Las mujeres de la comunidad de Karikachaboquira, en el resguardo Catalaura, se organizaron para ganar autonomía económica y para luchar por la pervivencia de saberes ancestrales.
Por: Ángela Martin Laiton – Pacificultor
Fotos: Pacificultor
La comunidad de Karikachaboquira está a cuatro horas de Tibú, Norte de Santander. Para llegar, primero hay que tomar un bus hasta La Gabarra y de ahí buscar en el puerto una embarcación para navegar unas dos horas por el río. En Puerto Maderero todos conocen a doña Cecilia, una mujer barí que transporta el mercado y los abastecimientos hacia los resguardos. El lugar, iluminado por la fuerza del río Catatumbo y el contraste de la montaña boscosa, justo en la otra orilla, da una amalgama de colores de una belleza indescriptible. Los bogas esperan a los pasajeros en canoas coloridas. Hombres y mujeres buscan rutas hacia todos los destinos, la música revienta desde varias casas pasando de la carranga al reguetón en un parpadeo y La Gabarra aparenta la tranquilidad de cualquier lugar rural.
Las familias cargan cajas de mercado y artículos para la agricultura, mujeres con niños se sientan al borde del puerto buscando sombra, el calor espeso se mezcla con olor a orín. Cecilia se acerca, nos habla en un español mezclado con lengua barí, tiene los ojos pequeños y desconfiados, hay que esperarla una hora hasta que salga su embarcación.
Después del mediodía remontamos el río Catatumbo a contracorriente y con el sol en la cabeza, la embarcación fue entrando en la selva de la que se vislumbraban zonas de conservación muy amplias interrumpidas por hectáreas infinitas de coca y laboratorios. Cuando llegamos a Karikachaboquira nos estaba esperando don Francisco para mostrarnos el camino y ayudarnos a entrar el mercado. Desde la orilla del río se abría un bosque de árboles gigantescos que llenaban de sombra toda la vía. El resguardo está construido a unos minutos del bosque. Tiene dos canchas de fútbol en la mitad desde las que se ven las montañas hacia atrás y en las tardes el sol dibuja el paisaje de tonos naranjas y azules.
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Cuentan las abuelas que Sabaseba trabajaba sin descanso para poner orden a la tierra y hacerla llana. Cuando sintió hambre buscó algo que comer y encontró solo unas piñas amarillas, abrió una para comérsela y, para su sorpresa, de la fruta salió una familia: mujer, hombre y niño. Todos sonriendo. Así, de cada piña que Sabaseba partía, salía una familia. A todas estas personas las llamó “barí”.
También dice la historia que Sibabió, una anciana barí, engañó a su nieto para comérselo. Cuando los padres del niño llegaron al bohío, ella intentó darles a comer el niño. Una vez descubierto el engaño y el crimen, quemaron a Sibabió. Después, vino un viento fuerte que esparció sus cenizas por la tierra. Es de esas cenizas que nacieron los blancos, los criollos, los labiddú, las vacas, los machetes, las escopetas y todas las personas y cosas negativas para los barí*.
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«Ángela, déjenos recordar la historia», dice María Luisa Abeidora, representante de la Asociación de Mujeres Barí Bioyi Inskira del resguardo Catalaura. El bohío tiene más de veinte mujeres Barí reunidas junto a sus hijos, todas hablan en lengua barí ara mezclada con español. «La historia en esa época del 2010 en adelante, más que todo era trabajo con las mujeres, nos capacitaban, trabajamos en formación de liderazgos de mujeres Barí tanto en Venezuela como en Colombia. Éramos más unidas, trabajábamos en las huertas caseras», interrumpe Ninfa Emilse Orocora, vicepresidenta de la Asociación.
Aunque Barí Bioyi Inskira se creó hace más de diez años, la asociación fue legalizada en el 2020, una iniciativa liderada por las mujeres del pueblo Barí que busca mantener y fortalecer sus creencias practicando su cultura mediante la transmisión de saberes, manteniendo el equilibrio entre la cultura propia y la occidental, a través de la conservación de prácticas ancestrales y la realización de artesanías. «El año pasado legalizamos la asociación para… ¿cómo se dice?, trabajar en proyectos productivos. Trabajar en la unidad, el respeto», termina Ninfa.
El propósito de la asociación es propiciar lugares de liderazgo e independencia a las mujeres del pueblo Barí respetando sus usos y costumbres. Aunque muchas son conscientes de diferentes machismos que se han instalado dentro de su cultura, rescatan los lugares tradicionales de las mujeres en las historias y visibilizan transformaciones como el cacicazgo de Judith Azoira Sagdabara.
Inspiradas en las historias de las abuelas, han decidido buscar autonomía económica a través de la confección de la ropa que sus hijos (y otras personas de la comunidad) usan para asistir a la institución etno educativa que hay en el resguardo. Para ello, algunas que ya han sido capacitadas, buscan ampliar la educación y los patrocinios, para que otras mujeres puedan vincularse al proceso. Esta es una de las iniciativas del pueblo Barí para bloquear el avance que han tenido los cultivos de uso ilícito en el cerco de las fincas alrededor de su territorio. Leer: En Norte de Santander, los Barí somos violentados y estigmatizados: Juan Titirá
Una de las abuelas narró en lengua barí ara el lugar tradicional de las mujeres en el pueblo, mientras María Luisa Abeidora tradujo casi simultáneamente: «En la historia de los Barí, las mujeres trabajaban conjuntamente con los caciques, antes vivían de un lugar a otro, en un bohío habitaba toda la comunidad y, allí, mujeres, jóvenes y ancianos compartían. Ellos andaban de un lugar a otro para defender el territorio. La mujer del cacique era la que organizaba a las demás mujeres, avisaba y todos salían conjuntamente, nadie se quedaba a la pesca. Los trabajos se compartían y todos tenían su comida diaria».
Este factor de rescate de la tradición es muy importante para las mujeres a la hora de organizarse; los Barí son un pueblo amenazado por muchos factores, desde décadas atrás cuando llegó la fiebre del petróleo al Catatumbo, hasta el recrudecimiento del conflicto y la presencia de múltiples actores armados. Los Barí han logrado organizarse para no desaparecer ante el saqueo constante, la explotación petrolífera, los monocultivos de palma y la contaminación a los ríos. «La comunidad de Karikachaboquira y los Barí tenemos nuestra lengua todavía, los niños ya no hablan así como los mayores, entonces empieza a hablarse bariñol. No podemos olvidar nuestra lengua porque es lo que nos identifica. El pelo de la mujer era corto no como lo tenemos. No usábamos zapatos, caminábamos a pie descalzo. En la infraestructura de las casas no se usaba nada de material, era de paja. En la comida también resistimos, nosotros todavía comemos el mojojoy, el loro, el mico y la tortuga. Todavía las mujeres hacemos nuestros canastos, nuestras esteras. En nuestras casas todavía hablamos la lengua», termina María Luisa. Leer: Bari caiqueba aba inshqui: todos para todo y por todo
En la tarde las mujeres se organizan para jugar torneos relámpago de fútbol, uno de los eventos más importantes para los Barí que ocurre alrededor de la competencia deportiva. Los partidos transcurren hasta que el sol se oculta y todas vuelven a la casa para encender las plantas de energía y preparar la cena. Pescados asados en la leña, acompañados de yuca o ñame que da la chagra. Las mujeres de Barí Bioyi Inskira apelan a su fuerza para mantener las costumbres propias, educar a sus hijos en la cultura ancestral, mantenerse con vida en Ishtana a pesar de la adversidad y así seguir ese principio que les dice que la cultura es la vida misma de los pueblos indígenas, las mujeres lo saben y luchan manteniendo la alegría como la piña madura.
*Fuente: “Los Barí: historia, sociedad y cultura” de Zaidy Fernández Soto.
*Este texto fue publicado originalmente en la segunda edición del periódico Pacificultor, en abril de 2021.