A Soraya Cataño la asesinaron un viernes. El 13 de diciembre de 1991, en una calle del barrio El Bosque, muy cerca del sector Moravia de Medellín, encontraron su cuerpo. Fue baleada junto a Omar Arturo Gutiérrez Castañeda, su compañero, un joven líder comunitario como ella. Hasta ese lugar del norte de la ciudad llegaron los investigadores del Juzgado 116 de Instrucción Criminal que a las 9:27 de la noche la hallaron sin medias ni zapatos, botada sobre el piso de tierra con un disparo en la base del cráneo. A ochenta centímetros de allí estaba Omar, a quien también hallaron descalzo, con cinco tiros en el cuerpo.
Soraya María Cataño González tenía 23 años. Era la segunda de tres hijos (la única mujer). Vivía en el barrio Doce de Octubre, de la comuna 6, estudiaba teatro en la Universidad de Antioquia, estaba en sexto semestre y era zanquera, teatrera, líder barrial y militante de la Juventud Revolucionaria de Colombia, una de las líneas políticas del Partido Comunista de Colombia a finales de los ochenta y principios de los noventa.
“Todo el mundo por ahí en las calles, borracho, tomándose sus chorros por el Nacional y nosotros llorando, hermano, y yo viendo a mi familia llorar. Hermano, y todos esos niños llorándole a Sora al lado del cajón”, contó Diego, Choco, su hermano, en 1996 en el documental Soraya luna, Soraya siempre, que relata parte de la vida de Soraya. Su padre, Francisco Cataño, de acuerdo con el expediente judicial, reclamó el cuerpo de Soraya el domingo 15 de diciembre, el mismo día en que la ciudad celebró la quinta estrella del Club Atlético Nacional.
La Flaca, como le decían a Soraya en el barrio, un vecindario marginal del noroccidente de la ciudad, era una mujer querida por su trabajo comunitario, especialmente con los niños. “La recuerdo como una mujer muy mística”, dice Jorge Dubán Blandón, director de la comparsa Luna Sol, que surgió después en homenaje a Soraya. “Yo era un niño, empecé a conocer este barrio y a notar que ella hacía recreaciones y eran muy ricos los ratos que esta mujer nos dedicaba a los niños”.
Soraya hacía parte de la Gallada de la 69, un grupo de jóvenes de las comunas 5 y 6 que querían llenar las calles de sus barrios con color, música, danza, comparsas, y así ofrecer un protagonismo diferente a los niños y los jóvenes de esa zona de Medellín, asediada por la violencia y la desigualdad en los años ochenta. A la par con ese trabajo social, fue militante de la Juventud Revolucionaria de Colombia desde la adolescencia, y llegó a ser una de sus dirigentes en Antioquia hasta cuando el brazo armado de ese proceso político, el Ejército Popular de Liberación (EPL), firmó la paz con el Gobierno de César Gaviria, en febrero de 1991.
“El escenario de su trabajo fue fundamentalmente el escenario de lo barrial y de lo comunitario, vinculado a dinámicas que les permitían sobrevivir, y por eso la vinculación de Soraya a lo artístico”, explica Natalia Marín, socióloga de la Universidad de Antioquia, que ha rastreado la vida de Soraya a partir de su vínculo con la comparsa Luna Sol. “En este país sí matan mucha gente, pero el tema de que a Soraya la hubieran matado por jugar con niños me parecía un poco chueco. Entonces empecé a indagar”, agrega.
A inicios de la década del noventa, explica Natalia, la Universidad de Antioquia era el epicentro del movimiento barrial de Medellín, y no era extraño que sus estudiantes hicieran trabajo comunitario y político en sus barrios. “La Universidad no era ese espacio ajeno que uno conoce hoy”, explica. En Soraya convivían con intensidad estas dos facetas: vivía la dinámica universitaria, con sus asambleas y grupos de estudio, e incluso como representante estudiantil de la Facultad de Artes en algún momento, pero expandía su alma en el trabajo con la gente de su barrio.
“Yo creo que con la muerte de Soraya el proceso que menos se resintió fue el estudiantil. Obviamente allí mucha gente la recuerda, pero su muerte fue realmente un golpe a lo artístico-barrial”, dice Sebastián Pérez, sociólogo de la Universidad de Antioquia y coautor con Natalia del documental Hijos del maíz, una historia sobre el legado de Soraya. “En ese momento la violencia estaba desbordada en Medellín, pero eso no debe desmarcar el asesinato de Soraya de un asunto político”, agrega.
Y sí, 1991 fue un año de cifras dramáticas en Medellín 6 mil 809 personas fueron asesinadas en la ciudad, donde ocurría uno de cada cuatro homicidios que se registraban en el país, según el informe Medellín, memorias de una guerra urbana, publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el 2017.
En ese contexto, las reivindicaciones políticas de Soraya y el alma de su trabajo artístico estaban fuertemente conectadas con las necesidades más urgentes de su gente a inicios de los noventa: cobertura educativa, vivienda digna, rutas de transporte. “Estos trabajos culturales de alguna manera tenían la intención de generar conciencia social. Todo el trabajo que se hacía por fuera de la Universidad tenía una intención política, sin duda”, anota al respecto Juan Gonzalo Marín, un exprofesor de la Universidad de Antioquia, que conoció a Soraya en su época universitaria.
Por eso, Natalia y Sebastián consideran que su asesinato, tan solo unos meses después de la desmovilización del EPL, fue una acción para acallar las luchas sociales que ella representaba. “Sora fue asesinada en un momento de post-acuerdo. Su lucha política no estaba ligada a lo armado y eso no lo desmovilizaba nada”, afirma Sebastián, para quien este asesinato fue la única forma de desestructurar un proceso barrial tan fuerte como el que ella lideraba: “No fue un asesinato casual”.
No obstante, la investigación que adelantó el Juzgado 116 de Instrucción Criminal nunca determinó los móviles ni los responsables de su asesinato. Lo poco que indagó ese organismo judicial sobre el hecho está consagrado en un breve expediente que recogió un único testimonio de lo acontecido, el de un estudiante universitario que vivía cerca del sitio donde hallaron los cuerpos y quien relató: “Llegué de la universidad como a las ocho y treinta de la noche y ya eso había pasado, los muertos ya estaban ahí tirados”.
Para diciembre de 1991 los funcionarios de los juzgados ya habían sido notificados sobre la entrada en vigencia de la Fiscalía General de la Nación, un organismo creado por la Constitución Política de 1991 que empezó a funcionar en julio de 1992. Este tránsito de institucionalidad podría explicar los nulos avances que tuvo el caso de Soraya, cerrado de manera definitiva en noviembre de 1999, cuando la Unidad Primera de Delitos contra la Vida y la Integridad Personal de la Fiscalía decidió suspender la investigación “toda vez que no se logró identificar e individualizar a los responsables”.
Doce años después, en marzo del 2011, el padre de Soraya presentó un derecho de petición a la directora seccional de fiscalías de Medellín, solicitando información sobre el estado de la investigación en el caso de su hija. “El hecho se presentó dentro de la ciudad y tienen que existir testigos de quiénes fueron los que la mataron […] y sus investigadores no han podido saber quién la mató”, argumentó el padre en el documento. La Fiscalía le respondió por escrito que la investigación había sido clausurada.
En principio, la muerte de Soraya dejó sin aire el movimiento artístico que ella había ayudado a formar con persistencia, porque “muchos no volvieron después de eso. Hubo una dispersión muy grande”, dice Juan Gonzalo. Sin embargo, después de cinco años de silencio alrededor de su legado, el 6 de noviembre de 1996, los vecinos y amigos del barrio organizaron un desfile en honor a esta lideresa y al personaje de la luna que interpretó diez días antes de morir, en el Desfile de Mitos y Leyendas de diciembre de 1991. Ese es el origen de la comparsa Luna Sol.
Para Jorge Dubán Blandón seguir después de ese homenaje fue vital, pero absurdamente difícil. En el barrio, las bandas criminales medían su fuerza por el control del territorio. “¿A usted no le da miedo estar en eso? Mire lo que le pasó a Soraya”, recuerda que le dijo un día su mamá, cuando él empezaba a unirse a los ensayos de la comparsa, a finales de los años noventa. Pero siguió. “Fue corto mi vínculo con Soraya, pero muy productivo. Soraya sembró en mí muchas cosas que brotaron después, en lo que hago hoy en día”, cuenta.
Entre tanto, Natalia, que ingresó a Luna Sol a inicios de los 2000 y se mantuvo en esa comparsa durante veinte años, define el poder de esa semilla en una palabra: “Incansable. ¡Es que Sora era una incansable!”, dice.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
es un contenido producido por el
Proyecto Hacemos Memoria