De cómo un niño bien de Medellín termina siendo un asesino en serie en la época más violenta de la ciudad. Un punto poco contemplado de un tema muy mirado en el cine colombiano.
Por: Adrián Atehortúa
Fotos: Proimágenes Colombia
Desde que tiene memoria, Julián solo ha conocido una vida de lujos. Es un joven privilegiado entre los más privilegiados de Medellín y heredero de una dinastía que ha marcado el rumbo de la región en el siglo XX, pero su momento de hacer historia en la familia llega en la época más convulsionada de la ciudad, cuando el narcotráfico, la violencia y el crimen por el crimen son ley. Poco a poco, y desde su infancia, se va hundiendo en la decadencia que se ha apoderado de la sociedad paisa en los años noventa y de la que él no puede escapar.
De eso se trata, a grandes rasgos, Amigo de nadie (2019), la más reciente película de Luis Alberto Restrepo. Como en sus entregas anteriores La pasión de Gabriel (2008); La primera noche (2003), el director se concentra en tomar un personaje y desenvolverlo por capas, dejándolo cada vez más expuesto, casi sin ningún tipo de condescendencias. Para eso se apoya en un equipo de actores profesionales destacados y otros que no tanto —que parece ser la excepción y no la regla en este tipo de películas en el cine colombiano— entre los que sobresale la interpretación de Patricia Tamayo en el papel de madre medio libertina y desengañada.
Aunque la película tiene algunos detalles que le restan ritmo, como el montaje en ocasiones descuidado o los personajes que se pierden por su acento paisa forzado —problema de siempre—, en la producción se destacan aspectos como la dirección de arte y vestuario que recrea finamente el contexto y la vida de la clase alta de Medellín en aquella época, o la forma en que revive episodios como la bomba de la Plaza de Toros de la Macarena de febrero de 1991. Sin embargo, tal vez su mayor mérito es su interés por ese aspecto poco contado de un episodio histórico del cual el cine colombiano tantas veces ha intentado sacar partido lavándose las manos.
El guion se basa en el libro escrito por Juan José Gaviria y Simón Ospina publicado en 2012 bajo el título de Para matar a un amigo y que este año se relanza con el mismo título de la película. A su vez, el libro se inspira en hechos reales convertidos en leyenda urbana protagonizados por Juan Carlos Echeverri Uribe, nieto del empresario y exgobernador de Antioquia Rodrigo Uribe Echavarría. Eso hace que la película cobre interés especial entre tantas de su género: su énfasis sobre cómo la parte más acomodada y aristocrática de la sociedad paisa también puso una cuota importante en la decadencia de la Medellín de los noventa, dadas las circunstancias o a pesar de ellas, deja la sensación de que esa parte de la historia no se ha contado tanto como se debería.
Si la distancia de los años hace que para las nuevas generaciones la violencia recreada parezca gratuita, sobre todo por estos días en los que la oficialidad en Medellín se empeña en que se hable lo menos posible sobre la época más cruda del narcotráfico —que aún existe y domina en la ciudad—, cabe hacer la anotación de que no es fortuita ni exagerada. Cualquiera que haya vivido en Medellín en aquellos días podrá sentir que la película no se excede en eso. Si hay algo en lo que acierta es en mostrar que hubo una época en la que acudir a la muerte y la violencia no planteaba dilemas morales en ningún sector de la sociedad. Ni siquiera entre los ricos.
Amigo de nadie es una película que, con detalles de buena factura y otros menos logrados, abre la puerta a un aspecto que el cine colombiano, tal vez por ser aún poco prolífico o difundido, ha dejado rezagado. En cualquier caso y para cualquier espectador da cuenta de por qué todos, en mayor o menor medida, hemos tenido que ver con uno de los episodios que más dolor nos ha costado.