La capital antioqueña fue sede en 1968 de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, donde sacerdotes de toda la región empezaron a asumir una opción preferencial por los pobres. En ese mismo año el padre Federico Carrasquilla, que hizo parte de la Teología de la Liberación, fue nombrado como primer párroco del barrio Popular de Medellín.
Por Juan Camilo Castañeda
Foto de apertura: Pastoral Social Zona Oriente
En 1968 el Popular ajustaba cuatro años recibiendo a campesinos expulsados por la violencia en el campo colombiano. Para entonces, los habitantes vivían en ranchos de tablas y latas, no tenían acceso a servicios públicos, ni escuelas y las calles eran un tierrero. Ese año nombraron a Federico Carrasquilla, un sacerdote ordenado en Roma y con un doctorado en Filosofía, como el primer párroco del barrio.
Carrasquilla nació en Itagüí en 1935. En 1956, con veintiún años, se fue de su pueblo natal a Italia para terminar sus estudios. Tres años más tarde, se ordenó como sacerdote y de inmediato fue enviado a Lovaina, en Bélgica, donde hizo un doctorado de Filosofía con énfasis en antropología, del que se graduó con la tesis “El marxismo de Jean-Paul Sartre”.
Cuando regresó a Colombia en 1963, ya estaba convencido de que su vocación sacerdotal estaría centrada en el trabajo con comunidades de escasos recursos. Por eso, su labor docente en universidades y en el Seminario de Medellín las alternaba con actividades sociales en barrios como Villa del Socorro, en la zona Nororiental de la ciudad.
El día en que lo despidieron de la Universidad Pontificia Bolivariana, en 1968, Carrasquilla le pidió al obispo que lo dejara trabajar como párroco. Así fue como lo asignaron el último domingo de enero de ese año, a la parroquia del naciente barrio Popular.
Desde el primer momento Carrasquilla llegó a vivir como los fieles del lugar, en una habitación de apenas tres por tres metros, comía en las casas de los vecinos y, para sobrevivir, consiguió trabajo en una carpintería de la zona como operador de torno.
Mientras tanto, Medellín se desbordaba. La ciudad recibía gente del campo, la mayoría expulsados por la violencia bipartidista que sufría el país y otro porcentaje de personas llegaban buscando mejores condiciones de vida.
Ya para mediados de la década de los sesenta se estimaba que 183.813 personas vivían en barrios piratas de la ciudad, 15 mil de ellos en el Popular, donde Carrasquilla era párroco. Esas personas encontraron ayuda y respaldo en curas con posturas de izquierda que los ayudaban a organizarse y a defender sus derechos, entre ellos Vicente Mejía, otro sacerdote que, según Carrasquilla, fue el que inició y acompañó procesos sociales en barrios como el Popular y Villa del Socorro.
Recuerda Carrasquilla que al principio a la gente le parecía “de otro mundo” que un cura se fuera a vivir con ellos en esos “tugurios”. Los vecinos iban y lo visitaban, le preguntaban en qué lo podían ayudar y él respondía que en nada. “Es que eran ellos los que tenían que trabajar. Yo los acompañaba, los orientaba, pero fueron ellos, por ejemplo, los que gestionaron y construyeron la escuela, los servicios públicos”.
Para Carrasquilla los sesenta fueron años de cambio. Fue la década en la que se celebró el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII y que en su opinión “permitió volver a la esencia, redescubrir al Jesús original, un hombre humilde, que dignificó al pobre”. Con el Concilio la Iglesia tomó distancia del cristianismo medieval para acercarse al mundo moderno y durante el proceso el Papa Pablo VI publicó la encíclica Populorum Progressio, en la que criticó la desigualdad e invitó a los creyentes a actuar en favor de los más necesitados.
Recuerda que al principio de la década, cuando estaba en la Universidad de Lovaina, se acercó a grupos de estudios con una postura según la cual la misión evangélica debía enfocarse en la humanidad de Jesús y no en la figura de Dios que durante siglos había predominado. “En ese momento ya hablábamos de predicar el evangelio y transformar la realidad”, comenta. En esos mismos grupos de Lovaina, años atrás, también participó Camilo Torres Restrepo, sacerdote que hizo parte de la guerrilla del ELN y que murió en combate en 1966. “Camilo dejó una huella muy grande. Él tenía muy claro que no renunciaba al ministerio, que iba a luchar por una sociedad que hiciera real y auténtico el evangelio. Yo lo cuestioné cuando me dijo que se iba a la guerrilla y me respondió que eso iba a durar dos años, que en dos años se apoderarían de esto y que ahí sí se iban a crear las condiciones donde el evangelio fuera posible, pero se equivocó”, recuerda.
En 1968, se celebró en Medellín la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, de donde surgió oficialmente la Teología de la liberación, una corriente de la Iglesia Católica que asumió una opción preferencial por los pobres. “Nosotros lo que hicimos fue adoptar el método de ver, juzgar y actuar, que había trabajado el sacerdote Joseph Cardijn, en Bélgica. Al mirar la realidad encontramos que Latinoamérica era esencialmente pobre y por eso teníamos que trabajar”, relata.
Carrasquilla explica que en Colombia la Teología de la Liberación se dividió en dos grupos, por un lado, quienes tenían por prioridad transmitir el evangelio y darle una dimensión política y por otro quienes veían en el evangelio una herramienta para transformar la realidad. “Eso nunca se notó públicamente. A mí lo que me interesaba era el anuncio de Jesús”.
Ya pasó medio siglo desde ese turbulento 1968, tan lleno de acontecimientos en todas las latitudes de la Tierra, el año en que Carrasquilla empezó su trabajo en la zona Nororiental de Medellín, donde aún vive. Él, sigue caminando las calles del barrio, hablando del Jesús que escogió la vida del pobre e “intentando, como en los últimos 50 años, despertar la identidad y dignidad de la comunidad, para que ellos mismos sean quienes transformen su realidad”.