En un proceso de creación artística, víctimas del conflicto armado en Copacabana inauguraron un mural con el que pretenden sensibilizar a los habitantes del municipio y pedirle a la administración local que les brinde una sede para continuar su proceso.
Por: Pompilio Peña Montoya
Foto: cortesía Centro Nacional de Memoria Histórica
En una de las paredes exteriores del Instituto de Bellas Artes de Copacabana, veinte mujeres de la Mesa de Participación de Víctimas de este municipio del norte del Valle de Aburrá pintaron un colorido mural con imágenes de la naturaleza como parte de un proceso de recuperación de memorias, por medio del cual desean recuperarse del pasado traumático que significó la violencia asociada al conflicto armado para proyectarse hacia el futuro, según explicaron las participantes.
El proceso no ha sido nada fácil, pues el dolor y los recuerdos aún permanecen nítidos dentro de las personas, afirmó Eliana Correa, víctima del conflicto armado en ese municipio. Entre otras cosas, “el mural plasma un sol radiante a cambio las muchas noches de incertidumbre en la oscuridad, y una mujer con sus manos extendidas en vez de una mujer marchita por la indiferencia social y estatal”, señaló esta víctima el pasado 6 de agosto, día en que fue presentado el mural a la comunidad de Copacabana.
Eliana Correa no se considera una víctima sino una sobreviviente. Desde su niñez vivió los rigores de la violencia en la zona rural de Apartadó, donde fue agredida verbal y físicamente por miembros del batallón Voltígeros del Ejército y por guerrilleros de las Farc. “Yo tenía 14 años cuando la guerrilla desapareció a mi hermano, también golpearon a mis padres y a mis tíos. Años después viví una toma guerrillera en Dabeiba donde mataron a muchos policías y me desplacé con mis dos hijos chiquitos aquí a Copacabana”, afirmó Eliana, quien en la actualidad es lideresa de víctimas en este municipio.
Eliana aprovechó el día de la presentación del mural en el auditorio de Bellas Artes para dirigirse al secretario de Desarrollo y Bienestar, Fabio León Quintero, a quien le pidió que encaminara mayores esfuerzos para atender a la población víctima del conflicto, puesto que “la mayoría de nosotras vivimos en la extrema pobreza y comemos una vez al día, muchas veces pasamos sin agua, no tenemos asistencia y sobrevivimos de la caridad de los vecinos y de los 400 mil pesos que la Unidad nos da cada cuatro meses. Por eso le pedimos a la Alcaldía que nos facilite al menos un lugar en donde podamos reunirnos y desarrollar actividades como vender empanadas. No es justo que después de lo que hemos padecido sigamos mendigando: solo pedimos oportunidades para salir adelante”, sentenció en medio de los aplausos de sus compañeras.
Eliana Correa hace parte de las 6 mil 649 víctimas del conflicto armado en esta población según datos del Registro Único de Víctimas de la Unidad Nacional para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas con corte al 31 de julio del 2021. De acuerdo con las cifras de la Unidad, en este municipio 5 mil 709 víctimas están priorizadas como sujetos de reparación.
Según Jenny Lopera, jefa de la Dirección de Construcción de Memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica, Copacabana ha sido principalmente un municipio receptor de población desplazada. Por eso, para esta entidad, es importante apoyar procesos creativos como la pintura de este mural, pues de esa manera se aporta al diálogo y a la construcción de memoria histórica desde el arte.
En ese sentido, es significativo que le desarrollo de este proceso artístico en Copacabana haya estado a cargo del Taller Creativo Lateralus, un colectivo que le apuesta a procesos de reconciliación y transformación en poblaciones golpeadas por hechos victimizantes como el homicidio, las amenazas, el desplazamiento, la tortura, la violencia sexual y la desaparición.
Los ojos que lloran la bandera de Colombia
Diana Patricia Torres es trabajadora social e integrantes del colectivo Lateralus, que acompañó por cerca de dos meses el proceso de planeación, desarrollo y elaboración del mural, trabajando y escuchando directamente a las integrantes de la Mesa de Víctimas de Copacabana en un proceso metodológico dividido en tres áreas en las que las participantes narraron sus hechos victimizantes en un entorno de confianza, evaluaron cómo se han integrado al entorno urbano que les ofreció el municipio, y exploraron sus expectativas a futuro.
“El proceso con las víctimas fue complejo: vimos unas mujeres extremadamente afectadas en lo emocional, casi todas ellas perdieron seres queridos en episodios de extrema crueldad; sufrieron violencia sexual y son doblemente víctimas; sufrieron desplazamiento forzado, un desarraigo que duele cuando se ama la tierra, y lo triste es que hoy viven en condiciones de pobreza. De este modo los encuentros se volvieron una excusa para hablar entre ellas, para que ellas sacaran sus emociones. De hecho, tuvimos que hacer primeros auxilios sicosociales a varias de ellas debido a las exaltaciones que sufrieron”, manifestó a Hacemos Memoria Diana Patricia Torres.
Por su parte, María Rubiela Peneso, de 71 años, participó activamente de todas las sesiones convocadas por Lateralus. En 1999 ella y su familia vivían en el Oriente antioqueño en una pequeña parcela ubicada en el kilómetro nueve de la carretera que comunica a los municipios de La Unión y Sonsón. Hasta allí, contó, llegaba la guerrilla en su patrullaje y de vez en cuando se llevaba alguna gallina. “En el 2001 aparecieron los paramilitares del Frente Ramón Isaza. Primero nos pidieron dinero cada ocho días, luego se llevaron a una de mis hijas de 13 años, la reclutaron, luego la violaron y la asesinaron. Gracias a Dios la logré enterrar. Cuando no pudimos más decidimos desplazarnos y dejar toda una vida atrás. Viví con mi familia en Alejandría, Cocorná, San Carlos y Granada hasta que finalmente llegamos a Copacabana en el 2007”, relató esta mujer que ha tenido la oportunidad de llevar procesos de reconciliación con víctimas del conflicto en el Oriente antioqueño.
María Rubiela, al igual que Eliana también se identifica como una sobreviviente, “porque es muy difícil que la gente del común se haga una idea del dolor que hemos padecido en una guerra que muchas no entendemos, eso fue muy verraco en mi tiempo y hasta hoy no me explico por qué fueron tan crueles con nosotros la guerrilla, los paramilitares y los soldados; todos nos trataban de hijuetantas para arriba”.
El dolor del que hablan María Rubiela y Eliana fue el que intentaron materializar con símbolos y colores en el mural, pintando figuras que retratan estados internos y esperanzas. Eliana correa explicó algunos de estos elementos de la siguiente forma: “En el centro de la pintura hay una abuela que representa a las mujeres y en especial a las que somos hoy abuelas y que fuimos desplazadas y vimos cosas horribles. Esta figura resurge de las flores de loto, que simbolizan un revivir, un reencontrarse, por eso la mujer esta hacia arriba, dándole de comer a dos grandes aves, un águila y un ave fénix; un águila que se reinventa sola desde las alturas, y un fénix que despierta de la adversidad, de sus cenizas. A su vez, las mariposas fueron propuestas por una abuela que decía, ‘somos como orugas’. La flor de girasol significa la abundancia y la prosperidad que muchas y muchos estamos esperando y que el Estado nos está prometiendo desde hace años. El sol, por su parte, detrás de la mujer, simboliza la luz que todas llevamos dentro, y los ojos que lloran la bandera de Colombia, entre este cuadro de naturaleza, sintetizan la falsa promesa de patria que nos prometieron quienes han estado en el poder”.
Para Dina Patricia Torres de Lateralus, en esencia, “esta composición colectiva les ofreció la posibilidad de que ellas se expresaran y de forma colectiva construyeran unos símbolos que funcionaron como catalizadores de su dolor para luego proyectarlos en la creación artística, en los colores, las líneas y las representaciones construidas en un mural a la vista de todos, como una exposición de sentimientos que para comprender a cabalidad hay que disponer de un tiempo que el transeúnte debe tomarse. Este proceso debe darse si queremos vencer la indiferencia social hacia las víctimas del conflicto”.