En la Comisión de la Verdad, Carlos Guillermo Ospina está al frente de dos grandes retos: buscar las razones de la guerra en los bastiones históricos de las Farc y recoger las versiones de los militares, en medio del recelo que produce en algunos este proceso.
Por: Carlos Olimpo Restrepo S.
Foto: cortesía Comisión de la Verdad
Entre los lugares más icónicos del conflicto armado entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) se encuentran Marquetalia, Caguán y Sumapaz, no solo por ser el lugar de nacimiento de esta guerrilla, sino por convertirse en bastiones estratégicos, casi inexpugnables, que siempre fueron objetivo prioritario de la fuerza pública, del Estado, en su lucha antisubversiva.
Estas grandes zonas rurales están incluidas en la macrorregión Centroandina, una de las nueve áreas geográficas en que la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad dividió su trabajo en el país y el encargado de dirigir la tarea que se realiza allí es Carlos Guillermo Ospina, mayor retirado del Ejército, quien, desde que comenzaron las conversaciones en La Habana, Cuba, participó en encuentros y foros con víctimas del conflicto para llevar propuestas a la mesa.
Ahora, su preocupación fundamental es recoger las voces de víctimas y de perpetradores, para construir un relato que permita explicar las razones de lo sucedido, como todos los integrantes de la Comisión de la Verdad. También quiere ayudar a que las personas superen los años de enfrentamientos y acciones violentas, que los llenaron de odio y miedo.
Le corresponde orientar el trabajo de Comisión de la Verdad en una zona histórica de la guerra colombiana. ¿Cómo ha sido ese acercamiento?
Esta región que llamamos Centroandina comprende los departamentos de Boyacá, Cundinamarca, Tolima, Huila, San Vicente del Caguán (Caquetá) y Sumapaz (Cundinamarca), y es tal vez una de las regiones más importantes dentro del conflicto armado, porque como bien se sabe, en el sur del Tolima, en Marquetalia, nacieron las Farc, por los años 60 (del siglo XX).
Pero la violencia partidista, esa violencia liberal-conservadora, también se dio en estos territorios y se expandió a otros desde la muerte de Gaitán, en 1948, lo cual generó múltiples actividades de violencia, contexto en el que nacieron las autodefensas campesinas, que después darían vida lo que serían las Farc.
En esta primera etapa de nuestro trabajo lo que hemos hecho es ir a los territorios, entrelazar normas, acercarnos a las víctimas y a las organizaciones de víctimas, a las autoridades, a otras instituciones. Estamos visitando esa Colombia profunda. No es solo ir a Ibagué, sino también a Chaparral, a Planadas, a Gaitania y luego hasta Marquetalia; a San Antonio de los Micos, todas esas regiones que han sido tan azotadas, para conocer de primera mano ese dolor profundo que tienen esas personas. Son dolores que vienen acumulados desde los años de la violencia. Un anciano me comentaba en Planadas: “yo no subo allá a la finca, porque me matan los conservadores”. Entonces uno de inmediato se pregunta ¿este señor en qué año está viviendo? Él se estancó en su dolor, causado porque lo habían desplazado y habían matado gente de su familia en los años 50. Entonces vemos que ese dolor de muchos colombianos no se ha podido curar con el paso del tiempo y por eso es necesario escucharlos.
¿Cuál es el método para abarcar ese territorio y llegar a la mayoría de los lugares?
Por cada departamento hay personas locales que conocen la región y están empezando a trabajar, en primer lugar, en la escucha de las personas, de las víctimas; en segundo lugar, en unos talleres de diagnóstico participativo, en los que nos reunimos con miembros de la academia de cada zona, por ejemplo, en Ibagué, con la Universidad del Tolima. También hablamos con el sector productivo, con los empresarios, los ganaderos, los militares, los policías, la gente de la reserva, los exintegrantes de las Farc, los ciudadanos en general. Primero miramos qué hechos sucedieron: combates, ataques a poblaciones, masacres, homicidios selectivos, reclutamiento forzado, violencia sexual, despojo de tierras, entre otros. Luego empezamos a tratar de descubrir en ese diálogo por qué se presentaron esos casos. Por ejemplo, ¿Por qué se presentaron ocho ataques o tomas contra Roncesvalles (Tolima), primero por el M-19, luego por ELN y luego por las Farc? ¿Por qué atacan y destruyen el cuartel de policía? Esto nos va dando unos patrones, una sistematicidad, que es lo que queremos descubrir.
Luego hablamos sobre qué hacemos para que esto no vuelva a suceder y la gente sugiere cómo trabajar en asuntos como acercar más a la policía con la población, o mirar el tema de la tenencia de las tierras. También detectamos que hay problemas de la cotidianidad, como el machismo, la falta de cultura, de educación… porque esto no es simplemente dar unas estadísticas de cuántos muertos hubo y contar qué fue lo que sucedió, lo que estamos tratando de buscar es por qué se presentaron esos hechos y qué hacer para que no se repita. La pregunta general es ¿por qué los colombianos fuimos capaces de producir tanto daño?, ¿cómo es posible que en estas regiones haya sucedido todo esto?, ¿qué podemos hacer todos para que no haya esa confrontación de unos con otros?
Uno llega a una conclusión muy fácil y es que nos hace falta mucho más diálogo entre nosotros, un diálogo que esté caracterizado por la tolerancia; reconocer que hay unos blancos, unos negros, otros indígenas, otros de un color político o de un color religioso, y que los que tenemos al lado nuestro son nuestros vecinos. Por eso es importante la tolerancia, para reconocer que existe el otro diferente, pero eso, a veces, es lo que llamamos diálogos imposibles. En el Tolima me senté con los excombatientes de las Farc, excombatientes de las AUC, con miembros de las Fuerzas Militares y de la reserva, lo mismo que de la Policía y también con las víctimas y con los ganaderos e hicimos una mesa… era la primera vez que muchos de ellos se encontraban. También lo hice en Cundinamarca. Se dieron la mano y les dije: dialoguemos, estos que están al frente y que ustedes ven como alzados en armas ya no lo son, ya son reinsertados. Ahora ¿qué vamos a hacer para que ellos no vuelvan a tomar las armas y el resto aceptemos a los otros, que son diferentes? Ese diálogo, que lo llamamos diálogo entre improbables, es reunir gente de diversos matices, porque eso es lo que necesitamos, reconocer que hay otro.
En esos diálogos en una región tan afectada por la guerra, lograr la confianza de las personas no debe ser fácil…
Después de este tiempo y de a ver algunas cosas, empezamos a trabajar en curar el alma de la gente que se acerca a nosotros, para hablar, para que no sienta odio. Todo esta guerra generó una ruptura del tejido social tan profunda, que en muchas veredas el vecino todavía no habla con el vecino, desconfía de él porque siente el temor de que sea un informante de un grupo, llámese las AUC, las antiguas Farc o la fuerza pública. Es decir, hay una desconfianza total y recíproca. En segundo lugar, ya no existe esa solidaridad que había antes, en la que entre vecinos se ayudaban con los productos de la comida, como el plátano, la yuca. Otro problema es que muchos de los jóvenes salieron de las veredas y los pueblos para las grandes capitales, para evitar el reclutamiento forzado y no volvieron o no quieren volver. Y aquí destaco que muchas de las que se quedaron en el campo fueron mujeres y ellas fueron las que debieron afrontar con más fuerza el rigor de la guerra. Ahora están llegando excombatientes y otras personas que vieron que esta es la oportunidad de volver a sus parcelas, pero algunos nos han manifestado o hemos notado que no se sienten bien. Se necesitan dos o tres generaciones, además de muy buena cultura y comprensión y tolerancia, para que se vuelva a recomponer el tejido social.
¿Cuál es el principal obstáculo que han encontrado en lo que llevan de trabajo en la región?
Encontré en San Vicente del Caguán un gran problema: el narcotráfico. Los grupos dedicados a esta actividad están reclutando muchachos de 15 a 17 años para que transporten la droga. Les dan una moto, un celular de alta gama y un arma y con eso estos muchachos se sienten valientes. Yo hablaba con uno de ellos y le preguntaba: ¿Usted para qué quiere un arma? y me decía, “pues para matar gente” y ¿Usted ha matado gente? “no, pero si se me presenta el caso, mato”. Esto lo está diciendo un niño de 17 años, pero eso no debería estar sucediendo, esto debería ser imposible. Entonces yo me pregunto ¿por qué se está presentando esta problemática? Es por falta de oportunidades. Uno se pone a averiguar ¿qué pueden hacer los muchachos en San Vicente del Caguán? y ellos dicen que nada: “yo para qué estudio, si aquí no hay trabajo y no hay oportunidades de estudio después de terminar el colegio”. Lo mismo pasa en el sur del Tolima. En Alpujarra, el pueblo tiene muchos jóvenes sin hacer nada y el campo está desocupado, porque no hay quién quiera ir a coger café u otros productos de la tierra. Y muchos de ellos, no solo de ahí, sino también de Dolores y otros pueblos, salieron del campo y perdieron esa cultura, por eso no quieren volver y muchas fincas están desocupadas.
Deberíamos pensar en crear colegios agrícolas para acostumbrarlos de nuevo a esa cultura. Mire que la falta de oportunidades de la que me habla la comunidad ya es bastante grave. Y a partir de esto estamos empezando a hacer unos pequeños diagnósticos y a tratar esos temas. En el norte del Tolima encontramos que el gran problema es la falta de educación, porque las escuelas quedan muy lejos de los centros poblados, los muchachos ya no quieren ir porque hay que subir y bajar la montaña por trochas. Tampoco hay forma de sacar los productos, porque no hay carretera.
Usted hizo una carrera como oficial en el Ejército y se retiró para trabajar por los integrantes de las Fuerzas Militares afectados por el conflicto ¿Cómo es el diálogo con ellos ahora desde la Comisión de la Verdad?
Aquí debo hacer claridad en que se trata de dos escenarios: uno es la parte oficial de las Fuerzas Militares, que siguen las directrices del presidente de la república; tengo muy buenas relaciones con la cúpula militar, con los soldados y con diferentes unidades. Están respaldándonos plenamente, ofreciéndonos su ayuda, la protección y están totalmente dispuestos a acatar los llamados a las conversaciones que les planteamos. El otro grupo es el de la reserva activa, que corresponde a todos aquellos oficiales, suboficiales y soldados retirados que tuvieron una lucha frontal durante veinte, treinta o más años de conflicto, que dejaron muchas heridas en ellos. Estos no dependen ya de la institucionalidad militar, no dependen de un mando y actúan según lo que su conciencia les diga. Yo creo que todos, o la mayoría, concuerdan en que este conflicto tenía que haber terminado. Algunos tienen mucho recelo, porque los están llamando a responder por acciones en las que estuvieron durante su actividad militar pasada y se sienten maltratados. Eso nos lo han hecho conocer, por eso hemos empezado a tener unos diálogos profundos, para que nos colaboren; es que ellos conocieron también la guerra y la comisión necesita saber de ellos, escucharlos profundamente, en un diálogo muy respetuoso. Sabemos que tienen muchos recelos de que esto se lleve a cabo, pero sobre todo porque a veces piensan que no ha habido un tratamiento de equilibrio y de equidad.
¿Cómo sido trabajar con entidades civiles que estudian el conflicto y que han sido críticas con los militares?
Las organizaciones de la sociedad civil son las que más han estado preparadas para esto: tienen diez o veinte años o más tiempo de trabajo, en el que han recopilado datos, información total sobre los hechos y, en este sentido, han sido muy generosos al ofrecer su ayuda y su aporte. Ese material y esos descubrimientos, ese conocimiento que han construido a través de todos estos años ha sido muy valioso. Este material es muy importante para nosotros, porque no empezamos desde cero, sino sobre todos estos informes que ellos nos están dando.