Para Ómar Rincón, uno de los principales desafíos de la Comisión de la Verdad será lograr que su informe final tenga sentido para todos los colombianos. Por eso, agregó, “hay que hacer una comunicación mutante, que tome la forma del territorio y de la diversidad colombiana”.

 

Por: Comisión de la Verdad

A propósito de su columna ‘La verdad, la verdad, la verdad’, hablamos con Ómar Rincón, profesor del Centro de Estudios en Periodismo y de la Maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes. Habló de fakenews, yopitalismo (o capitalismo del yo) y la estética del reconocimiento como clave comunicativa. También se refirió a los tres tipos de colombianos con los que hay que conversar y del rumbón nacional que haría tras la entrega del informe final. Rincón hizo maestrías en Educación y Comunicación y posgrados en Cine y Televisión y doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Investiga, ensaya y escribe de culturas mediáticas y estéticas del entretenimiento.

 

A la Comisión de la Verdad de Colombia le tocó la posverdad, un mundo en el que cada quien tiene su verdad. ¿Cómo contar la verdad en ese contexto?

Es difícil, porque solo los bien pensantes creen que la verdad es sexi. En la vida cotidiana uno no cuenta toda la verdad, o cuenta una verdad relativa al momento. Pongo un ejemplo sencillo: años noventa, nevado del Ruiz, estaba haciendo un trabajo de campo con campesinos que migraron de Boyacá para por allá. Estuve una semana. Cada día venía una visita y cada día los campesinos tenían una verdad. A los periodistas les contaban las tragedias que vivían. Al otro día llegaba una organización del partido comunista, y eran revolucionarios. Al día siguiente llegaba la Iglesia, y todos creían en Dios. Y todas son verdades. La cuestión es el marco con el que miro la verdad. A eso, que ya era problemático, se le suman cosas en el contexto actual. La primera es el empaquetamiento periodístico de las mentiras, que es lo que crea una fake news. Lo falso (fake) existe, pero solo cuando pasa por los medios se vuelve noticias (news). Eso quiere decir que es el mal periodismo el que permite que las mentiras se conviertan en noticias. Segundo, tenemos unos líderes políticos cuyo único discurso es producir fake, políticos celebridades que no tienen proyecto de Estado, sino que son personalistas y tienen como única verdad la suya, como evangelizadores de una sociedad. Tercero, tenemos una gran necesidad de creencia; la modernidad acabó con la espiritualidad, secularizó todo, pero todos necesitamos vidas espirituales. Cuarto, hay una cancha donde las fake juegan muy bien: Facebook, que yo llamo Fakebook, y WhatsApp, las dos redes principales de las fake news. Ahí están las preguntas: qué periodismo hacemos, qué liderazgos tenemos, qué queremos creer y qué orientación de gueto nos mandan esas dos redes y Google. La verdad orientada por el big data. En ese contexto, la verdad es atractiva si se parece a mi mentira. La verdad está denostada por la realidad cotidiana y por la filosofía, que dice que la verdad no existe. La verdad, como única, solo la defienden los fanáticos. Lo fascinante es que la verdad que propone la Comisión de la Verdad es contraria a esa; es una construida entre todos, y esa no nos gusta, porque el capitalismo nos vendió la idea de que cada uno tiene la verdad. El capitalismo se convirtió en yopitalismo: todo soy yo. Y la verdad es de todos.

¿En ese contexto, cómo confiamos en una verdad plural?

Para poder creer que puede existir la paz, tengo que confiar en que el otro tiene una parte de la verdad. Pero cuando yo no le doy ninguna capacidad de verdad al otro, lo estoy excluyendo. Eso es lo que hace el capitalismo: “desconfiemos de todos”. Y la guerra también lo hizo en Colombia; la falta de confianza en el vínculo —todo el mundo es culpable, delincuente— es una de las cosas más nefastas del conflicto. Y esta pandemia nos pone mucho en circulación eso: que el peligro es el otro. Nos miramos en la calle como si nos fuéramos a matar. La Comisión tiene un problema muy duro: hacer que la verdad sea sexi y que para todos tenga un poco de sentido. Que una vez publicado el informe todos le encontramos un poquito de verdad. Tiene que parecerse a la verdad de todos.

¿Y eso cómo se hace, en términos de la comunicación y la divulgación?

La comunicación tiene que ver con la estética del reconocimiento y la identificación. Yo gozo y creo en aquello en lo que yo me reconozco, me identifico. Por eso nos gusta una telenovela colombiana y no mucho una extranjera. La pregunta comunicativa es qué tanta estética del reconocimiento, qué tanta lógica de la identificación hay. Y ahí tendría que ser una comisión de las verdades, porque es una verdad construida entre todos. La unicidad de la verdad puede ser problemática en ese sentido.

¿Cómo evalúa lo que viene haciendo la Comisión para comunicar? Me refiero a los conversatorios, las conversaciones Arte y verdad, el programa de radio en RCN ‘La verdad en voz alta’ que conduce la periodista Claudia Morales— y ‘Frente al espejo’, el programa de televisión que se emite en Canal Capital y los canales regionales.

El concepto de comunicar generalizadamente no existe. Yo comunico básicamente para dos cosas: confirmar o transformar percepciones, y confirmar o transformar emociones. No más. Si yo comunico para la gente que está convencida de que la paz es lo mejor que le ha pasado al país, lo único que tengo que hacer es confirmar esa percepción y decirle que vamos para adelante con la verdad y la paz. Si yo creo que la paz está vendiendo el país, acabando con el modelo de familia y la belleza del statu quo, mi comunicación no lo va a llevar a que crea que la paz es una maravilla, porque nadie cambia radicalmente de opinión vía comunicación. Pero tal vez sí puedo lograr cambiar el “te quiero matar” por el “me caes mal, pero con cariño”. Y hay un público en la mitad que no tiene el más mínimo interés ni en una cosa ni en la otra, porque está en el yopitalismo pleno; no le interesa saber nada de nada. A ese indiferente yo no lo voy a convertir en activista, pero sí en alguien que se haga la pregunta. He ahí tres emociones: superioridad moral, odio e indiferencia. Los superiores morales somos los peores, porque queremos educar a todo el mundo, y eso es lo peor que le pasa a la comunicación: “yo quiero que me respeten, no que me eduquen”. Ahí falta empatía. Esa empatía que tenemos con la verdad, las víctimas, los victimarios, hay que tenerla con estas otras personas. Entonces, creo que la Comisión viene comunicando para el grupo convencido. A los indiferentes no les ha sabido llegar. Y a los que juegan en la cancha de la negación, ni les hace cosquillas. Hay que jugar en los tres campos. Que Santiago Alarcón en ‘Frente al espejo’ interprete a estos tres públicos al tiempo: que aparezca uno que diga: “es que la paz es del putas”, otro que conteste: “será para usted, porque yo en el campo sufro todos los días”, y un tercero que replique: “¿de qué están hablando?”. Siempre hay que plantear ese diálogo nacional.

¿Usted qué haría con el informe final?

Una telenovela. Y que no tenga ‘la verdad’ como parte del nombre. Sería la historia de una familia donde hay un gurú que odia a todo el mundo. La familia se va ampliando y cada uno empieza a tener una versión diferente sobre ese odio. En la primera generación empiezan a matarse entre todos. En la segunda, lo mismo. En la tercera dicen: “no, ya paremos esto, que hay muchas versiones”. Dago García haciendo una telenovela que arranca en el odio y termina en el amor. Totalmente ficcional, donde cada uno encuentre un reconocimiento para su verdad. También haría música popular: un disco de corridos prohibidos, vallenatos, música llanera. Una parte de la confusión de la paz en Colombia tiene que ver con una cosa muy importante en la comunicación y la cultura: mitos fundadores, rituales fundacionales. La paz no tuvo ritual, porque cuando se firmó en La Habana, a las seis de la tarde, nadie se enteró. Luego dijeron que iban a celebrarlo en Cartagena, y terminó firmándose en el Colón. Eso necesitaba un ritual colectivo: rumba en todas las plazas del país, no otro concierto con la gente que cree en la paz. Espero que el día en que se lance el informe haya fiesta en todo el país; hay que hacerle ritual fundacional al informe final. Que cada comisionado vaya a un sitio de Colombia y arme un rumbón. Rumba en cada ciudad, cada pueblo, y del gusto del territorio, no de los cool de la música. Sin discurso. Hay que hacer una comunicación mutante, que tome la forma del territorio y de la diversidad colombiana.

 


*Esta entrevista fue publicada originalmente el 16 de octubre de 2020, aquí.