La periodista y directora de Hacemos Memoria, Patricia Nieto, habla de las narrativas como talismanes que nos abren la puerta al esclarecimiento. No como la verdad absoluta, pero sí como la puerta para que la sociedad decida caminar hacia la verdad.
Foto: Julián Roldán – Hacemos Memoria
En la sexta entrega de Hablemos de Verdad, la periodista Patricia Nieto, doctora en comunicación de la Universidad Nacional de la Plata, Argentina, magíster en Ciencia Política y directora de Hacemos Memoria, habla de las narrativas como talismanes que nos abren la puerta al esclarecimiento. No como la verdad absoluta, pero sí como la puerta para que la sociedad decida caminar hacia la verdad o hacer un camino en el que su propuesta política fundamental sea esclarecer lo que pasó, como un norte para la sociedad.
Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablan sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.
¿Qué tiene que ver la forma en que contamos lo que pasó con la posibilidad de que la guerra no continúe?
Patricia Nieto: Narrar la violencia nos pone en diferentes escenarios. Hay narraciones íntimas, de la boca de quien lo vive, donde se comparte ese recuerdo hecho palabra de lo que pasó, la gente pone en su boca lo que vivió su piel. Este es un nivel auténtico, genuino, sentido, espontáneo de lo que se cuenta. Esa persona tiene control sobre lo que dice, en qué escenario lo dice, con qué intencionalidad, ante quiénes y para qué. Cuando ese testimonio se junta con otros ya no es una voz única, son múltiples voces que han contado lo mismo o un hecho similar en una región y van poniendo capas de palabras que ordenan la realidad poniéndole tiempo, orden cronológico, de actuación, intensidad dramática, voz sobre voz. Se va armando un relato en el que muchas voces suman, que podríamos llamar el relato de lo que pasó. Pero eso tiene otros niveles: cuando otros actores sociales entran en el proceso de narrar empieza la mediación y ya no necesariamente esa voz genuina, auténtica y espontánea del sobreviviente es la que se propaga, sino el relato mediado por toda esa capa de narradores intermedios que puede haber entre el sobreviviente y la persona que escucha el relato. Se sobrepone en muchos casos de manera muy fuerte la voz del que interpreta, la voz de la autoridad política, académica o intelectual que le da legitimidad a esos relatos, porque nuestra cultura está en una estructura que es vertical, así que en lugar de reconocerse desde la primera voz que traté de dibujar, se reconoce desde la última, desde el nivel interpretativo más alto. ¿Esas voces dichas en distintos escenarios, con distintos registros y distintas intenciones, contribuyen a que no queramos repetir eso hechos o volver a pasar por esos hechos? Creo que hay una gran posibilidad de que esas voces dejen una huella tan profunda en una sociedad que en efecto sirvan de contención a la violencia por la vía del reconocimiento. No es solo escuchar una historia, sino que esa historia nos haga reconocer lo que pasó, y tener el talante moral para que la sociedad diga que eso que se cuenta ahí no tendríamos que volver a contarlo porque no debería volver a ocurrir. Habrá mayores posibilidades de no repetición cuando esos relatos entren tanto en lo que podríamos llamar la cultura, una cultura que le diga de manera auténtica y colectiva NO a la violencia. No es el relato individualizado el que nos va a conducir a que alguna vez haya convivencia, es el relato que vincula, que se instala entre nosotros como si fuera el talismán que nos conduce a saber la verdad, es decir, las narrativas como talismanes que nos abren la puerta al esclarecimiento. No son la verdad, pero son una llave que puede abrir una puerta para que la sociedad decida caminar hacia la verdad o hacer un camino en el que su propuesta política fundamental sea esclarecer lo que pasó, como un norte para la sociedad.
¿Cómo se cuenta?
Patricia Nieto: Hay una trasescena de estas narrativas que es la búsqueda de las razones por las que suceden los hechos y cómo suceden. Ese es la escena detrás de la crueldad, lo que nos permite como sociedad reconocer las razones históricas de la conformación de las relaciones entre hombres y mujeres, entre campesinos y citadinos, entre jefes y subordinados, en todas esas escalas reconocer qué es lo que en una sociedad hay que desactivar, porque cuando se pasa el nivel del respeto por el otro y cuando el soldado da el paso de cometer el delito es porque estamos habilitados para dar ese paso. Habría que saber qué es lo que pasa en la sociedad nuestra para poderlo revertir y para que cada sujeto en la sociedad sepa que no lo puede hacer. El corazón de los relatos es el drama, que es lo que permite que una historia tenga sentido, sea leído, la gente se interese por ella hasta el final para poder saber cómo se vivió. Pero en las historias de la violencia que nosotros contamos, de cualquier tipo de violencia, siempre tienen que estar entre los corredores de ese drama las explicaciones. Sin las explicaciones a las posibles causas, la historia va a ser la fachada.
¿Cuál es la tarea de la Comisión de la verdad, cuando ya tenemos muchos relatos recogidos por otras organizaciones como el Centro Nacional de Memoria Histórica?
Patricia Nieto: A veces se habla de un ‘boom’ de relatos, algunos muy divulgados y otros que se quedan en escenarios muy locales. Uno podría fijar la atención en algunos de ellos. En el año 54 se publicó “Lo que el cielo no perdona”, un relato del padre Fidel Blandón, que firmó con el seudónimo de Ernesto León Herrera porque en esa época corría peligro. Él era el cura de Uramita, de la zona del Occidente de Antioquia. Hace un relato muy vivencial de él como párroco; un relato visceral, con rabia, dolor, nombres propios, fotos. En el 62 viene ‘La violencia en Colombia’: dos tomos firmados por el padre Germán Guzmán, acompañado de Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. En 2010 sale el libro del padre Javier Giraldo ‘Fusil o toga. Toga y fusil’, que reconstruye lo que pasó en San José de Apartadó. Esa historia empieza en 1977, con los primeros asesinatos que él reporta en esa zona. Otra vez un relato muy crudo, intenso. En 2013, el ‘Basta Ya’: el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), y todos los informes del CNMH. Si uno hace ese recorrido, solo por mencionar unos relatos que se destacan, se pregunta: si esto lo sabemos, ¿por qué siguen pasando estas cosas? Todos esos informes, incluido el que se presentó en La Habana (Informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas), se preguntan por qué pasa, cómo pasa, cuáles son los patrones y qué podemos hacer. No hay otra ruta. Va a venir un nuevo relato de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad. No tenemos por qué esperar que nos dé la verdad, como si fuera un tribunal que va a hacer un expediente único, fijo y definitivo. Yo diría que la tarea es ser una gran activadora del diálogo. La expectativa mayor es que nos deje habilitados, conmovidos, dispuestos a continuar contando y a que esa palabra, “esclarecer”, sea parte de la conciencia política de todos los colombianos. Si la Comisión tiene un tiempo finito, un día en que se acaba, ese día no se acaba el ejercicio que la Comisión sembró. Eso debe quedar como parte de una convicción política de ser colombiano. Que ser colombiano sea tener la predisposición a la práctica de la conversación, del relato, con el fin de esclarecer. Es importante que la Comisión nos deje eso pegado en la piel. Eso puede ser más importante que las 100 o 22 páginas del informe final. Claramente ese documento es importante para reafirmar cosas que ya nos han dejado otras investigaciones, y para abrir otras luces: lugares que permanecían oscuros en los años anteriores o cosas que la gente no estaba preparada para contar.
¿Qué tipo de relatos siguen ocultos?
Patricia Nieto: Uno ve, por ejemplo, el Bajo Cauca como una cápsula de Colombia. He estado interesada en la historia de Adán, el campesino que asesinaron hace más de un mes, y que los asesinos lo dejaron tirado en una manga y prohibieron recogerlo; ese cuerpo estuvo allá como 10 o 12 días. Uno lee el informe del CNMH, también hay cadáveres insepultos. Se va al informe del padre Giraldo, y también hay cadáveres insepultos y decapitados, exhibidos para que la gente se horrorice. Y se va a la violencia del año 62, y también está eso. Se repite, se relata, se vuelve a relatar y sigue pasando. Entonces, si estamos en una transición y tenemos esas cápsulas como el Bajo Cauca, o el Cauca o el Catatumbo, con toda la complejidad de la reaparición de grupos armados, definidos o no, asociados a la lucha política o al narcotráfico, es como estar ad portas de una nueva conflictividad a la que seguramente le vamos a poner un nombre distinto a conflicto armado interno. Este es otro momento. Entonces, sí guardo la esperanza de que la Comisión ilumine esos otros asuntos oscuros.
¿Cuál es el papel de los periodistas en la activación de esos diálogos sociales?
Patricia Nieto: Los periodistas tenemos una tarea clásica que es contar lo que pasa: informar a la sociedad con unos principios de diversidad de fuentes, equilibrio informativo… Y una de las cosas que está pasando en Colombia es que la memoria ha emergido como una práctica social. El periodismo debe reportar la noticia de que Colombia está haciendo memoria, está narrando lo que pasó, está ocupándose de recoger esos testimonios. Hay que contar lo que las instituciones y las comunidades están haciendo con disciplina y constancia. Por otro lado, el periodismo debe romper la burbuja de la actualidad y abrir espacios para la conversación a partir de lo que se publica, ser activador de diálogo. Hoy es parte del trabajo que después de una investigación haya debate, conversación y participación de los lectores. Y finalmente, situándonos en el campo del trabajo por la memoria, el periodismo como proceso de investigación tienen la tarea de ir a lo que llamamos pasado: acompañar a las personas que han vivido esos hechos a visitar esas imágenes de otro momento, y traerlas para que sean actuales hoy. Ir al pasado con la tarea de hoy, que es volver noticia el pasado.
¿Cree que el informe final debe tener una narrativa territorial?
Patricia Nieto: Cuando hicimos el video del ‘Basta ya’, que se llama ‘No hubo tiempo para la tristeza’, no dijimos que había un enfoque territorial, pero los capítulos son territoriales: está Amazonas, Chocó, Medellín, San Carlos, Córdoba… No fue mujeres, niños, violencia, sexual… fue territorial. Creo que eso tiene una importancia dado que es un país de mapitas por dentro, de muchos mapas que se conectan por una carretera o que están separados por una serranía, un río o el origen distinto. Uno se pregunta cómo cuenta el Magdalena Medio y cómo cuenta La Guajira. Para una comunidad la violencia puede tener unas respuestas y para otra, unas diferentes. Buscar un relato colombiano, un relato general, haría que narrativamente se perdiera mucho color y espontaneidad, pero también podría dejar por fuera matices interpretativos e incluso datos de cómo las personas han vivido esto en los territorios. No sé si sea el momento de que esta Comisión intente hacer un informe general, incluso por esta idea de la Comisión de que nos deja sembrada la conciencia de querer saber la verdad, por eso debe abrir caminos y no cerrarlos. De pronto un informe compacto puede cerrar. Al informe le van a llegar muchos reclamos, pero yo lo entendería como un relato más en esta serie que hemos hecho. Uno muy importante porque resulta de un proceso de paz.
Esta entrevista fue publicada originalmente el 18 de julio de 2020, aquí.