“El secreto de mi familia era el secreto de un país”: Lissette Orozco

A propósito de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile, la profesora Ana María López, de la Universidad de Antioquia, conversó con Lissette Orozco, cineasta y activista en derechos humanos, sobre el documental El pacto de Adriana, que tiende puentes entre su historia familiar y la memoria de los crímenes cometidos durante la dictadura de Pinochet. 

Fotos: cortesía Lissette Orozco

Lissette Orozco es directora y productora, máster en cine documental, activista en derechos humanos, miembro del colectivo Historias Desobedientes y docente de universidades en Colombia, Chile, México y Guatemala. Dirigió el multipremiado documental El pacto de Adriana, estrenado en la Berlinale de 2017, donde obtuvo el Premio de la Paz, y que durante este 2023, por el significativo aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende, ha vuelto a ser visto y discutido como una pieza que propone reflexiones en torno a la memoria de la dictadura de Augusto Pinochet.  

Por El pacto de Adriana, la directora participó en más de cien festivales y estuvo nominada a los premios iberoamericanos Platino y Fénix. Además, ha trabajado en la televisión chilena como investigadora de series, guionista y realizadora de docu-realitys. Actualmente, Orozco está radicada en Bogotá, Colombia, y dirige el documental Después de León. 

El pacto de Adriana narra la historia de Liss, la misma directora, quien a los 23 años descubre que su querida tía colaboró cuando era joven con la policía secreta de Pinochet, y decide por ello conocer y contrastar su versión. De esta búsqueda en el pasado familiar, la protagonista obtiene una desilusión y el ímpetu de querer compartir con las nuevas generaciones de chilenos una reflexión sobre la memoria, la identidad y la justicia.  

En las actividades de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, la directora de El pacto de Adriana, Lissette Orozco, habló acerca de su película y del pasado y el presente de Chile, a 50 años del golpe de Estado contra Salvador Allende, con la profesora de la Universidad de Antioquia Ana María López, quien es doctora en Estudios Latinoamericanos de la Universidad La Sorbonne, cofundadora de la Maestría en Cine Documental de la Universidad Pontificia Bolivariana y experta en este género audiovisual.  

Ana María López (AML): A 50 años del Golpe de Estado en Chile, el presidente Gabriel Boric propone hacer un pacto para mantener la democracia. ¿Cuáles son tus impresiones después de haber estado en Chile en estas fechas tan importantes? 

Lissette Orozco (LO): En cuanto a mi experiencia en Chile, llegué con el corazón muy inflado, pero también vi un panorama muy complejo por lo que se está viviendo. Principalmente, creo que en cada función de mi película o de la otra película que estrenamos esta semana, llamada Bastardo: Herencia de un genocida, el público experimentaba una catarsis colectiva, porque para el público chileno, ver en pantalla grande a un asesino sigue siendo una experiencia muy impactante. Esto demuestra que hay un país que aún no habla de esto, que no hace memoria, un país que no ha tenido justicia o ha tenido una justicia muy deficiente. A 50 años del golpe, esa herida sigue abierta. 

Públicamente, existe un sector político que relativiza lo que ocurrió, y creo que ese negacionismo vuelve a abrir heridas en las víctimas, lo cual me parece muy cruel. Sin embargo, lo positivo en medio de este escenario tan cruel es que me he encontrado con un país muy organizado en cuanto a las organizaciones de víctimas y un país mucho más activo socialmente. 

Tuve la fortuna de estar el domingo a las 10 de la noche en la casa del presidente en La Moneda, junto con millones de mujeres, todas vestidas de negro y sosteniendo carteles que decían ‘Nunca Más’. Fue una experiencia colectiva de catarsis. Éramos millones de mujeres caminando alrededor de la casa, y en algún momento comenzamos a decir en voz baja ‘Nunca Más’, luego más fuerte y más fuerte, y te aseguro que fue una experiencia alucinante. Así que creo que, pese a lo terrible de la situación, hay momentos como estos que son reparadores, hermosos y emocionantes. 

AML: Hay una nueva generación que está abriendo caminos para transitar de manera particular a través de la historia, buscando construir una memoria y darles un lugar a estos hechos, tratando de combatir ese negacionismo. ¿Cómo viviste tú este despertar político durante la elaboración de la película? 

LO: Yo pertenezco a la tercera generación de la dictadura, nací en democracia y puedo dar testimonio de que en mi colegio nunca se habló de la dictadura, y en mi casa se abordaba el tema de manera sesgada, ya que provengo de una familia muy de derecha y partidaria de Pinochet. Durante la transición a la democracia, que yo más bien llamo “transacción a la democracia”, hubo un gran esfuerzo por no hablar ni contar las cosas. 

Recientemente se realizó una encuesta en Chile que arrojó un dato muy triste. El 40% de los jóvenes de 18 años o menos conoce poco o nada acerca de la dictadura. Ese silencio, junto con la negación, contribuyeron a que en nuestro en medio del estallido social del 2019, los policías salieran a las calles y comenzaran a disparar, lo que resultó en más de 400 personas con mutilaciones oculares y 38 muertos. 

En mi película, creo que las diferencias no son políticas, sino éticas. Ese fue el conflicto que tuve que enfrentar con mi tía, ya que el problema no era de izquierda o derecha, sino que mi tía había trabajado en una organización criminal. 

Comencé a hacer esta película con una ingenua idea en mente: quería ayudar a mi tía para que pudiera contar su versión de la historia, porque la quiero. Para mí, alguien tan humano a mis ojos, ¿cómo podía hacer cosas tan inhumanas? Ese fue mi punto de partida. Sin embargo, durante el proceso de realizar El pacto de Adriana, empecé a hablar con abogados, a investigar todo el cine chileno y a conversar con las víctimas. Comencé a comprender la verdadera dimensión del horror, algo que nunca me habían mostrado.  

Fue entonces cuando tuve que tomar una postura ética con respecto a mi trabajo. Dejé de lado mi cariño o amor por ella, y debí tomar una decisión ética, política y moral para crear una obra responsable con las nuevas generaciones respecto a esta memoria histórica. 

AML: ¿Cómo viviste esa ruptura con tu tía y esa revelación de que efectivamente ella es la persona que está mintiendo? ¿Qué impacto tuvo esto en tu familia? 

LO: Me llevó cinco años completar la película, y durante ese tiempo, experimenté una serie de emociones. En el primer año, vivía situaciones que guardaba para después, y en otro momento me enteraba de algo nuevo y lo guardaba también. Nunca me detuve a revisar mis propios materiales. Sin embargo, cuando vi el primer corte de la película, lloré más de lo que jamás había llorado en todo el proceso. En ese momento, me di cuenta de que mi familia podría enfrentar graves consecuencias. Pensé que mi tía dejaría de hablarme, que no me querría. Me sentí como si no solo me estuviera enfrentando a mi propia familia, sino a muchas otras familias, porque me di cuenta de que el secreto de mi familia era el secreto de un país. 

Pero, a pesar de todo, siento que no haberme traicionado a mí misma me permite vivir con más tranquilidad. Me hace sentir que puedo dedicarme al activismo en este tema. Actualmente, soy parte de un colectivo llamado Historias Desobedientes. Este colectivo comenzó en Argentina y ahora somos argentinos, chilenos, brasileños, uruguayos, paraguayos, e incluso alemanes. Todos los que formamos parte de este colectivo somos descendientes de perpetradores, pero trabajamos en favor de la memoria, la justicia y los derechos humanos. 

Analía Kalinec, Verónica Estay y Lissette Orozco miembros del colectivo Historias Desobedientes, en el evento «Día desobediente por ese nunca más en Chile» en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile.

AML: Ahora con la efeméride de los 50 años del golpe, la película vuelve a tener una vigencia y a participar de muchos espacios de conversación. ¿Cómo has vivido esta especie de segundo lanzamiento y cómo se han transformado tus reflexiones sobre lo que es la película hoy? 

LO: Esta película no ha seguido el circuito tradicional. Ha sido proyectada en múltiples festivales, salas de cine alternativas y espacios de memoria, incluso en lugares que fueron centros de tortura en mi país. 

Lo que me ha llamado mucho la atención es que El pacto de Adriana se ha convertido en un objeto de estudio en espacios académicos. Me la han solicitado desde la escuela de Derecho de la Universidad Católica de Perú, de la UCLA en Estados Unidos para la escuela de Psicología, y también de otras escuelas en Estados Unidos. Me di cuenta de que la película trasciende las proyecciones en salas de cine. 

Hoy en día, mi tía está en la cárcel, y cuando terminé la película, ella no estaba en prisión. En ese momento, enfrenté muchas críticas y preguntas sobre por qué no había entregado mi material a la justicia o por qué no había sido más dura con ella en la película. Sin embargo, en la actualidad, con mi tía en la cárcel, siento una mayor libertad para dedicarme, aprender y contribuir a la memoria histórica y a las nuevas generaciones con mi trabajo. 

AML: ¿Cómo ha sido la experiencia con el colectivo Historias Desobedientes y qué pasó con tu familia después de la película? 

LO: La primera vez que mi familia vio la película fue en una sala de una casa, antes de su estreno oficial. En cuanto a mi generación, siento que tuvieron una reacción más fresca, ya que ninguno vivió la dictadura. Sin embargo, para mi padre y sus hermanas, que pertenecen a la generación que vivió el miedo y creció bajo la dictadura, fue un shock total. Ninguno de ellos pronunciaba una palabra. Mi padre se levantó con una expresión desorientada, me dio un beso en la frente y me dijo: “Te van a matar”. Una tía abuela me decía: “Esto va a destruir a la familia, te va a destruir”. Y yo les respondía: “¿Por qué culpan a una película de destruir a la familia cuando tenemos una tía que mató gente?”. 

A partir de ese momento, prácticamente los miembros de extrema derecha y partidarios de Pinochet dejaron de hablarme y no lo han hecho desde entonces. Sin embargo, los miembros más cercanos de mi familia, como mi padre y mis tíos, siguen a mi lado, aunque en silencio. Las nuevas generaciones han abordado la película de diferentes maneras. Por eso, El pacto de Adriana se enfoca específicamente en el daño transgeneracional. 

Con el colectivo Historias Desobedientes, hemos llevado a cabo diversas acciones. El año pasado, fuimos invitados por la Fundación Anna Frank en Alemania, donde firmamos un acuerdo de paz con hijos de descendientes de nazis y descendientes de perpetradores de América Latina. Firmamos este acuerdo en busca de un “nunca más”. Para nosotros, lo más importante es llevar a cabo una transferencia responsable de la memoria. 

AML: Yo quisiera retomar algo y es el hecho de que tu tía está siempre parada en su versión hasta el último momento, es decir, ella hasta el último momento niega sus acciones. ¿Cómo pararse frente a esa verdad que el otro tiene y que la evidencia demuestra que es mentira? 

LO: Aquí se entrelazan dos elementos importantes. En primer lugar, está el hecho de que mi tía tenía tan solo 19 años cuando trabajó para la policía secreta de Pinochet. Recientemente, leí un libro muy interesante titulado La sociología de la masacre, que explica cómo lavaban el cerebro a los adolescentes o jóvenes adultos para hacerles creer que lo que estaban haciendo estaba bien. Mi tía realmente cree que salvó a la patria del “cáncer comunista” y que les hizo un favor a todos los chilenos. Sin embargo, es inaceptable que una mujer, después de haber presenciado el genocidio a lo largo de los años, siga justificando ese discurso. 

Mi tía fue entrenada en inteligencia y contrainteligencia, y en ese proceso tuvo que firmar un pacto de silencio en el que se decía que, si uno hablaba, todos caían. Así que lo que hizo mi tía fue tomar todos sus recuerdos, fragmentarlos en pedazos, quemarlos y construir una historia alternativa sobre lo que era la policía secreta. En su versión, ella era una simple secretaria, una guardaespaldas, que no tenía conocimiento de las detenciones ni de nada. Es una negación total de la realidad. Se creyó tanto su propia mentira que al final se convirtió en su propia verdad. 

Hoy en día, algunos agentes prefieren ir a la cárcel y guardar silencio como mi tía, sin proporcionar ninguna información a las víctimas, lo cual es uno de los actos más crueles. Aún hoy, Chile sigue siendo un país profundamente herido por su pasado, ya que no ha habido reparación real, solo una reparación económica en algunos casos, pero no para todas las víctimas.