Mujeres en Caño Indio, memoria, paz y territorio

¿Quiénes son las mujeres firmantes de paz del Catatumbo? ¿Cuáles son sus compromisos con el territorio? Una conversación en Caño Indio que nos convoca al camino de la construcción de paz en Colombia.

 

Por: Ángela Martin Laiton – El Pacificultor

Un terreno arenoso, arcillado e inhóspito abre el camino hacia el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR). Desde Tibú hay que recorrer unas dos horas hasta Caño Indio, los cordones de seguridad me van anunciando la llegada. Después de un montón de casitas al borde de la carretera, un letrero gigante que se va envejeciendo dice: ETCR El Negro Eliécer Gaitán, bienvenida la gente del común.

Se abre paso una vía destapada con casas organizadas en lo que parece un barrio en construcción, lavaderos y baños comunes, murales coloridos que distintos colectivos vinieron a pintar, una escuela, gente reunida conversando en una esquina. El paisaje de cualquier lugar de la ruralidad colombiana, una foto a todo color que revela con mucha lucidez un Estado ausente.

Al final está la casa de Karina, en donde acordamos el encuentro, ella nos observa sentada en la puerta. Es una mujer de presencia fuerte, observadora y desconfiada. Tenemos una conversación cotidiana del clima y el paisaje, luego vamos a revisar el taller de confección que montó en su casa; dos máquinas y, en la mitad del salón, una mesa gigante que nunca cabría por la puerta o la ventana, la mira y nos cuenta con gracia que rompió una pared para meterla. Veo la pared y está completamente restaurada. Tiene un montón de tapabocas cortados que ha estado confeccionando en el contexto de la pandemia por COVID-19. Cada uno trae un mensaje en una cinta, el de las mujeres que se reincorporaron y tienen una apuesta por y para la vida: “contágiate de esperanza”, “protégete del odio”.

Claudia llegó minutos después, venía caminando despacio, al paso de una niña de menos de dos años que traía de la mano, debajo de una sombrilla que las cubría del sol brillante del mediodía. Un calor espeso lo inunda todo. Nos saludó con tranquilidad y se sentó a esperar. Las dos llevaban puestas las camisetas de Comprocat, la Cooperativa Multiactiva de Producción y Comercialización del Catatumbo. «Con la personería jurídica de esta cooperativa es que estamos trabajando aquí como reincorporados, porque realmente no teníamos una figura que nos acompañara jurídicamente para construir nuestros procesos ante las diferentes instancias, así que Comprocat es el sombrero con el que desarrollamos nuestras iniciativas», dice Karina, orgullosa de su camiseta.

A punto de iniciar la entrevista llegó Katherin, venía caminando despacio por un malestar en la espalda. Le buscaron cojines para acomodar la silla y que pudiera sentarse. Cada una va contando su propia historia, que también es la historia de todas, las razones por las que ingresaron a las FARC, la vida recorrida en una guerra que vivieron por más de veinte años. Cada quien va ubicando una región en la que creció, las dificultades para acceder a la educación, para manifestarse políticamente, para encontrar un lugar. Estaban sorprendidas porque tenían lugares comunes antes de la guerra y nunca, en todos estos años, se habían dado detalles de quiénes eran. «Cuando nosotros ingresábamos teníamos un pseudónimo, nadie sabía nuestro nombre, muy poco se sabía de nuestras familias y ni siquiera los niveles de estudio ni nada, uno era un combatiente o una combatiente más. Entonces, nosotros no sabíamos cosas, hasta ahora nos hemos ido enterando, algo que me ha impactado mucho en el trabajo como enlace de la Comisión de la Verdad, haciendo las encuestas aquí para presentar el informe final y saber quién es la gente, sus historias de vida, por qué ingresaron, qué los motivó. ¿Qué es lo que ha ocurrido en este país que permitió que existiera esta guerrilla?», pregunta Katherin viendo a sus compañeras.

«Yo crecí en una familia numerosa, quería estudiar pero era un imposible en ese momento», dice Claudia, después de sacar una hamaca de la maleta y dormir a la bebé. «Yo creo que el camino que más de uno decidimos estuvo marcado por la falta de oportunidades, dentro de la organización una de las cosas que aprendí fue a trabajar en odontología, nosotros recibimos un curso bastante extenso de más de dos años. Después, empezamos a desarrollar la actividad y con la práctica se va aprendiendo. Me fui volviendo ducha en ese trabajo y prácticamente la mayor parte del tiempo que estuve en las filas fue como odontóloga», agrega.

Una de las primeras cosas que Claudia hizo como firmante de paz fue viajar a Bogotá para homologar sus conocimientos en salud oral. Después de la charla, caminamos hasta su casa, cercada con madera y pintada de un verde vivo, se hizo a un jardín florido y una huerta con su compañero. El proyecto es poder ejercer como odontóloga en los años que vienen.

Con los acuerdos de paz incumplidos ampliamente, muchos excombatientes han salido del ETCR para buscar a sus familias y tratar de sobrevivir en otro lugar. «Desde mi punto de vista, la principal dificultad que nosotros hemos encontrado es esa astucia tan tremenda que ha utilizado el gobierno para desinteresar a los nuestros de los procesos colectivos y, claro, nosotros llegamos a una parte donde no tenemos nada. Nosotros como integrantes de las antiguas FARC estábamos acostumbrados a estar a toda hora en diferentes actividades, no estábamos acostumbrados a estar quietos. Nos traen aquí a un escenario de cuatro paredes en donde no se sabe qué hacer, amanece y anochece y es todo lo mismo», dice Karina.

Aún con muchas cosas en contra, son conscientes de la importancia de reconocer en la paz un proceso a largo plazo que necesita trabajo y constancia. En este momento, el ETCR cuenta con dos proyectos colectivos andando, uno de ganado y otro de gallinas ponedoras. «En el caso del ganado, este también le ha servido a los campesinos cercanos que pueden venir a pesar sus vacas. Finalmente, queremos que haya servicio comunitario, nos debemos a las comunidades. Las comunidades fueron nuestra razón de ser», cuenta Katherin con una voz pausada. Ella ha estado activa en varias responsabilidades con distintas instituciones y en este momento junto a otras mujeres gestiona el proyecto “Puntadas por la paz”.

«El proyecto incipiente que tenemos y va andando es el taller de confecciones, también va relacionado con las mujeres de la comunidad, siempre tratando de mantener el tejido social que teníamos antes. Es una visión del Consejo Nacional de Reincorporación que los proyectos no sean exclusivamente nuestros sino que nos vinculen. Queremos tejer historia por medio de las puntadas, en donde las mujeres reincorporadas tejamos a través de las memorias, los sueños, las ilusiones, y de solucionar un poco la situación económica, para cuidarnos y protegernos mutuamente. Seguir haciendo camino», agrega.

El taller se inauguró el 25 de noviembre de 2020, día de la no violencia contra las mujeres. Todavía faltan algunos insumos que esperan se puedan ir adquiriendo en el camino. El día se va yendo mientras caminamos por las instalaciones del ETCR y Karina cuenta que reafirmó su compromiso con el pueblo colombiano para la construcción de paz. Todas, desde sus propios recursos, luchan por mantenerse firmes ante él. «El proceso de paz en su espíritu está bien elaborado, si nosotros nos ponemos a estudiar los acuerdos, desde el uno hasta el seis, ahí está la herramienta para buscar mejores condiciones de vida para todos los colombianos. No es lo mismo luchar sola que luchar en colectivo», dice.

La guerra ha sido un proceso doloroso que nos ha costado muchísimo, quizás la equivocación de muchos de nosotros ha estado en creer que la paz iba a ser rápida, visible o mágica. La paz nos cuesta mucho más porque nos convoca a todos, a los que nunca empuñamos un arma y a los que sí, a las personas que queremos, pero también y, principalmente, a aquellos con quienes tenemos profundos desacuerdos. La paz es un camino difícil y siempre inacabado que vale la pena.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la primera edición del periódico Pacificultor, en noviembre de 2020.