En Medellín el auge de visitantes extranjeros por conocer la historia de Pablo Escobar ha llevado a que parientes del extinto capo del narcotráfico vendan objetos con imágenes de su rostro, abran museos y hasta ofrezcan entrevistas. Las víctimas lo consideran una afrenta contra ellas y contra la memoria de sus familiares asesinados 

Por Javier Alexander Macías 

En pleno centro del barrio 20 de Julio, de la Comuna 13 de Medellín, hay una avioneta. Es azul y blanca, y “aterrizó” sobre una estructura, también azul y blanca, en la que claramente puede leerse “Hacienda Nápoles”. La avioneta y la estructura están justo en la esquina de la calle principal del sector turístico del barrio, por donde diariamente caminan miles de extranjeros y colombianos, que así evocan un ícono material en la vida de Pablo Escobar, uno de los capos más buscados en toda la historia del narcotráfico.  

La avioneta es una réplica de la que alguna vez Escobar usó para “coronar” su primer viaje de cocaína, y la estructura sobre la cual descansa se asemeja a la entrada de la mítica finca ubicada en Puerto Triunfo, Antioquia, de la cual el jefe del Cartel de Medellín hizo un imperio que llenó con animales exóticos procedentes de otras latitudes del mundo y desde donde coordinó su negocio ilícito, planificó atentados y a la vez usó como finca de recreo para toda su familia.  

La réplica de la entrada a la Hacienda Nápoles, hoy convertida en un parque temático, da la bienvenida a un museo en el que la sobrina de Pablo Escobar, Laura Escobar, cuenta la vida de su tío y de su padre, Roberto, más conocido como ‘El Osito’. El museo es un salón grande dividido en dos, con vidrios polarizados grises. En la primera parte hay una tienda en la que el visitante puede encontrar desde café con la cara de Escobar en su empaque, hasta llaveros, gorras, camisetas, fotografías, copias de la cédula del capo, pocillos y ruanas. La entrada tiene un valor de 70 mil pesos (unos 18 dólares estadounidenses); con su pago, el turista recibe una manilla de colores para ingresar a un recorrido que dura entre 25 y 30 minutos.  

Los que deciden entrar, en su mayoría extranjeros, pasan al segundo nivel, un salón al que se entra por una puerta blindada que alguna vez estuvo en una de las propiedades de Escobar, como relata una de las jóvenes que guía el recorrido. Allí hay fotografías familiares ampliadas, en las que se ve a Pablo Escobar compartiendo con su sobrina Laura y con su familia, también una caja fuerte, una moto Vespa, un Renault 4 azul y un Simca amarillo con marcas de la época, todos elementos representativos de los años de auge del capo en Colombia, y que Laura contextualiza en un discurso aprendido de tanto repetirlo.  

La sobrina de Escobar abrió este museo en el barrio 20 de Julio, en oposición a los tours y muses de su hermano y de su papá en el barrio El Poblado. Foto: Javier Alexander Macías.

“Esta moto es una réplica de la que usaban mi tío y su primo Gustavo Gaviria cuando hicieron sus primeros robos. Está pintada de dos colores: mitad negra y mitad roja. Lo hizo así para despistar a las autoridades, quienes preguntaban después del robo si habían visto pasar una moto y entonces algunas personas les decían que era negra, pero otras les decían que era roja”, relata Laura Escobar. 

De cada elemento que hay en este salón, Laura tiene una historia. Está una de las cajas fuertes de Escobar, los radios de comunicación y los beeper —también llamados buscapersonas— para hablar con sus lugartenientes, las cartas enviadas a la familia, obras de arte precolombino que imitan las que Escobar tuvo alguna vez en su sala del edificio Mónaco, y hasta la barba falsa pero original que el jefe del Cartel de Medellín usaba para disfrazarse y pasar desapercibido entre las autoridades.  

Todo lo que hay en este museo, al que Laura denominó ‘Beyond Escobar’, cuenta una parte de la historia del capo, incluso la pared donde reposan las fotografías de algunas de las víctimas como el ministro de Defensa, Rodrigo Lara Bonilla, el director de El Espectador, Guillermo Cano, y el atentado del avión de Avianca en noviembre de 1989.  

“Acá lo que menos queremos es hacer apología al delito. Nosotros queremos compartir una historia diferente de Pablo Escobar. Mire que acá no hablamos de las acciones cometidas por mi tío, hablamos de cómo era Escobar en familia, de cómo era conmigo. Incluso por eso empezamos hablando de las víctimas”, le dijo Laura Escobar a Hacemos Memoria. 

La sobrina y ahijada del capo enfatiza en que en su espacio se vende lo que la gente quiere comprar e indica que la historia que cuenta su padre, ‘El Osito’, es diferente a la que ella cuenta; y que la historia que cuenta Nicolás Escobar, su hermano, es diferente a lo que ella relata, “porque no hablamos ni de drogas ni de armas, pero tratamos de contarles una historia real, una historia diferente”. 

Laura asevera que no buscan revictimizar a los afectados por la violencia de su tío, y que antes de abrir el museo buscó a víctimas para construir un relato de ciudad, pero una historia bien contada. Agrega que, en esa búsqueda, una víctima de Escobar le dijo que su tío le había asesinado a un familiar con una bomba “y yo le pedí, desde el fondo de mi corazón, perdón”, y concluye que ella, que para entonces era una niña, también es una víctima. “Por ejemplo, a mí me tocó celebrar mis 15 años en un avión, mientras huía de los enemigos de mi tío y mi padre no sé a qué país”, mencionó. 

Otros sitios como este 

‘Beyond Escobar’ es tan solo uno de los museos que cuenta en Medellín y Antioquia la historia del capo del narcotráfico. Sus familiares han hecho un negocio con la memoria de Pablo Escobar y a su manera relatan los hechos de la vida delictiva del jefe del Cartel. 

Inicialmente fue Roberto Escobar, ‘El Osito’, quien decidió contar su versión de una época sangrienta en la que junto a su hermano inundaron de sangre y dolor a Colombia. ‘El Osito’ instaló en su vivienda, junto a su hijo Nicolás Escobar, un museo en el que había caletas, escondites de Escobar y réplicas de objetos personales del capo, pero las diferencias los llevaron a partir cobijas hasta llegar al odio, y según versiones de medios locales, hasta amenazas de muerte hubo entre ambos.  

La casa en la que funcionaba este museo, en el barrio El Poblado, fue intervenida por la Sociedad de Activos Especiales, SAE, entidad encargada de expropiar y manejar los activos incautados a la mafia colombiana, y el pasado 9 de abril, luego de expropiarle la propiedad a Roberto Escobar, fue denominada Casa Cultural La Otra Historia, y allí mismo realizaron un acto simbólico. 

No obstante, ‘El Osito’ se llevó sus corotos a otra parte y hoy, de manera casi clandestina, sigue hablando de la vida de Escobar, cuenta lo que él llama la “verdad verdadera” de lo que vivió junto al extinto capo y se lucra de esa historia. Taxistas de la Comuna 13 dicen que reciben 40 mil pesos (unos 10 dólares) por carrera que lleven hasta el nuevo museo del hermano del capo, e incluso el mismo ‘Osito’ inventó un programa llamado “un café con Roberto Escobar”, en el que los turistas pagan 140 mil pesos (35 dólares) y son llevados a conversar con el hermano del extinto jefe de Cartel de Medellín y hasta pueden tomarse una foto con él.  

Otro de los tours que ha tomado auge en este afán de particulares por contar la historia de Escobar, se ofrece en Guatapé, Oriente antioqueño, donde la Piedra y el embalse ya son atractivos turísticos para los visitantes. En este municipio hay una propiedad que se ha convertido en el menú principal de los turistas extranjeros: la finca La Manuela. 

La finca La Manuela, en Guatapé, pasó por extinción de dominio y llegó a manos de otro grupo turístico. Foto: Cortesía.

Aunque la casa principal ahora se cae a pedazos frente al embalse, lanchas llenas de turistas llegan con la curiosidad de un niño frente a un insecto hasta las orillas de la presa para conocer la historia de la propiedad que Escobar mandó a construir en los años ochenta para su hija Manuela. El ‘patrón’ quería darle ese regalo cuando ella cumpliera los 15 años; pero la guerra desatada contra sus enemigos le truncó ese sueño y, mucho antes de que la niña cumpliera esa edad, el 17 de febrero de 1993, los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) dinamitaron la propiedad. 

Por años La Manuela fue ocupada con cuidado por William Duque, un lugareño que trabajó para el capo como jardinero y vigilante, y a quien la viuda del narco muerto el 2 de diciembre de 1993 le dijo que se quedara cuidando los restos. Durante tres décadas, Duque no solo vivió allí, sino que en el predio empezó a vender, casi en secreto, comida y artículos con la cara de su antiguo patrón, además de hacer recorridos en los que contaba historias del capo, con lo que, con el paso del tiempo, atrajo a más turistas ávidos de conocer los secretos de Escobar. 

Una de estas historias es la del caballo de Roberto Escobar. Cuentan que en esa finca alojaron a Terremoto, un corcel de paso fino que llegó a ser el más caro del mundo (avaluado en un millón de dólares) y el mejor de Colombia, y como venganza fue secuestrado por los enemigos del jefe del Cartel de Medellín, quienes luego lo dejaron abandonado y castrado en una calle de la capital antioqueña el 28 de agosto de 1993 después de haber asesinado a su montador.    

Tras su extinción de dominio, en 2019, la SAE sacó a Duque de La Manuela y decidió administrar el predio hasta el pasado enero, cuando le entregó la gestión del lote de 8 hectáreas (incluida la finca) a la firma DGroup, que actualmente ofrece allí un recorrido por 35 mil pesos (unos 9 dólares), pero también tours privados en helicópteros cuyos precios oscilan entre 1 700 000 y 3 000 000 (entre 425 y 750 dólares), un recorrido en cuatrimotos por la finca y hasta un juego de paintball.  

El lucro con la memoria de Escobar y los relatos del Pablo hijo, hermano, tío, del hombre bonachón, se cruzan con la historia del capo criminal, que mandó a construir su propia prisión y era despiadado con sus enemigos. Ambas historias se cuentan en recorridos que se promocionan en redes sociales para los turistas extranjeros que quieren conocer la vida y hasta la muerte del capo, y por eso son llevados en romería hasta la tumba de Escobar.    

Una afrenta a las víctimas 

Para las víctimas de Pablo Escobar, los recorridos, museos, visitas guiadas, y la venta de artículos que lleven la cara o algún elemento alusivo a la época del narcotráfico, son una ofensa que los lleva a la revictimización y desconoce la historia de dolor que dejó en sus vidas la violencia desatada por el Cartel de Medellín en cabeza de su máximo jefe. 

El abogado Ricardo Medina Giraldo, hijo del magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Medellín, Álvaro Medina, a quien Pablo Escobar dio la orden de matar y fue asesinado el 8 de abril de 1985 cuando se bajaba de su vehículo en su casa del barrio La Floresta, considera que más allá de lo que manifiesten los dueños de estos espacios o de los que lo promocionan, estos sitios y estos tours sí son una apología al delito y llevan a edificar la figura de unas personas que “fueron unos asesinos que eran narcotraficantes, que hacían cualquier cantidad de crímenes”. 

Medina Giraldo señala que en otras partes del mundo donde se cometieron delitos en contra de la sociedad civil, lo que hacen es exaltar a las víctimas, reconocerles sus valores y las luchas que tuvieron que soportar sus familiares para honrarles la memoria, “en cambio acá en Colombia hacemos todo lo contrario: hacemos apología al que hizo el daño, hacemos apología al que asesinó, y no tenemos en cuenta a las víctimas. Yo pensaría que lo que debemos hacer es crear la narrativa desde las víctimas y hacer conocer lo que han vivido”, porque acá los afectados por el narcotráfico y el Cartel de Medellín, dice Medina, ni siquiera son mencionadas como víctimas. 

En esa vía, el 31 de julio de 2024, el representante a la Cámara por el partido Alianza Verde, Cristian Avendaño, radicó un proyecto de ley que busca frenar lo que muchos han denominado el narcoturismo y detener la venta de objetos alusivos a Pablo Escobar y a la época del narcotráfico. 

El proyecto planteado por el congresista propone que se sancione a aquellas personas que comercialicen, distribuyan e incluso porten algún tipo de símbolo u objetos que hagan alusión al narcotráfico. Las multas, según el proyecto, variarían entre 173 mil y 693 mil, y podrían incluir la suspensión de la actividad comercial y la destrucción de esta mercancía.  

Para Jaiver Villegas, un trabajador informal del centro de Medellín que vende camisetas con la cara del extinto capo, este proyecto no puede prosperar porque él se quedaría sin con qué llevar el sustento a su casa. “Yo tengo derecho a trabajar, y lo hago con esto. Si me lo prohíben, ¿de qué voy a vivir?”, dice este hombre de 43 años y padre de tres hijos. 

Para Laura Escobar, sobrina de Pablo, la norma también vulneraría otros derechos y negaría oportunidades a jóvenes que por ahora trabajan con ella. “¿Por qué mejor no piensan en ayudarles a estas personas que están a punto de graduarse o que se gradúan y no encuentran empleo? En eso se deberían concentrar”, dice, mientras atiende amablemente a un grupo de seis personas que acaba de llegar al museo en el último domingo de la Feria de las Flores. 

“Adelante, bienvenidos. Yo soy Laura Escobar, sobrina de Pablo Escobar Gaviria. ¿De dónde nos acompañan?”, se alza la voz de la mujer, entre los rostros del capo del Cartel de Medellín, estampados en camisetas, pocillos y otros souvenirs.