En los años noventa Medellín fue conocida como la ciudad más violenta del mundo, pero, en medio del estigma, se llenó de personas que con arte, literatura y esperanza inspiraron a generaciones de líderes y profesionales con disposición para aportar a un cambio social.
Por Yonatan Duque, Mi Comuna*
En “El Villa”, como le dicen sus habitantes al barrio Villa del Socorro, ubicado en la Comuna 2 (Santa Cruz) en el nororiente de Medellín, hay una plazoleta a cuyos alrededores está el Liceo Villa del Socorro, El Parche, un parque infantil y un pequeño salón en el que a mediados de los noventa, en medio de la violencia por la confrontación entre grupos de milicias, nació el primer centro de lectura de la ciudad creado por la Fundación Ratón de Biblioteca, que para muchos niños y jóvenes se convirtió en un escape de su realidad.
Wber Zapata, habitante de la Comuna 2 reconocido por su liderazgo social, fue uno de los adolescentes que en los años noventa conoció, habitó y trabajó en ese pequeño salón que se convirtió en la primera sede de la Fundación Ratón de Biblioteca.
En esa época “los jóvenes, sobre todo hombres, no podíamos ni estudiar. Estábamos siendo perseguidos y asesinados. En un salón de clase de 50 personas, más del 80% eran mujeres, pocos de nosotros hombres”, relató Wber Zapata, que en ese tiempo era estudiante de bachillerato y prestaba su servicio social en ese saloncito repleto de libros y juegos.
Pero frente a este lugar, recordó Wber Zapata, el parque infantil se convirtió en una zona de muerte. Allí se presenciaron las escenas más fuertes de violencia que, durante 1995 y 2000, se hicieron frecuentes. Atracos, explosiones de petardos caseros, asesinatos de niños y jóvenes, enfrentamientos entre las bandas de Andalucía y Villa del Socorro eran comunes en esos días. Era un callejón sin salida.
Una dura época para el barrio
El 16 de mayo de 1994 los tres grupos de milicias populares que existían en la zona nororiental de Medellín se reunieron en la cancha del barrio Granizal, hoy Comuna 1, para formalizar el proceso de dejación de armas. Ese día estos grupos de hombres y mujeres que según contó Mauricio**, exintegrante de las milicias populares, habían decidido salir a defenderse por el cansancio frente a los asesinatos en la zona, creyeron en la posibilidad de solucionar la situación a través del diálogo y la conformación de nuevas dinámicas de lucha social y defensa del territorio.
Sin embargo, las fracturas de las relaciones entre algunos integrantes significaron un recrudecimiento de la violencia. Iniciaron, por un lado, rivalidades internas y, por otro, alianzas macabras que terminaron con la emergencia de una nueva ola de crímenes, más fuerte e inhumana que la anterior. “Fue una época dura para el barrio”, afirmó Mauricio.
El barrio Villa del Socorro fue uno de los más afectados por la violencia y con el mayor número de asesinatos, según el informe Medellín Basta Ya publicado en 2017 por el Centro Nacional de Memoria Histórica. Desde «El Parche», espacio creado por jóvenes líderes de la zona, se empezó a trabajar en procesos sociales para la generación de conciencia social y, su trabajo, evocó la construcción del Núcleo de Vida Ciudadano del barrio Villa del Socorro, creado por la intervención de la Consejería Presidencial para Medellín en la que el Gobierno Nacional, representado por María Emma Mejía, dispuso ayudas de intervención social para la ciudad.
Fue así como este espacio, habitado por la violencia, empezó a llenarse de esperanza, de espacios que inventaron otras formas de lucha desde las artes, la formación política y el fomento de lectura con la Fundación Ratón de Biblioteca que en 1994, viendo la necesidad de descentralizar y profundizar el trabajo social y cultural que inició en los años 80, “se estableció en un territorio específico al crear el primer Centro de Lectura de la ciudad, ubicado en el barrio Villa del Socorro de la Comuna 2”[1].
Una lectura liberadora
Yamilí Ocampo entró a Ratón de Biblioteca siendo una joven de 19 años y se enamoró del ejercicio de la promoción de lectura. Allí, dinamizó la sala de lectura infantil y, junto a los habitantes de este territorio, vivenció momentos violentos, pero también otros que los define como “unos años muy felices”.
«Hace poco me encontré a un chico en la Universidad de Antioquia, me vio y me grito: ´por su culpa, por su culpa´. Yo quedé pasmada, después lo recordé y nos abrazamos. Me decía que por culpa mía y de los libros de filosofía que, como niño le encantaba leer en compañía nuestra, ahora es antropólogo y cineasta», narró Yamilí, con una nostalgia y un brillo en los ojos, de esos que anuncian los recuerdos bonitos.
Es que ella, al igual que una de las dos promotoras de lectura, una directora, una asesora y una bibliotecaria, llegaron escudados con libros para avivar el espacio que les donó la Consejería que, pese a lo pequeño, era acogedor y protector. “El espacio parecía encantado, pese a las balaceras que se armaban al frente, nunca se veía ni un tiro en la reja, era como mágico», aseguró Yamilí.
De forma lenta, el espacio se extendió hasta el pequeño parque. Los dinamizadores lo empezaron a ocupar con actividades como la hora del cuento, talleres de teatro y de escritura. Al tiempo realizaron clubes de lectura y llevaron escritores. También, durante esos tres primeros años, lograron ampliar el centro de lectura, que decoraron con un entresuelo y se crearon nuevos espacios como el salón de artes y el de lectura infantil y juvenil. El hecho de realizar el ejercicio para el fomento de la lectura en este territorio era ya un reto, lo mismo que llevar a los niños y las niñas a paseos, toda una odisea, pues incluso para los más pequeños había restricción en el cruce de las fronteras.
Pero el último año en el que estuvo Ratón de Biblioteca en este lugar, empezaron a pasar todo tipo de acciones violentas. Antes respetaban mucho el espacio, pasaban al lado y ya. Pero después de la muerte de uno de los líderes juveniles más queridos por el barrio, todo empeoró, hasta el punto que el centro de lectura fue asaltado. Ahí se dieron cuenta de que ya no era fácil seguir por seguridad y para proteger sus vidas decidieron cerrar.
Pese a esto, el proceso del centro de lectura dejó grandes profesionales y líderes sociales, capaces de crear y trabajar por su territorio. Fue un tiempo necesario para germinar las semillas que hoy empiezan a brotar.
* Esta crónica es producto del trabajo realizado por la autora durante el proceso de asesoría del proyecto Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia, con apoyo de DW Akademie, a un grupo de medios comunitarios de Medellín entre 2017 y 2018.
** Nombre cambiado por solicitud de la fuente para proteger su identidad. Ex combatiente de las milicias, quien actualmente es líder social en la Comuna 2.
[1] S.a. (2016). Leer es poder: 30 años de la Fundación Ratón de Biblioteca. Medellín: Tragaluz Editores.