David Escobar Arango, director de Comfama, una de las cajas de compensación más representativas de Colombia, habló de la importancia de que los empresarios participen en la conversación del esclarecimiento de la verdad.
Foto: Asocajas
En Hablemos de Verdad, el director de Comfama, David Escobar Arango, dijo que la Comisión de la Verdad debería dejar instalado el diálogo social como camino a la comprensión y la empatía, pues, según él, las relaciones entre las personas que se encuentran en esos diálogos “van a seguir dando frutos por muchos años”.
David Escobar es ingeniero de producción de la Universidad EAFIT y magíster en administración pública de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. Pertenece al Consejo Superior de la Universidad EAFIT, al consejo de Proantioquia y a la junta de Asocajas. Trabajó durante varios años en el sector público local y regional.
Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablan sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.
¿Cuál cree que es el reto de la Comisión de la Verdad, teniendo presente que estamos en medio de una pandemia mundial, de una polarización política que parece acentuarse y de unas dinámicas que podrían conducir a lo que se conoce como estallido social?
La labor de la Comisión de la Verdad, que ya era difícil —generar las conversaciones, encuentros y declaraciones necesarios—, se complejizó por la pandemia, que dificulta la mirada a los ojos, la conversación pausada, la atención necesaria. En ese contexto, la Comisión tiene el reto de aprovechar el momento político tanto del país como del mundo, la polarización y las agresiones para hacer preguntas incómodas y generar conversaciones profundas, diversas, amplias, entre organizaciones sociales, víctimas, actores del conflicto, gobiernos locales, fundaciones, trabajadores y líderes empresariales. Así, no solo se atiende la tarea que tiene, sino que también puede desencadenar procesos de conversación de más largo aliento. Este país necesita hoy, más que nunca, diálogo social. Creo que es una coincidencia afortunada de los tiempos y la historia que la Comisión tenga lugar en este momento. Hay que aproximarse con humildad al desafío que tenemos, ser moderados y, en lugar de aspirar a La Verdad, con mayúsculas, abrir caminos para las verdades, para reconocer que la complejidad del conflicto y su continuidad plantean un reto que no va a resolver la entrega de un documento; es un un trabajo que debe hacerse dentro de ciertos límites de tiempo, y con eso no pretendo quitarle relevancia ni peso político a la Comisión.
También estamos en un contexto de profunda desconfianza…
En Comfama hemos apoyado la Encuesta Mundial de Valores. Es un estudio acerca de qué creemos las sociedades, qué valoramos, qué nos importa, en quién confiamos. Lo apoyamos porque creemos que una sociedad tiene que mirarse frente al espejo para tratar de intervenir lo que no está funcionando y reconocer los avances que vaya teniendo. En el mundo occidental, la confianza hacia las instituciones viene disminuyendo en las últimas dos décadas. Colombia no está por fuera de esa tendencia global. Sociedades como la antioqueña, por ejemplo, en las que las empresas habían tenido un valor tan grande y lo siguen teniendo, la confianza en el sector privado viene disminuyendo. Colombia es uno de los países donde hay menos confianza en las instituciones y menos confianza en las personas. No tenemos eso que Estanislao Zuleta llama la reciprocidad lógica: cada uno cree que es muy confiable, pero pensamos que en el resto del mundo no se puede confiar. Hay que pararnos en el terreno de la psicología, de la cultura ciudadana, de las ciencias del comportamiento —porque los seres humanos creemos que nuestras decisiones son muy racionales, pero son en gran parte emocionales—, para preguntarnos cómo construimos confianza en el espacio público, y ahí hay una gran responsabilidad de los líderes políticos y empresariales.
¿Cuál cree que es el rol de los empresarios en el esclarecimiento de la verdad y en la elaboración de unas recomendaciones para el país?
Yo soy un lector y admirador de los textos del biólogo chileno Humberto Maturana. Hace poco leí uno donde hablaba de la conversación, la educación y la democracia, y recordaba que la democracia es una conversación en la cual conspiramos para encontrarnos. El desencuentro es lo obvio, lo fácil; el encuentro es lo que necesita determinación y esfuerzo. Si la democracia necesita de todos los actores, la empresa no puede estar por fuera de eso. La conversación sobre la verdad y sobre el conflicto armado es una de las más importantes hoy en Colombia. Para poder conversar bien, los empresarios tendrían dos responsabilidades. Primero, escuchar. A veces el mundo empresarial adolece de cierto ensimismamiento, que tiene que ver con incentivos del capitalismo moderno, pero también con la calidad de los líderes. Necesitamos un contacto más directo con la realidad de la que hacen parte. El profesor Memo Ángel decía en una conferencia, a la que asistí hace más de 20 años, que uno no puede ser empresario ni político sin tener barrio; no es posible ganar el mundo si se pierde la cercanía y el contacto con el barrio, con lo local. Segundo, participar sin miedo. Los empresarios deben responder preguntas incómodas y contar su versión: cuando tengan que contar una verdad contundente, fáctica, que lo hagan, que también cuenten su verdad de cómo se sintieron en muchos momentos víctimas y en muchos otros no entendían qué estaba pasando, porque eso pasa en el humo de la guerra: la confusión. El rol de los empresarios es participar de la conversación como actores de la democracia. Si no participan, otros llenarán ese espacio, y su voz nos hará mucha falta.
En conversación con David Bojanini, Francisco de Roux dijo que los empresarios eran muy importantes por su capacidad de pensar el país en el largo plazo. ¿Qué piensa de esa afirmación?
La mirada del largo plazo deberíamos tenerla todos los colombianos. Los empresarios pueden aportar en eso, y el resto del sector privado puede acompañar y darle un pequeño empujón a los líderes políticos, para que vean ese futuro más amplio. Pero creo que también las organizaciones sociales y las universidades tienen más perspectiva histórica, y un espectro temporal que conecta el futuro con el pasado. Creo que los empresarios que se merecen ese nombre son capaces de hacer muy buenas lecturas del presente. Hay una expresión en inglés que explica lo que se hace cuando uno llega a una fiesta: read the room (leer la sala). Creo que los empresarios son buenos para leer la sala, el presente, y necesitan ir de la mano de intelectuales y líderes sociales para comprender el contexto histórico y ver hacia el futuro de una manera más amplia, que incluya lo social, cultural, ecológico y científico. Por ejemplo, si uno se pregunta hoy ¿de los grandes aportes de Juan Luis Mejía —en proceso de retirarse como rector de la Universidad EAFIT—, cuál es relevante para este asunto del rol de los empresarios en una sociedad?, yo diría que él ha sido una voz de la consciencia que les ha ayudado a los empresarios de Antioquia a tener una mirada más amplia del mundo, de la historia del país y de la región, de la cultura y de la complejidad de la sociedad.
¿Cómo evalúa el trabajo que viene haciendo la Comisión de la Verdad por ampliar las conversaciones necesarias alrededor de los temas del conflicto armado?
Primero, tengo que decir que las cajas de compensación son producto del diálogo social, y en particular Comfama, al ser la primera que se creó. El diálogo social no solo construye puentes entre actores y sectores, sino que también puede dar a luz instituciones como estas, que cambian radicalmente el panorama de una sociedad.
Creo que la Comisión lo viene haciendo bien. Es importante que en esa conversación haya diversidad y equilibrio. Sus iniciativas de diálogo social podrían conectarse con otras valiosas que hay en el país; la que jalona la Procuraduría, por ejemplo, me parece importante.
Por otro lado, este es un momento en el que necesitamos que los líderes de las instituciones ejerzan cierto activismo y audacia. Si la Comisión se quedara solo en el esclarecimiento, en la búsqueda de la verdad objetiva, se quedaría a mitad de camino. Sería el camino más fácil y tal vez evitaría algunas polémicas, pero volviendo a la idea de que la democracia es una conversación, las conversaciones controversiales, aunque sean incómodas, son las más ricas, en el sentido que generan valor social. Si la Comisión continúa con ese ejercicio y se cuida de mantener la diversidad de voces, historias, sectores, regiones, géneros, nos va a dejar una herencia, que puede que no quede en un papel, pero perdurará: las relaciones y los puentes entre mentes y corazones, entre personas que se encuentran en esos diálogos, espero yo, pueden seguir dando frutos por muchos años más.
¿Qué espera del informe final?
Yo creo que es muy importante que los hechos que evidencia la Comisión queden muy claros y que estén acompañados por una reflexión, no solo por el desafío de aportar a la no repetición, sino por el impacto social, emocional, económico y humano que produce la empatía. Creo que de ahí, de una buena reflexión, es de donde puede surgir el compromiso con la no repetición. Si la Comisión nos ayuda a mirarnos en el espejo, descarnadamente pero al mismo tiempo con cierta idea de que si hacemos lo que corresponde el futuro será mejor, sería un gran aporte. También espero que dejen instaladas estas conversaciones, que muchos de sus miembros permanezcan, independientemente de que terminen su tarea organizacional o institucional, y me hago la pregunta ¿será que la Comisión debe seguir activa, de otra manera, muchos años más? El objetivo sería que esas conversaciones entre personas diferentes y sectores amplios queden instaladas. Uno de mis poemas favoritos es ‘Los conjurados’, de Borges. Tiene un par de versos que tengo anotados para una conversación que tendré con Rómulo Bustos en la Fiesta del Libro, pero pueden servir para complementar esta respuesta: “Han tomado la extraña resolución de ser razonables / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”. Yo pienso: ¿uno cómo hace para olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades? Encontrándose. Solo cuando uno se da cuenta, mirando a los ojos, conversando, que el otro también es gente, como dice alguien que trabaja conmigo, encuentra las afinidades.
¿Qué harías usted para promover la apropiación del informe final?
La mayoría de las personas educadas en universidades creen que la comunicación es adjetiva, pero fondo y forma son la misma cosa. Hay que tener la inteligencia para comunicar muy bien, explicar de manera simple, contar historias, ponerles rostro a la Verdad y a las verdades. Creo que la responsabilidad de todos los colombianos es que el informe, más allá de un documento, se convierta en muchos contenidos que entendamos y usemos para ser un poco más compasivos y para dejar de tenerle miedo a la conversación entre distintos. Todo eso es progresivo. La tarea de una institución como en la que yo estoy es conversar más, explicar mejor lo que está en ese informe, hacer preguntas incómodas pero también productivas, las de “qué tal sí”, las de “qué podemos hacer”, aquellas que abren caminos en vez de cerrarlos. Se trata, por supuesto, de las conversaciones que construyen democracias; no se trata de charlas ligeras. No es lo mismo conversar que comentar el clima. Conversar implica una disposición genuina al intercambio de ideas, a salir de la conversación convencido por el otro, enriquecido, o incluso con algo completamente nuevo que no habríamos imaginado antes de inaugurar el encuentro.
Esta entrevista fue publicada originalmente el 10 de octubre de 2020, aquí.