Cuarenta murales se unieron a la colección del Museo Urbano de Memorias en el barrio Santo Domingo Savio de Medellín, donde el último domingo de abril se realizó el Graffiti Jam, un festival de juventud, arte callejero, reivindicaciones y cohesión social. Los nuevos murales, expuestos en las calles y recovecos de la Comuna 1 – Popular, hacen parte de las nuevas rutas del grafiti en la ciudad. 

Por Pompilio Peña Montoya
Fotos: Graffiti Jam 

Ese 28 de abril comenzó siendo una mañana agitada y lluviosa en la plazoleta de la Biblioteca España, ahora en remodelación, en el barrio Santo Domingo Savio, oriente de Medellín. David Ocampo debía dar la bienvenida a cada uno de los cuarenta artistas y escritores de grafiti. Antes del mediodía la plazoleta era un hormiguero de jóvenes que cargaban latas de aerosol y tarros de pintura. La tarea: apropiarse de paredes, callejones, aceras, escaleras y pasadizos de la galería La Independiente, el más grande corredor artístico a cielo abierto de los tres que componen el Museo Urbano de Memorias. El objetivo: dejar que su corazón artístico convirtiera aquellos espacios en escenarios para el espectáculo de las formas y los colores. 

Los artistas llegaron de los barrios periféricos de Medellín, pero también de Bogotá, Manizales, La Ceja, Támesis y hasta Italia. Una de las invitadas por David Ocampo, organizador del evento Graffiti Jam y director del Museo Urbano de Memorias, era Carolina Isaza, conocida en su círculo como Fluffy Rabbit. Ella tiene 24 años, llegó desde el barrio La América, occidente de la ciudad, y le fue asignado un rincón que terminó convirtiéndose en uno de los más admirados grafitis al final de la jornada. Ella dibujó una mujer sensual, mitad felina, con unos colores tan vibrantes que parecía que estuviera a punto de saltar de la pared para llenar de besos al espectador. 

Fluffy Rabbit fue una de las artistas que aportó su mural en el Graffiti Jam.

Fluffy Rabbit era la más joven de los cuarenta artistas invitados, entre quienes figuran históricas figuras del grafiti nacional como Ospen, Fateone, Pepe EGL y Brick J, que al final de la tarde conversaron ante el público acerca de las memorias del grafiti y su impacto en los imaginarios urbanos. Sobre este tema, la artista dijo que tiene una cosa clara frente a su expresión artística: “Poner en el centro de la discusión el valor de la mujer en una sociedad que parece apreciarla solo como un objeto de deseo”. Por eso, sus figuras femeninas tienen como arma la sensualidad rebelde, los colores brillantes y las formas voluminosas y redondas. 

“Para los que nos gusta el grafiti, este tipo de encuentro como el Graffiti Jam es una oportunidad de aprender de los más experimentados. Mi paleta de colores y mi estética buscan inspirar el empoderamiento de la mente y el cuerpo de la mujer”, comentó Fluffy Rabbit, quien afirma que este arte urbano tiene la fuerza para afianzar relaciones entre los diferentes colectivos culturales y artísticos que han creado su propia historia en las comunas de Medellín. “El grafiti es una manera de plasmar una identidad personal a la vista de todos, con el fin de tocar las fibras de los transeúntes”, afirmó la artista, quien utilizó la pintura mate para los aspectos planos de su dibujo, y el aerosol de colores vibrantes para añadir brillo y profundidad a su diseño. 

Mientras Fluffy Rabbit agitaba las latas en un rincón de la plazoleta, junto a la Casa de Cultura del Popular, unas cuadras abajo, el artista urbano Wesley Vélez, más conocido como Wesonar y uno de los organizadores del Graffti Jam, supervisaba que cada artista trabajase en armonía con la agitada vida del barrio. Y es que gran parte de las paredes intervenidas se encontraban alrededor de la estación Santo Domingo del metrocable, donde cada día ebulle la vida comercial de almacenes y cantinas, entre un apretado tráfico de buses y motos. Por allí estuvieron los artistas Sako, Mks1, Pepe Egl, Seeker, Bufón, Cracko, Daner, Tatiana, Juanos, Squirrel y Atoman, pintando los muros de la Institución Educativa La Candelaria y los que están alrededor de la parroquia y del centro de salud.  

Según Wesonar, el grafiti tiene la particularidad de ser identitario; esto es “que representa personas, lugares, territorios y orígenes, y eso también hace parte de la memoria”, comentó. “Cuando llegas a un territorio y dejas una obra que, digamos, está contextualizada con lo que pasa en ese territorio, ella refleja la interacción social y la historia local. Esta es una manera directa de aportar a la memoria, a la estética, a la sociedad y a la cultura del barrio”, explicó. 

Algunos de los artistas que participaron del festival de grafiti fueron Sako, Mks1, Pepe Egl, Seeker, Bufón, Cracko, Daner, Tatiana, Juanos, Squirrel y Atoman.

Cerca de las cuatro de la tarde, de ese domingo 28 de abril, los vecinos comenzaron a ver los resultados de la estética renovada de la galería La Independencia. La mayoría de las obras fueron las firmas de los artistas, en letras de una estilización que parece tener su origen en naturalezas salvajes. Las intervenciones fueron complementadas con caricaturas, que hacen del grafiti, además de una obra artística, un medio de comunicación y expresión bastante efectivo para impactar en los imaginarios sociales y en la arquitectura urbana, como lo aseguró Wesonar. 

La Independiente es una de las tres galerías que conforman el Museo Urbano de Memorias. Las otras dos son Mi Territorio y Otras Voces. A la fecha, la primera cuenta la historia de los 21 barrios de la Comuna 1 de Medellín; en la segunda y la tercera, los artistas tienen total libertad de expresión.  

Los grafitis de la Comuna 1 se pueden visitar al paso, o con recorrido guiado por el Museo Urbano de Memorias (contacto: 3122612856 – 3505953116).

Según el director del Museo Urbano de Memorias, David Ocampo, esta organización desarrolla una investigación sobre la violencia que Santo Domingo experimentó a finales de los años noventa y principios del dos mil, para convocar a artistas del grafiti a plasmar obras que reconstruyan la memoria histórica del barrio. El resultado de esta investigación servirá como soporte de curaduría para la intervención que se realizará en el 2025. 

Para principios de los años noventa, en el barrio Santo Domingo Savio y su zona vecina había bandas de jóvenes instrumentalizados al servicio de narcotráfico; las milicias guerrilleras de las FARC ganaban terreno por la ausencia de otras oportunidades, y el paramilitarismo, en los años posteriores, bajo órdenes del Bloque Metro de las AUC entró a sangre y fuego para disputar el poder local.  

En octubre del 2005, luego de varias intervenciones militares por parte del Estado y del desmantelamiento de varias estructuras armadas, el sacerdote Julián Gómez, párroco de la iglesia del barrio, tuvo una idea para promover la reconciliación y la memoria entre las familias que en muchos casos vieron sucumbir a sus hijos en el contexto de la violencia. Gómez propuso pintar un mural con los nombres de 380 personas asesinadas en el barrio, de un total de 700 recopilados.  

Este mural, donde puede leerse “En honor a nuestras víctimas, ¡que no nos vuelva a pasar!”, es una de las bases documentales para la investigación que está realizando en Museo Urbano de Memorias. Por eso, que sus resultados lleguen a conocerse a través del grafiti, de otros murales, es una manera de honrar la iniciativa de paz y reconciliación que cimentó un cambio en la memoria de Santo Domingo. 

Este mural en honor a las personas asesinadas en el barrio Santo Domingo Savio es la base de investigaciones que se reinterpretan en el arte del grafiti. Foto: Sandra Arenas

Con esta nueva colección de grafitis, el Museo Urbano de Memorias está listo para continuar sus recorridos guiados. Según Ocampo, cada vez es mayor la curiosidad de los habitantes de Medellín por conocer el barrio, uno entre tantos, a través de las historias contadas por medio del arte. Pero los visitantes llegan de todas partes del mundo, lo que consigue abrir la mirada hacia otras latitudes e intercambiar experiencias y estéticas que enriquecen la vida cotidiana en Santo Domingo.  

En palabras de Ocampo, “el grafiti es un cohesionador social y ya son muchos los vecinos que nos han dicho que les pintemos las paredes. Eso es alentador, pues queremos convertirnos en el mayor museo urbano de Latinoamérica”; un museo urbano, a cielo abierto, cuyas obras se transforman con el tiempo y siguen, sin embargo, construyendo la memoria del barrio, de la ciudad.