Cuando Alberto Gómez recibió la noticia, se encontraba en su casa en Medellín. Llamó a la base Aérea de Rionegro, donde tenía contactos de su época de político.
Cristian Andrés Longas Oquendo
Desde allí le confirmaron el hecho: el 6 de diciembre del 2000 la guerrilla de las Farc instaló un carro bomba en el casco urbano de Granada (Antioquia), el municipio del que alguna vez fue alcalde.
La consigna de los militares fue clara: “No vayan por allá ahora. La carretera está llena de minas”. Alberto y su esposa, haciendo caso omiso a la advertencia, esperaron hasta el próximo día y salieron rumbo al municipio. Con una carretera en precarias condiciones y con el corazón en el puño, la pareja logró llegar por fin al lugar. Al bajarse del carro, lo primero que hizo el exalcalde fue caerse de rodillas, colocarse las manos en la cabeza y gritar “me acabaron mi pueblo estos hijueputas”.
Una luz en medio de la oscuridad
La intención de la toma guerrillera de aquel 6 de diciembre del 2000 era, según su accionar, borrar del mapa la estación de Policía de Granada. Pero el carro bomba puesto en una zona concurrida y el lanzamiento indiscriminado de cilindros de gas como proyectiles le dio otra connotación: 15 civiles y 5 policías muertos, además de la destrucción de gran parte de la zona central de pueblo. Ese fue el escenario que enoontró Alberto Gómez al llegar.
“Él me dijo: ‘amor, andate por todas la tiendas que encontrés abiertas y comprá todas las velas que encontrés’”, cuenta Magdalena Cuervo, esposa del exalcalde. El propósito de comenzar a sobrepasar el hecho no acabó ahí. Alberto buscó al director de la Casa de la Cultura del municipio en aras de conseguir unos altavoces para hacer sonar villancicos, y también le pidió ayuda a algunos habitantes para cocinar natilla y repartirla por todo el pueblo. El 7 de diciembre del año 2000, las luces de las velas alumbraron la oscuridad que dejó aquella destrucción. Desde esa noche, los pobladores de Granada no dejaron apagar su llama; desde esa noche Granada ha sido muestra de resistencia ante los hechos violentos que siguieron apareciendo.
Guillermo Gaviria Correa, gobernador de Antioquia en aquel entonces, decretó el cierre de la autopista Medellín-Bogotá a comienzos del 2001. Su decisión no fue apresurada ni gratuita: el grupo guerrillero de las Farc bloqueó esta vía principal en repetidas ocasiones, perjudicando el tránsito normal de vehículos hasta por 4 días consecutivos. Si bien la situación agravó el momento que vivía ya el municipio, esta no fue un impedimento para que los principales líderes y representantes granadinos se reunieran y edificaran uno de los planes de reconstrucción más ambiciosos de la historia colombiana para la fecha.
La figura del Comité Interinstitucional, donde se convocó a líderes, representantes agrarios y a instituciones como la iglesia, fue una ficha clave a la hora de levantar el pueblo desde sus cimientos. Sin transcurrir 10 días de la toma violenta por parte de la guerrilla, los encuentros constantes y el mar de ideas que quedaron plasmadas en este Comité dieron sus frutos: desde ese momento todos los esfuerzos se dirigieron a la Granadatón.
Como si se tratase de un juego de palabras, el “tón” (Granada-tón) que acompaña el nombre del pueblo hace referencia al evento que anualmente agrupa en Colombia a filántropos y niños con todo tipo de discapacidades: la Teletón. Como si fuera poco, los granadinos se plantearon una tarea aun más titánica. Sin el amplio despliegue mediático que tiene la Teletón, y trabajando con pocos recursos a la mano, consolidaron una serie de alianzas que se fueron transformando, poco a poco, en los ladrillos que edificaron el sueño de la reconstrucción de Granada.
Las llamas también se apagan
Entre los fondos brindados por las élites del pueblo y diversas entidades estatales, se logró recaudar un dinero importante. Asimismo, entre las ideas que surgieron desde los diferentes actores que se unieron, hubo una que marcó el rumbo del propósito que allí los convocó. Con Alberto como timonel del proyecto, un grupo de estudiantes de Ingeniería Civil de la Universidad de Antioquia, recomendado por el entonces Ministro de Transporte, Andrés Gallego, se dio a la tarea de diseñar lo que sería la nueva Granada.
La agenda del exalcalde se dedicó a la formalización de alianzas, una tarea que no emprendió solo. Su esposa, como si se tratase de un ángel guardián, no le quitó la vista de encima. No lo hizo, a excepción de un día.
Como si se tratara de un mal augurio, el viernes 13 julio del 2001 un disparo le quitó la vida a Alberto Gómez, la única llama que nadie pensó que se iba a apagar. Una frase contundente hizo carrera entre los pobladores en ese momento: “si aquí matan a Alberto, aquí matan a cualquiera”.
Como era de esperarse, este hecho incrustó el miedo en varios sectores y retrasó momentáneamente la reconstrucción. A su vez, le quitó impulso y obligó a los nuevos dirigentes a replantear el proyecto, dejando de lado la maqueta de los estudiantes de la Universidad de Antioquia y buscando posibilidades que resultaran menos costosas.
Óscar Orlando Jiménez, párroco del pueblo para ese entonces, vivió de primera mano esa transición: “Con la muerte de Alberto, el pesimismo se apoderó de muchas personas e instituciones. Pero retomamos con valentía eso y nos dijimos que la mejor forma de agradecerle a él era continuando con este proyecto.
El ladrillo, más que una metáfora
Para empezar formalmente con la reconstrucción de Granada, el Comité Interinstitucional dio lugar a una movilización donde los ladrillos tuvieron un papel trascendental.
Cientos de granadinos tomaron un ladrillo, lo pusieron sobre sus hombros y marcharon con él “desde la entrada al municipio, cerca del cementerio, pasando por la avenida Colón, y terminando en el centro del pueblo, donde explotó el carro bomba”, recuerda Mario Montoya, uno de los líderes que estuvo detrás de la organización de la representativa marcha.
Fue una movilización cargada de emotividad. Mientras los granadinos llevaban consigo el símbolo de la reconstrucción, caminaban entonando el himno de Granada, gestando así una especie de reivindicación, resaltado su orgullo por hacer parte de esa tierra. El mensaje de resistencia que dejaron los habitantes fue tan claro como contundente: les pueden tumbar el pueblo las veces que quieran, pero lo volverán a construir.
El coraje expresado en los actos de resistencia resultó de vital importancia en ese entonces como lo fue en los próximos años, cuando la violencia se recrudeció con la participación de diversos actores armados al margen de la ley.
La persistencia de las llamas
Si el accionar violento de las Farc era puntual, tal como se vio reflejado con su intervención el fatídico 6 de diciembre del año 2000, el que trajeron consigo los grupos paramilitares resultó más lento y fragmentado. Según un estudio realizado por el Plan Integral Único para la atención al desplazado forzado, entre los años que duró la reconstrucción (2001-2003) fueron asesinadas más de 210 personas en esa zona, situación que se agudiza al tratarse de un alto número de muertes selectivas.
Este escenario propició un miedo colectivo y convirtió a Granada en un municipio fantasma porque los pobladores se vieron forzados al desarraigo y porque otros optaron por no salir de sus casas. Esto debilitó en gran medida el comercio y el turismo en el pueblo.
Para hacerle frente a esta problemática, el Comité Interinstitucional incentivó a las colonias de granadinos esparcidas por las diferentes ciudades colombianas a que retornaran al pueblo, por lo menos en las fiestas de Semana Santa, las patronales o las de fin de año. Aquí la iglesia tomó un papel protagónico al posibilitar procesos de movilización y resistencia en el pueblo.
En su calidad de párroco, Óscar Orlando Jiménez visitó las veredas que habían sufrido con mayor intensidad la guerra e instó a la comunidad a salir de sus casas para que se acogieran a algún festejo celebrado por esta institución buscando superar los hechos violentos que dejaron el accionar de paramilitares y guerrilas en la zona. “Inclusive hubo momentos en que la única presencia en las veredas fue la de la iglesia; las demás instituciones no podían ir porque había amenazas de por medio”, comenta Óscar Orlando, quien también buscó llegar a lugares de difícil acceso de múltiples formas, una de ellas el programa radial que transmitía en las mañanas desde la emisora Granada Estéreo, donde enviaba una voz de aliento para aquellos que comenzaban a perderla.
El fin del principio
Los pobladores del municipio de Granada y sus veredas vivieron un vaivén de desesperanza, que fue parcialmente superado el 17 de agosto del 2003 con la inauguración de la reconstrucción física de Granada. Ese día se consolidó el sueño que habían perseguido colectivamente desde un par de años atrás.
El reacomodo no fue fácil: algunos beneficiados no quedaron satisfechos con el espacio final de sus casas. No obstante, el que una buena parte de los granadinos volviera a repoblar el pueblo afectó positivamente sus dinámicas. Esto puede apreciarse en la situación actual del municipio, pues como bien lo expresa el líder Mario Montoya, “el pueblo se levanta con optimismo, el comercio se ha reactivado, las tierras se han valorizado”.
Esas tierras que defendieron los habitantes y las distintas organizaciones de Granada podrían deber buena parte del éxito alcanzado a una máxima que pregonaba el exalcalde Alberto Gómez, esa misma máxima que hoy retumba como aprendizaje para muchas generaciones: “nosotros no podemos vivir desunidos. Aquí caben todos los colores políticos. Es nuestro pueblo, es nuestra tierra”.