Memorias del sacristán de Luis Vero

“Marquitos” es el campanero del corregimiento de Luis Vero en el municipio de Sardinata desde hace más de 20 años. Su historia está atravesada por la historia misma del Catatumbo.  

 

Por: John Vladimir Parra Vera

Foto: Unidad Nacional de Víctimas

Don Marcos es alto y de perfil robusto. En la parte superior de su nariz resalta una mancha negra, que poco a poco le va carcomiendo la carne del rededor; sus ojos tienen un brillo opaco solo descifrable para quienes han conocido su historia; su sonrisa es amplia y acogedora, carente de un par de dientes; sus manos se muestran sutilmente temblorosas, evidencia del Parkinson no diagnosticado que comienza a desarrollar; frente a él carga una barriga redonda que lo hace ir lentamente al caminar y, siempre que da un paso, arrastra ligeramente ambos pies dejando oír un suave rastrillar contra el piso. Cuando suenan las campanas en el corregimiento de Luis Vero, los pobladores reconocen automáticamente el sonido que viene de la torre alta del templo. Don Marcos es el hombre encargado de darle vida a este armónico sonido desde hace 20 años.

Marco Antonio Rodríguez, campanero de la parroquia de Luis Vero en Sardinata, Norte de Santander. Foto: Pacificultor.

Marco Antonio Rodríguez Contreras entra en la categoría de “personaje típico” del corregimiento de Luis Vero, su aire simple y solemne, acompañado por su lento andar y risa ronca, son un testimonio vivo de las múltiples alegrías y tristezas que recorren esta población.

“Marquitos”, como le dicen popularmente, inicia su rutina cada día preparando los alimentos para él y su esposa, quien padece de ceguera desde hace años, luego realiza el aseo de su casa, da una vuelta por la parroquia para confirmar que los hermanos franciscanos estén bien, y espera a la tarde para prestar su servicio como campanero, mientras la salud se lo permita. Ejerce también como sepulturero del corregimiento, guardando en su memoria las historias que se esconden en el camposanto, donde reposan desde suicidas hasta capos de los grupos armados.

Nació en el corregimiento de La victoria, pero debido a su labor en la iglesia y a su constante búsqueda de mejores condiciones de vida, terminó en la población de Luis Vero: «Yo era nazareno en Pachelli, pero cuando renunció el presidente de la hermandad en Luis Vero, me dijeron a mí que me viniera para reemplazarlo», dice. Así fue como inició su trayectoria de servicio desinteresado en el corregimiento, lugar en el que ha crecido hasta convertirse en un referente de fe para la comunidad.

Su esposa, Carmen Rosa Pérez, da fe de su ánimo alegre, su semblante trabajador y su compromiso con la iglesia: «Desde que estamos juntos es muy atento conmigo, cuando estábamos más alentados la pasábamos trabajando, teníamos animales, cerditos, ahora ya no… Marco presta el servicio a la iglesia desde el tiempo del padre Gilberto, él es muy propio con todo lo de los padres, nunca queda mal», cuenta ella.

Cerca de la década de los 80, esta pareja vivió años de prosperidad en el corregimiento, aún hoy recuerdan estos años con lucida alegría: «Se vivía una vida sana, bonita y cálida, uno podía trabajar y todo», dice Marco. Pero luego él y su esposa fueron testigos de las trasformaciones sociales que empezaron a gestarse desde la llegada de los primeros grupos guerrilleros a la zona en la época de los 90 y fue ahí cuando decidieron retirarse del territorio. Años después, cerca del año 2000, regresaron, pero les tocó vivir un panorama desgarrador, pues debido a la incursión de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el corregimiento se generó un desplazamiento masivo y fueron pocas las familias que permanecieron en el casco urbano. «No teníamos con qué irnos y nos quedamos para acompañar al padre, para que no se quedara solo», cuenta.

Hoy en día, don Marco recuerda con pavor en su rostro los primeros meses de la incursión paramilitar: «Cuando llegaron las Autodefensas se puso mala esta vaina, los primeros meses nos tocaba quedarnos acá en la casa, igual que ahorita con el coronavirus, y  para uno salir a donde estaba la huerta le tocaba pedir permiso para poder ir, y le preguntaban a uno «¿cuánto se demora? Le doy veinte, veinticinco minutos» Y hágale ligero, porque a esa hora tenía que estar, si no, decían que le estaba llevando razones a la guerrilla».

La incursión duró un total de cuatro años, desde el 2000 hasta el 2004, tiempo durante el cual hubo tortura y desaparición de locales, asesinatos selectivos, abuso sexual y mucho más. Don Marco y su esposa recuerdan con dolor la muerte de su hijo Diomedes Contreras Pérez de 17 años, quien ante el estado de salud de su padre decidió asistirlo en las labores del campo, sin saber lo que le sucedería.

Un 25 de febrero del 2002, mientras trabajaban padre e hijo en una parcela cercana al centro poblado, aparecieron en el lugar paramilitares de las AUC con el objetivo de llevarse al menor y, ante la negativa de ambos, Marco y el muchacho fueron reducidos a golpes: «Nos dieron a los dos y luego se lo llevaron. Después llegaron unos de los paracos y me dijeron el lugar en el que lo habían dejado, fuimos allá, estaba tirado, patas arriba, ya muerto», relató. Luego de que la familia vio el cuerpo, los propios paramilitares lo llevaron hasta el cementerio local, donde lo descuartizaron.

En un intento por solventar tantas marcas dejadas por la violencia, la familia se ha acercado a diferentes instancias para buscar ayuda, pero las entidades gubernamentales, ONG`s y demás actores han demostrado apatía, indiferencia e ineficacia. Rondando los 70 años, Marco lleva más de 15 años tratando de contactar con instancias que le permitan restituir sus derechos como víctima del conflicto, pero no ha sido posible, por eso expresa que el único papel que ha cumplido el Estado ha sido el de “estar ausente” frente al conflicto vivido en el territorio. «La ausencia del Estado a uno lo hace pensar que hay mucho pobre que ellos no tienen en cuenta», afirma.

El rostro de don Marco es quizás el reflejo de cientos de pobladores del Catatumbo que buscan la restitución de sus derechos y que a pesar de todo se atreven a soñar con un futuro mejor. Él mismo expresa que, a pesar de sus carencias, está agradecido con Dios por su salud y, pese a todo lo que ha vivido, se refiere al corregimiento con alegría: «El pueblo de Luis Vero sigue unido, pues la gente sigue adelante y progresa. Mi consejo a todos los pobladores, especialmente a los jóvenes, es que vivan en paz, que no se metan en los malos caminos, que esas vainas es mejor dejarlas quietas», concluye.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la segunda edición del periódico Pacificultor en abril del 2021.