenido que aguantar este dolor. La imagen paterna hizo muchísima falta, porque a nosotras las mujeres, a pesar de que seamos buenas personas, tan fuertes para sacar a nuestros hijos adelante, nos hace falta el apoyo de alguien, tanto en lo económico como en lo social, en lo espiritual, en la compañía. En lo personal he tenido que superar muchas cosas sola y, con todo eso, sigo en la lucha.

Recuerdo, como si fuera ayer cuando mi esposo desapareció, me lo recuerda Colombia todos los días. En este momento siento como colombiana que volvemos atrás, otra vez a la guerra sucia. Se vuelven a ver todo el tiempo asesinatos y masacres, como se han venido haciendo durante todo este año. Mi historia es la historia de miles de mujeres. ¿De qué le sirve a una mamá que le digan que su hijo murió como un héroe o como un mártir? Eso no sirve de nada. Entonces nosotras no tenemos quien nos defienda. Nosotras estamos completamente cruzadas de brazos y es algo muy doloroso para nuestro país.

 

De pandemias, las mismas violaciones y “jugaditas”

El hecho de encerrarnos en las casas en la pandemia permite que nos puedan ubicar más fácilmente y hacer los genocidios que han venido cometiendo. También se ha favorecido la persecución a todos los líderes sociales con y sin discapacidad, siendo una violación terrible de los derechos humanos, donde no se respeta la vida del otro. Tristemente volvimos a retroceder, después que sentimos cada uno en nuestros corazones que habíamos logrado la paz.

Somos conscientes que la paz no se trata solamente de haber firmado un Acuerdo. Sin justicia social, sin garantía de los derechos que nosotros necesitamos, como la educación, la salud, el acceso a la canasta familiar, el empleo, la accesibilidad a la ciudad o al transporte; nosotros nunca vamos a tener paz, así seamos las personas más capaces del mundo. Si nosotros no tenemos seguridad social y garantía de supervivencia, la situación va a ser peor. Y ahora, después de la pandemia, todavía peor, porque el gobierno lo que ha venido es arrastrándonos completamente con sus decretos de emergencia y sus arbitrariedades. Decretos que han sacado constantemente sin el control de nadie. El gobierno nacional ha venido “pateando”, digámoslo así, a toda la población colombiana. Y no pasa nada. Desafortunadamente no pasa nada.

Ellos saben de “jugaditas”. Lo saben tan bien que todo el tiempo nos han venido haciendo jugaditas y más jugaditas. Y lamentablemente nosotros no tenemos quien nos ayude, quien nos escuche, quien nos haga entender que este país tiene que cambiar. ¿Qué ganamos nosotros? No importa que seamos un país rico, un país con muchísimas riquezas: porque se la están robando y nos están desangrando. Están matando policías, están matando soldados, están matando al pueblo, porque están matando precisamente al pueblo. No están matando a los altos cargos de este gobierno ni de los anteriores, sino que están matando a los hijos del pueblo, los soldados que van a prestar servicio militar. Muchos por obligación, otros por gusto y otros porque no han tenido otras oportunidades de vida.

Entonces es muy triste ver cómo se sigue desangrando nuestro país. Es muy triste ver cómo nos están matando. Es verdad que existe el coronavirus y que vivimos una pandemia. Pero y detrás de eso: ¿qué ha pasado? Nos han asesinado nuestros líderes. Nos han asesinado los campesinos. Nos están asesinando los indígenas. Nos están asesinando a las personas con discapacidad, Nos están asesinando los hijos de las madres más necesitadas de este país.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.

 


* Nombre cambiado por seguridad de la autora.