La obra de este artista plástico está atravesada por experiencias personales o familiares que lo llevan a reflexionar sobre temas como la violencia, los impactos de la minería, la transformación de los paisajes y la memoria del conflicto armado en Colombia.

 

Por: Juan Camilo Castañeda Arboleda y Yhobán Hernández Cifuentes

Inscribiendo en sus obras fechas como el año 1928, cuando ocurrió en Colombia la masacre de las bananeras, o datos como las 6.402 ejecuciones extrajudiciales cometidas por el ejército en Colombia según la Jurisdicción Especial de Paz, el artista antioqueño Bairo Martínez Parra espera motivar al espectador a preguntarse qué pasó y por qué pasó, para así adentrarlo en las problemáticas que vive el país en temas como la violencia, el conflicto armado, la minería y la destrucción del medio ambiente, e invitarlo a repensar la realidad de manera comprometida.

Para ello, Bairo Martínez acude a metáforas que crea a mediante la apropiación de objetos usados que para él son “objetos con memoria, objetos que tienen un bagaje, que han sido usados, que vienen del contexto propio donde está el tema que me llama la atención”.

En conversación con Hacemos Memoria, Bairo Martínez compartió detalles de su experiencia como artista y de las situaciones que inspiraron algunas de sus obras, entre las que se cuentan pinturas, esculturas, instalaciones performaticas y fotografías.

 

¿Cuándo descubre su interés por el arte?

Le he dedicado bastante tiempo a esa revisión. Tanto en la línea paterna como materna encuentro vivencias que me llevan a esa motivación. Por parte de mi papá hay un tío, Marino Martínez, al que desde muy pequeño le gustaba hacer retratos. De él tengo un recuerdo muy bonito cuando íbamos los domingos a Bello a visitar a los abuelos. Recuerdo que siempre llegaba a la habitación de mis abuelos porque en la pared estaban los retratos de todos los miembros de la familia y era una familia muy numerosa, mi papá tenía 14 hermanos, y todos estaban retratados por mi tío, que ahora vive en Santa Marta y todavía se rebusca con los retratos. Entonces yo me sentaba en la cama de los abuelos y quedaba extasiado, mirando, contemplando esos retratos que eran en carboncillo.

En el caso de mi mamá, pues todos tenían como muy buena motricidad. Un tío, mi padrino, Elver Parra, buen dibujante y copiaba muchísimo, yo lo veía que se pasaba mucho tiempo copiando las caricaturas que salían en los periódicos, le revisaba sus cuadernos de dibujo y eran unos dibujazos. Pero hay una anécdota que es muy bonita. Mi mamá tenía un hermano con síndrome de down, Pedro Claver Parra Berrío, que vivía en una habitación en el tercer piso de la casa. Tengo unos recuerdos muy bonitos de él porque le pedía a mi mamá lápices y borradores. Y me parecía muy curioso que él dibujaba en la pared unas esferitas que luego llenaba de más bolitas, era un trabajo reiterativo, como circular. Y varias de esas esferas las llenaba con bolitas de papel que sacaba de cajetillas de cigarrillos. Yo ahora siempre me pregunto qué pasaba por la cabeza de él, porque me ha tocado vivir el arte y entendiendo lo que es el arte hoy, pienso que más allá de la condición de él, lo que encuentro en esa acción es una enorme plasticidad.

Creo que ahí están dos anécdotas muy potentes que sin duda marcan para mí un derrotero y que, si bien no de manera consciente, tienen mucho que ver en la determinación que tomé más adelante de estudiar arte, porque además fue muy temprano, desde cuarto de bachillerato yo ya exponía dibujos, y en décimo y once, en el liceo municipal Concejo de Medellín en la Floresta, de donde egresé en 1985, hice un mural, producto del cual me dieron media beca en la sociedad de mejoras públicas para estudiar en Bellas Artes.

Obra Cuentas, Bairo Martínez. Foto: Yhobán Hernández, Hacemos Memoria.

Al salir del colegio, aun estando en Bellas Artes, entré a estudiar Arte en la Universidad de Antioquia y en la Universidad Nacional. Y ya estando en las tres, yo era inconforme, se me metió que quería salir del país y en 1988 me fui a España a estudiar a la Universidad Complutense de Madrid con una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional, aunque al final me tocó pagarme la carrera trabajando en el tiempo libre. Yo me fui sobre todo para poder confrontar y ver la historia del arte en directo, porque para mí no es lo mismo ver la Mona Lisa en una laminita que verla en directo. En el Museo Reina Sofía y en el Museo del Prado pude ver a los grandes: Francis Bacon, Velásquez, Goya, Murillo. En España estuve hasta 1997 cuando terminé los cursos de doctorado. Regresé a Colombia y en 1998 empecé a trabajar en la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia como docente de pintura.

¿En qué momento empezó a expresar desde el arte temas como la violencia del país?

Para crear sus obras Bairo Martínez usa minerales como el carbón y el oro. Foto: Yhobán Hernández, Hacemos Memoria.

En temas de conflicto y violencia yo siempre me he fijado, pero hay una anécdota particular. Un día salí de clases en Bellas Artes, eran cerca de las diez de la noche, estaba lloviznando, y salí a coger el bus. Cuando bajaba por la avenida La Playa llegando al edificio Coltejer, en el centro de Medellín, vi una aglomeración afuera de una hamburguesería. Algo había pasado, había mucha gente y todos miraban en silencio a un tipo de carriel y a un muchacho como punkero que vestía todo de negro. Yo instintivamente me paré al lado de los que estaban en la puerta, porque todo el mundo estaba esperando el desenlace de algo, y creo que a los tres minutos el tipo se tiró el carriel para adelante, lo abrió, sacó un revólver y le disparó en la sien al muchacho que cayó de bruces, luego se levantó vomitando sangre y se volvió a caer, así como dos veces. Todos los que estábamos ahí nos mirábamos. El tipo guardó el revólver y se fue caminando por la carrera Sucre. Ahí empezó la gritería y la algarabía. Yo no podía caminar, yo nunca había visto algo parecido en mi vida, las rodillas no me respondían. Para mí eso fue una impresión poderosamente negativa. Me puse nervioso. Producto de esa experiencia, cuando estaba en Madrid yo hice una obra que hace parte de una serie llamada Códigos de seguridad. Esa obra la adquirió la colección Bachué hace como tres años. Esa fue la primera elaboración que yo hice de un hecho violento en Colombia, es una narración que yo hago de lo que viví esa noche. La pieza también estuvo expuesta en 1997 en la sede alterna del Museo de Antioquia.

Hay otra experiencia, un asunto autobiográfico. El 13 de mayo del 2000 yo sufrí un atentado en Bello. Un primo me invitó a un negocio de música de los años sesenta, pero yo soy más salsero entonces estaba como aburrido. Decidí irme y cuando me iba a montar al carro vi que venía otro vehículo en contravía, me chocaron. Me bajé a mirar el daño y del otro carro se bajó un tipo con improperios, yo le contesté que me había chocado y que lo mínimo era que uno se bajara a mirar qué había pasado y con eso me gané cinco tiros. Eso fue muy difícil, me hicieron dos cirugías y yo estaba, descartado… Incluso los compañeros de la Universidad me cuentan que iban a preguntar a la Clínica León XIII por mí y que el vigilante les decía: “¿El profe de la de Antioquia? Ahí no hay nada, mejor dicho estamos esperando es que…”. Lo mismo me dijo uno de los médicos, Juan Santiago Uribe, luego de que salí del estado crítico: “Sos un verraco, sobreviste a eso, estábamos esperando que te murieras”. De ahí surgió una exposición que estuvo en el museo universitario, se tituló Transfigurado, porque para mí fueron muy tenaces los cambios en el cuerpo.

Con estas experiencias se comprende cómo la violencia llega a tu obra a partir de lo que has vivido. Pero, ¿cómo se cruza con el asunto de la minería y la transformación del paisaje?

Yo empiezo a ver la manera violenta con la que hoy el hombre interviene el paisaje. Me empieza a preocupar esa transformación tan abrupta del paisaje, incluso con las megaobras, que son deslumbrantes y que siempre nos venden con la idea de que traerán mucho progreso y beneficio para las comunidades, como por ejemplo Hidroituango. Hemos visto lo que ha sido esa mega obra, pero también hay que ver lo que ha pasado aguas abajo, lo que ha pasado con la fauna, con la sobrevivencia de los pescadores que quedaron jodidos, o sea, eso cambió todo el curso, no solamente del río sino del modus vivendi de las poblaciones. Eso sin duda a mí me parece supremamente violento.  Está también por ejemplo el túnel de Oriente, que finalmente se hizo y está funcionando, pese a que se advirtió que puede afectar la producción de agua en Santa Elena.

Entonces, uno como artista se pregunta: ¿Hasta dónde esto es progreso, o estamos es yendo en contravía de un mejor bienestar? Y por ahí ya me voy metiendo con este tema de la minería que no es nuevo, pues es solo cuestión remontarse por ejemplo al municipio de Muzo, Boyacá, y a las minas de esmeraldas, a los Carranza; hay vastísima documentación de la violencia y de los muertos que ha habido alrededor de las minas de esmeraldas de Muzo.

En ese sentido, ¿cómo se conecta su obra con el territorio?

Yo llego a este tema porque en octubre del 2014 hubo un accidente en una mina de Amagá, zona carbonífera principalmente, que no fue la primera ni la última sino una de tantas, pero que a mí particularmente me llamó poderosamente la atención porque mi familia materna tiene conexión directa con ese territorio. Ahí es cuando empecé a pensar que me preocupaba el tema del paisaje y su transformación, ahí encontré un pretexto, que es lo que de alguna manera siempre buscamos los artistas para producir nuestra obra y para hacer nuestras reflexiones. De modo que encontré un pretexto muy importante en las experiencias de mi familia materna en ese territorio, incluso con la minería directamente, y en el hecho de esta tragedia en la que 12 mineros murieron ahogados en la mina La Cancha. Así que me fui a hacer trabajo de campo para adentrarme en los pormenores de lo que es la minería, sobre todo la minería extractiva, la del carbón mineral. A partir de eso, arranco un análisis y una reflexión que luego expreso en mi obra.

En mi pintura, por ejemplo, trato de representar estos paisajes agrestes, solo es ver por ejemplo cómo está el río Atrato ahora mismo, da tristeza ver sus riberas, no se sabe ni siquiera cuál es el verdadero cauce, porque se han dinamitado los alrededores del río desfigurado su cauce, y el territorio ahora está sin fauna, sin flora, desértico, con el agua contaminada. Entonces me apropio de esas imágenes para hacer pinturas que hablan de esta realidad.

Atrato, obra creada a partir de vistas aéreas que dan cuenta de la manera como la minería ha deformado el cauce del río Atrato entre Antioquia y Chocó. Foto: Yhobán Hernández, Hacemos Memoria.

¿Cómo se va configurando su obra?

Van surgiendo distintas piezas, una que considero icónica por lo que significa en esta serie es la La Cancha, que está conformada por un pupitre antiguo lleno de carbón, con 12 esferas que asemejan balones y que representan a los 12 mineros que sacrificaron su vida allí en la mina. Y una pintura en la que represento una cancha, haciendo una metáfora del nombre de la mina, en la que los equipos en contienda están identificados con la bandera de Amagá y la bandera de Antioquia, con el marcador Amagá 12 – Antioquia 0.

Luego empiezo a hacer una transpolación en la que me apropio del carbón como un material que encuentro demasiado noble y plásticamente muy útil para el trabajo que he venido desarrollando. Así logro unir esta historia de la minería con otras historias del conflicto colombiano, siempre haciendo una revisión, sobre todo en estos últimos años en la época de la pos verdad, del posconflicto, un tema que me ha interesado muchísimo porque veo que ha sido bastante delicada la manera como se han contado estas verdades, un poco a cuenta gotas, unas versiones de un lado, unas versiones del otro lado.

Entonces apropiándome de esa situación, surge una obra por ejemplo como La nueva historia de Colombia, que es un carro grande, hecho artesanalmente para sacar el carbón de las minas, que lo lleno de libros sunchados y cubiertos de carbón, atados, amarrados. Con esto quiero señalar que acceder a esa verdad tan anhelada por todos, para hacer un alto en el camino y arrancar de cero, por así decirlo, no es tan fácil, porque todo este tiempo hemos podido ver que acceder a la verdad ha sido complicado, sigue siéndolo hoy día, incluso a veces con el riesgo de perder la vida por querer acceder a esa verdad auténtica y a esa reparación que todos anhelamos para vivir mejor en Colombia.

¿Qué territorios de Antioquia y de Colombia han inspirado su trabajo?

El Atrato entre Antioquia y Chocó con la extracción del oro por medio de estas dragas y la manera cómo han ido acabando con el medio ambiente, con la fauna, con la biodiversidad, me ha impactado muchísimo y tengo obras alrededor de ese tema y de la contaminación del agua. Buriticá también con la extracción del oro, así como Zaragoza. Y muy especialmente la cuenca del Sinifaná, en el Suroeste de Antioquia, donde está ubicado Amagá. En esas zonas es donde más esfuerzos he concentrado en estudiar y analizar estos conflictos.

En Jericó, también en el Suroeste, el año pasado hice una exposición que se tituló Orbis terrarum paisaje, transformación del paisaje, debido a que ese municipio está en una disyuntiva con el proyecto de extracción de cobre Quebradona, porque hay una parte importante de la población de Jericó que está en contra de desarrollar este proyecto por los riesgos que tendría sobre la producción de agua en el municipio y sus alrededores.

¿Qué espera transmitir en su obra sobre la transformación de estos paisajes?

Nosotros como artistas hacemos metáforas. Yo acostumbro hacer apropiación de objetos usados, me gusta mucho acudir a objetos con memoria, precisamente, objetos que tienen un bagaje, que han sido usados, que vienen del contexto propio donde está el tema que me llama la atención. Así recolecto, por ejemplo, objetos con los que trabajan los mineros: cascos, botas, utensilios de la parafernalia propia de la minería. Pero más allá de eso lo que procuro indudablemente es hacer una metáfora y convocar a los espectadores y a la comunidad, en general, a repensar el tema de manera comprometida para clamar por un mejor medio ambiente y por parar la destrucción que hacemos a diario en el planeta.

Objetos relacionados con la minería como las bateas, los cascos, linternas y botas, son reapropiados por Bairo Martínez para crear su obra. Foto: Yhobán Hernández, Hacemos Memoria.

¿Cómo se conecta su trabajo con la memoria del conflicto armado pero también de los conflictos ambientales que vive el país?

Procuro en algunas obras dejar constancia con fechas y con datos puntuales, pero más allá de eso trato de invitar a la reflexión, a indagar qué pasó, por qué ese número… Trato de que la fecha o el dato motiven al espectador y a la comunidad en general a adentrarse en el tema y a analizarlo detenidamente con las implicaciones negativas que esto tiene para el futuro del planeta. Ver: En Tinieblas, una obra para no olvidar las 6.402 ejecuciones extrajudiciales