El padre Javier Giraldo, a sus 75 años, ha recorrido Colombia como pocos escuchando a las víctimas y dignificándolas. En entrevista con Hacemos Memoria habló de la implementación del Acuerdo de Paz y de la falta de garantías que denuncian muchos excombatientes.
Por: Pompilio Peña Montoya
Foto: Agencia de Prensa IPC
El sacerdote jesuita Javier Giraldo conoce como pocos las terribles consecuencias de la guerra. Ha pasado más de 36 años acompañando a grupos, comités y organizaciones defensoras de derechos humanos a lo largo y ancho del país. Giraldo afirma que la única forma para reconstruir a las víctimas es a través de la memoria. Y añade que la estrategia del olvido es nociva ya que “refuerza la zona oscura de la conciencia”, esa que impulsa deseos inconscientes de que la violencia se repita.
Giraldo es miembro del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), entidad que estudia el conflicto en Colombia desde 1972. Ha apoyado comunidades en Antioquia, Cundinamarca, Chocó, Valle y Huila, entre otros departamentos. Durante los últimos 20 años su atención se ha centrado en la comunidad de paz de San José de Apartadó, que ha defendido no solo de los señalamientos del Estado sino también de las amenazas de grupos armados.
Giraldo estuvo en Medellín presentado la edición 59 de la revista Noche y Niebla, dedicada a analizar la violencia en Antioquia y a recopilar los ataques en contra de líderes sociales.
Una de las cosas que más lo preocupa es esa especie de invisibilidad que han adquirido los victimarios, sobre todo en los casos de asesinatos de líderes sociales ¿cómo explica este fenómeno?
Los victimarios han recorrido diversas etapas a lo largo de los años, que se caracterizan por sus niveles de clandestinidad progresivos. En los años 70 los victimarios eran agentes del Estado. En el estatuto de seguridad del gobierno Turbay, por ejemplo, se detenía arbitrariamente y hasta se torturaba. Ya en los años 80, cuando las denuncias fueron creando molestias en la comunidad internacional, se echó mano de un primer modelo de clandestinidad que fue el paramilitarismo. De hecho, este tuvo una base legal donde se autorizó entregar armas a los civiles para ser auxiliares del Ejército.
Luego llegó un tercer nivel de clandestinidad, y es cuando el Estado prohibió la palabra ‘paramilitar’ para asignarle a estos grupos el nombre de ‘bacrim’ o bandas criminales, con el fin de que todo el horror de aquellas décadas se atribuyera más a la delincuencia común. Cuando se dan los diálogos de paz en La Habana, hace presencia el anonimato total del victimario.
En la recopilación de asesinatos, atentados y amenazas que analizamos en nuestra base de datos del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), se señala que se desconocen quiénes fueron los perpetradores en la mayoría de homicidios de los últimos años. Solo en algunos casos aparecen siglas paramilitares. Esto se traduce en que se convierten en casos imposibles de investigar, lo que favorece al delincuente.
¿El tipo de víctimas también ha cambiado?
Las víctimas también han cambiado con los años. En los 80 eran asesinados y amedrentados líderes sociales y políticos muy reconocidos nacionalmente, y hoy se asesinan a líderes de base: miembros de las Juntas Comunales de las veredas, personas que hacen parte de grupos de víctimas que reclaman reparación o impulsan consultas populares en su vereda para evitar la llegada de empresas mineras. Esto quiere decir que cuando un gran interés económico y político se ve amenazado, comienzan los homicidios.
¿Cómo ve el futuro del Acuerdo de Paz a casi tres años de su firma? Usted ha manifestado en varias ocasiones que el punto concerniente a las tierras es, quizá, el que más le preocupa.
Yo participé en los diálogos de La Habana, en una sección llamaba Comisión Histórica del Conflicto. Éramos doce personas y la primera pregunta que nos hicieron fue ¿cuál es la raíz del conflicto? Casi todos coincidimos en que era el llamado “problema de la tierra”. Yo seguí con mucho interés el desarrollo de toda la agenda. Eran seis los puntos a discutir, pero cuatro eran los centrales: la tierra, la democracia, las víctimas y las drogas. Para ser franco, estos temas nunca se tocaron a fondo por las trabas que ponía el gobierno. Por ejemplo, en la actualidad gran parte de la población no tiene tierra, y esta es la base para solucionar las principales necesidades básicas, como son la alimentación, la vivienda, el trabajo e incluso la salud y la educación.
Recordemos que las Farc, por cada punto, llevaban hasta cien propuestas, y la mayoría estaban encaminadas a romper el eje de concentración de la tierra para garantizar que los más pobres tuvieran y pudieran garantiza su seguridad alimentaria. Esto fue rechazado en los diálogos. Se impuso la propuesta del gobierno que fue un fondo de tierras para repartir. Eran como 3 millones de hectáreas en 12 años. Pero desde hace años el gobierno viene desactivando la agricultura, por ejemplo, trayendo alimentos a través de los tratados de libre comercio. Por otra parte, se está entregando tierras a empresas mineras y sabemos que esta industria arruina el medio ambiente. En conclusión, el punto de las tierras, quizá el más importante, no se está cumpliendo. Y lo peor es que cuando comiencen a repartirse habrá corrupción y clientelismo.
¿Qué opina del anuncio de Iván Márquez de rearmarse? ¿Y qué piensa de todo lo que pasó con Jesús Santrich?
Yo creo que mucho de lo que se habló en La Habana se le ocultó al país. Y esto ha sido culpa de los medios de comunicación. Firmado el acuerdo, muy recordado y transformado después del plebiscito y tras pasar por el Congreso, se le quitaron los dientes y las uñas. Esto desmotivo a muchos dentro de las Farc. Por ello entiendo a Iván Márquez y a su grupo de disidentes, quienes afirman que, al final, no se tocaron las raíces con conflicto. Márquez conoce a fondo todas las frustraciones y entiendo esto como el resurgir de las raíces de la violencia.
Lo que pasó con Santrich, a mi modo de ver, fue un montaje burdo. Yo he hablado con gente cercana a él que explica cómo le hicieron el montaje y cómo se valieron de un sobrino de Márquez para hacer algunas grabaciones que luego fueron manipuladas para que se creyera que Santrich estaba negociando cocaína. Luego iban, al parecer, a enlodar a Márquez con eso. Y eso que la misma JEP comprobó que no había pruebas ya que ni Estados Unidos ni la Fiscalía las suministraron.
Muchos excombatientes están saliendo de los ETCR por falta de garantías e incumplimientos ¿qué opinión le merece esta situación?
La guerra es desgastante, es difícil de sostener psicológicamente y la gente metida allí quiere salir y con toda razón. Y el incumplimiento del gobierno con estos espacios territoriales es escandaloso a pesar de que era tan fácil adaptar los campamentos y cumplir con lo acordado. Incluso la comunidad internacional ha protestado por ello. Este es otro motivo para que la gente se vaya de allí. De hecho ya hay muy pocos campamentos que conservan la misma cantidad de excombatientes que llegaron en su momento.
Pero el motivo más fuerte para que la gente se vaya es la persecución. El hecho de que hayan sido asesinados casi 200 desmovilizados desde la firma del acuerdo llena de temor a esa comunidad. Y es que la matanza de desmovilizados en Colombia es una tradición. El general Rojas Pinilla ofreció la amnistía en los años 50 a guerrilleros liberales de los Llanos, y luego los fueron matando de la manera más arbitraria, como ocurrió con Guadalupe Salcedo. Después se dio el caso de la Unión Patriótica. Belisario Betancur les ofreció amnistía a las Farc para que formaran la UP y luego fueron asesinados cerca de 5 mil militantes de este partido político. Ahora está pasando lo mismo con los de las Farc.
Por años usted ha acompañado a la comunidad de San José de Apartadó en medio de la guerra. ¿Cuál es el ambiente que se vive hoy en ese lugar?
Yo conozco su angustia. Allá hubo varios frentes de las Farc y cuando se desmovilizaron el territorio fue ocupado por el paramilitarismo. Ahora, con el rearme de una parte de las Farc, se sabe que están invitando a pobladores de esa región, que fueron parte de la guerrilla, para que se alcen en armas de nuevo, y sé que varios se han ido ya a la guerra. El pánico de los campesinos es terrible porque piensan que cuando vuelvan las Farc al Urabá, se van a presentar de nuevo confrontaciones y van a correr ríos de sangre.