México no sabe el total de víctimas que han sido enterradas en fosas: Alejandra Guillén

La periodista Alejandra Guillén habló sobre El país de las dos mil fosas, investigación que ganó el Premio Gabo en 2019 tras revelar la magnitud de los hallazgos de entierros clandestinos en México.

 

Por: Estudiantes del curso Periodismo y Memoria*

Foto: Rocío Arias Puga

Entre 2006 y 2016, descubrieron en México casi dos mil entierros ilegales de los que se lograron recuperar 2.884 cuerpos y miles de restos y fragmentos de huesos, pero solo 1.738 han sido identificados, según la investigación El país de las dos mil fosas.

Dicho proyecto logró revelar las cifras de esta barbarie, que son muy superiores a la información oficial entregada por el Gobierno mexicano. La investigación estuvo a cargo de un grupo de periodistas radicados en distintos puntos de México y Estados Unidos, quienes trabajaron de manera independiente, remota y colaborativa.

Alejandra Guillén hizo parte del equipo que coordinó la investigación que ganó el Premio Breach/Valdez 2019, el Premio Gabo 2019, en la categoría de Cobertura; y el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación Javier Valdez en 2019.

 

Alejandra, ¿cómo surgió la investigación sobre las fosas clandestinas en México?

El país de las dos mil fosas es la primera investigación que lanza el proyecto A dónde van los Desaparecidos, que se ha dedicado específicamente a la investigación periodística sobre desaparición de personas.

Fueron varios años de trabajo, recopilación y conteo de las fosas. Descubrimos que el periodo que nos interesaba era desde 2006 hasta 2016 y tiene que ver con la mal llamada “guerra contra las drogas”. Cada quien tiene su versión del asunto, pero para mí el resumen más sencillo es que se trata de una guerra para ver quién se queda con el negocio de las drogas.

En México existían algunos informes, en especial de autoridades, sobre fosas clandestinas, sin embargo, veíamos que sus metodologías no servían para lo que nosotros estábamos buscando y no eran completamente transparentes.

Metodológicamente creíamos que se tenía que hacer otra base de datos porque queríamos visualizar: ver en un mapa cómo iban apareciendo las fosas por fecha y por ubicación, en qué lugares o de qué forma se había expandido la violencia, de manera que la información nos diera pistas para investigar ciertas zonas y para abrir preguntas de algo que se desconocía por completo. Entonces, en ese sentido fuimos caminando.

Nos interesaban las fosas porque lo que hay ahí son personas que murieron en condiciones atroces, víctimas de las que probablemente hay familias que las están buscando en algún lugar, porque evidentemente la fosa es un lugar de ocultamiento, eso es lo que se busca, que la familia no se entere.

Pero también queríamos saber si esos cuerpos estaban siendo identificados, es decir, después de tener el hallazgo de una fosa clandestina, ¿qué estaba pasando con estos cuerpos? ¿los estaban regresando a casa o se estaban quedando como no identificados y pasaban de una fosa clandestina a una fosa administrada por el gobierno?

En México llamamos fosas clandestinas a las que cavan los criminales de manera ilegal, aunque eso no significa que no pueda haber autoridades involucradas; y las fosas comunes son las que administran los gobiernos municipales, donde se llevan a los cuerpos no identificados.

En este momento México no sabe el total de víctimas que han sido enterradas en las fosas ya localizadas y aún faltan todas las que siguen ahí, esperando que alguien las pueda encontrar. De todas esas víctimas muchas no podrán ser identificadas por las prácticas, las técnicas, la concreción de la desaparición como, por ejemplo, deshacerse de los cuerpos a través del fuego o de otros mecanismos, y también probablemente por malos registros de las autoridades.

¿Cuánto tiempo estuvieron investigando y por qué limitaron el proceso a fosas encontradas hasta 2016?  

Empezamos las solicitudes de información a principios de 2017, entonces, como queríamos visualizar por año, decidimos que el tope sería 2016. Nos quedamos hasta ahí porque no podíamos recoger lo que iba apareciendo mientras investigábamos.

Yo pensaba que el proceso iba a tardar dos meses, pero tardamos un año y ocho meses en poder armar la base de datos porque requirió trabajo, era demasiado caótico todo, teníamos que revisar y confirmar. Hicimos revisión de toda la información muchas veces, porque había muchos errores, fue muy desgastante.

En México existen brigadas de búsqueda integradas por familiares de personas desaparecidas ¿Cómo funcionan? ¿Son reconocidas por el Estado?

Probablemente las primeras búsquedas que se hicieron ocurrieron en Tijuana, por colectivos poco visibles todavía en el país. Esto se volvió un boom cuando desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa y se hicieron las primeras búsquedas con el Estado. Se encontraron fosas, pero no eran los estudiantes, entonces las otras familias de desaparecidos dijeron: “ey, no son solo los 43 normalistas. Son miles de personas más a las que estamos buscando”. Lo que hicieron fue irse a los cerros, se consiguieron aliados campesinos que conocen muy bien los territorios y se fueron a buscar.

Muchas otras familias en el resto del país empezaron a ver y a decir: “¿por qué no hacemos lo mismo? En vez de estar esperando, metiendo papeles y documentos a las investigaciones en Fiscalía, que no tienen ningún avance, pues nosotros vamos a hacernos cargo de las búsquedas”.

Así surgieron grupos por todos lados. No se requiere más que de señoras que deciden ir a buscar, tienen información y sus propias metodologías. Algunas buscan en vida, algunas buscan en fosas. Las búsquedas requieren de alianzas de las comunidades, pues en muchos lugares hay testigos que son quienes dicen en qué predios pueden buscar. Por ejemplo, el terreno más grande que se ha usado como fosa está en el puerto de Veracruz y lo encontraron las familias. Allí localizaron 300 cuerpos. Si no hubiera un trabajo de búsqueda de las familias, no tendríamos ese registro ni esa cifra tan alta. Tal vez hubieran quedado en el olvido la mitad de esas fosas.

Cada colectivo tiene su propio método, pero casi siempre tienen que avisar a las autoridades porque son zonas que siguen siendo muy peligrosas; en algunos lugares hay apoyo, a otros se van solos, en otros se hacen mega operativos. Entonces, son búsquedas autónomas, aunque las tengan que acompañar las autoridades.

¿Es necesario esperar a que haya una búsqueda oficial por parte del Estado para empezar la investigación periodística o es posible partir desde cero y con la información incipiente que se pueda tener?

Nosotros no hubiéramos hecho esto si las autoridades no tuvieran el registro. Sería muy difícil irnos con la familia, prácticamente tendríamos que hacer búsqueda nosotros…. Creo que depende de cada contexto. Yo lo que sí veo importante es que, cuando hay un hallazgo, si se puede ir al lugar, sería lo ideal. Todo lo que se pueda recoger va a ser fundamental para la reconstrucción años más tarde. A nosotros nos gustaría regresar a muchas de las fosas, a muchos de los casos, no importa que hayan sucedido hace 20 años, pero si hubiera habido quien registrara eso, ayudaría bastante para reconstruir.

A mí me ha ayudado mucho lo que han hecho otros colegas de la nota diaria, porque ahí van saliendo muchos casos. Algo que yo quisiera hacer es estar yendo a todos los hallazgos y tener muy bien los registros de cada lugar: fotos, videos, apuntes, entrevistas, porque eso es lo que nos va a permitir reconstruir. Creo que ahí estarán las claves de muchas cosas que en diez y veinte años nos vamos a preguntar.

En el trabajo de campo y en la reportería, ¿qué medidas de autocuidado tomaron para delimitar hasta qué punto llegar?

Queríamos hacer un recorrido por las fosas más importantes, especialmente Marcela Turati y yo. Empezamos haciéndolo en Michoacán, porque conozco y he reporteado allá. Lamentablemente muchos de estos lugares siguen siendo utilizados por el crimen organizado y al final la manera en que armamos el reportaje fue a partir de lo que ya teníamos.

Contábamos con conocimiento de muchos lugares por trabajos de campo previos, había muchas cosas que ya teníamos reporteadas, años de experiencia en esto y entrevistas e información de muchos sitios. En un segundo momento sí me gustaría recorrer esos lugares porque así se podrían resolver incógnitas que tenemos.

Lo que hacíamos era más bien estar todo el tiempo hablando de cómo nos sentíamos, de cómo estábamos. Tratamos de mantener el cuidado porque, aunque eran aparentemente solo datos, estar alimentándote de eso todos los días durante años sí llega a tener repercusiones.

A propósito de la coyuntura que estamos viviendo por la pandemia ¿Qué aprendizajes tuvieron ustedes a partir de esa experiencia para desarrollar investigaciones periodísticas a distancia?

Pues yo creo que ahorita es un momento maravilloso para empezar a buscar y armar bases de datos o analizar información que ya es pública. Se puede empezar al menos a sondear o a construir un problema de investigación. Es un buen momento para empezar a hablar, por ejemplo, con gente de otras disciplinas, para cuajar o para analizar información.

Si yo ahorita tuviera tiempo para hacer algo así, pues me dedicaría a hacer un buen trabajo metodológico, buscar información en redes. Las reuniones a distancia se pueden, claro que siempre hace falta vernos y a veces es muy difícil trabajar en casa. Yo estaba cansada de solo verme a mí. Un trabajo así requiere de momentos de crisis y de hartazgo e implica un trabajo aislado. En ese momento estábamos aisladas, entre comillas, pero ahora que está mucho más agudizado el asunto, lo ideal es tratar de encontrar esos espacios de serenidad y mucha disciplina para trabajar.

 

El equipo base de la investigación El país de las dos mil fosas. Foto: Fundación Gabo.

Nota: La investigación El país de las dos mil fosas fue desarrollada por Alejandra Guillén, Mago Torres, Marcela Turati, David Eads, Erika Lozano, Paloma Robles, Aranzazú Ayala, Alejandra Xanic, Mónica González Islas Gilberto Lastra, Mayra Torres, Juan Carlos Solís, Ana Ivonne Cedillo, Gabriela De la Rosa, Sandra Ley, Pedro Pardo, Félix Márquez, Queso Rayones y Rafael del Río.

 


*El curso Periodismo y Memoria es ofrecido en el pregrado de Periodismo de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Esta entrevista es producto de la interacción virtual de los estudiantes con Alejandra Guillén, quien participó en una sesión de clase en abril de 2020.