En una fachada de 60 metros de largo por seis metros de alto, el artista plástico Bryan Sánchez M. le dio color a La ola, el mural con el que se les rinde homenaje a las víctimas del atentado en el parque Lleras de Medellín, ocurrido el 17 de mayo de 2001.
Por Juan Felipe Bedoya Ramírez
Fotografía: Twitter @SightBe
El 17 de mayo de 2001, un carro bomba con 60 kilos de dinamita fue detonado a las diez de la noche en la naciente zona rosa de El Poblado: el parque Lleras. Ocho fueron las víctimas mortales y más de 140 personas resultaron heridas. Detrás de la detonación estaba Henry Serna Moscoso, integrante de la banda delincuencial La Terraza de Medellín, quien pretendía atacar al jefe paramilitar Diego Fernando Murillo, alias Don Berna.
Serna Moscoso fue capturado en 2014 y aunque en primera instancia fue absuelto por falta de pruebas, el 3 de agosto de 2016 el Tribunal Superior de Medellín lo condenó a 40 años de prisión. En 2018, su abogada intentó relacionar el hecho con el Frente Jacobo Arenas de las Farc-EP para que su defendido fuera incluido en el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, pero su nombre no hizo parte de las listas de integrantes de esa guerrilla por lo que la solicitud fue rechazada en 2019 y se mantuvo la condena por homicidio agravado y terrorismo.
De la intención del atentado poco se supo más allá de ser una demostración de poder en medio de la guerra entre dos carteles armados asociados con el paramilitarismo. Pero fue también en 2019 cuando en el marco de la criticada estrategia “Medellín abraza su historia”, del exalcalde Federico Gutiérrez, se hizo un acto conmemorativo con las víctimas y se instaló una placa justo al costado del café donde fueron detonados los explosivos. A comparación de la escandalosa implosión del edificio Mónaco y la construcción del parque Memorial Inflexión, La ola fue un susurro, una conversación de barrio.
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En el 2020, 19 años después y a casi cuatro kilómetros del parque Lleras, en una fachada de 60 metros de largo por seis metros de alto en el barrio Perpetuo Socorro, el artista plástico Bryan Sánchez M. le dio color a La ola, el mural más grande que hay en el barrio y con el que se les rinde homenaje a las víctimas de aquella noche.
Sánchez fue convocado por la Corporación Perpetuo Socorro, la Fundación Pintuco y la estrategia “Medellín abraza su historia” que querían poner en discusión las memorias de la ciudad con la ciudadanía. El muralista conversó con grupos de víctimas del narcotráfico en algunos talleres del Museo Casa de la Memoria y allí conoció a Ana Cristina Soto, Tata, quien le daría la inspiración de su obra. Tata estaba en el parque Lleras la noche de la detonación y en su cuerpo permanecen algunos fragmentos de acero que nunca le pudieron retirar. Cuando en una de las conversaciones alguien le preguntó si recordaba qué sintió en el momento de la explosión, Tata dijo que fue la misma sensación de cuando eres niño jugando en el mar y una ola te golpea fuertemente.
Esa sensación de una ola golpeando y entorpeciendo un juego de la infancia fue la imagen que Sánchez escogió para la conceptualización del mural. No solo buscaba hacer memoria sobre el hecho, sino plasmar el trauma y el miedo que permanece después de la explosión. Según un estudio de 2004, elaborado por la Facultad de Enfermería de la Universidad de Antioquia, los sistemas de apoyo social y colectivo son fundamentales para contrarrestar el miedo y sanar los vínculos políticos que se fracturan con este tipo de atentados.
Para Sánchez, La ola más que el recuerdo de un hecho, es una invitación a continuar con la fuerza de un fenómeno de la naturaleza que se forma en las aguas debido a la unión de muchas partículas. Aunque el artista considera que la interpretación de su trabajo debe ser libre e individual, también cree que “la responsabilidad de los artistas es reinterpretar la realidad que viven y enviar mensajes por medio de sus obras”.
La ola fue una de las últimas intervenciones de “Medellín abraza su historia” que, en su momento, incluía cátedras sobre memoria en colegios, rutas turísticas y hasta una sala dedicada a la historia del narcotráfico en el Museo Casa de la Memoria, pero de dicha estrategia ya no queda ni su página web. Desde sus inicios, esta fue criticada por su falta de proyección presupuestal, su falta de claridad sobre la continuidad de las acciones y, sobre todo, porque reducía la discusión de la memoria sobre la violencia en Medellín al narcotráfico y proponía una narrativa de héroes y demonios.
Hoy, el mural de La ola permanece a un costado de la iglesia del Perpetuo Socorro, ese barrio industrial que fue declarado Distrito Creativo en 2014 y que es asentamiento de industrias y emprendimientos culturales. Para Érika Jaramillo, directora de la Corporación Perpetuo Socorro, más allá de la no continuidad de la iniciativa que originó ese y otros murales, la apropiación de la historia que hay detrás por parte de la comunidad ha logrado mantenerlos en muy buen estado, además del cuidado preventivo que corre por cuenta de esa corporación. El muralismo callejero, en cualquier caso, es un arte que abre el universo de voces, perspectivas e interpretaciones de un hecho en espacios que están cambiando todo el tiempo.
Sánchez dice que no pretende incomodar con su obra, sino sensibilizar desde lo estético y emocional. Bajo esa premisa ha dedicado gran parte de su carrera como muralista a visibilizar poblaciones víctimas del conflicto colombiano. Uno de sus trabajos más recientes es Campesinos, un mural pintado en los silos de Contegral, en Envigado, dedicado a las poblaciones rurales que sufren las violencias de la guerra y el abandono del Estado. Para Tata, entretanto, ver esa ola plasmada en una pared gigante es motivo de llanto, le confesó alguna vez al artista plástico. Pero es un llanto diferente al que es causado en los días fríos por los residuos de metal que aún quedan en su cuerpo después del atentado.
*Este artículo fue publicado originalmente en la edición 102 del periódico De la Urbe.