En ese municipio del Oriente antioqueño, muchos campesinos caminan con su propio café, listo para beber y empacado en bolsas personalizadas. La iniciativa busca que los caficultores con alguna discapacidad sigan produciendo la mejor bebida de la región.

Por: Pompilio Peña Montoya

El Café de la Memoria es una antigua y remodelada casa campesina de paredes blancas, ventanas altas con marco de madera y frente en L, que abre un generoso espacio con muebles, sillas y mesas bajas, jardineras con flores rojas, y una bella vista de las laderas del oriente de Granada. Para llegar allí hay que avanzar la calle derecha que franquea el parque, pasar por el costado de la  Casa de la Cultura y el Salón del Nunca Más, dejar atrás una bulliciosa sala de confecciones, la sede de la Asociación de Víctimas de Granada (Asovida) y el depósito de café del pueblo. La brisa trae, antes de llegar al final de la calle, el tostado aroma del grano, hoy un orgullo renacido de caficultores que, hace menos de 20 años, soportaron la violencia y el destierro.

Uno de estos campesinos es Néstor Emilio Hernández, de 62 años, un hombre de cuerpo menudo y ojos claros, aquejado por la artritis en sus manos que, por largos periodos de tiempo, no le permite trabajar en el campo. Él, junto a su esposa, ara la tierra en la vereda La Aguada. Tiene tres mil palos de café y hace parte de los 120 asociados del proyecto Somos Rurales, iniciativa que busca reactivar el musculo productivo de los caficultores de este municipio, alguna vez desplazados por la disputa entre las guerrillas de las Farc, el ELN y los bloques Metro y Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Estos últimos llegarían al territorio a finales de los 90, agudizando el conflicto.

Foto: Pompilio Peña Montoya

Néstor Emilio y su familia hicieron parte de las 8.487 personas que salieron del municipio entre los años 2000 y 2002, abandonando su finca con varias hectáreas de café sembradas. Él regresó en el 2007, con las guerrillas replegadas y las AUC desmovilizadas, para comenzar de cero. “La vereda La Aguada quedó sola por las amenazas de Las Farc, quienes reclutaron a un hijo mío; cuando supe que tenían deseos de llevarse también a mi hija menor, le dije a mi esposa que nos fuéramos a Medellín”, recuerda Néstor, quien hoy cuando baja de su terruño al casco urbano de Granada, se detiene en el Café de la Memoria a pasar un rato junto a otros parroquianos. Este acogedor lugar abrió sus puertas el pasado 2 de noviembre, un día que conjugó el esfuerzo que viene gestándose desde mediados del 2017, cuando la Asociación Tejiendo Territorio por la Paz (Tejipaz) y Asovida, sirvieron de canales para hacer realidad un proyecto patrocinado por el Ministerio del Trabajo y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Según Claudia Milena Giraldo, directora de Tejipaz, la cafetería hace parte de un conjunto de acciones que buscan reactivar la producción del café en Granada, luego de que esta fuente productiva se acabara debido al conflicto que desoló al campo. “Este es un espacio alusivo a la memoria de los vivos, de los que sobrevivieron y que hoy están retornando y produciendo un café de alta calidad. Aquí la gente llega, afianza lazos de amistad, puede mostrar y ofrecer sus productos; es un lugar de encuentro con el que no contaba Granada”, afirma.

En su primera etapa, Somos Rurales llevó a cabo un censo para identificar aquellas familias campesinas que deseaban, tras retornar, volver a sembrar café. Esto lo hizo bajo un modelo de inclusión social con personas en condición de discapacidad. Luego se desarrolló, durante varios meses, un proceso de acompañamiento en donde se dotó a los campesinos de herramientas con el fin de que produjeran su propia marca de café orgánico.

“La peor dificultad que existe en el país es la indiferencia y los campesinos ya no se están desplazando por los actores armados sino por la falta de oportunidades, y eso queremos cambiarlo nosotros. Buscamos que el campesino produzca su propio café listo para tomar, le suba la tasa de calidad y pueda recibir hasta un millón por una carga, cuando la Federación de Cafeteros solo le ofrece 700 mil pesos; para ello también buscamos eliminar intermediarios. Así materializamos la paz y apoyamos al campesino para que se quede en el territorio”, comenta Gloria Ramírez Arias, líder de Asovida.

Nadie desconoce que esta iniciativa apenas comienza, pero, según Ramírez, los pasos son firmes. Ella resalta el acompañamiento técnico que han recibido los caficultores: “se les dio kit de tostión con molino, entre otras cosas; de tal modo que el campesino recogió su grano, lo secó, lo tostó, lo molió y lo empacó en bolsas personalizadas que llevan su nombre, la vereda de donde es la finca y una breve historia del grano”.

Foto: Pompilio Peña Montoya

Néstor Emilio no pierde la esperanza de que el café vuelva a ser rentable como lo fue antes del 2000, cuando la guerra no se había agudizado y la peste de la roya no había eliminado casi por completo del mapa a la caturra, una mata de café súper productiva. Néstor recuerda que antes de la roya él podía sacar, por cosecha, hasta doce cargas, cada una de 125 kilos que eran pagadas por poco más de 1 millón de peso, “cuando la plata valía”. Hoy esa misma cantidad de café sembrado, pero con otra variedad del grano, produce seis cargas y la Federación de Cafeteros de Antioquia paga cada una a menos de 800 mil pesos, “cuando la plata no vale”, concluye.

Freddy Castaño, alcalde electo de Granada, estuvo en la inauguración del Café de la Memoria y allí expresó su compromiso de apoyar a los pequeños y medianos productores de café de su pueblo: “Este proyecto me llena de mucha alegría, le da a uno confianza en apostarle a estas propuestas que vienen desde las personas más humildes”.

Ahora la oferta turística y de memoria que ofrece Granada se amplió con el Café de la Memoria, un acogedor lugar en donde propios y visitantes pueden disfrutar de algunos de los cafés más exquisitos del Oriente antioqueño, comer algún pastel o dulce de la región, ojear un libro, disfrutar del clima y escuchar historias de labriegos de manos nudosas, la memoria viva de esas tierras.