En el Valle de Sibundoy, norte del Putumayo, Marcelino Chindoy es la voz y la guía de la emisora Waishanyá, guardiana del pueblo. Sus ondas sonoras transmiten contenidos para salvaguardar la lengua, las tradiciones y la cultura de los comuneros kamëntsá.  

Por Claudia Ortega

Foto: César Rengifo

Marcelino Chindoy Jansasoy se levanta todos los días a las cinco de la mañana. Luego de alistarse enciende su motocicleta y sale de su casa, en el barrio Comuneros de Sibundoy, Putumayo. Tras un recorrido de diez minutos llega al parque principal del municipio e ingresa a la Casa del Cabildo Mayor, donde se encuentra la cabina de la emisora radial Waishanyá, su lugar de trabajo.

La Casa del Cabildo Mayor es un sitio sagrado para los indígenas kamëntšá biya, porque allí se toman las decisiones del gobierno propio que rige a esta comunidad. Es la uaman posadoc (casa de encuentro) un lugar adornado con figuras y murales que representan su pensamiento y sus tradiciones. La emisora queda en el segundo piso, sus paredes están forradas en madera y de ellas cuelgan pinturas y fotografías con imágenes de mujeres tejedoras, máscaras y símbolos que evocan sus actividades cotidianas en el campo o en sus días de fiesta.

La llegada de Marcelino a la emisora coincide con el amanecer. Lo primero que hace es escoger las canciones, los cuentos y las palabras que se emitirán durante la programación que tiene a cargo. Después prende un computador y una consola a la que están conectados dos micrófonos. A las seis de la mañana en punto activa el transmisor y enciende la radio Waishanyá 97.3.

Basty yesca pamillang. Un saludo de buenos días para toda la familia kamëntšá”. Estas son, cada día, las primeras palabras de Marcelino frente al micrófono. Con voz enérgica anima a quienes lo escuchan, los insta a sembrar, a no abandonar los proyectos que tienen en sus casas, y a las personas que están delicadas de salud las convoca a seguir adelante, a no desfallecer.

“Es un gusto estar aquí a través de la radio, ya estoy listo para hablarles con el permiso de todos”, continúa Marcelino. Para los indígenas, Waishanyá es la guardiana de la memoria de su municipio, debido a que allí se guardan las voces de los mayores, los cuentos y los relatos que se transmiten en la programación.

Marcelino tiene 36 años y, además de coordinar la emisora, es artesano: elabora máscaras e instrumentos musicales. Es corpulento y de estatura media, usualmente se viste con una këbsaiyá, una especie de ruana larga tejida en telar, una técnica ancestral que utilizan las mujeres kamëntšá, con la cual expresan su manera de pensar, de sentir y de ver el mundo. Tiene seis hijos con edades entre siete y diecinueve años, quienes trabajan con él en su taller artesanal.

“Esta es una emisora del pueblo, para guardar las palabras de los mayores y transmitirlas, para hacer memoria y que ese banco de la memoria sirva para las actuales y futuras generaciones, para fortalecer la lengua materna y las costumbres, para apoyar a los músicos regionales, ante el gran potencial de artistas que componen con lengua materna y ritmos propios”, dice Marcelino sobre los objetivos que se han trazado los indígenas kamëntšá con su emisora.

Este comunero descubrió su afición por la comunicación cuando era niño. Escuchaba en la emisora local Manantial Estéreo a su hermano Jesús Chindoy y a uno de sus primos, que eran locutores. Como los admiraba tanto, Marcelino empezó a imitar sus voces y las lecturas de los textos. A diario les preguntaba qué se sentía estar frente a un micrófono, por eso lo llevaron a conocer los estudios, donde ensayó su voz y descubrió su talento para comunicar.

En el 2012, cuando Marcelino tenía 26 años, pidió un espacio para aprender en Waishanyá. Después de su práctica, en el 2015, fue escogido como coordinador, cargo que ocupó hasta el 2017. Y en el 2022 nuevamente el arcanyë (alcalde) lo eligió para que estuviera al frente de la emisora.

“La vida es muy bonita y Dios nos ha dado la oportunidad de estar aquí, en este campo terrenal, para que la misión a la que hayamos venido sea cumplida. La preservación de nuestra lengua materna y revivir las costumbres que se han perdido son para mí esenciales; hago mucho énfasis en mis programas en recuperar el shinÿac (fogón), que es donde se encuentra el espíritu de fuego, donde se junta la familia para revivir las costumbres. Uno de los mensajes más fuertes que hago es preservar las semillas puras que están en nuestro jajañ (huerta), donde se cultivan frijol, maíz y frutas”, explica Marcelino.

Para él la radio Waishanyá representa la oportunidad de aprender cada día y descubrir que hay maneras diferentes de llegarle a la gente y transmitirle mensajes que ayuden a proteger el patrimonio cultural e inmaterial del pueblo kamëntšá. Que no se fumiguen los pastos, que no se usen agroquímicos, que se cuide el agua y que se conserve la medicina tradicional son sugerencias recurrentes que se escuchan en la voz de Marcelino.

El tema de la medicina tradicional merece especial atención para Marcelino, pues este pueblo es reconocido en las montañas de los Andes y en la Amazonía por sus conocimientos medicinales. En sus intervenciones suele transmitir mensajes que ayudan a reforzar el amor por estas prácticas ancestrales, pues los kamëntšá realizan rituales sagrados, como la toma de yagë y la interacción con otras plantas que consideran sagradas y que, a su juicio, les permiten conversar con Dios a través de la fuerza que llevan por dentro. “Es curar el espíritu y el cuerpo”, asegura.

Por eso, a través de las ondas sonoras, Marcelino difunde mensajes para quienes están emprendiendo en la medicina tradicional, les pide que lo hagan con profundo respeto, como lo hacen los mayores, que no sea una práctica para enriquecerse, sino para compartir con la humanidad los conocimientos de las medicinas propias, que ayudan a curar enfermedades y a equilibrar la relación entre el ser humano y la madre tierra. “Que no se haga por dinero, sino que se practique para vivir bien”, señala Marcelino.

La palabra waishanyá significa cuidadores o guardianes del pueblo kamëntšá y su cultura. Por eso Marcelino dice que “venir a la radio es como un sentir”, y añade que al igual que sus compañeros se siente retribuido con las llamadas que recibe en la emisora y las palabras de reconocimiento de sus radioescuchas.

Muchos vecinos que oyen Waishanyá conciben la emisora como una verdadera guardiana, por la difusión de su lengua y sus tradiciones; también porque los acompaña en sus jornadas de trabajo en el campo. Marcelino sabe que muchos comuneros kamëntšá incluso dejan la radio encendida cuando salen de la casa, como una forma de protección de las moradas cuando están solas.

Como él conoce bien el aprecio que la comunidad le tiene a Waishanyá, también intenta transmitir su pasión por la radio y por su cultura. Su legado ya ha dejado huellas en su familia; sus dos hijos, Jenay Santiago y Andrés Felipe Chindoy Chindoy, de diez y siete años, también hacen parte del equipo de comunicadores. Ellos llegaron a la radio por su propia cuenta, buscando dirigirse a los niños kamëntšá con contenidos que ayudaran a preservar los valores de su etnia.

Hoy Marcelino y sus hijos sueñan con que su mensaje sea entendido y con que tanto su emisora como la lengua propia persistan en el tiempo, sin los temores de otras épocas, en las que el Estado colombiano amenazaba con cerrar y decomisar los equipos de la radio, porque como no tenían licencia del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, las autoridades consideraban que la emisora era ilegal.

En ese camino que Marcelino ha recorrido en la emisora, recuerda la época en que tenían equipos obsoletos, los cuales fallaban cuando venteaba fuerte en el Valle de Sibundoy. Por eso, uno de los días más felices de estos diez años fue cuando Waishanyá estrenó unos equipos que ayudaron a mejorar la operación y ampliaron su señal.

El derecho a la libertad de expresión y el derecho de las comunidades indígenas a comunicarse ha mantenido a los kamëntšá luchando para que su medio de comunicación se entienda como una necesidad para los habitantes de Sibundoy y las futuras generaciones.

La versión extendida de esta historia puede leerse en el libro Defender los pueblos, publicado por Hacemos Memoria y el Programa Somos Defensores. Descargue el e-book, aquí.