Esta obra de teatro, que aborda el problema de la desaparición de personas en medio del conflicto armado, tiene como escenario el municipio de Puerto Berrío en Antioquia y toma como referencia el libro Los Escogidos de la periodista Patricia Nieto.
Por: Pompilio Peña Montoya
Imágenes: Cortesía Conecos
La historia de Cuando el río suena, muertos lleva es un viaje alegórico a la angustia, la muerte y la esperanza. La obra de teatro nació en las montañas de Valparaíso, suroeste antioqueño, en la mente de una pareja de esposos fascinados por la dramaturgia y su poder de trasmitir ideas, sensaciones y cuestionamientos. Ellos son Isabel Cristina Betancur y Gustavo Adolfo Pardo, quienes, bajo el sello del Colectivo Teatral Conecos, crearon esta puesta en escena que aborda el fenómeno de la desaparición desde una apuesta fantasmagórica.
“La obra cuenta la historia de una mujer campesina que emprende un viaje en busca de su hijo desaparecido por el conflicto, y, en el camino, conoce otros personajes que la van transformando”, afirmó Isabel Cristina, encargada en las tablas de darle forma y voz a aquella mujer que, en el fondo, “representa a todas las madres que hoy recorren caminos empedrados, ríos y montañas de Colombia, y que encaran hombres armados para preguntarles sobre el paradero de su ser querido, solo para escuchar una voz indiferente decirles: ‘Madrecita, deje de perder el tiempo y devuélvase para la casa’”.
Estas palabras son una puñalada en el corazón de una madre que, a pesar del dolor y las fisuras, no descansa ante el riesgo de perder incluso la vida. Así lo reflexiona Gustavo Adolfo, guionista de la obra, quien por más de año y medio estuvo escuchando testimonios, investigando sobre este tema y construyendo los arquetipos de la guerra en la obra para dejar en el espectador una sensación de empatía por quienes son víctimas de una violencia que no entienden y que no les pertenece. Lea también: Rayo de luz, un informe sobre desaparición e impunidad entregado al sistema transicional
La mano creativa de Gustavo también está tras bambalinas, atento a que la escenografía esté perfecta, el vestuario sea el adecuado y el montaje luminotécnico y sonoro creen la densidad necesaria para que Isabel Cristina, con su talento de encarnar personajes, despliegue una trama que tiene como espacios alusivos, principalmente, un río que arrastra cadáveres y un cementerio donde son depositados, bajo el signo del anonimato obligado y como fuentes de deseos.
Mirando el río Magdalena
Esta obra de teatro, un largo monólogo de Isabel Cristina interpretando a varios personajes, nació poco antes del inicio de la pandemia, cuando la pareja en medio de un viaje a Santander, desde Valparaíso, se detuvo en el municipio de Puerto Berrío a desayunar. Gustavo observó la mañana del imponente río Magdalena, que circunda el pueblo, y recordó algunos de los hechos más significativos de violencia que empañaron la tranquilidad de este caluroso poblado en el Magdalena Medio antioqueño, hostigado por guerrillas, paramilitares y fuerza pública. De pronto, vio lanchas de pescadores y pasajeros y recordó que Puerto Berrío guarda también una historia fascinante que involucra el conflicto armado, cadáveres, sepelios y peticiones a sus espíritus.
“De inmediato se me vino a la cabeza la crónica Los Escogidos, de la periodista Patricia Nieto, y recordé algunos de sus episodios. Esa mezcla entre la violencia, la espiritualidad y los milagros me pareció un retrato de la complejidad que ha significado la violencia en nuestro país”, comentó Gustavo.
La obra periodística a la que se refirió Gustavo da cuenta de una práctica espiritual que asumieron algunos pobladores de Puerto Berrío, quienes decidieron adoptar las tumbas de personas víctimas del conflicto cuyos cadáveres, rescatados por pescadores de las aguas del río Magdalena, fueron sepultados como no identificadas en el cementerio La Dolorosa de esa localidad. Hasta las tumbas de estas víctimas, que algunos pobladores denominaron los “muertos del agua”, llegaron hombres y mujeres que decidieron orarles, ponerles flores, restaurar sus lápidas y hasta darle un nombre a los difuntos. A cambio, estos devotos de las ánimas les pedían a sus muertos elegidos favores personales como un trabajo, mejor salud o hasta la posibilidad de un embarazo.
Pero esta realidad cambió desde el año 2021 cuando la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas intervino el cementerio La Dolorosa para iniciar un proceso de exhumación e identificación de cuerpos. Por eso, hoy las lápidas de este camposanto están marcadas con un mensaje que dice: “Favor no borrar, pintar o cambiar los datos de los N.N.”.
A la historia de lo acontecido en Puerto Berrío, contó Gustavo, se sumaron otras lecturas y documentos audiovisuales que le permitieron dimensionar la historia. Ya en la elaboración de la pieza teatral, Gustavo e Isabel Cristina decidieron integrar elementos de reflexión en torno a la compleja crisis que ha vivido el país por el inconformismo social, dentro de un discurso destinado a La mala muerte, personaje antagónico en la obra que entrelaza un diálogo de malos presagios con la mujer que busca a su hijo desaparecido.
“La mala muerte, que es un personaje maligno en la cosmogonía indígena, en la obra habla sobre la maldad, el odio de los poderosos, la incertidumbre de la vida en el conflicto armado, el dolor, el desamparo, el desplazamiento y la ruina impuesta. En síntesis, representa la mecánica de los violentos”, comenta Gustavo, quien ha impreso en el monólogo una cruda poesía con el propósito despertar sensibilidad en el espectador frente a la desesperanza de la protagonista, es decir, frente a la desesperanza de todas aquellas mujeres en el país que, con su inquebrantable voluntad, siguen en la búsqueda de su ser querido por años e incluso décadas.
En su Odisea, la protagonista de la obra, tras encontrarse con La mala muerte en el río, también se topa con otros personajes como El enterrador, custodio del cementerio, y adoptadores de difuntos, con quienes comparte su dolor.
Nuevas funciones
Isabel Cristina y Gustavo fundaron el Colectivo Teatral Conecos desde el cual se han propuesto abordar problemáticas sociales puntuales, producto de su larga experiencia en proyectos comunales y barriales a lo largo del Valle de Aburrá. Sus propuestas y puestas en escena han logrado gran acogida en municipios como Medellín, Envigado y Sabaneta. Han tenido la oportunidad de vincularse con organizaciones, empresas y gobiernos para el desarrollo de formaciones artísticas dirigidas a niños, jóvenes y adultos, trabajo que han continuado en Valparaíso, donde la pareja ha ganado reputación como artistas. De allí que la obra Cuando el río suena, muertos lleva, haya sido acreedora en el 2021 de un estímulo otorgado por el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia.
Este monólogo ya fue presentado en Valparaíso en noviembre del 2021, y el pasado 14 y 15 de enero de 2022. El propósito de Isabel Cristina y Gustavo es que este mismo año puedan presentar la obra en Medellín y, por supuesto, en el municipio de Puerto Berrío, en donde muchos aún siguen esperando la llegada de muertos para convertirlos en la fuente de sus deseos.