Negociación y mediación de conflictos sociales: un desafío para Colombia

Llegar a acuerdos sociales más equitativos entre la ciudadanía y las entidades estatales requiere un mayor reconocimiento de los liderazgos comunitarios. Esa conclusión se desprende de dos investigaciones que serán presentadas este jueves en la Feria de Investigación del Cinep.

 

Por Daniela Jiménez González

Foto: Flickr Agencia Prensa Rural. Mesa de Entendimiento de Hidrosogamoso, vereda La Putana, Santander, 2011.

Aprendizajes sobre procesos de diálogo y negociación en Colombia. Experiencias locales en Riosucio (Chocó), Simití (Sur de Bolívar) y Florida (Valle del Cauca) y Transformación no violenta de conflictos sociales en Colombia. Claves de lectura, paradigma de acción y retos estratégicos, son las dos investigaciones que presentará este jueves 22 de octubre el Centro de Investigación y Educación Popular en la Feria de la Investigación Cinep 2020: Publicaciones para Tiempos Difíciles. Ambos estudios ayudan comprender los logros que ha tenido Colombia en el proceso de abordar los conflictos sociales de manera constructiva y sostenible, y los desafíos que aún perviven.

En el primer documento, los investigadores Diego Bulla Beltrán, Laura Henao-Izquierdo y Juan Carlos Merchán Zuleta recopilan los resultados de una investigación que comenzaron desde 2018 tomando como punto de referencia el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC. El objetivo de dicho estudio fue comprender cómo el uso de estos esquemas no violentos permitió la consolidación de acuerdos similares a los de La Habana en otras regiones del país y si lo que allí se pactaba respondía, posteriormente, en el momento de la implementación, a las demandas ciudadanas de estos territorios. Para ello se apoyaron del análisis de tres experiencias locales de diálogo en Chocó, Bolívar y el Valle del Cauca.

En el segundo documento, derivado de esta misma investigación, los investigadores propusieron una metodología de trabajo para ampliar la literatura existente sobre diálogo y negociación, y su aplicación a un contexto de implementación de acuerdos de paz. En su propuesta los autores se enfocaron en tres desafíos: la multiplicidad cultural, étnica, social y económica de los territorios; los riesgos para los actores locales que participan en procesos de transformación no violenta de conflictos sociales; y el riesgo de improvisación, dada la baja estructuración a la que tienden algunas experiencias.

Para conocer mejor el proceso de esta investigación y los resultados obtenidos, Hacemos Memoria dialogó con la investigadora del Cinep Laura Henao Izquierdo, quien es antropóloga, economista y magister en Sociología.

 

¿A grandes rasgos, qué similitudes encontraron en los tres casos de negociación y diálogo que estudiaron en Chocó, Bolívar y Valle del Cauca?

Hay ciertas similitudes en los procesos y algunas generalidades. Muchos actores internacionales se sorprenden cuando llegan a Colombia a hacer trabajo de campo y se encuentran con este carácter intercultural, eso es un elemento clave para los procesos de diálogo y negociación que tienen que ver con las visiones que cada uno de los actores sociales tienen sobre su territorio. Eso también implica un ejercicio de poder, es decir, un esfuerzo por traducir muchas de las narrativas que existen desde el nivel estatal a las comunidades.

Hay otro tema que para nosotros es clave, que lo llamamos como consciencia autocrítica, y tiene que ver con la dificultad de transmitir un mensaje unificado, porque al interior de las comunidades o los colectivos con los que trabajamos también existen muchos disensos que no se han tramitado. Entonces eso pasa por hacer un ejercicio de consciencia y de construcción al interior de los grupos sociales antes de llegar a estos espacios de negociación o de diálogo social.

Menciona que cuando otros países vienen a hacer trabajo de campo se sorprenden de estas dinámicas locales. ¿No ha sido lo suficientemente explorado en Colombia el tema de la mediación?

En La Habana, sin duda, se abrió una ventana de oportunidad para generar un discurso en el que este tipo de procesos son útiles y válidos y se pueden replicar en el territorio. Sin embargo, en Colombia han existido mesas desde hace muchos años, aunque sí hubo un aumento inusitado, en el 2014, de procesos entre los movimientos sociales y la institucionalidad en cabeza de distintas entidades, sobre todo del Ministerio del Interior. No es como que de repente sea un ejercicio nuevo, porque eso ya se venía haciendo.

Algo por destacar es que nos encontramos con muchísimos mediadores innatos. En los Consejos comunitarios los miembros o líderes de la junta directiva han tenido que hacer muchos ejercicios de mediación en temas de conflictos localizados, pero de una manera empírica y que obedece a esas características con las que nacen algunas personas, con la disposición a escuchar de manera activa a las contrapartes. De todas maneras, no hay una generación de indicadores que permitan hacer un seguimiento más juicioso a los procesos. Esa ausencia de estos mecanismos de memoria puede derivar en que los procesos se ralenticen cuando cambien los liderazgos, o se pierdan recursos, o se malgaste tiempo en repetir las mismas demandas de años atrás.

¿Cuál es el reto más importante en las preparaciones previas antes de iniciar un proceso de este tipo?

Estos procesos exigen mucha preparación que, a veces, no es reconocida por las personas que no están en medio de diálogos, negociaciones y mediaciones, y que parece que se redujera a los espacios en la mesa, o en la sala donde se discuten los temas a tratar. Eso detrás tiene un montón de personas trabajando, haciendo una preparación adecuada y, en ese sentido, eso también requiere la consciencia de que son procesos que no se pueden hacer en un periodo de tiempo demasiado corto.

Eso tiene que estar en balance con el tema de flexibilidad, es decir, las personas a veces llegan a la mesa con sus propias propuestas y hay una tendencia a creer que lo que se lleva a la mesa ya está escrito en piedra. Eso hace que sea más difícil trabajar en uno de los elementos más constitutivos de estos ejercicios de diálogo que es la posibilidad de hacer propuestas conjuntas. Ahí hay que trabajar para que las partes de un conflicto entiendan que esa preparación no implica una inflexibilidad a la hora de generar propuestas conjuntas con la contraparte.

¿Cómo el recrudecimiento del conflicto armado puede perjudicar, precisamente, estos procesos de mediación?

La situación actual de líderes y lideresas en el país ha empeorado durante la implementación de los Acuerdos de paz, con unas dinámicas de violencia selectivas y con el aumento de las masacres, pero, como hemos visto, a unos perfiles muy concretos de liderazgos que rompen el tejido social de las comunidades. Eso incide en los diálogos y en las negociaciones. Allí lo que nosotros queremos visibilizar es la importancia de que estos ejercicios propios pasen por estrategias de autoprotección histórica de las comunidades a la hora de plantear temas difíciles o polémicos en los espacios o en las mesas de negociación. Entonces es tener en cuenta estas estrategias propias que son las mismas que también han utilizado los mediadores históricos de las comunidades, a su manera, por supuesto, de una forma menos sistemática, pero necesarias y válidas en sus procesos de resistencia durante el conflicto armado.

Mencionan en el informe que la institucionalidad del Estado no ha sido capaz de responder a las necesidades reales de esos procesos de diálogo. En el escenario actual, ¿cuál podría ser una forma más eficiente de traducir esas narrativas a lo local y comunitario?

Ese es un reto enorme que toca muchos de los espacios que se realizan con las comunidades, no solo en el caso de diálogos, negociaciones y mediaciones. Sin duda eso tiene que pasar por entender o generar una consciencia frente a la importancia de la comprensión en estos procesos, sin la cual no se va a llegar a un acuerdo o a una generación de consensos sostenibles e implementables. Hay que tener paciencia, estos son procesos que no se dan en un mes, de hecho, nosotros estamos planteando tener ejercicios que tienen apuestas de dos años.

En La Habana se demoraron cuatro años y les faltó hablar de un montón de cosas. Por un lado, paciencia y entender que estos procesos no se pueden dar en el corto plazo porque se pueden generar más conflictos y tener repercusiones en la confianza entre las partes, eso también implica un ejercicio pedagógico que incluya el diálogo de saberes, todas esas capacidades que se han generado en los territorios y que llevan años construyendo paz, coger todo ese acervo cultural y todas esas tradiciones que ya existen para uno poder transmitir el mensaje.

Creo que ahí hay que meterle mucho a la mediación pedagógica, en la que se recojan todos esos aprendizajes y esas capacidades que ya existen en los territorios para transmitir mensajes mucho más comprensibles. La comprensión es fundamental en el éxito de estos ejercicios de participación.

¿Qué viene para el equipo de la investigación en esta línea de mediación?

Hay un tema que nos viene llamando la atención y es el monitoreo y seguimiento de los procesos, en particular porque la implementación de los acuerdos muchas veces se deja para el final y eso corre el riesgo de que, si hay incumplimientos de alguna de las partes, pues eso va a tener unas consecuencias dificilísimas de abordar después. Ahora todo el tema de generación de consensos, pero en particular de acuerdos parciales (y no finales), es un tema en el que quisiéramos tener mucho cuidado porque nos encontramos con afirmaciones que podrían entrar en tensión. Es interesante ver cómo existen unos indicadores de avances por parte del Gobierno, pero hay también un histórico incumplimiento de los acuerdos por parte del Estado que genera muchos espacios de protesta.

¿Eso quiere decir que ha sido el Estado la contraparte más negligente?

Ambas partes tienen razón: por un lado, sí hay un incumplimiento histórico de un Estado que es débil en muchos territorios de Colombia y que no ha logrado generar esas condiciones sostenibles para la paz, pero, por el otro lado, no se puede desconocer que sí han existido algunos esfuerzos por cumplir otros acuerdos parciales o consensos que para el gobierno son un avance en la generación de confianza entre las partes. Hay que trabajar en cómo hacer que ambas partes conozcan un poco esa visión de la otredad en términos de acciones; hablar por hablar no nos lleva a ningún lado. Esto implica trabajar en dos niveles: primero, en la transformación de las subjetividades, es decir, que las personas que hagan parte de estos procesos de verdad vayan cambiando durante los mismos. Segundo, en un ejercicio donde se vean acciones y en el que podamos acompañar a la implantación de algunos de estos acuerdos parciales para ir generando confianza también desde la acción.

¿Ha podido Colombia sobreponerse a esa tendencia de negociación de amigo-enemigo, desde los extremos? ¿O ha sido todo desde la negación del otro?

Eso parte de un momento en el que la polarización está reinando y esto retrasa la posibilidad de negociar sin basarse en radicalismos y en extremos. Eso también depende de la estrategia de negociación que se use: si llegas a la mesa con líneas rojas muy claras, eso tendrá aplicaciones en el ejercicio de transformar las subjetividades. Pero, más que el Estado, este es un resultado de un momento histórico en el que nos encontramos. La polarización no es un tema solo de Colombia. Si miras a Estados Unidos, allí también hay altos índices de polarización que, además, nos afectan.

Nosotros estamos haciendo unos estudios muy preliminares sobre las narrativas que se tejen en Twitter. Miramos cómo la gente reacciona a los distintos tipos de protesta que suceden en Colombia. No es lo mismo las narrativas que se pueden ver alrededor de paros de estudiantes a las que se tejen alrededor de paros de maestros o jueces. Esa polarización tiene efectos en las mediaciones. Cuando hay negociadores o personas que hacen parte de los diálogos en representación de grupos sociales, también se genera responsabilidad en estas personas frente a los grupos sociales que representan. Si hay una polarización muy fuerte por fuera del espacio, en la mesa será mucho más difícil tomar decisiones o llegar a consensos.