Al asentamiento La Honda, en la Comuna 3 Manrique, de Medellín, llegaron muchos campesinos que huían del conflicto armado interno. A 18 años de su conformación, este barrio no ha sido reconocido como parte de la ciudad. Sus habitantes reclaman la legalización como una reparación colectiva por el daño sufrido antes y después del desplazamiento.
Por Juan Camilo Castañeda Arboleda
En Currulao, corregimiento de Turbo, Antioquia, Luis Ángel García lo tenía todo: una finca, dos casas, vacas, árboles frutales, la familia y los amigos. Pero el 18 de junio de 1996 tuvo que irse sin contarle a nadie. Llegó a Medellín y empezó una vida distinta.
Luis Ángel era reconocido en Turbo por su activismo político. A los 23 años se unió al Partido Comunista de Colombia y en 1985 ingresó a la Unión Patriótica, partido político que alcanzó varias alcaldías y numerosas curules en los concejos municipales del Urabá antioqueño. “La UP nos dio esperanza. Hicimos muchas cosas bonitas: plazas de mercado, terminales de transporte, escuelas, vías”, cuenta Luis Ángel.
Entre 1991 y 1994, Luis Ángel fue concejal de Turbo. En esa época, los paramilitares y las fuerzas armadas del Estado comenzaron una persecución en contra de los integrantes de la UP. Luis Ángel vio cómo asesinaban a sus copartidarios y a los sindicalistas de la región. En el Concejo de Turbo denunció la Operación Plan Retorno, de la cual, no sabe si por “fortuna o avivamiento”, como dice en el documental “Caminos que no olvido: un diálogo generacional para la memoria histórica”, es sobreviviente. “Yo me escapé en dos oportunidades de retenes que pusieron los paramilitares y el Ejército en la vía entre Currulao y Turbo. Afortunadamente, no era el momento para morirme. Estoy vivo para contar la historia”, dice Luis Ángel.
En Medellín lo recibió uno de sus hijos, quien viajó a la ciudad en búsqueda de oportunidades económicas. Luis Ángel pensó que su desplazamiento era temporal, pero cuando se comunicaba con sus amigos se enteraba del asesinato de algún vecino o compañero de la UP. Su esposa también lo dejó todo y llegó a la ciudad. En cuestión de meses toda su familia abandonó Currulao. “El desplazamiento es una cosa dura. Uno tiene que hacer cosas que nunca había hecho; por ejemplo, mendigar comida en una plaza de mercado para comer”, explica Luis Ángel.
Después de vivir cuatro años en Moravia, le hablaron de La Honda, un asentamiento, ubicado en la ladera del barrio Manrique, al que llegaban los desplazados: “A mí me dieron un solar por acá. Construí la casita y ya llevo16 años viviendo en este lugar”.
Para los habitantes de La Honda, desplazados que han llegado a la ciudad desde la década de 1990, en la ladera oriental de Medellín, como dice Luis Ángel, “han vuelto a pelechar las raíces de la vida”.
La experiencia social y política que adquirió en Urabá le permitió a Luis Ángel liderar procesos comunitarios en La Honda. Recuerda, por ejemplo, cómo la comunidad abrió una trocha y construyó escaleras para acceder al barrio. “En Urabá, cuando había cosecha, nos reuníamos cuarenta o cincuenta personas a trabajar en las fincas. Cuando hicimos la carretera en La Honda fue igual. A los convites llegaban hasta 100 personas con picos y palas para abrir la trocha. Los niños y las mujeres hacían el sancocho. Así hemos trabajado siempre”, cuenta Luis Ángel.
La ciudad, sin embargo, no ha sido amable con las personas que llegaron del campo a habitar las laderas. A pesar de que han pasado 18 años desde que La Honda comenzó a poblarse, la administración no ha legalizado los predios. En varias ocasiones, han intentado expulsar a la fuerza a esta comunidad. “Luchamos para que nos reconozcan y nos legalicen. Queremos tener una vida digna y acceso a los servicios públicos. El alcantarillado y los andenes los hemos hecho nosotros mismos. La institucionalidad no nos ha dado nada”, asegura Luis Ángel.
De esta lucha se habló el pasado 4 de noviembre en la Casa de Encuentros Luis Ángel García Bustamante donde se realizó el séptimo foro “La ladera le habla a la ciudad”, convocado por organizaciones comunitarias de la Comuna 3, el Centro de Articulación Universidad-Comunidades, el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia y la Corporación Convivamos. La paz territorial fue el tema central de la actividad. Según Óscar Cárdenas, líder comunitario e integrante del Colectivo Raíces, esta jornada permitió mostrar las iniciativas de paz que surgen en territorios como La Honda.
El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia ha acompañado a los líderes de La Honda en estos procesos comunitarios. La docente e investigadora Adriana González participó en el foro y llamó la atención sobre la necesidad de construir una paz territorial. No se trata solo de la implementación de unos acuerdos entre el Gobierno y los actores armados. Según González, las negociaciones de paz deben tener en cuenta la voz de los sectores que históricamente han sido excluidos por sus condiciones sociales y económicas. Es el caso de los habitantes del barrio La Honda, que relacionan la paz con el derecho a la ciudad.
Hace 20 años, asegura Óscar, la discusión estaba centrada en el retorno. Ahora, las prioridades han cambiado: “Decidimos quedarnos en la ciudad, pero en condiciones dignas”. Por esta razón, en estas comunidades las acciones de paz están centradas en la defensa del territorio y el reconocimiento de los derechos de los habitantes de la ladera.
La memoria ha sido fundamental a la hora de reconocer esas acciones de paz. Como afirma Óscar, la reconstrucción de estos relatos ha permitido recuperar y valorar la trayectoria de los líderes y las organizaciones que han estado presentes en La Honda. “El papel de la memoria es desentramar todas las acciones de resistencia que se han dado en el barrio. Es importante recordar esas historias para promover procesos de reivindicación”, dice Óscar.
La investigadora del Instituto de Estudio Políticos, Adriana González, también habló en el foro de la importancia de la memoria: “Es necesario recuperar las prácticas y las acciones que han acompañado las luchas de esta comunidad. Además, la memoria también proyecta los nuevos desafíos; hoy, la inclusión del barrio en el perímetro urbano de la ciudad es fundamental”.
Davison Zapata, un muchacho de 17 años que hace parte del Movimiento Nacional de Niños, Niñas, Adolescentes y Jóvenes Gestores de Paz, es uno de los habitantes de esta comunidad que ha reconstruido la memoria de los procesos de poblamiento y de lucha por el reconocimiento de La Honda como parte Medellín.
Davison llegó al barrio cuando tenía 6 años, su familia tuvo que abandonar la Comuna 13 después de la Operación Orión. De esos años, recuerda que los niños no tenían parques para jugar, y para ir a la escuela les tocaba atravesar una quebrada que, a veces, llevaba mucha corriente. A pesar de las dificultades, no habla de una infancia triste: “Nos deslizábamos por la montaña embarrada para divertirnos”.
Ese barro con el que jugaba cuando era niño ha sido motivo de estigmatización, así lo cree Davinson: “Cuando los habitantes de La Honda bajaban al centro con las botas empantanadas les decían patiamarillos o guerrilleros. En Medellín nunca han querido reconocer que aquí viven los obreros que trabajan en la ciudad”.
Para Davison, recordar esos días en que la gente se reunía para levantar una casa, construir una vía o unas escaleras es un aliciente para seguir trabajando por el territorio; además, reconoce que los procesos de memoria revelan la realidad de los barrios y permiten que los jóvenes, haciendo uso de la ciudadanía, reclamen los derechos de su comunidad, como lo ha hecho durante tantos años Luis Ángel García, el hijo de Currulao que hoy lucha por una vida digna en La Honda.