Las mujeres comunistas han sufrido de manera diferenciada la violencia política en el país. El uso de sus cuerpos como estrategia de persecución se ha expresado a través de patrones de victimización como agresiones sexuales y psicológicas.

Por Paula Ruiz Torres
Foto: archivo particular

La historia de la izquierda en Colombia ha sido, cuando menos, trágica. La democracia del país ha visto cómo sus líderes y partidos han sido estigmatizados, perseguidos y en muchos casos, exterminados.

La exclusión sistemática de los espacios políticos y la narrativa anticomunista que por décadas imperó en la región, constituyó todo un escenario en el que el pensamiento alternativo se percibe como algo dañino que es menester erradicar.

De acuerdo con el informe Hacer la guerra, matar la política, publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en 2014, el 53,4 por ciento de los militantes políticos asesinados en el marco del conflicto armado, entre 1958 y 2010, pertenecían a partidos o movimientos de izquierda.

Cifras que evidencian no solo la sistematicidad de la violencia política, sino también su sostenimiento en el tiempo que, a día de hoy, continúa arreciando contra excombatientes de las antiguas Farc, o contra activistas y líderes sociales que defienden los derechos humanos y ambientales, y por eso son catalogados como de izquierda.

En un país en el que la pluralidad política ha sido prácticamente inexistente, declararse militante de algún partido u organización de izquierda significa un riesgo que adquiere dimensiones diferentes si se trata de una mujer. Al respecto, Alejandra Coll, exfuncionaria de la Comisión de la Verdad y quien ha investigado la violencia política contra las mujeres en el escenario del conflicto armado, señaló que las mujeres de izquierda “están en contra de dos órdenes muy férreos; esto es, primero, el anticomunismo y segundo, el patriarcado”.

Marta: la historia de muchas mujeres

Marta tenía 18 años cuando fue detenida en medio de una confrontación armada. Fue integrante de la Juventud Comunista y hacía pocos meses se había vinculado a las Farc junto a su hermana menor. En el operativo la hermana de Marta murió. Mientras que ella fue capturada y víctima de todo tipo de vejámenes: “Fui sometida a tortura física y psicológica”, contó. Una Marta adolescente, pequeña y delgada se vio indefensa ante un grupo de hombres armados que ejercieron sobre su cuerpo toda clase de violencias. Esa noche, ella también murió un poco. Esa noche, a Marta la violaron.

De acuerdo a Salomé Gómez, Coordinadora del Grupo de Trabajo de Género de la Comisión de la Verdad, la principal característica de la estigmatización sufrida por las mujeres de izquierda es la justificación e incluso, la legitimidad, en términos de aceptación social, de las diferentes violencias que sufrían. “Había allí un mensaje muy grave: ‘eso le pasa por rebelarse, por no cumplir con su rol tradicional, quién la manda a participar en lo que no le corresponde, las mujeres no están para eso’”, señaló.

“Pareciera que nuestros cuerpos perdieran el sentido de lo humano y se convirtieran en el medio a través del cual te castigan por pensar distinto”, expresó Marta al recordar lo sucedido y explicó que “puedo hablar no solo por mí, o por quienes estábamos en la lucha armada, sino también por quienes estaban en los escenarios civiles y padecían violaciones sistemáticas a sus derechos humanos, donde el cuerpo es el factor fundamental”.

Y es que, según Salomé Gómez, “el cuerpo de las mujeres ha sido funcional” y, además, señaló que la violencia sexual contra ellas es un mecanismo de guerra. “Los actores armados no asumen que están haciendo daño al cuerpo o a la vida de las mujeres, sino que esa violencia es usada para dejar mensajes al opositor. No se reconoce que es un cuerpo o un sujeto”, explicó.

Tres días después de las agresiones que padeció, Marta fue llevada a Medicina Legal. Allí, solo registraron la herida producida en la confrontación que dio con su captura. Las quemaduras de cigarrillo, las lesiones en su nariz o las heridas en su brazo, provocadas por los golpes de las culatas de las armas no fueron registradas; las pruebas que permitieran establecer el abuso sexual, mucho menos. “Yo informé que me habían violado, pero nada quedó registrado”, aseguró. “Hoy, si yo quisiera hablar para que esto se sepa, no hay nada más que mi testimonio”.

Finalmente, Marta fue ingresada a la cárcel El Buen Pastor, en Medellín, a donde llegó a rastras. Con dolor, Marta recuerda cómo las guardianas de seguridad examinaron su entrepierna, sin tomar en consideración las heridas provocadas por sus agresores. Una victimización tras otra.

Acerca del abuso sexual al que fue sometida, Marta no quiso volver a hablar. Solo lo hizo dos años después de ser detenida, cuando se enteró de que su hermana de 15 años había sido víctima de violencia sexual. “La violaron por ser la hermana de una guerrillera”, señaló y explicó que los agresores de su hermana eran integrantes de bandas al servicio de las Convivir.

Para Salomé Gómez, el conflicto armado colombiano ha influido en las formas de participación política de las mujeres: “Hubo épocas donde se puede evidenciar un interés de los distintos actores armados por sacar a las mujeres de los procesos de participación”. Además, afirmó que estos intereses no son exclusivos de los grupos armados, sino también de la sociedad civil.

Sumado a las dificultades que supone su presencia en los escenarios democráticos, las mujeres se ven enfrentadas a todo tipo de violencias simbólicas que incluyen comentarios acerca de su apariencia física, sus preferencias sexuales o su desempeño en los roles socialmente aceptados relacionados con el cuidado y la maternidad, temas sobre los cuales los hombres no suelen ser confrontados. “No es una discriminación manifiesta, pero sí hay una violencia política y simbólica, incluso difícil de reconocer”, afirma Yesica Arandia, militante de la Juventud Comunista.

Magnolia Agudelo, integrante de la Dirección Nacional del Partido Comunista y secretaria general de la Juventud Comunista (JUCO) entre 1992 y 1996, también afirmó que la estigmatización que vivieron las mujeres comunistas y en general, las mujeres militantes en partidos de izquierda, fue diferenciada y tuvo patrones específicos de violencias contra el cuerpo. Estos patrones, dice Magnolia, se expresaron a través de hechos concretos como tocamientos en las detenciones o requisas abusivas, que no responden a casos aislados, sino a políticas de guerra.

El informe entregado por la Juventud Comunista a la Comisión de la Verdad, en 2021, dio cuenta de dicha sistematicidad y reveló cómo las mujeres de la organización juvenil fueron víctimas de múltiples estigmatizaciones que, en algunas ocasiones, acabaron con sus vidas, como el caso de Marilin de la Oz, estudiante de la Universidad de Córdoba, quien fue asesinada en estado de embarazo.

En la entrega de este informe, Magnolia también destacó el paro de 1985, en el que cuatro estudiantes de la Universidad de Antioquia fueron violadas en la Cuarta Brigada de Medellín. Y uno de los hechos más dolorosos contra la organización: la masacre de la JUCO, en 1987. Magnolia resaltó que los perpetradores de dicha masacre llegaron preguntando por las mujeres, que para ese entonces eran las dirigentes de la JUCO.

Magnolia recuerda que la Juventud Comunista no pudo recuperarse por completo de la masacre. Algo similar sucede con las violencias contras las mujeres de izquierda; su estigmatización y persecución golpea la democracia y su apertura para todos los estadios de la sociedad. “Cuando hay una represión o un hecho tan terrible como una violación, esto hace que se margine la militancia, de hecho, esto nos golpea como organización”, concluyó Magnolia.