El edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada, en Buenos Aires, Argentina, en el que cientos de personas fueron detenidas, torturadas y desaparecidas, es hoy un referente de lugares de memoria en América Latina. A partir de esa experiencia, Alejandra Naftal, directora del Museo Sitio de Memoria ESMA, habla sobre qué hacer con los lugares asociados a los victimarios.
Por: Esteban Tavera
Alejandra Naftal fue una de las primeras víctimas de detención y desaparición forzada que, en 1984, acudió ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas para dar su testimonio sobre las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que ejercieron los militares contra los argentinos desde marzo de 1976, cuando una junta cívico militar, presidida por el general Jorge Rafael Videla, se tomó el poder a la fuerza.
Su testimonio se sumó al de cientos de víctimas y entre todos destaparon una dolorosa verdad: en Argentina existieron campos de concentración en los que sistemáticamente secuestraban, torturaban, robaban bebés, desaparecían y asesinaban personas debido a su pensamiento. El más grande y representativo de estos campos funcionó en uno de los edificios que conformaba la Escuela de Mecánica de la Armada, ubicado al norte de la ciudad de Buenos Aires.
La verdad sobre lo que allí ocurrió aún no está completa, pero el testimonio ofrecido por sus víctimas en los juicios penales que se desarrollaron a partir de 1985 y que hoy continúan, son una pieza fundamental de la construcción de la memoria colectiva argentina. Esos testimonios, respaldados por documentos y archivos, fueron ordenados en una muestra museográfica que desde el año 2012 ofrece una viva imagen del terror que albergó ese lugar.
Naftal, directora del Museo Sitio de Memoria ESMA, habló con Hacemos Memoria y dio luces sobre qué hacer con los lugares que albergaron atrocidades o cómo ordenar el relato de nuestro pasado para ponerlo en un museo de memoria.
En Colombia enfrentamos un gran dilema sobre qué hacer con aquellos lugares donde se perpetraron crímenes o que fueron usados por los victimarios en su accionar criminal, como es el caso del Edificio Mónaco, que fue construido por el narcotraficante del cartel de Medellín, Pablo Escobar y que fue demolido hace un par de meses. ¿Cómo tramitaron ustedes ese dilema en Argentina?
Esto empezó en 1985 con los primeros juicios a los militares. En ese momento empezamos a hablar de los lugares clandestinos de detención y empezaron a ser descubiertos. Gracias a eso, hoy podemos hablar de que existieron alrededor de 700 lugares clandestinos de detención. De estos, no todos son campos de concentración, hay casas operativas, un depósito en una fábrica y otros sitios.
Mientras que los íbamos encontrando, gracias a las voces de los sobrevivientes, porque los militares nunca hablaron; se propiciaron discusiones sobre qué hacer con estos lugares. Y no es lo mismo la Escuelita de Famaillá, en Tucumán, que fue el primer centro clandestino de detención, o el Campo de Mayo, otro centro clandestino ubicado en la Provincia de Buenos Aires, que la ESMA.
Cada lugar tiene su particularidad, su especificidad, su entorno, sus emprendedores de memoria. Aquí vas a encontrar que algunos son señalizados, otros son centros culturales, otros museos, otros son lugares comunitarios. Cada lugar va teniendo un uso, pero creo que los lugares tienen que estar y que después tienen vida propia. Pero es mejor que estén a que no estén.
¿Qué crees que puede aprender Colombia de esta experiencia?
Tuvimos un conflicto mucho más binario que el que tienen ustedes. Aquí era mucho más claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos.
Para mí la enseñanza más importante es que estos espacios tienen que ser fruto de un consenso. Hay que convocar a todas las partes involucradas, sentarse en la mesa y llegar a consensos a partir de un acuerdo básico de qué es lo que no entra en ese consenso. Nosotros, por ejemplo, pusimos como acuerdo básico que se sentaban en la mesa quienes no cuestionaban que aquí hubo terrorismo de Estado, porque hay gente que cree que hubo terrorismo de Estado pero que pudo ser producto de la acción de los grupos guerrilleros.
Y el otro acuerdo era que no se sentaban en la mesa quienes no propendían por la democracia. En ese punto es fundamental encontrar un equipo que pueda escuchar todas las voces que intervienen en ese consenso y ordenarlas despojados de prejuicios.
En Colombia creo que no tienen que esperar a que esté todo terminado, pero sí deben procurar que no haya una voz hegemónica. Sí un acuerdo básico de qué sí y qué no puede hablarse, pero son procesos arduos, la gestión es difícil y el trabajo cotidiano es complejo.
¿Cuáles fueron los retos más grandes en esa búsqueda de consensos?
Para mí el principal reto fue encontrar un relato que agrupara a las voces que intervinieron. Yo hice doscientas presentaciones del proyecto. Se las presenté a sobrevivientes, a las madres, a las abuelas, a los familiares, a la academia, a los políticos, a los funcionarios. Cada uno tenía su museo en la cabeza.
Incluso la presidenta, Cristina Fernández, fue parte del consenso. Recuerdo que cuando fui a llevarle el proyecto por tercera vez, estaba re enojada porque una de las salas tenía las fotos de los desaparecidos y ahora no están porque una madre de Plaza de Mayo dijo: “yo la foto de mi hija Franca no voy a dejar nunca que esté en el lugar donde la humillaron, la torturaron, la desaparecieron y la mataron”. Entonces, a la presidenta no le gustó que se sacaran esas fotos de ahí, pero cuando le conté la razón, me dio el aval. Lo que le dije yo es que, si esto no salía por consenso, no le serviría a nadie. Esa es una enseñanza.
¿Para qué sirven estos lugares? ¿crees que realmente son eficaces?
No tengo muchas certezas de la eficacia de estos lugares. Sé que por pertenecer a esta generación lo tengo que hacer, pero siempre está presente la pregunta de cómo vota o qué defiende la gente cuando sale de aquí.
Sin embargo, hay hachos que demuestran avances en el caso argentino. Por ejemplo, en mayo de 2017, quisieron incluirles a los militares un beneficio previsto en la ley según la cual cada día de prisión preventiva, luego de dos años, debía contarse doble. En ese momento la gente salió a la calle y, en 23 horas y 40 minutos, por unanimidad de los senadores, se declaró inconstitucional.
Otro ejemplo es la reciente gestación de un movimiento de hijos y familiares de genocidas que se organizaron para hacer memoria y luchar en contra de los crímenes que cometieron sus padres o familiares. Ahí digo que algo hay. Yo creo que estos lugares ayudan a mantener el acuerdo tácito que hay en la Argentina de que crímenes de Estado, nunca más.
Ahora hay una explosión de lugares de memoria por todo el mundo y Colombia no es la excepción, ¿cómo evalúa eso?
Yo conocí el museo de Medellín y me parece que entra en mi cuestionamiento de los museos de la memoria, que son edificios impresionantes, todos de cemento, y que tienen la grieta, la herida, el desnivel y todo eso. Yo creo que con el museo judío de Berlín es suficiente.
Ahora, lo que veo es que hay una industria de la memoria y de la musealización. Nosotros aquí no quisimos hacer eso. Creo que tenemos el poder del lugar, nosotros decimos, aquí se torturó, aquí nacían los bebés, aquí se aplicaron las inyecciones de pentotal, aquí se planificaban los crímenes. Ese “aquí” tiene un poder que es indiscutible.
Entonces, en vez de pensar en museos de memoria, pensemos en los “aquí” y seguro que Colombia tiene un montón de “aquí”. Me parece que esas cosas son más poderosas que los grandes museos. Hay que repensar mucho esto de la memorialización y lo museable.
¿Cómo han logrado que el relato que ofrece este lugar se mantenga vigente a pesar de los años?
Yo creo que cada tiempo histórico hace lo que puede. Estos tienen que ser lugares en los que cada generación haga un relato de lo que sucedió. Por eso, si vos ves, todo lo que se ve en esta muestra es reversible, todo se puede desenchufar, sacar, levantar. Por eso tenemos la tranquilidad de que los que vengan narrarán la historia de su pasado como quieran. Quienes trabajamos con estos sitios de memoria no podemos creernos eternos, que esto va a quedar para siempre.
En este momento tenemos una exposición temporal sobre el trato a la mujer al interior de la ESMA. Desde que abrimos, varios grupos de mujeres nos dijeron que no habíamos abordado la historia de este lugar con perspectiva de género, entonces, recogimos la recomendación y nos corregimos a nosotros mismos.
¿Qué papel cumplen y cumplieron los archivos en la construcción del sitio de memoria?
Nuestro principal archivo son los testimonios que dieron los sobrevivientes en los juicios. Como los militares nunca hablaron, todo lo que sabemos de la represión militar es a través de las voces de los sobrevivientes, pero también de la búsqueda de archivos de los organismos de defensa de derechos humanos en los que están los habeas corpus y todas las denuncias.
Esa labor la comenzamos en 1999, cuando fundamos la organización Memoria Abierta, con la que recogimos los archivos de muchas organizaciones para protegerlos y ordenarlos. Luego, del 2003 en adelante, en todas las agencias estatales hubo un área de Derechos Humanos para trabajar en los archivos de los hospitales, de los cementerios, del Ministerio de Defensa. La burocracia es la burocracia, siempre queda un papel.
Y después, los juicios, que es nuestra gran base de archivos. Nosotros para hacer la muestra lo investigamos todo, pero tuvimos la decisión curatorial de solamente exhibir los testimonios y la documentación provista por los juicios, porque justamente estas instituciones, que son el imaginario de la verdad, nos preguntamos, ¿qué mejor aval que decir que todo esto pasó por la justicia?
Por eso renunciamos a mostrar la información provista por el periodismo, la literatura, por archivos privados. Todo lo que se ve acá está avalado por la justicia, lo vio un juez, un tribunal, un fiscal. Esto es algo público, es el Estado diciendo que pasó esto.