Durante las guerras civiles del siglo XIX en Colombia, la primera sede de lo que hoy es la Alma Máter fue tomada por distintos bandos como cuartel militar. En aquellos días los fusiles se hicieron paso entre las clases.
Por: Daniela Jiménez González
Imagen de portada: Wikipedia SajoR
En la historia de la Universidad de Antioquia hubo una época, cuando la Alma Mater apenas se erigía como un colegio, en la que los libros de las estanterías se usaron para avivar fogatas, los laboratorios de química y metalurgia quedaron reducidos a pizcas de cal y los pupitres se atrincheraron contra las paredes ante los desfiles de los soldados. Fue durante las guerras civiles del siglo XIX en Colombia, cuando el Colegio de Antioquia, génesis de la Alma Máter, fue cuartel militar durante varios periodos entre 1829 y 1900.
El Colegio de Antioquia estaba ubicado en el centro de Medellín, fue inaugurado el 22 de septiembre de 1823 en una ceremonia con globos aerostáticos y la muestra de artillería de la tropa local. Las clases allí, inicialmente de jurisprudencia, se vieron interrumpidas muchas veces por el despliegue de la guerra. De esta forma lo relató el profesor Rodrigo de Jesús García Estrada, profesor titular de la U. de A., magíster y doctor en Historia.
En diálogo con Hacemos Memoria, el historiador recordó que en este siglo hubo tres momentos desastrosos para la naciente institución de educación superior: la llegada de las tropas bolivarianas en 1829, la confrontación armada de 1860 y el triunfo liberal de 1876. Lo usual, contó García, es que al rector en ejercicio le llegara una nota firmada por el comandante de la tropa en combate, en ocasiones liberal en otros momentos conservadora, en la que le solicitaban al funcionario desocupar el edificio, estratégicamente erigido en lo que hoy se conoce como la Plaza de San Ignacio. En otros momentos, incluso, no hubo notas ni avisos, sino que los soldados llegaron a habitar el edificio universitario a la fuerza. El rector, ciertamente, no podía hacer nada: derrotado, su única salida era rendirse, a menos que quisiera ser asesinado o llevado a la cárcel.
Para el docente García, que ha dedicado al menos una década a estudiar este fenómeno de ocupación militar, varios factores incidieron en que la Universidad haya sido un fortín en disputa militar durante el siglo XIX. Primero, que su ubicación central la puso en el núcleo de las discusiones políticas e ideológicas del momento, justo en el lugar en el que se formaban los jóvenes de la creciente villa antioqueña. Segundo, que afectar a la universidad representaba un duro golpe social. El proyecto educativo de la Alma Máter les había pasado su cuenta de cobro a comerciantes, mineros, maestros y entusiastas de la cultura, y terratenientes que cedieron los predios para erigir el edificio. Y tercero, que el carácter amplio y espacioso del Colegio de Antioquia, la sede inicial, era ideal para construir dormitorios para los soldados.
Estos factores hicieron que imponerse sobre la Universidad fuera una gran victoria para cualquiera de los bandos, pues permitía imponer su ideología en el espacio de formación académica. Dominar la institución educativa, en palabras de García, era una manera de «incidir en las consciencias» de los futuros ciudadanos.
El cruce de la recua de soldados y el trazado de trincheras dejaron, por supuesto, su estela de destrozos educativos y políticos. Con ayuda del investigador García, así como de otras investigaciones y escritos antiguos, Hacemos Memoria reconstruyó esta historia temporal de la violencia que convirtió a la Universidad en una trinchera para fusiles y soldados.
El primer botín: la llegada de los militares bolivarianos
Los primeros años del Colegio de Antioquia, génesis de lo que hoy es la Universidad de Antioquia, transcurrieron entre las penurias económicas y la suspensión de clases. El exrector y político Emiliano Robledo recordó en su libro La Universidad de Antioquia (1822-1922) que, en 1825, a dos años de su apertura, ya era ostensible la decadencia económica del Colegio de una forma tan evidente que los funcionarios propusieron eliminar algunos cargos para ahorrar gastos, como el de pasante o capellán.
En los primeros días de 1829, contó Robledo, la dirección del Colegio fue entregada al presbítero José María Botero. El currículo académico estaba sustentado, desde 1825, en la legislación universal de Bentham, bajo la orden del general Francisco de Paula Santander.
En medio de los recortes presupuestales, como recordó el profesor García, y haciéndole frente a la prevención que tenían las tropas bolivarianas con este modelo de enseñanza, el presbítero Botero comenzó una ardua tarea para fusionar el Colegio con el Seminario de San Fernando en Santa Fe de Antioquia tratando de salvarlo de la desaparición. Esto finalmente no sucedió y en 1830, aún en medio de esta convulsión, estalló en el país una guerra civil contra la dictadura del general Rafael Urdaneta. Este sería el primer golpe para la institución. Las aulas serían convertidas por primera vez en cuarteles y permanecerían cerradas hasta 1834, con el peso constante de las deudas y la desfinanciación estatal.
La Guerra de los Supremos y el agite de un violento enfrentamiento
En 1840, luego de unos años de normalidad académica, la Guerra de los Supremos, o Guerra de los Conventos, convierte nuevamente al edificio de la Plaza San Ignacio en cuartel para las tropas. De acuerdo con García, los laboratorios quedaron destruidos parcialmente y algunos repositorios de libros se perdieron.
Entre 1840 y 1842, durante esta nueva ocupación militar, algunas cátedras consiguieron mantenerse tras alquilar una casa anexa cerca de la Plaza San Ignacio. Robledo recordó en sus memorias que durante la Guerra de los Supremos el Colegio de Antioquia continuó sus tareas de forma parcial y que en diciembre de aquel año se abrió la matrícula para 1841, a lo cual agregó: “Y así sucedió que, a fines de aquel año, ya el espacioso edificio albergaba soldados, quedando libres solamente unas piezas en donde se guardaban los útiles de filosofía y el Laboratorio de química”.
Según Robledo los efectos de la guerra se hicieron notorios en 1843. La iglesia del Colegio, por ejemplo, quedó con sus bóvedas desprendidas, el invierno próximo amenazó con arruinar por completo el techo y poco de lo que era para entonces el Colegio logró salvarse de la contienda.
Los estragos de la Rebelión conservadora
Entre 1851 y 1854, en un periodo de nuevas guerras civiles entre liberales y conservadores, el edificio del Colegio volvió a ser usado como cuartel para las tropas con sus subsiguientes estragos, explicó el profesor García. El principal evento fue el levantamiento conservador contra el gobierno de José Hilario López en Antioquia, que en 1851 tuvo como escenario la plazuela del Colegio. “Allí llegó Borrero con su montonera traída del Cauca y reforzada con los conservadores de Belén y allí rindió sus armas el Gobernador de la Provincia, don Sebastián Amador, el 1 de julio de 1851”, recordó el investigador.
El Rector del Colegio, detalló García, recibió del general Borrero, caucano y conservador, la siguiente nota: “Necesitándose el edificio de este colegio para el alojamiento de los negros, que bajo mis órdenes han ocupado esta ciudad, usted lo pondrá a disposición del señor Juan Crisóstomo Uribe”.
Guerra civil entre liberales y conservadores antioqueños
Entre 1861 y 1863, de acuerdo con el profesor García, una prolongada guerra civil tuvo lugar en el país y, como ya era costumbre, el Colegio de Antioquia fue otra vez cerrado, convertido en cuartel y también en presidio. La restauración del mobiliario arruinado por los soldados dejaba ahogadas a las finanzas públicas.
Paradójicamente, agregó García, este periodo de guerra entre liberales y conservadores coincidió con un momento de esplendor para el principal proyecto educativo del departamento: el Colegio del Estado de Antioquia, nombre que adquirió la institución en 1860, antes de convertirse oficialmente en la Universidad de Antioquia, el 14 de diciembre de 1871, durante la gobernación de Pedro Justo Berrío. Fueron al menos 13 años, observó el historiador, de continuo trabajo académico con buenos logros, lo que hizo evidente que el permanente cierre de la institución, por las disputas militares, era contraproducente desde cualquier punto de vista. Ver: Las historias del edificio de San Ignacio
El 11 de agosto de 1873, Pedro Justo Berrío fue nombrado rector de la Universidad, “el problema fue que el mismo Berrío cometió el error de convertir a la institución en un lugar de instrucción militar. Así, se construyó dentro del Colegio el batallón Bolívar que daba instrucción militar a los estudiantes”, afirmó García.
Los estragos del “colegio militar” y la ocupación de liberales caucanos
El 7 de julio de 1874, el rector Pedro Justo Berrío renunció a su cargo por quebrantos de salud que le causaron la muerte ese mismo año. El presbítero José María Ángel fue nombrado rector. El escritor Tomás Carrasquilla, en su ensayo Hace tiempos, diría que con la muerte de Berrío cayó sobre la universidad una nube de oscuridad: “Nada diré de aquellas exequias en que se congregó Antioquia entera. Universidad, Escuela de Artes y Normal concurrieron armadas, y por las mejillas de muchos jóvenes corrían las lágrimas. Si alguna vez ha habido en estas montañas duelo colectivo, sería en aquella ocasión”.
El 6 de agosto de 1876 Antioquia se declaró en estado de guerra y nuevamente el edificio de la Universidad fue cerrado para brindar albergue a los soldados que marcharían al Cauca.
Al respecto, el profesor García apuntó que en 1877 los ejércitos conservadores fueron derrotados por el general Julián Trujillo en las batallas de “Los Chancos”, “Morrogordo” y “La Linda”. Esto obligó al gobierno antioqueño a firmar una capitulación deshonrosa el 6 de abril de 1877, con lo cual la región se vio sometida a los atropellos de un “ejército de ocupación”. Trujillo se tomó las instalaciones del colegio, la convirtió en cuartel y en cárcel para los perdedores. Fueron dos años de cierre y, en cierta medida, de frustración de todo el proyecto de formación que había logrado Pedro Justo Berrío.
En su ensayo, el escritor Tomás Carrasquilla también recordó la llegada de las tropas de Trujillo al Colegio de Antioquia, el 22 de mayo de 1877: “¡Seis mil hombres! Medellín a lo sumo tendría diez y ocho mil. Por muchos y muy grandes que fuesen los cuarteles y las casas expropiadas no habrían de alojar tanta soldadesca, desde que no la regaran por ejidos, en campamentos y brigadas”.
Los años 1876 y 187 fueron de particular convulsión. Así lo reseñaron los investigadores Denis Xiomara Aguirre, Kelly Carolina Salcedo y Nicolás García, historiadores de la Universidad de Antioquia, en su artículo Universidad de Antioquia y educación: un modelo para la guerra, 1876-1877: “En 1877, al terminar la guerra, las finanzas eran precarias porque si bien el Estado Soberano de Antioquia contó con los recursos para auspiciar la guerra y para invertir en la milicia, se había menoscabado la integridad del tesoro público, afectando directamente al desarrollo social y como tal a la educación, por lo que el progreso y el restablecimiento de su normalidad fue lento”.
De acuerdo con el artículo de los historiadores, tras su reapertura en 1878, con el nombre de Colegio Central de la Universidad, la institución “se encontraba desprovista de implementos necesarios para ejercer sus funciones educativas, lo que llevó a que el rector Rafael Campuzano hiciera diferentes solicitudes al gobierno”. La solicitud del rector a la Superintendencia de Instrucción Pública incluía algunos implementos escasos como “tinta para copiar, cajas de lápices para el tablero, lámparas, faroles, baldes de metal”, detalló el artículo, así como muebles para la realización de las clases y actos institucionales.
En su texto, los historiadores también hacen hincapié en la relación entre la formación militar y la educación universitaria, antes y después de la guerra. Esto no solo desde el punto de vista económico, sino en términos tangibles, es decir, en la idea de la formación académica para servir al gobierno y la patria. El decreto del 31 de enero de 1872, recuperado por esta investigación y publicado por El Monitor, un periódico oficial de instrucción pública, reseñó para el momento que “el ejercicio del fusil común, del de aguja y de la artillería, especialmente de las ametralladoras, se hará en la Universidad y en la Escuela de Artes y Oficios […]”.
“Claramente esta promulgación de deberes hacia estudiantes, padres y profesores por parte del Estado tuvo un propósito muy claro y sencillo: la constitución de un cuerpo militar no profesional que pudiera en cualquier momento tomar las armas para la defensa del estado antioqueño”, concluyeron los historiadores en su artículo.
La Guerra de los Mil Días
La Guerra de los Mil días cerró el siglo XIX y, nuevamente, la Universidad fue ocupada por un batallón. Los libros eran utilizados para prender las fogatas y los laboratorios eran convertidos en habitaciones para los atrincherados.
De acuerdo con el profesor García, la Universidad había estado cerrada durante el año 1900 y su uso como cuartel había afectado los edificios, el mobiliario y la dotación de bibliotecas y laboratorios; los daños fueron calculados por el Director de Instrucción Pública, don Camilo Botero Guerra, en más de $30.000 y las reparaciones necesarias en $31.200. Esto sobrepasaba en más del doble el bajo presupuesto de la institución. «Si a ello se le suma la crisis fiscal del departamento, puede comprenderse el magno esfuerzo requerido en ese momento para que la Universidad viese las luces del nuevo siglo», expresó García.
Una postal al presente
La ocupación de la Universidad no cesó con la promesa del nuevo siglo. A pesar de que en el siglo XX no se encontraron los mismos protagonistas en los pasillos universitarios reconvertidos en cuarteles, el campus continuó siendo centro de entrenamientos y de acciones violentas de grupos armados.
A partir de 1960, recordó García, él y sus compañeros fueron testigos de varios desfiles militares por parte de grupos insurgentes, demostraciones de poder, con armas, e incluso con explosivos en la Plazoleta Barrientos. «La U. de A. se convirtió en las décadas del setenta y el ochenta en un lugar donde se guardaban explosivos, donde se organizaban milicias, donde se organizaban los grupos de encapuchados que igual convierten a la Universidad en trinchera y, de alguna manera, en cuartel militar», expresó el historiador.
El sociólogo Jaime Ruiz Restrepo, en su libro Mis vivencias como estudiante universitario, recordó que en 1969 los enfrentamientos con la policía dentro del campus «eran duros, podríamos decir que nos preparábamos como para batallas, arrumamos piedras y armamos barricadas (…) La respuesta que recibimos en nuestra Alma Mater fue la recurrente penetración de la bota militar a los predios universitarios, e incluso en algún momento estuvimos recibiendo clases con soldados en las puertas de cada aula”.
Con todo y el llamado de distintos estamentos a mantener al campus por fuera de las confrontaciones, la Universidad sigue sufriendo las violencias generadas por los actores del conflicto armado. En parte esto se explica en que el carácter abierto y público de la institución la conectan con los conflictos sociales que viven la región y el país, y la convierten en un escenario de debate y discusión. Ver línea de tiempo 50 años de violencia y resistencia en la Universidad de Antioquia 1968 – 2018
En su libro La Universidad de Antioquia hoy: Permanencia y vigencia, la socióloga María Teresa Uribe de Hincapié recordó cómo en el espacio universitario interactúan personas pertenecientes a todos los estratos sociales de la ciudad, habitantes de las más diversas regiones del departamento y del país; las etnias oprimidas y las dominantes. “En ningún otro lugar existen las condiciones para el examen riguroso y libre de prejuicios sobre temas y asuntos que por muy diversas circunstancias no se mencionan ni se discuten en otros ámbitos de la sociedad; aquí es posible oír las voces de la otredad, examinar los relatos de los excluidos, aproximarse a las heridas morales de las víctimas, escuchar las razones de los disidentes, de los delincuentes (…) en fin, todos los asuntos que la sociedad no quiere ver o que solo aspira a que se sancionen y se castiguen”, escribió la socióloga.
En ese mismo sentido, el historiador García expresó: «Eso es lo que es la universidad, un lugar de encuentro: allá es posible que quepan todos los actores políticos, todos los colores ideológicos, todos los colores de la piel y todas las religiones. Eso es la universidad: un lugar donde la diversidad debe expresarse, pero a través de los discursos, a través del arte, a través de la ciencia».
Y al analizar la realidad actual de la Universidad, García concluyó que es crucial que la implementación del Acuerdo de Paz entre el Estado y las Farc, que aún acumula saldos rojos, logre afinarse y consolidarse, pues, según él, pocos años fueron tan tranquilos para la «U» como los siguientes a la firma del acuerdo.