La Pinera se convirtió en un hito para la historia del conflicto armado vivido en el municipio de Sonsón. Allí murieron 18 jóvenes tras un ataque del Ejército, de las tropas del Batallón Juan del Corral
Por Elizabeth Otálvaro Vélez
Fotografías: Archivo de la Universidad de Antioquia – Sede Sonsón
Junio 28, 2016
Del cajón más inmediato de su escritorio, en el que se guardan los elementos útiles de una oficina, Sergio Rodríguez saca una pequeña bolsa negra. Rápidamente, quien no quiere tocar ni contar con precisión, puede sumar hasta quince entre casquillos y balas. Mientras el director de la sede de Sonsón de la Universidad de Antioquia narra que en un principio no quería recogerlas -luego consideró valiosa la colección-, Tarsicio Arias, el técnico en sistemas de la sede, entra para decir: “miren esta que acabo de encontrar allí en el jardín”; en respuesta, Rodríguez la toma y, luego de repasarla, dice que como esa no hay otra igual; después la guarda junto a lo demás, que él, los jardineros, empleados o estudiantes, se han encontrado desde el 2006 como rastro de la guerra.
A tres kilómetros del casco urbano de Sonsón, en la vereda Río Arriba, por la carretera que conduce a Nariño, se levanta un triángulo de pinos conocido por cualquier lugareño como La Pinera. A finales de la década del noventa y hasta el 2001 fue el sitio de esparcimiento más popular en el Municipio, con la única piscina que lograba desafiar al páramo, su vecino. Un espacio con canchas deportivas y un restaurante, al que, según sus habitantes, no solo accedían las familias prestigiosas sino que todo sonsoneño alguna vez visitó. “Yo a ese lugar ya no voy, me dan ganas de vomitar”, dice Luz Dary Osorio, integrante de la Asociación de Víctimas. Para ella después del 2001 La Pinera no fue más un lugar de familia y diversión: cuando los toques de queda deshabitaron este lugar y el conflicto armado en la zona conoció su punto más alto, los paramilitares se apropiaron de él.
El Centro Recreativo La Pinera fue lugar de celebración de las familias sonsoneñas. Natalia Grisales, directora del canal Sonsón Tv, festejó sus 15 años en este sitio; hoy, su papá está a punto de graduarse de derecho en la sede de Sonsón de la Universidad de Antioquia.
Pero fue el 13 de junio de 2002 el día en el que realmente La Pinera se convirtió en un hito para la historia del conflicto armado vivido en el suroriente antioqueño. Allí murieron 18 jóvenes tras un ataque del Ejército, de las tropas del Batallón Juan del Corral. Aunque la fragilidad del recuerdo y el poco registro de esta historia crean confusión, hay acuerdo en que La Pinera es para Sonsón un lugar de memoria, un lugar de reclamos, un lugar de dolores, un lugar de resistencias y un lugar de victorias.
El 13 de junio
Hace 14 años, el primero de mayo de 2002, Gertrudis Nieto despidió a Amado Cárdenas, su hijo. Él iba para el trabajo, o al menos así lo recuerda. Ella no tuvo noticias suyas hasta el día de la madre: “estoy en Bogotá”, fue lo que escuchó. Luego, el 12 de junio, lo vió en Sonsón y supo que los paramilitares de la zona lo habían reclutado. José Fernando Botero, amigo de Amado desde la niñez, recuerda en su crónica “Recorrido por la memoria: del dolor a la esperanza”, las razones del joven: “me contó que se había metido a ese grupo para darle un mejor futuro a su mamá. Que no había podido conseguir trabajo y que estaba cansado de buscar y de buscar; y también me contó que lo habían contactado y le habían ofrecido plata”.
Cárdenas fue uno de los 18 hombres que encontraron abaleados en La Pinera, después de que en la madrugada del jueves 13 de junio el pueblo sonsoneño despertara con la zozobra que deja el sonido de las balas y el olor a pólvora. Al día siguiente los periódicos El Colombiano y El Mundo no vacilaron en titular que los abatidos en combate eran integrantes de las AUC, este último diario destacó el testimonio del hoy cuestionado general Mario Montoya, oficial que dirigió la operación militar y quien entregó un reporte de dos soldados y un sargento que resultaron heridos, además señaló el apoyo que recibieron del Comando Aéreo de Combate Número 5.
En medio de la falta de certezas ni Gertrudis Nieto ni Sergio Rodríguez ni Luz Dary Ospina creen en la idea de un combate, porque se trataba de jóvenes que recién comenzaban su entrenamiento militar, muchos de ellos vecinos e “hijos de Sonsón”, como lo recuerda José Botero. “Se dice que hubo exceso de fuerza, no murió ningún soldado, eso llama la atención”, dice Rodríguez, mientras Gertrudis sentencia: “Uno perdona… pero yo no soy capaz de encontrarme con el que se llevó a mi hijo”.
Para no olvidar
“Con las manos atadas, cubiertos los ojos, camina al abismo, la paz mutilada”, es es primer verso de una de las canciones compuestas por Marino Arroyave, un líder sonsoneño, el primero en resignificar a La Pinera. “Johan el ciego morirá, Johan soldado caerá, Johan guerrero perderá. La madre del guerrillero, la del campesino, la del forastero, llorará”, sigue cantando para recordar que en Sonsón hay una historia por contar: “En principio para que las cosas no se repitan, pero eso es de cajón, hay que tener memoria para que un pueblo se sienta orgulloso de que logró una cosa importantísima en su vida”, lo dice quien se ocupó, entre otras cosas, de alentar a través de la radio a los sonsoneños para que salieran al parque principal a abrazarse, mientras el alcalde estaba secuestrado.
Marino Arroyave no sólo tenía a su cargo las comunicaciones de la alcaldía de William Ospina para el año en el que ocurrió el hecho violento en La Pinera. También lideraba la casa de la juventud y los programas de niñez. Por eso, casi un año después de la masacre de La Pinera, y aún con la desaprobación de muchos padres de familia, llevó a los niños para que en unas vacaciones recreativas pintaran las paredes de lo que otrora había sido el restaurante del Centro Recreativo La Pinera y que, en este momento, estaba destrozado por los impactos de fúsil de aquel 13 de junio.
Los niños pintaron flores que abrieron el camino de quienes luego, tal como lo narra José Fernando, también depositaron sus dolores y esperanzas en las paredes, entre ellos los Jóvenes por la Paz -iniciativa de la Asamblea Comunitaria-, las madres de las víctimas y algunas instituciones educativas. El objetivo de Arroyave fue, en sus palabras: “Hacer que ese acto que fue tan violento tuviera un matiz distinto para los niños”, y agrega “cada acción que hacíamos era en busca de que la comunidad volviera a reencontrarse, porque aquí la gente ya no se saludaba, ni siquiera se miraba a los ojos; entonces, cuando logramos todas esas acciones, la gente ya podía mirarse de nuevo a los ojos, pisar la tierra y saber que era propia. Era quitarle ese estigma de violencia a La Pinera. Que renaciera la esperanza”.
La Universidad resignifica el dolor
Con contundencia, Sergio Rodríguez, director de la sede de Sonsón de la Universidad de Antioquia, dice: “El primer gran aporte que hace la Universidad cuando llega a Sonsón y a todo el suroriente antioqueño es transformar un sitio que fue escenario de un combate. Esa es una forma de enfrentar el conflicto”. Y es que justo donde los medios fotografiaron 18 muertos para mostrar en sus páginas la barbarie de la guerra, hoy se levanta el edificio del Alma Mater, que no solo reúne a los sonsoneños, sino que permite a muchas personas de la zona páramo y del oriente antioqueño tener la posibilidad de permanecer en su región mientras estudian en la Universidad.
En el 2005, tres años después de los hechos violentos de La Pinera, se firmó el convenio entre la Universidad de Antioquia y la Alcaldía de Sonsón. Un año después llegó a coordinar la sede Sergio Rodríguez, un hombre que no ha escatimado esfuerzos en el cometido de hacer memoria.
Cuenta que a su llegada percibió que rehusar la historia tenía entre los sonsoneños la forma del silencio. “Digamos que a muchas personas no les gusta hablar del tema, porque piensan que es como revictimizar, volver al hecho, darle mala fama al pueblo. ¡No!, eso es una cosa muy valiosa. Lo que hay que hacer es contarle a la gente exactamente lo que pasó y rescatar cómo se transformó un sitio que tenía un significado de destrucción y violencia en una universidad y no en cualquier universidad, en la UdeA”.
Así, es fácil escuchar entre los habitantes de la localidad que la presencia de la Universidad es un acto victorioso. Marino Arroyave recuerda que alguna vez, entre tragos, un amigo le dijo: “Llegará el día en que sobre la barricada de nuestros muertos el pueblo triunfará” y esa es precisamente la metáfora que usa para responder por lo que significa que en Sonsón esté la Universidad de Antioquia. Para él, también se trata de una clara forma de reconciliación y equidad, pues allí están los adultos que se desplazaron a la ciudad a estudiar y volvieron, los que se quedaron y nunca pudieron hacerlo y los jóvenes que recién emprenden ese camino; juntos, todos, resignificando un lugar y avivando una memoria que por años fue bastante esquiva.