A sus 91 años Beatriz González dice que es difícil recordar todas las historias que están archivadas en su memoria. En esta entrevista con Hacemos Memoria, una de las pintoras latinoamericanas más relevantes del arte contemporáneo hace un recorrido por los hitos e íconos de su obra, los que en sus pinturas recuerdan a las víctimas anónimas del conflicto armado en Colombia.
Por Lina Martínez Mejía
Fotos de apertura: Beatriz González en su taller (2022), de Diego García-Moreno
En junio de 1965, la artista Beatriz González descubrió en las páginas del periódico El Tiempo una fotografía que le mostró el camino a seguir. Las líneas y los detalles gráficos de la imagen llamaron su atención. Aunque la noticia era impactante, no se detuvo en los hechos que el periodista narró en su crónica. Los protagonistas de la historia eran Antonio María Martínez y Tulia Vargas, una pareja de enamorados que después de tomarse una foto con un ramo de flores decidió quitarse la vida lanzándose a la represa del Sisga, en el municipio de Chocontá (Cundinamarca). Él, jardinero de oficio, convenció a su novia, empleada doméstica, de que la única opción para huir de las tentaciones y el pecado era la muerte.
En la fotografía el novio lleva puesto un sombrero oscuro adornado con una cinta, saco claro y camisa blanca; la novia luce un abrigo y se cubre la cabeza con una mantilla de encajes. El ramo de flores blancas lo sostienen entre sus manos enlazadas. “Esa imagen me aclaró muchas cosas, pero nada tenía que ver con la tragedia de la pareja, ni siquiera leí el artículo; lo vine a hacer muchos años después. Lo que vi en esa foto fueron las soluciones estéticas que estaba buscando para mi obra”, cuenta la maestra Beatriz González.
Ante esa revelación, no le quedó más que empezar a dibujar, y no paró de hacerlo hasta encontrar las líneas que estaba buscando. En el lienzo quedó plasmada una de sus pinturas más reconocidas: Los suicidas del Sisga, que ganó el segundo premio en el XVIII Salón Nacional de Artistas en 1965. Esa pequeña foto, además de sugerirle un lenguaje, le confirmó que la prensa tenía mucho para decirle: “De ahí en adelante, sí me interesé realmente por la tragedia, no por la tragedia amorosa, sino por la tragedia de Colombia, la tragedia de las personas que deciden matar a otras personas. La relación con la muerte que plantea mi obra surge con esa fotografía”.
A Los suicidas del Sisga siguieron otras pinturas inspiradas en las fotografías que la artista recortaba de las páginas de los periódicos, imágenes que se convirtieron en íconos de su obra. Sus pinceladas denuncian hechos atroces que han marcado la historia de nuestro país, son un reflejo del dolor que padecen las víctimas y al mismo tiempo un recordatorio de la necesidad de hacer el duelo para poder alcanzar la paz.
A partir de 1980 sus obras abordan de manera insistente la violencia en Colombia. ¿Qué pasó en ese momento para que su trabajo se enfocara en el dolor y la tragedia que ha vivido nuestro país?
Siempre he dicho que hay un punto que atraviesa de lado a lado mi obra y es precisamente el Palacio de Justicia. En ese momento entendí qué era lo que estaba pasando, supe lo que era Colombia. El Palacio de Justicia quiebra la historia del país en dos. Difícilmente Colombia ha vivido una situación tan grave en toda su historia. Ese día yo estaba en Pasto. El Banco de la República me había pedido que entrevistara a unos artistas de la ciudad. Oía que hablaban de un incendio, que se estaban tomando el Palacio de Justicia, pero yo estaba embobada visitando a los artistas pastusos. A las once de la noche, cuando puse mi cabeza en la almohada y prendí el televisor, pude entender la gravedad de la toma y la retoma del Palacio de Justicia. No son Los suicidas del Sisga, es el Palacio de Justicia el que representa un quiebre en mi obra, ese acontecimiento tremendo me lleva a mostrar las consecuencias de la tragedia nacional.
Las mujeres han sido protagonistas en su obra; por ejemplo, está la pieza Mátenme a mí que yo ya viví lo suficiente. ¿Cómo ha reflejado el dolor y la resistencia de las mujeres colombinas en sus pinturas?
Estuve unos meses en Holanda, donde estudiaba mi marido. Mientras estuvimos allá tomé clases de grabado. Cuando regresamos en 1966, un amigo de Bucaramanga me entregó un paquete. Con lo de Los suicidas del Sisga, él pensó que yo estaba interesada en las tragedias pasionales. En ese entonces, periódicos como El Tiempo y Vanguardia Liberal incluían una sección de crónica roja, era muy llamativa, la tenían para vender más. Entonces, mi amigo se dedicó a recortar las fotos de cuanto crimen veía en la prensa. “Beatriz, vea lo que le coleccioné”, me dijo cuando me entregó el paquete. Me sorprendió mucho que la mayoría de las fotos eran de mujeres. Mi intención no era dibujar a las mujeres, pero esas imágenes me permitieron acercarme un poco a su tragedia.
Mátenme a mí que yo ya viví lo suficiente es la pintura de una anciana, de una abuela, que dice que lo único que le queda es la muerte. A mí esa figura me parece muy importante: una mujer sentada que se cubre el rostro. Ahí aparecen reflejos de un pensamiento femenino: una mujer que ha vivido sus tragedias y que pide que la maten a ella, pero no a los demás.
Los cargueros son figuras muy importantes en su obra, sobre todo, a partir de Auras anónimas (2007-2009), el monumento que creó en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá. ¿Qué representan los cargueros en su obra?
Esa foto fue un gran hallazgo para mí. Cada foto que he encontrado en la prensa me ha servido para expresarme. La de los cargueros era una imagen pequeña que salió en El Tiempo en el 2001. Eran dos hombres que llevaban un bulto, pero el bulto no se veía completo. En la vara que cargaban los hombres, se marcaban los pliegues de la cobija o de la manta donde llevaban el cadáver. El hecho ocurrió en Tarazá, en Antioquia, un Domingo de Resurrección. A mí me llamó mucho la atención, sabía que de ahí para abajo había algo grave. Finalmente, logré dibujar a los cargueros imaginándome esa parte de abajo. Las otras fotos que encontré de esos acontecimientos eran muy interesantes.
En ese entonces, en los Llanos Orientales, Vista Hermosa, pusieron a los campesinos a arrancar la coca de las matas que les habían hecho sembrar los narcotraficantes. Esa labor los convirtió en víctimas, los mataban por colaborar con el Ejército. Es un momento histórico muy dramático. Pensaba en esos pobres campesinos arrancando de noche las matas que ellos mismos habían sembrado. Nunca vi la escena, pero me podía imaginar que los cargueros llevaban los cuerpos de esas víctimas.
En el 2005, hice una exposición en la galería Garcés Velásquez y exhibí el dibujo de una lápida chiquitica con la imagen de los cargueros. En el 2009, eso se convirtió en una obra monumental. Me apropié de los columbarios del Cementerio Central de Bogotá. Cuando una persona muere, sus familiares le ponen letreros en la tumba, le hacen oraciones, le limpian la lápida y procuran visitarla. Toda esa operación necrológica que es tan dura se armoniza con el amor por el pariente, el amor por el prójimo. Es justamente eso lo que quería con Auras anónimas, que la imagen de los cargueros reemplazara los textos que las familias tallan o marcan con tinta en las lápidas de sus seres queridos.
Los cargueros aparecieron nuevamente en el 2022 con A posteriori, la obra que exhibió en Fragmentos. ¿Por qué insistir con la figura de los cargueros en este espacio dedicado al arte y la memoria?
En el 2022, Doris Salcedo me invitó a que expusiera en Fragmentos y no me podía negar a estar en un sitio tan importante. Me encontré con ese espacio grandísimo y se me ocurrió que las lápidas debían estar ahí. No eran propiamente las lápidas, eran las imágenes de los cargueros en papel de colgadura. Llenar ese espacio con esas figuras me permitió hablar sobre la muerte: ¡Qué cantidad de muertos hay en Colombia! ¿Cómo es eso posible? Es como esa frase que dicen las mamás: “A usted por qué hay que repetirle tanto las cosas”. Con Auras Anónimas y A posteriori pude mostrar que la repetición de una imagen, más que su calidad, llama la atención; en este caso, esa insistencia lleva a la gente a preguntarse por la muerte.
Hay otras figuras que han aparecido recientemente en su obra; por ejemplo, los excavadores y sus herramientas están presentes en la serie Funebria. ¿Qué representan estos íconos, sobre todo si pensamos en las familias que están intentando dar con el paradero de sus seres queridos?
Esa figura surge de fotografías de hombres y mujeres que sostienen instrumentos propios para la agricultura: picas, palas, costales. Quería transformar esos instrumentos y la acción inocente de cavar en símbolos de la tragedia de Colombia. Con ese movimiento de las herramientas sobre la tierra busco llamar la atención sobre la existencia de la muerte dramática, de la muerte política, de la muerte en el sentido más cruel que se pueda imaginar.
Guerra y paz, una poética del gesto es una de sus últimas exposiciones retrospectivas; se realizó en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, en México, entre noviembre de 2023 y junio de 2024. ¿Cómo se refleja esa tensión entre la guerra y la paz que proponen los dos telones que exhibió en esta muestra?
El tema de la guerra y la paz es bastante antiguo en mi manera de trabajar. Me gusta marcar ese contraste entre la gente que está feliz bailando y la gente que yace asesinada, tirada. Esta obra surgió de un periódico de Santa Marta que tiene muy buenas fotografías. En el Telón de guerra muestro la tragedia de cuatro mujeres prostitutas que celebran felices el 31 de diciembre con sus hijos y sus familias. Al otro día, a las ocho de la mañana, las invitaron a festejar el Año Nuevo en el río Manzanares. Mientras disfrutaban del paseo, aparecieron unos tipos y las mataron, al parecer porque ellas los habían denunciado, era como una venganza. Una de las mujeres muertas está arrodillada, como si estuviera pidiendo que no la maten porque su vida está con sus hijos en Santa Marta y ahí a orillas del río. Ahí hay un contraste entre la felicidad del día anterior y la crueldad de esta escena. La otra pieza, Telón de paz, también sale de una foto del mismo periódico: la imagen muestra la felicidad de unos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Bailan y cantan porque el Gobierno les devolvió las tierras a las que siempre han pertenecido. Ahí aparecen la guerra y la paz: la alegría de los indígenas contrasta con la muerte a orillas del río Manzanares.
¿Cree que en Colombia hemos hecho duelo por lo que nos ha pasado, por la guerra que hemos tenido que vivir? ¿El arte contribuye de alguna manera a la elaboración de ese duelo?
El duelo es una palabra de muy pocas letras, pero es necesario repetirla para hacerle un llamado de atención a los colombianos que han olvidado su significado; por eso, mi obra se vincula profundamente con el duelo. Recuperar el duelo nos permitiría recuperar una posición frente a la violencia en Colombia.