Entre cañaduzales y un trapiche la familia Avilés encontró la manera de sobrevivir en medio del conflicto armado en el municipio de Uribe, Meta, tras salir del Tolima huyendo de la violencia.

 

Textos y Fotos: Jenny Moncada

En portada: Saúl Avilés

Del Huila al piedemonte llanero

Igual que muchos campesinos del país, el sueño de Saúl Avilés siempre fue tener un terreno propio que pudiera trabajar para asegurar el futuro de su familia y vivir en paz, tuvo que recorrer cuatro departamentos para encontrar que su lugar en el mundo sería el municipio de Uribe, en el sur del departamento del Meta, donde hoy es reconocido por endulzar la vida de los habitantes de su región y ser la cabeza de la asociación de paneleros con mayor tradición y legado de este pueblo.

Hace 44 años Saúl salió de Icononzo, Tolima, buscando alejarse de la violencia que por décadas ha azotado al campo colombiano. No era la primera vez que se aventuraba hacia nuevos horizontes para encontrar tierra fértil, pues ya había migrado a otros territorios con sus padres que fueron desplazados del Huila por su filiación liberal durante la época de La Violencia. Ellos, que murieron por causas naturales cuando él aún era muy joven, le enseñaron el valor del trabajo duro y honrado para salir adelante. Por eso, a pesar del violento conflicto armado que acechaba la región de la cordillera central colombiana, este campesino trabajó laboriosamente en varios municipios del Tolima, Huila y en las faldas del páramo de Sumapaz, lo que le permitió reunir los recursos y la visión necesarios para luego establecerse en el Meta.

Con la tierra color ocre de Icononzo aún pegada en sus botas, Saúl llegó a Uribe en busca de nuevas oportunidades para su esposa y, en ese entonces, sus seis hijos. Recuerda con claridad que llegó el 9 de abril de 1977 después de un difícil trayecto de dos días de trocha. Le tomó un año más encontrar el terreno en el que construyó lo que actualmente es su hogar y su sustento. “Lo primero que sembré fueron seiscientas matas de caña, luego empecé a sembrar café, como se demora dos años en dar cosecha, me tocaba ir a Mesetas a jornalear, a trabajar en lo que fueran labores del campo. Trabajaba uno o dos días en mi finca y luego a jornalear”, relató el campesino haciendo ademanes con sus manos como si aún tuviera sus herramientas de trabajo en ellas. “Ya después pude comprar un trapiche y comenzamos con la venta de panela”, agregó este campesino.

Arreglando su sombrero, Saúl explicó de memoria cómo es que deja crecer la caña por dieciséis meses después de sembrarla, para entonces cortarla, pasarla por el trapiche y llevarla al fuego hasta que espesan los jugos y están listos para ser moldeados en bloques de panela. Reconoció que al principio no fue fácil vender su producto en el pueblo porque “éramos once vendiendo panela, pero poco a poco algunos dejaron acabar la caña y se dedicaron a otros cultivos”, recordó orgulloso de su labor.

 

El trabajo, el trapiche, la familia

“Lo esencial con los hijos es el trabajo, porque así a uno se le olvida pensar en cosas malas, tampoco es cuestión de forzarlos, sino darles tareas, porque usted deja un hijo por ahí sin hacer nada y termina pensando en hacer alguna picardía, ahora todos mis hijos tienen su caña sembrada, viven de eso” afirmó Saúl, quien a sus 79 años sigue siendo ejemplo de lucidez y laboriosidad para sus nietos y bisnietos.

Para esta familia, la panela ha sido su fuente de ingresos y su oficio desde hace más de cuatro décadas, así lo relató Henry Avilés, hijo de Saúl: “Mi papá nos motivó para que trabajáramos, si él no hubiera hecho eso no estaríamos nosotros aquí, y eso pasa con muchos papás, no apoyan a los hijos cuando necesitan empezar a ubicarse económicamente, casi todos tenemos un lote de caña y algo de ganadito”, afirmó este hombre de 53 años.

Henry recordó que, durante su época de estudiante, muchos de sus compañeros de clase fueron reclutados por la guerrilla al no encontrar ninguna alternativa para realizar sus sueños ni sus proyectos de vida, especialmente cuando llegó la zona de distensión entre 1998 y 2002, cuando el gobierno de Andrés Pastrana le cedió 42 mil 000 kilómetros cuadrados a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), mientras se establecían diálogos de paz. Uribe fue uno de los municipios dentro de esta zona, “en esa época quedamos a manos de la guerrilla, ellos mandaron a cerrar todas las iglesias evangélicas, sólo quedó la católica, de todos los muchachos que estudiábamos acá, yo diría que a un 80 por ciento los reclutaron y a muchos de ellos los mataron”, aseguró el campesino.

“Hemos perdido primos y familiares en la guerra, la hemos sufrido desde que llegamos hace más de 40 años, cuando no es una cosa es otra, a veces no es con la familia de nosotros pero es con los amigos, es con la región, una hija mía fue herida por varias esquirlas de una bomba que explotó en el pueblo hace algunos años, eso lo ha vivido todo el mundo por aquí”, expresó Henry con naturalidad, como si el tiempo ya hubiese curado las heridas del alma, y agregó: “Cuando la violencia estaba, vivía uno con el temor de las bombas, eso era un desasosiego para todo el mundo, incluso para el Ejército, ellos casi ni salían del batallón por el riesgo, desde el Acuerdo de Paz del 2016 para acá ha habido un gran cambio, está mucho más tranquilo todo”.

Henry Avilés, hijo de Saúl Avilés, dio en 2010, junto a sus hermanos, el paso para constituir la microempresa familiar de producción de panela en Asoavilés. Foto: Jenny Moncada.

Mientras su hijo hablaba, Saúl asentía con su cabeza para luego complementar: “con el proceso de paz muchas cosas han cambiado, ya llega gente a visitarlo a uno y el comercio vende más”. Saúl, que comenzó vendiendo su producto únicamente en el parque central del casco urbano, ahora ve como su panela es solicitada en diferentes centros poblados de Uribe, e incluso llega hasta el municipio vecino: “Nosotros molemos de una a tres veces a la semana, vendemos aquí en el pueblo, en La Julia y en El Diviso, en ocasiones la gente nos compra para ir a vender en Mesetas y ha gustado mucho, pero nuestra producción todavía no es tan grande como para expandirnos” agregó.

Saúl contó que en épocas de violencia la guerrilla pasaba por su casa y les decía a sus hijos que si querían irse con ellos, pero ninguno se fue porque no les gustaba esa vida. “Incluso una hija mía se los quitó de encima diciéndoles que ella no quería enseñarse a matar, le respondieron que allá no iba a matar, y ella les dijo: ‘¿y esos fusiles los usan para sembrar maíz o yuca?’, y más nunca la volvieron a molestar, hay veces que uno es de buenas en la vida”, rememoró el campesino con una sonrisa en su rostro.

También recordó Saúl que su finca no solo fue un refugio para la familia sino para los vecinos de Uribe, pues cuando la guerrilla hostigaba el pueblo, muchas personas salían de allí para evitar caer en el fuego cruzado y llegaban hasta su parcela. No obstante, también en esta tierra la familia Áviles tuvo que vivir numerosos combates e incluso bombardeos, “por aquí caían muchas bombas, afortunadamente sólo me mataron algunos animales”, declaró el labriego con su mirada perdida en el horizonte, como intentando observar sus recuerdos. “A uno le toca buscar la tranquilidad, aquí en los 80 fue berraco, se fue mucha gente, iba uno al pueblo y no encontraba a nadie en el camino, pero doblar la cobija e irse sin plata eso es difícil, le toca a uno aguantarse, y aquí estamos vivos”, añadió.

 

Nuevos retoños

Henry llegó a este municipio con apenas nueve años, desde muy joven pudo aprender con el ejemplo de su padre el oficio de transformar la caña en panela, a medida que él y sus ahora ocho hermanos fueron creciendo, el negocio también lo hizo, razón que los obligó a organizarse formalmente en 2010. Así nació Asoavilés, la asociación familiar de paneleros de mayor tradición en Uribe, de la cuál Henry es su representante legal, y en la que ahora participan activamente sus hijos, mientras sus nietos juegan y aprenden las labores de este oficio.

Henry Avilés con uno de sus nietos en el cañaduzal. Foto: Jenny Moncada.

Henry aseguró con orgullo que su hijo José, de 27 años, es experto en dejar en el punto perfecto la panela, son sus hijos quienes ahora administran los cultivos de caña y proyectan su futuro fortaleciendo esta empresa asociativa. “Muchos estudiantes hoy en día no piensan en ser empresarios sino empleados, hacen una carrera de estudio para tener una oportunidad de trabajo, pero allá no les enseñan que con una o cinco hectáreas pueden crear una empresa y dar empleo”, dijo Henry, refiriéndose a las oportunidades que le brinda el campo a la juventud.

“Mi papá comenzó con seis hectáreas, ese cultivo duró produciendo 23 años, luego hubo que renovar, hoy tenemos alrededor de veintidós hectáreas en donde producimos caña, pero nos hacen falta recursos para tecnificarla y producir más”, reconoció Henry, quien le ha dado un enfoque más empresarial al manejo de la asociación y ha educado a las nuevas generaciones de la familia Avilés para verla como una empresa cada vez mejor organizada.

Para este campesino el Estado debe ser un apoyo fundamental para el campo colombiano, pues es una forma de generar empleos para cientos de familias: “Hay muchas personas que pueden estar sufriendo en una ciudad, desempleados, en el campo uno puede pensar que su finca es su propia empresa, si la tecnificamos y la sabemos administrar”, indicó Henry con voz firme.

Esta familia de paneleros se ve como empresaria y espera que las condiciones les permita expandir su organización familiar que ya llega a su cuarta generación. “Lo que hacemos es construcción de paz porque donde hay empleo se genera paz, y eso es lo que hemos hecho toda la vida”, afirmó Henry levantando el tono de su voz para superar el sonido del trapiche.