La bióloga colombiana reflexionó sobre el esclarecimiento de la verdad en el país donde, dijo, el conflicto es por la tierra, el territorio, la funcionalidad ecológica y los recursos naturales.
Foto: Universidad Ean
Brigitte Baptiste es la rectora de la Universidad EAN y fue directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. En diálogo con Hablemos de Verdad, dijo que la verdad debe ser un acuerdo que permita recomponer la acción colectiva, que hay que poner en el reflector la historización ambiental de las condiciones de ocupación de los territorios y que, tras la entrega del informe final, necesitamos hacer silencio, para poder comprender.
Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablan sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.
¿Cuáles cree que son las razones del conflicto armado en Colombia?
Yo creo que el conflicto armado colombiano se remonta a los momentos en los que nos encontramos incapaces de entender el contexto social y ecológico en el cual debíamos tratar de construir nuestra sociedad y desarrollar nuestras actividades cotidianas. Me refiero a un origen relativamente conceptual, un momento ecológico de la historia, porque colonizar un territorio, ocuparlo, siempre implica una interpretación de sus recursos, de las formas más adecuadas o menos adecuadas de conectarse con ellos, de apropiarlos y de distribuirlos. Los pueblos indígenas tenían mecanismos particulares para garantizar la distribución de bienestar a través de sus formas de producción, pero no estaban exentos de conflictos. Luego de la conquista española, el tema de la apropiación individual y el mandato de encontrar El Dorado convirtió casi toda nuestra historia en una gesta extractivista, violenta, que no hemos logrado superar. Creo que aún hoy en día estamos repitiendo, una y otra vez, esa maldición, que tiene muchas expresiones. Más recientemente, tiene que ver con la forma en que utilizamos la tierra, nos apropiamos de su capacidad productiva y generamos unos mecanismos de legitimación de la producción de bienes y servicios que acaba siendo extremadamente asimétrica y empobrecedora, dirigida a que unos pocos se apropien de grandes cantidades de territorio, de recurso, para garantizar unos mínimos de rentabilidad, mientras todo el resto de la sociedad tiene que acomodarse a esa circunstancia. Entonces el conflicto colombiano es por la tierra, por el territorio, por la funcionalidad ecológica y por los recursos naturales, tanto renovables como no renovables.
¿Qué retos plantea el esclarecimiento de esa historia?
El reto más grande de la Comisión de la Verdad es demostrar que la verdad es una construcción colectiva que tiene que habilitar a todos los miembros de una sociedad para participar en el proyecto social, en el proyecto colectivo. No es una verdad objetiva —en el sentido científico de la palabra—; es una verdad que se construye a partir de la negociación y de la interpretación de hechos, de la disposición a aceptarlos, a controvertirlos o a participar activamente en la resolución de sus efectos. La verdad es un acuerdo que debe ser suficientemente robusto para que nos permita recomponer la acción colectiva, pero no tan débil como para que nos permita continuar convirtiendo las diferentes interpretaciones del mundo en fuentes de violencia y de imposición armada.
¿En qué hechos pondría usted el reflector, qué verdades cree que necesitamos para ser capaces de imaginarnos un futuro diferente?
Creo que la historia del territorio es fundamental. La historización ambiental de las condiciones de ocupación, transformación y definición contemporánea del uso del territorio es el componente más importante para poder entender que ha habido un proceso continuo y constante de expulsiones, desplazamientos, depredación y devastación que se ha justificado reiterativamente y que, sin embargo, se mantiene como una forma continua de repetirse a sí mismo; en ecología, le decimos ‘forma maladaptativa’. Entonces, yo creo que es necesario entender muy bien un territorio, las sociedades y los grupos humanos que lo ocupan o que lo disputan, los recursos que están de por medio, sus interpretaciones, sus lecturas y, por supuesto, sus efectos en términos de las víctimas que se han generado en él.
La Comisión de la Verdad viene proponiendo unos diálogos públicos para ampliar las conversaciones necesarias alrededor de los temas de la guerra. ¿Qué piensa de ese diálogo social nacional?
Me parece fundamental que la Comisión de la Verdad enfrente esa complejidad que viene de la multiplicidad de versiones, que viene de las subjetividades que están en juego, que viene de la dificultad de la narrativa, o de las narrativas, porque necesitamos mucho material para que se entreteja una explicación suficientemente consoladora para todos, suficientemente empática, en el sentido de que nos llame a la reflexión, de que nos haga entender la complejidad de los hechos que se desarrollaron y, sobre todo, que nos permita ir más allá de la tentación de juzgar sobre la marcha o de juzgar con la simplicidad a la que normalmente tendemos. El reconocimiento de la verdad es un ejercicio que en la historia siempre está lleno de versiones, de sutilezas que con el tiempo reverberan y se convierten en parte de mitos, justificaciones, pues están llenas de humanidad, finalmente, porque son tan duras las experiencias que nos han rodeado —tanto de la vida como de la muerte—, que afrontarlas y mirarlas de frente nos produce mucha vergüenza, nos perturba, y necesitamos encontrar un camino para perdonarnos a nosotros mismos, para reencontrar el diálogo con terceros y para poder transmitirles esperanza a las nuevas generaciones.
¿Qué cree que debería pasar en Colombia tras la entrega de ese informe final?
Tal vez debería haber un gran silencio durante un tiempo, un ejercicio respetuoso de escucha de toda la información, de las narraciones, de la intensidad de los hechos. Un silencio que nos permita hacer un ejercicio de introspección y profundizar en sus mensajes, en vez de reaccionar nuevamente y utilizar el informe como mecanismo para reactivar las controversias e, incluso, para reactivar las violencias. Un silencio que nos permita tratar de entender todo lo que viene por dentro y, después de eso, comenzar a hablar lentamente, ojalá en un ambiente en el cual la Comisión nos ayude a expresar y a verbalizar el dolor y el arrepentimiento, a expresar tantas cosas que, incluso para la ciudadanía que no fue directamente afectada por el conflicto, son tremendamente difíciles de entender, porque fuimos cómplices en silencio, porque fuimos incapaces de reaccionar en su momento, de manera que nos convoque a todos y a todas a un ejercicio de reflexión profunda sobre lo que significa la convivencia.
¿Las universidades qué deberían hacer con ese informe?
Propiciar ese ejercicio de introspección. Sería muy paradójico que la Universidad no reaccionara y se mantuviera al margen de uno de los informes que, probablemente, va a tener más relevancia durante este siglo para la definición de las trayectorias sociales que se avecinan. Así que yo creo que cada universidad por sí sola, y el conjunto de universidades, deberíamos asumir espacios muy concretos, creativos, artísticos, de comunicación, de reflexión; rituales para garantizar que el informe es considerado en todas sus dimensiones.
¿A usted misma qué reflexiones le ponen de frente el tema de la verdad y la Comisión de la Verdad?
A mí el ejercicio de la Comisión de la Verdad me parece valiosísimo, un logro de los colombianos en medio de tantas dificultades para poder entender lo que nos pasa a nosotros mismos. El solo hecho de haber logrado ensamblar una comisión de personas completamente dedicadas a tratar de esclarecer los hechos —con todas las limitaciones y las dificultades operativas, las dificultades lingüísticas, las dificultades de la memoria— marca un hito en el propósito ético de una sociedad. En relación con la verdad, creo que el enfoque ha sido muy compasivo, muy centrado en las víctimas, en darles la palabra a otros y no a quienes interpretan de manera interpuesta los hechos, los eventos, los sentimientos. Creo que ese ha sido un ejercicio de sensibilización muy importante, ¡muy duro, muy duro! Aunque mí me cuesta mucho trabajo acercarme a los testimonios que se han ido recogiendo, porque me parece que desnudan la condición humana de una manera muy cruda, finalmente eso es lo que somos. Entonces, al mismo tiempo que me cuesta trabajo pensar en la verdad, valoro mucho que se haga desde las víctimas y, por supuesto, tengo que encontrar mi propio camino para convivir con esa verdad y con esa historia, de la cual todos hemos sido parte. La verdad seguirá siendo un objeto de debate, de conversación, y también a eso tenemos que acostumbrarnos, a que no existe la última verdad. Todo el tiempo tenemos que estar conversando y poniéndonos de acuerdo.
Esta entrevista fue publicada originalmente el 23 de octubre de 2020, aquí.