Con la creación de una red de apoyo para familias buscadoras de personas dadas por desaparecidas, la Unidad de Búsqueda pretende encontrar la verdad sobre el paradero de 1. 464 personas reportadas como desaparecidas en esta subregión.
Por Daniela Sánchez Romero – Agencia de Prensa IPC
Fotos: Agencia de Prensa IPC
Don Arturo*, el papá de Melissa*, dice que ella tenía 16 años la última vez que la vio. Era la segunda vez que desaparecía y, esa vez, sí fue definitivo. La primera vez que se fue tenía 12 años y recolectaba café en la zona rural del resguardo indígena de Karmata Rúa, en Jardín; algunos dicen que fue reclutada por un grupo armado que hacía presencia en la zona.
Regresó a los tres años e ingresó inmediatamente a un programa de protección y seguridad del Estado. Para la década del 2000, Melissa tenía 15 años y vivía con un hermano y su esposa. Dice Arturo que la persona que le brindaba la seguridad a Melissa le llevaba radios de comunicación y uniformes, y la obligaba a venderlos a los grupos guerrilleros. Melissa se cansó de esto y se fue. Es lo último que sabe Arturo.
La historia de Melissa hace parte de los 12 relatos de indígenas desaparecidos, secuestrados y reclutados en la región del Suroeste antioqueño que la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) recopiló entre los meses de noviembre y diciembre de 2020, como parte de una alianza con el Instituto Popular de Capacitación (IPC) y la Organización Indígena de Antioquia (OIA), donde además recolectaron otros 26 relatos de campesinos y personas de la zona rural de esta subregión.
Estas tres entidades se unieron con el objetivo de crear una red de personas buscadoras de desaparecidos para compartir experiencias y formas de búsqueda, tejer aprendizajes y recibir acompañamiento y apoyo por parte de la UBPD. Se trata de la Red de apoyo para la búsqueda de personas dadas por desaparecidas del Nodo Medellín.
En el caso de los indígenas, participaron las comunidades Embera Eyábida y Embera Chamí, pertenecientes a los municipios de Urrao y Jardín. Además, asistieron los sabios de sus comunidades, que rescataron la importancia de realizar procesos de sanación y búsqueda de los espíritus que se encuentran desaparecidos.
Uno de ellos es Gustavo, Jaibaná de la comunidad de Karmata Rúa, quien expresó la importancia de este proceso en su comunidad: “Nosotros tenemos la misión de buscar y ayudar a aliviar el dolor y esto es importante para poder contribuir con la búsqueda y la sanación; nosotros podemos conocer, ver más allá y aportar a la búsqueda de las personas desaparecidas”.
Por su parte, Elena Gómez, integrante de la OIA, quien hizo parte del grupo Nodo Medellín, señaló que estos procesos son sumamente importantes en un momento de búsqueda de la verdad y no repetición en comunidades que se han visto históricamente atravesadas por la guerra. Con la consolidación de la Red de apoyo, se quieren tejer vínculos solidarios entre las personas que buscan y las entidades que pueden aportar a la ubicación de las personas desaparecidas.
“Es una oportunidad para el diálogo intercultural, para despejar juntos entre indígenas, campesinos y habitantes de las ciudades los prejuicios y representaciones del otro, que no nos han permitido construir relaciones de alteridad basadas en el respeto y valoración de la diferencia. Vivir juntos el dolor de la desaparición forzada, nos pone en perspectiva de construir juntos estrategias de búsqueda que permitan enfrentar el laberinto burocrático al que muchas veces se ven sometidas las víctimas del conflicto en Colombia, a la hora de exigir la reparación integral por los derechos vulnerados”, reflexiona Elena.
Luz Nely Osorno, presidenta del IPC, plantea que tejer redes en torno a la búsqueda de personas desaparecidas en una subregión como el Suroeste, “es también una manera de romper el silencio que durante décadas esta zona ha tenido que soportar por el temor a los actores armados que han estado allí y en donde algunos de ellos siguen ejerciendo control de una u otra forma”.
Agrega Luz Nely que, para la construcción de la paz, “hay que saber la verdad sobre lo que pasó con los familiares de más de 82 mil víctimas de este hecho en Colombia, en donde el Suroeste cuenta con más de 1.400 desaparecidos, sin contar la cantidad de subregistro que se ha venido encontrando; las familias no han denunciado por miedo o porque les exigen papeles que no tienen”.
En este proceso confluyeron personas que tienen familiares víctimas de desaparición forzada, secuestro o reclutamiento forzado de los municipios de Urrao, Valparaiso, Betulia, Venecia, Jardín, Andes y Ciudad Bolívar; en los diferentes encuentros se evidenció la necesidad de visibilizar el conflicto armado en la región de Suroeste y, sobre todo, hacer énfasis en la búsqueda de cuerpos que fueron arrojados en las riberas del río Cauca y el río Penderisco en Urrao.
Según la base de datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, consultada el 10 de noviembre de 2020, en la región del Suroeste antioqueño hay 1.464 personas dadas por desaparecida, de las cuales el 85,9% son hombres, un 8,6% son mujeres y del 5,3% restante no se tiene información.
Una de esas historias relacionadas con el río es la de Francisco*, quien busca a su hermano Hernando*, un trabajador de arepas que desapareció en el año 2000, a la edad de 21 años. Francisco pudo reconstruir el momento de la desaparición de su hermano gracias a los relatos de personas que fueron testigo de los hechos: a Hernando lo bajaron en un retén en Concordia y dicen que lo torturaron y lo mataron. Esos mismos testigos, le contaron que el cuerpo de su hermano fue arrojado al río Cauca. “Dicen que lo mataron que porque era guerrillero, pero eso no es cierto”, cuenta Francisco, quien además tuvo que suspender la búsqueda pues fue amenazado por los grupos ilegales de la región.
De la Red, hacen parte 35 personas buscadoras: 10 son hombres y 25 son mujeres. Durante los encuentros, las familias manifestaron la necesidad de encontrar a sus desaparecidos, de sacar los cuerpos que se encuentran cerca de los ríos, en las fosas comunes de cementerios y fincas cafeteras del Suroeste, de saber la verdad sobre qué pasó con sus familiares, por qué los desaparecieron o reclutaron, quién dio la orden y dónde están.
Las resonancias finales fueron esperanzadoras: a través de la red, las familias encuentran apoyo, fuerza y persistencia, además, resurgieron las esperanzas de aquellos que creían que todo estaba perdido: “Podemos compartir y ayudarnos y darnos fuerzas y esperanzas, lo que le pasa a uno nos pasa a todos; por eso la importancia de las experiencias de búsqueda. Hay muchos avances en unas, otras están paralizadas”.
*Los nombres de este artículo fueron cambiados para proteger a las víctimas.
Este artículo fue publicado originalmente el 12 de marzo de 2021, aquí.