Las jornadas más recientes de incorporación al Ejército Nacional revivieron la iniciativa legislativa para dar por terminado el servicio militar obligatorio en Colombia, proceso que en ocasiones se da de forma irregular, como en el caso de Yon Dairo, un joven que, al acercarse a resolver su situación militar por vía económica, terminó siendo reclutado por casi dos años.
Por Emmanuel Zapata Bedoya
Foto de Yon Dairo López Marín
En agosto cerró la convocatoria que el Ejército Nacional acostumbra a realizar y que denomina como jornadas de incorporación. Esas jornadas tienen la intención de que jóvenes mayores de 18 años resuelvan su situación militar y cumplan con ese deber obligatorio ante el Estado. En aquel momento se revivió la iniciativa legislativa que pretende poner fin al servicio militar obligatorio. En el Congreso, Daniel Carvalho, representante a la Cámara por Antioquia, y Humberto de la Calle, senador, ambos del partido Verde, lideran esta discusión.
La iniciativa busca que, en un periodo de diez años, las Fuerzas Armadas se profesionalicen y tengan en sus filas a personas que hayan planteado su proyecto de vida en el Ejército. También, busca generar mayores y mejores incentivos para los jóvenes que voluntariamente se presenten. “En ese tiempo lo principal es desmontar el servicio militar obligatorio. Proponemos diez años para que sea un proceso menos traumático para el Ejército. La intención con esto es que las personas que paguen servicio lo hagan porque quieren y no porque sea una obligación con el Estado. Necesitamos humanizar a nuestras fuerzas militares”, dijo Mateo Grisales, antropólogo, asesor legislativo que trabaja de la mano con Carvalho y De la Calle.
Grisales enfatiza en que las cifras de reclutamiento por parte del Ejército han bajado, que el servicio se encuentra en decadencia y que es mucho menos eficaz en su propósito original, también porque el contexto del país ha cambiado en la última década y los jóvenes se plantean alternativas para vivir en paz. Falencias como esas son algunos motivos por los cuales el también columnista en el medio No Apto cree que, en ocasiones, se dan reclutamientos irregulares por parte del Ejército, como le sucedió a Yon Dairo López Marín, quien fue reclutado el 22 de mayo de 2019, sin saber que esa experiencia lo desviaría del camino que se había planteado como bachiller.
Pagar el servicio
Yon Dairo, quien pretendía obtener su libreta militar de segunda clase, aprovechando los descuentos que vio en redes sociales y medios de comunicación, fue ese día al Batallón de la Cuarta Brigada, en Medellín, a resolver su situación militar.
“Ese día madrugué mucho. Le pedí a mi papá la plata prestada para ir a comprar la libreta militar. Fui con toda la papelería, con el acta de grado, todo. Salí en la moto desde mi casa en La Ceja como a las cinco y media de la mañana. Cuando llegué a la Cuarta Brigada había una fila muy larga, pero no sabía para qué era, si para pagar o porque se los iban a llevar”, relata Yon Dairo cómo comenzó esa pesadilla que aún afecta su presente.
Él, después de parquear su moto y notar la larga fila, le preguntó a uno de los soldados que se encontraba en el lugar: “Yo estuve viendo las noticias donde hablaban sobre los descuentos en la libreta militar y estoy interesado, ¿usted me puede decir si esta es la fila?”. Como respuesta, un soldado regular que custodiaba la entrada le pidió su cédula e ingresó a las oficinas. “Yo no lo volví a ver. Qué se hizo con mi cédula, me preguntaba”.
A los diez minutos lo empezaron a llamar de los consultorios internos del Batallón. “Yon Dairo López… Yon Dairo López… era lo único que se escuchaba decir”. Él, creyendo que lo solicitaban para hacerle entrega de la cédula, pasaba por los consultorios y en cada uno de ellos le realizaban diferentes exámenes: “Me revisaron la boca, los dientes, los ojos. Yo creí que me iban a decir que no era apto y que podía seguir con mi proceso de pago. Hasta ese momento estaba tranquilo”, dice sin perder detalle de ese momento.
Después de pasar por cada consultorio y de que le realizaran las pruebas pertinentes, Yon Dairo pasó a la última oficina, la de psicología. Le hicieron preguntas y él un poco nervioso preguntó por su cédula y explicó el trámite que iba a hacer en el Batallón. “Lo que pasa es que estoy buscando mi cédula hace rato y veo que este es el último consultorio. Yo vine a pagar mi libreta militar”, dijo Yon Dairo, a lo que la psicóloga le respondió: “¿Cómo así Yon? Es que usted pasó al Ejército Nacional. Usted se va”.
El susto y la desesperación hicieron que Yon Dairo pidiera su cédula de forma insistente. Pero solo bastó una seña de la psicóloga para que entraran al consultorio dos soldados profesionales.
“Ella me empezó a decir que no me preocupara, que solo era un año, que estaría en Puerto Berrío, que por ser bachiller no me iría mal, que para el monte no me iban a llevar. Me dijo que la otra opción era Chocó, pero que las familias debían tomar barco para visitar a los soldados”, prosigue su relato. Recuerda que él le pidió a uno de los soldados que le permitiera salir de la Cuarta Brigada para entregar la moto: “Pero me dijo que no, que donde me dejara salir yo no volvía. Entonces yo le pregunté que cuándo nos íbamos para Puerto Berrío, a lo que me dijo: la salida es hoy por la noche”. Le dijeron que llamara a su casa, les diera la noticia a sus padres, les dijera que se iba a prestar servicio militar y que le trajeran ropa e implementos de aseo personal.
Como él lo cuenta, se iba a pagar servicio militar “de la nada”. Los planes para ese día y para la vida le cambiaron considerablemente. No fue solo un año el tiempo que Yon Dairo pasó en el Ejército, sino que fueron casi dos: ingresó el 22 de mayo de 2019 y su salida, “la mocha”, fue en febrero de 2021, cuando había pasado la peor época de la pandemia.
El terror del combate
“La verdad muchas veces pensé en volarme, pero no lo hice. Algo como pasar de tener la privacidad de un baño en tu casa, donde te demoras quince minutos en bañarte, a pasar a bañarte en veinte segundos con otros veinticinco hombres. Otra de las cosas es que uno prioriza el sueño antes que la comida. También había mucha mano dura. Recuerdo que una vez, a medio día, nos sacaron para la cancha de microfútbol, nos hicieron poner en cuclillas y con los brazos alzados debíamos levantar nuestra mochila, que era un bolso gigante y muy pesado. Tuve compañeros que lloraban. Imagínese, Puerto Berrío a medio día y usted con sus rodillas en el cemento caliente”, cuenta Yon Dairo queriendo transmitir el esfuerzo y el cansancio de aquel momento.
En Puerto Berrío cumplió el duro entrenamiento antes de jurar bandera. Luego lo trasladaron a una vereda de Anorí, de la que Yon Dairo recuerda era solo niebla y oscuridad. Por ser líder y tener buen comportamiento le permitieron hacer el curso para ser dragoneante, cargo que lo hizo sentir orgulloso.
Una noche, cuando estaban a más de dos horas y media de alguna carretera, mientras dormían, escucharon dos disparos: “López, esos son tiros”, le dijo en voz baja el sargento a Yon Dairo, a lo él que respondió esperando no estar equivocado: “Demás que a alguno de los muchachos se le disparó el arma”. Segundos después, una ráfaga de balas pasaba por el campamento que ellos tenían instalados. “Ese fue el peor susto de mi vida. Yo pensé que se nos habían subido a la montaña donde estábamos”.
El sargento, muy alerta, empezó a dar órdenes: “Pilas, pilas que se nos metieron”. Era un hostigamiento real donde Yon Dairo, un joven que nunca tuvo la intención de prestar servicio militar, estuvo involucrado. Sin pensarlo dos veces, tiraron las hamacas donde dormían al suelo y el sargento siguió indicando lo que debían hacer: “El ametrallador tiene permiso para disparar y todos en posición”, escuchaba decir Yon Dairo.
Los tiros que venían de otra parte de la montaña levantaban la tierra y reventaban las copas de los árboles. “Eso traqueaba durísimo. El ELN, que tenía presencia en esa zona, fue el grupo que nos atacó. Ellos tenían mejor armamento que nosotros, un calibre más grueso que el del Ejército. Las balas de ellos de los fusiles eran las balas que nosotros teníamos en la ametralladora”, dice Yon Dairo, quien desmiente con ello la idea de que a los bachilleres no se los llevan a participar en combates.
Los disparos venían de un solo lado y por la mente de Yon Dairo solo se cruzaba la idea de volarse, irse e intentar refugiarse, pero el desconocimiento de la zona y la oscuridad le impedían hacerlo. “Acá nos van a matar a todos”, pensó mientras escuchaba al sargento dar la orden para disparar. De forma rápida Yon Dairo puso su fusil en el suelo e intentó abrir fuego. Un intento, dos y tres. Su arma no disparaba y las balas enemigas seguían levantando tierra y pasando como silbidos.
“Dios mío, yo con esas ganas de llorar y ese fusil nada que disparaba, hasta que sentí un manotazo de mi sargento y un grito: ‘Despierte marica que tiene el fusil asegurado’… Lo desaseguré y empecé a disparar. Estábamos tan asustados que solo disparábamos tres, y eso que el grupo era de quince muchachos. Esa noche más de un compañero se orinó en el uniforme porque uno no sabe lo que es miedo hasta que vive una situación así”, recuerda Yon Dairo, a quien esos dos años de servicio y situaciones como esta le cambiaron la vida, lo hicieron ver el futuro de otra manera.
Entre lo irregular y lo ilegal
El caso de Yon Dairo es “tristemente el pan de cada día en Colombia”, expresó Andrés Aponte López, subdirector de Justa Paz, organización antimilitarista creada en 1993 que trabaja por la objeción de conciencia en jóvenes que no desean prestar servicio militar. Además, este colectivo hace seguimiento a casos de reclutamiento irregular o “ilegal”, como los denomina Aponte López, por parte del Ejército.
“Este caso es de reclutamiento ilegal y estuvieron en auge en el gobierno Duque. A los jóvenes normalmente les dicen que se acerquen a los batallones, que allá resuelven su situación militar y ellos inocentemente van. Uno tiene derecho a pagar su libreta militar por vía económica y el hecho de que se hayan llevado a este joven de esa forma, sin él quererlo y sin contar con los planes que tenía a futuro, constituye o cae en la ilegalidad del proceso. Estas son situaciones de violencia que se repiten constantemente en el país”, afirmó Aponte López.
Esos casos de “reclutamiento ilegal” se deben, según el subdirector de Justa Paz, a las formas en que trabaja el Ejército Nacional. “A los batallones les ponen unas metas de incorporación. En el gobierno de Duque debían reclutar más o menos 85 mil jóvenes durante el año. Esto va distribuido por distrito militar y batallones. Por cumplir sus metas, por las bonificaciones y los aumentos salariales, es que se dan estas incorporaciones ilegales, por medio de engaños y falta de información”, explicó.
La Ley 1861 de 2017 reglamenta el servicio militar obligatorio. Allí se describen los casos en que los jóvenes deben prestar el servicio militar y las 16 excepciones. Sin embargo, en ninguno de sus apartados está textualmente que los jóvenes puedan pagar con dinero su libreta militar. “Ese es un vacío importante y donde falla la ley. La falta o el ocultamiento de información por parte del Estado puede ser interpretada de muchas formas”, detalló Aponte López.
Además, el subdirector de la organización antimilitarista hace énfasis en las afectaciones psicológicas y los cambios de planes de vida con los que salen los jóvenes después de pagar su servicio militar: “Los muchachos salen distintos. En el Ejército se da una especie de adoctrinamiento. Vaya usted dígale a un soldado profesional en medio de un entrenamiento que no quiere tomar un arma. La mente les cambia porque son obligados a eso. Ahora, los planes de vida serán distintos, pocas veces los jóvenes salen del servicio militar y quieren estudiar”.
Con lo anterior coincide Yon Dairo al afirmar que la vida le cambió mucho. Ahora él vive con sus papás en La Ceja y trabaja en un aserrío e inmunizadora de madera. Cuando salió del Ejército trabajó como vigilante por poco tiempo y luego laboró en una ferretería a cuatro cuadras del parque principal de ese municipio. Sobre su futuro, no es muy optimista. “Yo ya tengo 23 años y por ahora no pienso estudiar. Me graduaría muy viejo. Los planes me cambiaron porque antes sí tenía intenciones de ser profesional. Por ahora no”, finaliza el joven.