«El largo vuelo del cirirí» o esa conciencia de los derechos humanos

Sobre el libro del periodista Alonso Salazar, que alude en su título al reclamo que emprendió Fabiola Lalinde ante los poderes del Estado por la desaparición de su hijo Luis Fernando, conversaron el autor y Patricia Nieto en la Universidad de Antioquia. Profundizaron en los contextos por los que trasegó la defensora de derechos humanos y en la investigación que presenta el reportaje.

Cuando Fabiola Lalinde participó de los talleres De su puño y letra, dice la periodista Patricia Nieto, “ella pudo allí por primera vez escribir un relato que siempre había hecho oralmente; ese fue el primer borrador de los textos que luego salieron sobre ella y sobre su historia”.

Su relato autobiográfico, una crónica en primera persona de los años de búsqueda de su hijo desaparecido y asesinado, Luis Fernando Lalinde, y de la lucha que emprendió ante la justicia, hace parte del libro El cielo no me abandona, editado por Nieto y auspiciado por el naciente Programa de Víctimas de la Alcaldía de Medellín en el 2007, cuando el también periodista Alonso Salazar era secretario de Gobierno, antes de ser alcalde (2008-2012), en la administración de Sergio Fajardo en Medellín.

Recientemente Salazar publicó el libro El largo vuelo del cirirí (Debate, 2024), con el que se adentró en la historia de Fabiola Lalinde, doña Fabiola, fallecida a los 84 años en marzo del 2022, quien se convirtió con su insistencia cotidiana en un ícono de la defensa de los derechos humanos en Medellín, Colombia y América Latina, precisamente por la búsqueda de su hijo, militante de izquierda que fue asesinado por el Ejército Nacional en zona rural de Jardín (Antioquia) en octubre de 1984, cuyos restos pudo encontrar en 1992, sin que esto significara un “descanso” de la actividad que asumió incansable y valientemente como defensora y compañera de tantas familias que tuvieron que pasar por injusticias similares.

Sobre este libro, que alude en su título a la “operación Cirirí”, metáfora del reclamo que emprendió Lalinde ante los poderes del Estado, conversaron Alonso Salazar y Patricia Nieto el 15 de octubre en el Edificio de Extensión de la Universidad de Antioquia. En Hacemos Memoria publicamos un extracto de ese diálogo como invitación a leer El largo vuelo del cirirí y a respaldar socialmente la búsqueda de los desaparecidos en Colombia.

Patricia Nieto (PN): El libro es como un texto de estudio, por las ventanas y líneas que se podrían tomar. Quiero empezar por la interpretación que hace Alonso de la imagen de doña Fabiola con el retrato de su hijo colgado en el pecho. Lo hemos visto en muchas partes, en ella y en otras mujeres, y también en la portada del libro. La foto de su hijo Luis Fernando cae sobre su pecho. Quisiera que nos hablaras de la interpretación de esa foto.

Alonso Salazar (AS): Tal vez es un asunto que puedan entender más fácil las mujeres que nosotros los hombres, pero es realmente medio indescifrable el poder que tienen las madres, ya lo conocíamos de las madres de Argentina, y luego con las madres buscadoras de México, o en nuestro caso con Fabiola Lalinde o con las madres de Soacha. Yo no sé si es por temas genéticos o culturales, pero el juego por los hijos es absoluto; y en este caso fue tan definitivo que logró lo que logró a pesar de tantos obstáculos.

Es muy apasionante también la manera en que ella se reconvirtió. Porque ella se hizo no diría yo otra persona, sino una mujer como potenciada. Ya era una mujer significativa en ese tiempo: una mujer separada, con un cargo profesional en un gran almacén; ya tenía un estatus, pero pasó como lo que dijo años después Luz Marina Bernal, de las Madres de Soacha: “Parimos a nuestros hijos y ellos nos parieron para la lucha por los derechos humanos”. Creo que eso resume muy bien la génesis de mujeres como doña Fabiola.

PN: Hay una frase de una persona que entrevistaste para el libro, que dice que el mejor legado de Luis Fernando fue su mamá.

AS: Y es un legado de un alto valor ético. Fabiola Lalinde, cuando fue a la primera discusión con el general Mejía Henao, que era el Procurador Delegado para las Fuerzas Militares, tuvo una respuesta muy fina, porque él la quería llevar a una trampa. La trampa era esta pregunta: “¿Y qué hacía su hijo por allá?”. Y ella se paró en el pedestal de ciudadana y dijo: “Yo no le estoy diciendo que mi hijo era un monaguillo y que lo sacaron de una sacristía; no, yo vengo es para que me explique por qué se desapareció en manos del Ejército de Colombia”. Y esa fue la piedra angular de su lucha, de su testimonio.

A lo largo del tiempo ella fue reforzando una vocación pacifista, empezó a ser crítica de todas las violencias, y después construyó una figura muy bonita que fue la del “partido de las mamás”; hablaba de ello, lo que, me parece, significa una universalidad de los derechos: que no importan las características de la víctima, que todas las personas afectadas tienen derechos.

PN: Hay momentos muy concretos del libro en que estás diciendo quién era Fabiola Lalinde, planteando una tesis sobre ella. Además de tener una fe religiosa muy fuerte, que inspiró muchas de sus acciones, se fue convirtiendo en un sujeto político muy importante. Pero este personaje no existiría sin Luis Fernando. Me gustaría que hablaras un poco de él. ¿Cómo era Luis Fernando?

AS: Luis Fernando Lalinde no se destacó por ser el gran agitador del Partido Comunista Marxista Leninista donde militaba, ni de los frentes de masas, aunque ocupó cargos de dirección en esa organización. Él era proclive a la lucha armada, era un hombre de ideales, y su desaparición ocurrió en el contexto del proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur, con una ofensiva arbitraria del Ejército; y él alcanzó a estar como quince días en combates. Esa fue su experiencia como guerrillero. Los compañeros lo recuerdan heroico, valiente, muy entregado, y yo creo que ahí quedó la vida como inconclusa. ¿Para bien? ¿Para mal? No lo sé, porque yo me atrevo a decir que la vida de él se detuvo en una etapa relativamente idílica de la lucha revolucionaria, en la que no tuvieron el desgaste que tuvieron ellos mismos, digo el EPL y ese partido, años después, con presiones internas y enfrentamientos a muerte entre ellos. Era un gran idealista. Un hombre de clase media, sociólogo de la Universidad de Antioquia y amante de la justicia social.

PN: Una cosa importante de este libro es que pone a Luis Fernando Lalinde en el contexto de lo que estaba pasando en la ciudad y en el país, porque habíamos oído la historia de doña Fabiola, contada con sus detalles, pero me costaba a mí hacer conexión de ese personaje con otros, o del grupo en el que él estaba con otros, y este libro va haciendo un tejido de relaciones de algunos personajes. ¿Cómo era ese panorama de estar en la izquierda y de militar, como urbano, como político, y luego pasar a la lucha armada en la ciudad?

AS: Era un proceso más bien natural, incluso quienes militaban en algunas corrientes políticas específicas —en este caso el Partido Comunista Marxista Leninista— sentían que era un deber llegar a la condición de guerrilleros, como un honor al que aspiraban. Hice un trabajo de reportería muy extenso con quienes fueron sus compañeros de militancia en aquel entonces, incluidos quienes estuvieron en esos combates entre Riosucio y Jardín, consecuencia de lo cual él terminó siendo desaparecido ya fuera de combate —esto es importante decirlo—.

Este partido y el EPL habían sido relativamente marginales en la historia colombiana; habían tenido disidencias muy fuertes que los habían debilitado, pero el EPL contó con la circunstancia de tener como líderes a un par de hermanos, que parecen gemelos: Óscar William Calvo y Jairo de Jesús Calvo; el primero, líder político, y el segundo, comandante. Ellos le dieron una transformación de fondo a esa organización… Y crearon frentes de masas y se decidieron a participar muy rápidamente en el proceso de paz que les propuso Belisario Betancur. Creo que pensaron que el proceso de paz les iba a servir para dar una gran agitación política, para crecer, dejar de ser marginales y propiciar un proceso insurreccional. En eso se equivocaron como después la historia lo constató, pero esas dos figuras, esos dos hermanos, fueron decisivos. Ahora, a los dos los asesinó el régimen: a Óscar William en una farmacia en pleno centro de Bogotá, al lado de Ángela Trujillo y de otro compañero, Alejandro Arcila; y a Jairo de Jesús, ‘Ernesto Rojas’, según la denuncia de la organización y de su hermana Fabiola, se le detuvo en Bogotá por un grupo al mando del general Naranjo, lo desaparecieron ocho días, lo torturaron y después lo presentaron como muerto en combate. La pregunta es si tiene razón Fabiola Calvo, que en distintas ocasiones ha insinuado que fue delatado por contradictores dentro de la organización.

PN: A Luis Fernando también lo delata un compañero, Aldemar…

AS: Aunque hay duda de la condición de Aldemar; podría considerarse, o bien un desertor, él venía de Cali, de la Juventud Revolucionaria de Colombia, que se había convertido en una buena fuente de la gente que iba alimentando a estos frentes guerrilleros, o bien era un infiltrado, como lo sugirió un general. Entonces, desde luego, fue este Aldemar, que conocía ya mucho ese pequeño frente, ubicado en una vereda de Riosucio, y era estafeta, que en una organización maneja mucha información (los recorridos y contactos). Él ayudó a movilizar la tropa, desde Riosucio, en la zona de Ventanas, hasta Jardín, en una parte que daba salida a Andes, y por allá lograron ir bloqueando. Y él en la madrugada que armaron un retén fue el que indicó quién era Luis Fernando Lalinde. Pero tienen razón quienes se preguntan ¿para qué el Ejército torturó todo el día a Luis Fernando Lalinde si ya sabían que era el comisario político, o lo que en el lenguaje de la organización era “comandante de hecho”? Y esa tortura frente a la comunidad durante tanto tiempo —un día completo— fue un acto de sevicia, de esos que son tan incomprensibles en estas confrontaciones intensas de Colombia. Pero sí, lo delató un militante.

PN: Mencionaste a la comunidad cercana a la escuela, y hay ahí unos campesinos que fueron muy importantes en el proceso de investigación de doña Fabiola y también de este libro, a quienes creo que hay que darles un agradecimiento y rendirles un homenaje porque son unas familias campesinas que vieron eso: cómo lo llevan por el camino, lo amarran, lo hieren con una soga, todos los martirios a los que fue sometido delante de la gente; y estos testigos son muy importantes porque mantuvieron su palabra en estos años. Me gustaría que hablaras de estas personas.

AS: La vereda Verdún es relativamente cercana al casco urbano de Jardín. Era una zona de propietarios grandes, con mayordomos, que fueron casi todos ellos los que fueron testigos de esos hechos; ellos, sus esposas y sus hijos que estudiaban en la concentración escolar, el Instituto Técnico Agropecuario. Y a mí sí me impresionó mucho esa lealtad de ellos con la versión inicial que plantearon.

Uno de los personajes importantes en esta historia, que fue hasta allá, es el juez Bernardo Jaramillo Uribe, que estuvo poco tiempo a cargo de la investigación pero que dejó con los testimonios que recogió una base formalizada, jurídica, muy importante para lo que después pasó con el proceso en instancias nacionales e internacionales.

Quise volver a Verdún. Ya pasaron unos cuarenta años. Todo está muy cambiado, varias de esas familias no habitan allí, pero tuve el gusto de encontrar a una de las familias y conversar con ellas en su casa. Yo les pregunté: “¿Cómo hicieron para mantenerse en ese relato a pesar las amenazas y de todo?”; y este señor, Manuel José, me dice: “Es que no hay sino una manera de hablar y es con la verdad”.  

PN: En el libro están las palabras de estos campesinos. Por ejemplo, Lucía Ramírez dice: “Al muchacho lo tenían allí, diagonal, boca abajo. Y entonces yo veía que el muchacho levantaba la cabeza y los soldados le daban patadas para que no la levantara”. Otro señor, Darío Jaramillo, dice: “Es el mismo que yo vi sacar de la pesebrera. Le decían ‘este hijuetantas’, le daban pata y se le veían los tallones de un lazo en el cuello y echaba sangre”. Este es el tipo de testimonio que estas familias sostuvieron durante todos estos años y por eso la gratitud de doña Fabiola y la importancia del testimonio de quienes vieron la tortura.

Mientras esto pasaba, que los chicos se vinculaban a los grupos por distintos caminos, había una contraparte, que eran el Ejército, el Estatuto de Seguridad y otras fuerzas para instaurar el orden. ¿Cómo esta gente, militares y paramilitares, atacaron no solo a quienes estaban en las armas sino a cualquier persona que tuviera una inquietud que se saliera de lo esperado por estos órdenes?

AS: Colombia tuvo un periodo de relativa paz después del Frente Nacional. Relativa porque surgieron unas guerrillas y había confrontaciones diversas; al ELN por ejemplo tácticamente se le exterminó en el Nordeste de Antioquia, apareció en escena el M-19 que fue un detonador o “provocador” muy importante de la guerra sucia en el país, y el Estatuto de Seguridad, en el gobierno de Turbay Ayala, dio la cobertura para que se pudiesen cometer tantas arbitrariedades. Una parte de esas arbitrariedades se cometían en el batallón de inteligencia y contrainteligencia, la Brigada XIII de Bogotá; tenían unos cuarteles en Facatativa, en las que llamaban las ‘cuevas de Sacromonte’. Allá se formó una generación de oficiales que a lo largo de toda su trayectoria en el Ejército fueron violadores sistemáticos de los Derechos Humanos. Entre ellos está el general Mario Montoya, pero también el general Iván Ramírez, muy cuestionado; Jaime Ruiz Barrera, que fue quien llegó a la cárcel y le hizo el montaje de cocaína a Fabiola. En fin, una cosecha de violadores sistemáticos de derechos humanos que ya en ese tiempo con el nombre de AAA, emulando la organización que existía en el Cono Sur, dinamitaron sedes políticas, medios de comunicación, desaparecieron a personas, empezaron a promover los grupos paramilitares; y todos, igual que el fenómeno de las desapariciones, estuvieron cubiertos por una impunidad que todavía no acaba.

Cuando Luis Fernando Lalinde fue inscrito por Pilar López, que era activista de derechos humanos, en una base de datos, fue el número 300. La primera registrada oficialmente es Omaira Montoya, que fue desaparecida en Barranquilla, era militante del ELN y, como sobrevivió su compañero Mauricio Trujillo, él pudo informar de todo lo que había pasado. Pero miren que en el informe de la Comisión de la Verdad se establece la cifra más o menos en 120 mil desaparecidos; entonces esto es una cosa de un tamaño que abruma. Las cifras también dramáticas en el Cono Sur son 30 mil desaparecidos en Argentina y 13 mil víctimas de la guerra sucia en Chile.

Medellín fue escenario de una manera del paramilitarismo, que luego se propagó por todo el país, todo a propósito del secuestro de Martha Nieves Ochoa en 1981, en el que Ejército, Policía y sicarios actuaban de manera común, y de ahí emergieron también los hermanos Castaño que fueron durante todo este tiempo mediadores entre oficiales del Ejército y distintos intereses regionales que fueron promoviendo las crueldades de los paramilitares.