Rubén de Jesús Quintero Giraldo fue desaparecido por los paramilitares el 26 de octubre del 2002. Su hermana, además de buscarlo, ayuda a otros que sufren por la ausencia de sus seres queridos.
“De lo que le ocurrió a mi hermano escuchamos muchos rumores: que habían visto su cabeza en el río del Ramal, que se lo llevaron por el Alto del Palmar, que lo estaban investigando pero que no lo habían matado todavía… en fin, tantas cosas nos dijeron que no sabíamos ni qué creer. Pero al final, después de estos largos años, concluimos que todo había sido por un robo tan grande que le hicieron”, cuenta Gloria Quintero cuando le preguntan por la desaparición de su hermano Rubén de Jesús.
Gloria lleva años narrando la trágica historia del conflicto armado en Granada, en los recorridos guiados que hace por el Salón del Nunca Más. Se acostumbró a contar las penas y los dolores de otros, dejando en un segundo plano el suyo y el de su familia, tras la desaparición forzada de Rubén de Jesús. Pero no siempre fue así.
Desde aquel martes 29 de octubre de 2002, cuando se enteró de que su hermano llevaba cuatro días desaparecido, se empeñó tanto en encontrarlo y en tratar de entender lo que le había pasado, que a todo el que podía le contaba su historia, quizás para no sentirse tan sola, quizás con la esperanza de que alguien pudiera darle una explicación.
Hoy, dieciséis años después de que los paramilitares lo desaparecieran, Gloria no sabe cómo empezar su relato. “¿Qué les cuento?” Se pregunta. Entonces, empieza por el final, por el día en que se unió a la Asociación de Víctimas Unidas de Granada, Asovida: “En 2007 me enteré de que iban a hacer unas exhumaciones en el municipio y, como mi familia y yo en ese momento estábamos casi seguros de dónde estaba enterrado mi hermano, asistí a todas esas reuniones decidida a encontrarlo”.
La despedida
Todos los 22 de octubre son una fecha especial para Gloria y su familia: su esposo cumple años y, además, celebran su aniversario de casados. El de ese 2002 también fue especial como de costumbre. Ella preparó la comida y, aunque no había podido hablar con Rubén para invitarlo, este llegó sin avisar: “Yo lo llamaba con la mente y él venía, pura telepatía”, recuerda Gloria. Esa noche cenaron en familia y ella le prometió a su hermano que le prepararía “la coca del almuerzo” para que la llevara cuando se fuera a recoger café a su terreno, en Guadualito. Él vivía solo y a ella le gustaba atenderlo.
A la mañana siguiente, Gloria despertó cuando Rubén cerró la puerta de la casa para marcharse, saltó de la cama y corrió a detenerlo: “Rubén, venga lo despacho”, le gritó. “Entonces, le empaqué la coquita, se llevó listo su almuerzo y nos despedimos como quienes se van a volver a encontrar. Desde el balcón, mi hijo y yo lo vimos hasta que se perdió a lo lejos montado en su bicicleta, ¿cómo íbamos a saber nosotros que nos estábamos despidiendo, que esa era la última vez que lo íbamos a ver?”, señala con nostalgia.
Rubén estuvo en Guadalito, recogió su café y al regresar a la finca en la que trabajaba como mayordomo durante tres días a la semana, ubicada en un sector de Granada conocido como El Cebadero; se enteró de que “las cosas se habían puesto más calientes que de costumbre”. Al parecer, la guerrilla de las Farc ingresó a los predios de la finca que él cuidaba y desde allí les dispararon a los paramilitares. Un vecino fue el que lo alertó de lo ocurrido y Rubén respondió que no aguantaba más la zozobra, que descargaría el café y que buscaría a los paramilitares para hablarles y que supieran que él no tenía nada que ver. “Hoy, no sabemos si fue a hablar con los paramilitares o no. Lo que está claro es que ese sábado 26 de octubre entraron a la casa, desordenaron todo, se llevaron el ganado, los caballos que él cuidaba y lo desaparecieron”, relata Gloria.
La búsqueda
En esos primeros días, la angustia y la desesperación llevaron a Gloria y a su familia a buscar a los paramilitares, que permanecían en el pueblo como cualquier civil, para preguntarles por el paradero de Rubén. Pero siempre obtuvieron un “no sabemos y no pregunten más” como respuesta, aunque a algunos de ellos se les vio montados los caballos que le habían robado a su hermano.
Aconsejados por amigos y autoridades del municipio optaron por dejar de preguntar, porque se estaban volviendo incómodos para los paramilitares. Sin embargo, la búsqueda continuó de forma silenciosa hasta que cinco años más tarde, en 2007, con el anuncio de las exhumaciones que se harían en Granada, Gloria volvió a alzar su voz para decirles a los fiscales e investigadores del CTI que ella sabía dónde estaba enterrado su hermano.
Esa certeza la obtuvo dos o tres años atrás, ya no lo recuerda muy bien, cuando un campesino que había estado secuestrado por los paramilitares en la misma época en la que desaparecieron a Rubén, la llevó a ella y a su mejor amiga al lugar en el que lo habían retenido y les indicó el lugar en el que había una fosa. La oportunidad para escarbar y buscar los restos de su hermano llegó en 2007, con el proceso de exhumaciones que estaba por iniciarse.
Pero cuando volvió al lugar, acompañada de los forenses, Gloria se sintió tan nerviosa y tan presionada que no supo cómo llegar. El trabajo de ese día se perdió. Sin embargo, estaba tan obstinada con la idea de encontrar algún rastro de su hermano que al día siguiente se fue nuevamente con su padre y su mejor amiga, quien sí supo volver al sitio señalado. Los tres comenzaron a cavar y después de una hora de remover tierra encontraron los primeros huesos.
“Lo que hicimos inmediatamente fue llamar a los forenses y decirles lo que estábamos encontrando. Ellos me preguntaron si habíamos hallado cráneos y yo les respondí que no. Entonces, me dijeron que siguiéramos cavando, pero les dije que no lo haríamos hasta que ellos no llegaran, que no íbamos a continuar. Cuando se integraron a la búsqueda analizaron los restos encontrados y nos dijeron que eran los de un chanchito, en eso quedaron nuestras ilusiones”, recuerda Gloria.
Esa búsqueda infructuosa removió muchos sentimientos en Gloria y en su padre, quien a los pocos meses murió de cáncer. “A él lo mató todo ese dolor, toda esa rabia de tener que ver a los que habían desaparecido a mi Rubén y no poderles decir nada”, piensa Gloria.
Desde entonces, el propósito de encontrar a Rubén empezó a enfermarla, hasta que un día soñó con él y en el sueño este le pidió que no lo hiciera más, que no llorara, que él estaba bien y tranquilo. Ese sueño, cuenta Gloria, la llevó a bajar un poco la guardia y a dedicarse a ayudar a otras familiar que querían encontrar a los suyos.
Para Gloria el anhelo de obtener verdad sigue intacto. Lo que ahora persigue es que le digan qué pasó con su hermano, que le respondan por qué lo desaparecieron, más allá de que le salgan con la excusa del robo. Por eso, empezó a asistir a las audiencias y versiones libres de los paramilitares, a las que por años se negó a ir pues no quería escuchar los horrores que allí confesaban. Hace tres meses, en junio, fue a la primera, y está dispuesta a ir a todas las que sean necesarias hasta que los responsables de la desaparición de Rubén le den la cara y ella pueda, de alguna manera, perdonarlos.