La obra de la artista colombiana Miriam Londoño está hecha de papel. Aprendió a elaborarlo con sus propias manos y desarrolló una técnica que le permite usarlo como si fuera tinta para escribir y dibujar. Sus piezas proponen una reflexión sobre las memorias y las identidades en el mundo contemporáneo.

Por Lina María Martínez Mejía
Fotos: cortesía de la artista

Suspendidas entre el techo y el piso se ven unas líneas en distintos tonos de azules y grises. Si uno se acerca, descubre letras que se unen y forman palabras: ausencia, dolor, casa, corazón, hijos, río, fuerza. Al mirar con atención cada uno de los trazos, es posible unir esas palabras y tejer una que otra frase: “Dónde está tu mamá”, “Dónde está tu familia”, “Me mantenía llorando”, “Eso fue duro, parte el alma”. Son ecos de las voces de las mujeres que han vivido los horrores del conflicto armado como víctimas o victimarias. Testimonios que la artista Miriam Londoño ha escrito de su puño y letra con pulpa de papel. Letras y palabras de distintos colores y tamaños que le dan forma a sus obras y sacan del silencio las historias anónimas de la guerra en Colombia.

Estas líneas que parecen sacadas de las páginas de un cuaderno están instaladas en las paredes y cuelgan de los techos de su taller, en el barrio El Poblado de Medellín. El propósito de Miriam con sus obras no es que el espectador comprenda lo que está escrito tal y como lo hace cuando lee un libro. Cada una de sus piezas revela fragmentos, a veces incompresibles, de una historia llena de recuerdos, pero también de silencios. “Nunca he pretendido crear un texto que la gente pueda leer de corrido. Creo que el lenguaje es como una reja o una celosía que nos permite ver más allá; por eso, me gusta escribir en el vacío, creando sombras. Son redes de palabras sin soporte que se despliegan por el espacio”, dice Miriam, mientras intenta descifrar alguna frase escondida entre las líneas de Testimonios, una obra que creó en el 2012 con los relatos de treinta mujeres desplazadas por la violencia en Colombia.

Escribir con papel

A Miriam siempre le gustó dibujar. Como ella misma dice, vivía con un lápiz pegado a los dedos. En la década de 1970 ingresó a la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Sin saber todavía cuáles serían las ideas y los materiales que le darían vida a su obra, emprendió un viaje que la llevó a distintos puertos y le permitió encontrar las soluciones estéticas que estaba buscando. En Italia, además de conocer las técnicas antiguas del Renacimiento, escuchó hablar del arte povera, un movimiento artístico que ponía en entredicho los formatos tradicionales; esa fue una etapa de creación en la que eliminó los marcos, rompió los lienzos y creó collages con hilos y telas rasgadas.

Regresó a Medellín para culminar sus estudios y después de graduarse como artista plástica, viajó a Holanda; allí descubrió el material que le daría sentido a su obra: el papel. “La versatilidad del papel es algo que todavía me fascina, a pesar de que han pasado más de treinta años desde que empecé a experimentar con él. El trabajo con el papel es casi infinito y de una gran belleza. Con el papel hasta puedes dibujar y escribir”, cuenta Miriam.

En la década de 1990, llegó al taller de Ricardo Crivelli en Buenos Aires, Argentina. Con este artista, artesano del papel, aprendió a elaborar sus primeras hojas, cada una con formas, colores y texturas distintas. Después, en Polonia, empezó experimentar con las plantas: las recolectaba y las cocinaba hasta obtener las fibras que le daban forma a cada pliego. En el norte de Tailandia, encontró la fibra del árbol de la morera con la que se puede elaborar, como dice Miriam, “un papel fascinante”. Allí trabajó en talleres y lo hizo con fotografías, texturas, periódicos y otros materiales. Ese viaje en busca de los orígenes del papel también la llevó a recorrer China y Birmania: “El papel tiene un enorme significado, pues ha transmitido conocimientos y los ha preservado a lo largo de los siglos”, explica Miriam.

Cuando regresó a Holanda —el país de origen de su esposo, donde estableció su hogar—, puso en práctica todo lo que aprendió sobre el papel: una fusión entre las técnicas tradicionales de Oriente y Occidente le permitió crear su propia técnica: convirtió el papel en una pulpa fluida, lo mezcló con pigmentos y empezó a dibujar y a escribir con él. El papel líquido —que alcanza esa textura después de pasar las fibras por un molino holandés— se pone dentro un frasco de plástico que lo dosifica como si fuera la tinta de un bolígrafo.

Miriam Londoño ha decantado su técnica artística de crear papel líquido y desarrollar con él escrituras que propician las reflexiones, los relatos y las ideas en torno al presente. En la foto, Corazón violento (2008).

A partir de ese momento, Miriam empezó a “hablar con el papel”. Fue la forma que encontró para comunicarse y comprender su experiencia como nómada e inmigrante. En el 2006, después de vivir durante casi tres décadas en distintos países, lejos de su casa y extrañando las conversaciones en su lengua materna, creó con pulpa de papel cartas de gran formato para sus familiares: con letra tupida y comprimida les escribió a su padre, a su hermana, a su hija y a sus amigos. Obras atravesadas por luces y sombras sin más soporte que el espacio en el que son instaladas: mensajes que cuelgan del techo o se adhieren a la pared: “Escribir las grandes cartas con papel no solo fue una catarsis; además, me permitió reflexionar sobre mis experiencias personales y la relación que tienen con la migración, la memoria, el lenguaje y la identidad”, dice, mientras intenta juntar algunas de las palabras que escribió para sus seres queridos con tinta de papel : “Mi querido padre, hoy te recuerdo”.

Otras voces

Después de escribir relatos íntimos, susurrados, Miriam sintió la necesidad de contar en sus obras las historias de otros. En La Haya, la ciudad donde vivía, se propuso encontrar compatriotas que como ella habían dejado atrás sus raíces. Escuchó los relatos de siete colombianos —amas de casa, prostitutas, estudiantes, profesionales— que salieron de sus casas en busca de mejores oportunidades. Sus palabras, que hablan de tristeza, valentía, dolor e ilusión, fueron registradas por Miriam en la serie Ellas (2006). Cada una de las piezas recrea un diario —algunos con páginas oscuras, otros con hojas en blanco— que reúne las experiencias de un inmigrante.

En ese afán por comprender a través de su trabajo el significado de las voces de los otros, Miriam, a pesar de la distancia, seguía con atención lo que pasaba en Colombia. Cada tanto recibía un paquete que le enviaba su papá: revistas con reportajes que daban cuenta de un conflicto armado en el que la población civil era la más vulnerada. También empezó a leer las versiones digitales de los medios de comunicación colombianos. Las noticias eran las mismas: combates, desplazamientos, masacres, secuestros, desapariciones. Con su obra quería dar cuenta de la guerra que estaba desangrando a su país; por eso, a través de los relatos de la prensa, se propuso a escuchar, sobre todo, las voces de las mujeres que estaban en distintas orillas de la confrontación armada.

Uno de los testimonios que encontró en los periódicos fue la carta que Ingrid Betancur le envió en diciembre del 2007 a su madre, Yolanda Pulecio, desde la selva. Llevaba más de cinco años secuestrada por la guerrilla de las FARC. Miriam tomó nota de esas palabras crudas y desoladoras, y las trazó con pulpa de papel en su obra Pedacitos de desesperanza (2008). Aunque las frases se sobreponen, es posible reconocer algunas: “La vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo”; “Duerme uno en cualquier hueco, tendido en cualquier sitio, como cualquier animal”.

Torso (2017) es una de las obras que retrata la geografía del dolor.

Las voces del secuestro, el programa de radio del periodista Herbin Hoyos que durante veinte años transmitió los mensajes que familiares y amigos les enviaban a los secuestrados, también motivó a Miriam a escribir con el papel. Todos los domingos lo escuchaba con un grupo de colombianos que seguían de cerca la situación del país. Cuando podían, visitaban distintas ciudades de Holanda y en los parques hacían una instalación con fotografías y nombres de las personas que estaban privadas de la libertad en medio de la selva. Los transeúntes, curiosos, se acercaban y después de escuchar la historia les escribían mensajes a los secuestrados. Miriam y sus compañeros los traducían y se los enviaban a Herbin Hoyos para que los leyera en su programa.

De esa experiencia quedaron algunas obras; por ejemplo, en Atrapados (2008) escribió con pulpa de papel de distintos colores los nombres de algunos secuestrados: “Omar Restrepo, María Alzate, Elisa Bolaños”. En Para que no me olvides (2008), intentó que los nombres parecieron escritos de puño y letra de las víctimas: “Cuando alguien pone su firma es como si estuviera diciendo ‘estoy aquí’. Con esta obra quería dar a entender que los secuestrados seguían presentes. Cada nombre lo escribí con las tonalidades de la selva”, cuenta Miriam.

Otro de los testimonios que plasmó en su obra lo encontró en una de las ediciones de la revista Semana que le enviaba su papá. Era la historia de cómo Elsa Neyis Mosquera —conocida como ‘Karina’ mientras hizo parte de las filas de las FARC— se metió a la guerra y cómo salió de ella. “Me encontré con esa entrevista que me pareció muy impactante. Ella hablaba de su infancia, de su voluntad de ser alguien en la vida. Soñaba con ser profesora o modista, pero la vida la llevó por otro lado”. Los fragmentos de ese relato los escribió en Corazón violento, una pieza que conserva el título del texto que fue publicado en Semana el 23 de mayo de 2008.

Esas palabras adoloridas, muchas veces ignoradas, también las encontró en las páginas del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. “Ella se entregó a ese dolor, ella no hablaba, se quedaba callada o lloraba”, se alcanza a leer en una de sus obras. Como dice Miriam, son “voces silenciadas que necesitamos escuchar para sanar y comprender las tragedias que han vivido tantas mujeres en nuestro país”.

Cartografías y rutas del dolor

Las historias de los migrantes tuvieron un nuevo desarrollo en la obra de Miriam. A las noticias del conflicto armado que llegaban de Colombia, se sumaron los reportes de la guerra en Siria, una confrontación que inició en el 2011 y que obligó a más de cuatro millones de sirios a huir de su país. Algunos se refugiaron en Estados vecinos como Jordania, Líbano y Turquía; otros llegaron a Europa. En esa ocasión, no fueron las voces ni la caligrafía las que motivaron el trabajo de la artista. Las fotografías de los errantes sin rumbo que se repetían en los medios de comunicación fueron el punto de partida de series como Refugiados (2015) y Vía dolorosa (2016). Con pulpa de papel, Miriam dibujó la silueta de grupos humanos en movimiento. Los personajes no tienen rasgos particulares y caminan en la misma dirección. Hombres con bultos en la espalada, mujeres con niños en brazos. Peregrinos que en sus dibujos habitan un no-lugar, como lo explica Miriam: “Al instalar los dibujos en la pared queda esa sensación de que están atravesando una vía dolorosa. Las sombras multiplican a los caminantes y los colores dan esa impresión de que avanzan o se retraen”. ¿De dónde vienen?, ¿a dónde van? Probablemente salieron de Siria, de Afganistán o son campesinos colombianos que dejaron sus tierras atrás: “En mis dibujos, familias enteras de distintos rincones del mundo huyen como almas en pena, sin hogar y sin voz. Están condenados a vagar por tierras desconocidas en busca de un nuevo hogar”.

Justo cuando Miriam se estaba preguntando por los caminos que atraviesan los migrantes en busca de nuevas oportunidades, decidió regresar a Colombia. En diciembre del 2016 —que coincide con la entrada en vigencia del Acuerdo de Paz—, después de vivir 35 años en distintos países, se reencontró con Medellín, su ciudad natal. En su nuevo taller, empezó a revisar mapas con el propósito de cuestionarlos y deformarlos. Más que representar una ubicación geográfica específica, lo que Miriam pretendía era crear mapas rotos, densos y enredados, que reflejaran la realidad confusa, oscura e imprecisa en la que vivimos. Por ejemplo, en Rutas inciertas (2017), un dibujo con pulpa de papel de 300 centímetros de ancho por 105 de alto, el mapa de Colombia se une por el Tapón del Darién con los contornos de Siria, Afganistán y otros países del Medio Oriente, hasta llegar a la frontera de México con Estados Unidos. Son los recorridos de los migrantes, las rutas de la ilegalidad que se unen en un mismo plano.

En Refugiados (2015), Miriam Londoño reflexiona en torno a la experiencia de la migración y el tránsito de personas entre países por causa de los conflictos y las carencias.

El mapa de su país lo trazó incompleto con líneas negras y grises. A su obra Torso (2017) —como a las estatuas griegas mutiladas— le hacen falta el Amazonas, Vaupés, Guainía y otros departamentos olvidados que han padecido los estragos de la guerra. Con Mapa calcinado (2018) quiso representar a Medellín, una ciudad herida por sus historias de violencia.

En el 2021, cuatro años después de llegar a Colombia, Miriam presentó los mapas, las cartas, las firmas, los testimonios y otras piezas que realizó a partir del 2006 en la exposición Memorias de papel. Sus obras, que se han exhibido en importantes museos y galerías de Europa, Asia y Estados Unidos, se reunieron en el Centro de Artes de la Universidad de Eafit.

El nombre de la muestra revela esa relación íntima y política que Miriam entabló con el papel desde que aprendió a elaborarlo con sus propias manos en Argentina. No en vano el material que eligió para expresarse ha sido portador de la memoria durante siglos: “Cada vez que recordamos un acontecimiento, lo hacemos de forma ligeramente distinta, añadiendo o quitando detalles. Si el recuerdo tuviera un color, diría que es gris, y su forma, densa, llena de agujeros por donde los recuerdos aparecen y desaparecen”; comenta Miriam; por eso, sus caligrafías y dibujos que parecen trazados en el aire son fragmentos de memoria.